La última novela de Juan Álvarez es a la vez un relato alternativo de la Independencia y un desafío a la manera como se ha escrito la historia de Colombia. Lectura obligada sobre la construcción de nuestra identidad nacional.
Felipe Martínez Pinzón*
Un ruidoso truco publicitario
La última novela de Juan Álvarez, La ruidosa marcha de los mudos, ha sido comparada con películas como Forrest Gump o El curioso caso de Benjamin Button, “pero en Colombia y en el siglo XIX”, como dice el bocadillo publicitario que adorna la tapa del libro. Pero el lector sabe que esto es un truco publicitario y, una vez acaba de leer la novela, queda con la certeza de que La ruidosa marcha… nos habla desde un lugar distinto del de estas películas.
Forrest Gump y Benjamin Button reafirman la historia de Estados Unidos, la recorren como sonámbulos y sirven como portaestandartes celebratorios para cantar las glorias de su país y fetichizar a sus héroes. Por el contrario el personaje principal de la novela de Álvarez, un comerciante mudo a caballo entre la historia y la ficción, José María Caballero Llanos, juega con un peligroso instrumento que ni Gump ni Button se atreven a manipular: la escritura de la historia nacional.
Aquel 20 de julio
![]() Baile de Campesinos en una chichería de la Sabana de Bogotá. Ramón Torrez Méndez. 1860. Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango |
La ruidosa marcha de los mudos explora los espacios y los personajes en la trastienda del 20 de julio de 1810, el día establecido como del nacimiento de la “colombianidad”. En esa trastienda -chicherías del barrio Egipto, buhoneros y artesanos, fufurufas y funcionarios españoles de menor rango- se crea una narrativa que da sentido a un evento que para la gran mayoría de los colombianos sigue siendo un hecho frío y ceremonial.
La novela de Álvarez se propone mostrar cómo la historia de Colombia se urde y luego es narrada como un cúmulo de accidentes épicos. En sus páginas vemos cómo el 20 de julio de 1810 fue planeado como un “guión” para ser ejecutado en el centro de la ciudad: “una reyerta fabricada”, como dice la novela.
Ese día los criollos jugaron a hacerse los ofendidos en la tienda del intemperante chapetón González Llorente con la esperanza de que este incidente prendiera la chispa de la sublevación contra del poder colonial. Los criollos ilustres querían capitalizar la desazón frente a los peninsulares y aprovechar la crisis política en España por el derrocamiento de Fernando VII a manos del invasor Napoleón Bonaparte.
La preocupación de Álvarez en La ruidosa marcha es la escritura, en tanto esta anticipa y transforma la realidad.
Las consecuencias de este hecho -imposibles de planear- determinaron nuestra historia. En el texto de Álvarez los sucesos que siguieron a esa sublevación develan las tensiones entre las élites independentistas, las traiciones a sus ideas iniciales y las formas como desmerecieron el apoyo del pueblo bogotano. Al develar estas traiciones la novela cuenta la génesis de un divorcio que persiste hasta hoy en día (y con apenas breves y trágicas reconciliaciones): el miedo inveterado al pueblo que tienen las élites gobernantes.
Al recrear el 20 de julio y la primera guerra civil entre centralistas y federalistas, la novela trae a colación todo el elenco de personajes que aparecen en los libros de texto escolares: los primos Camilo Torres y Francisco José de Caldas; el “tribuno del pueblo” José Acevedo y Gómez; el incendiario patriota José María Carbonell; el virrey chapetón Amar y Borbón; y el “precursor” Antonio Nariño.
Pero Álvarez no enfoca su mirada sobre estas figuras sino sobre José María Caballero Llanos, un personaje mediador que habita fluidamente varios espacios: tanto el Observatorio, donde se reúnen en complot los ilustres, como las chicherías, donde se “mueve el pueblo”. En el cuaderno de este comerciante mudo se dan cita tanto los cruces de palabras entre Caldas y Camacho, como entre Nicolasa y los demás asiduos de la chichería.
Novela sobre la escritura
Caballero Llanos (personaje histórico que escribió un diario, cuyo tono a veces replica la novela) es un hombre que vive mudo en un mundo sacudido por el insulto, la prédica revolucionaria y el grito de guerra.
Ese contraste entre el rugido y el silencio (una suerte de dialéctica) produce no una novela sobre el insulto (que eso fue el 20 de julio y lo muestra la novela) sino una novela sobre la escritura, que planea sobre el insulto y da cuenta de las consecuencias que este trae consigo.
No hay nada azaroso en la escritura y menos en la escritura de la historia. Y esto lo sabe bien Álvarez. Nada mejor para mostrarlo que “el cuaderno de habla” de Caballero Llanos, mudo testigo de la historia (un texto plagado de impresiones, diálogos y respuestas sin contexto) que prestó testimonio a las mediaciones entre los ilustres criollos independentistas y el pueblo bogotano raso.
La preocupación de Álvarez en La ruidosa marcha es la escritura, en tanto esta anticipa y transforma la realidad. En una novela sobre la escritura y tan consciente de las alianzas y desavenencias entre historia y ficción, no es coincidencia que la mitad del texto caiga precisamente sobre el evento que partió en dos la historia de Colombia: el 20 de julio de 1810.
Parte azar y parte tino, este rastro de la materialidad de la escritura recorre todo el texto de Álvarez. El “cuaderno de habla” de Caballero Llanos, una prótesis de su cuerpo, un sustituto de su habla, y a la vez un documento irremplazable, es una tecnología que trabaja a partir de materiales variados. En sus hojas se leen, en letra gris a grafito de lápiz, diarios de cuentas y de precios de productos comerciales (Caballero Llanos es un buhonero), al mismo tiempo que se encuentran diálogos banales o palabras cargadas de trascendencia política en 1810 tales como LIBERTAD (en mayúsculas).
Asimismo, el cuaderno del mudo es manipulado (en el sentido de manoseado y tergiversado, como la historia) por bebedores de chicha en el barrio Egipto y por los primeros redactores del guión de nuestra historia: Francisco José de Caldas y Joaquín Camacho, creadores de uno de los primeros periódicos del período independentista: El Diario Político de Santafé.
Hay páginas que han sido arrancadas y usadas por los próceres (“su contribución a la patria, mudo querido”, le dice Caldas a Caballero Llanos al arrancar unas hojas) mientras hay otras que dan cuenta de rutas comerciales que copian las rutas militares de las primeras batallas contra los monarquistas o confiesan crímenes familiares que relatan esa guerra civil que fue la guerra de Independencia entre criollos y peninsulares (como dijo Laureano Vallenilla Lanz).
Historia y geografía
![]() Bogotá y sus cerros en el año de 1868. Foto: Wikimedia Commons |
Finalmente, la máquina de hacer historia que es el “cuaderno de habla” de Caballero Llanos, por ser también el libro de cuentas de un comerciante, da cuenta de la especificidad geográfica de la Nueva Granada. Caballero Llanos no solo conoce las rutas que mapean la guerra y el comercio (muchas veces las mismas), sino que sabe cuál es la geografía simbólica sobre la cual se va a construir la nación.
El cuaderno del mudo es manipulado (en el sentido de manoseado y tergiversado, como la historia) por bebedores de chicha en el barrio Egipto y por los primeros redactores de nuestra historia
Las primeras páginas del texto (en una escritura que cita y deshace los textos geográficos de Caldas) dejan en claro la importancia política de las montañas: ese mundo aislado donde se cocina la trama del 20 de julio y de donde parten muchos de los ejércitos que hacen las guerras civiles.
Decepcionado con las consecuencias del levantamiento del 20 de julio, y tras la embestida victoriosa de 1816 por parte de Pablo Morillo, Caballero Llanos deja la fría tierra bogotana y busca exilio (y tal vez habla o descendencia) en las tierras calientes. Antes de hacerlo, sin embargo, deja sus “piensos”, su cuaderno, al pie de una montaña, entre las rocas que la sostienen. Este es el libro de un mudo que escribe la historia secreta del 20 de julio, como piedra de base de la geografía nacional y relato de nación que abre un espacio de esperanza, una fuga hacia adelante.
Recientemente, los escritores colombianos se han dado a la tarea de contar la historia de Colombia desde el lenguaje literario. Juan Gabriel Vásquez lo ha hecho con Panamá, con los campos de prisioneros alemanes y, más recientemente, con los magnicidios políticos del siglo XX. Rafael Baena lo hizo con las escaramuzas y las guerras civiles del siglo XIX, y William Ospina fue más atrás para contar la saga del conquistador Ursúa.
Sin embargo, nadie, hasta ahora, había cambiado el lenguaje con el que se relata la historia, que es al fin y al cabo la materia de la que estamos hablando. Ahí está lo radical de la propuesta de Álvarez: para repensar la historia de Colombia hay que empezar por cambiar la forma como la escribimos. No de otra forma podemos comenzar a hablar de ella de una manera distinta, para cambiarla.
*@martinezpinzon.
Profesor en Brown University. Es autor de Una cultura de invernadero: trópico y civilización en Colombia (1808-1928).