Petro quiere reformas de fondo sin salirse de marcos ortodoxos. Quién tiene la razón en el debate entre el presidente y el Banco de la República a propósito de la reforma laboral.
Gonzalo Cómbita Mora*
Petro y los conejos keynesianos
John Maynard Keynes fue el gran defensor de la intervención activa del Estado para salir de una crisis económica, mientras que los economistas ortodoxos, —llamados los neoclásicos— defendían a toda costa la operación del mercado.
Pues bien, en una conferencia reciente dijo Esteban Pérez que “no se pueden sacar conejos keynesianos de sombreros neoclásicos”. Pérez se refería a los gobiernos de izquierda que quieren hacer reformas sustanciales dentro de marcos técnicos y jurídicos ortodoxos.
El presidente Petro ha intentado encontrar el sombrero adecuado para sus reformas y para que su discurso tenga más coherencia. Esto explica el remesón ministerial y su polémico tweet de respuesta al estudio sobre el mercado laboral del Banco de la República. El estudio advertía que la reforma podría causar la pérdida de 450.000 puestos de trabajo.
Petro cita en su tweet a Keynes, quien en su Teoría General (1936) sostiene que las caídas en la demanda propias de una recesión deben ser compensadas por un aumento en el gasto del Estado. Petro apeló entonces a una figura de autoridad para justificar su reforma.
Pues bien, en una conferencia reciente dijo Esteban Pérez que “no se pueden sacar conejos keynesianos de sombreros neoclásicos”. Pérez se refería a los gobiernos de izquierda que quieren hacer reformas sustanciales dentro de marcos técnicos y jurídicos ortodoxos.
Y en efecto. Keynes se había opuesto al profesor Pigou porque este defendía la idea de que la disminución del salario aumentaría la oferta de empleos y disminuiría el incentivo para que las personas buscaran empleos. O sea que el mercado por sí solo nos llevaría a una situación de pleno empleo.
El Banco de la República heredó la teoría de Pigou porque achaca la posible pérdida de casi medio millón de puestos de trabajo al aumento de los costos laborales que traería la reforma.

Menos salario pero el mismo desempleo
Parece obvio que un aumento en los costos laborales hace que la empresa individual contrate menos trabajadores.
Pero los salarios no son apenas un costo, sino que en su conjunto constituyen la base principal de la demanda de bienes y servicios en cualquier economía moderna.
Aumentar los salarios es aumentar entonces las ventas de las empresas (según lo que llamamos los economistas la “elasticidad ingreso de la demanda”, es decir la reacción porcentual de la demanda de cada empresa ante aumentos porcentuales del ingreso de sus compradores).
Los salarios más altos aumentan los costos y los ingresos de las firmas, de modo que el efecto neto de creación de puestos de trabajo depende de cada firma y de la conformación de cada economía.
De hecho, en el caso colombiano, las reformas laborales desde 1991 han intentado “flexibilizar” el mercado de trabajo, promoviendo la disminución del salario mínimo, los parafiscales y otros derechos del trabajador que ven solo como costos y obstáculos para que funcione el mecanismo de mercado que decía Pigou.
Pero esta política no ha logrado reducir el desempleo: Colombia nunca volvió a tener una tasa inferior al 10% de manera duradera. Por ejemplo, para 2021 la tasa abierta de desempleo fue del 14 %, la cuarta más alta de América Latina.
Empeorar las condiciones laborales para crear puestos de trabajo no ha logrado crear puestos de trabajo, pero sí concentrar el ingreso como se puede ver en la siguiente gráfica:

La gráfica confirma la caída de la participación de los salarios en el PIB entre 1993 y 2010. Después se recuperó, sin alcanzar las cifras previas a las reformas. Esto muestra que los menores salarios aumentan las ganancias empresariales y no necesariamente crean puestos de trabajo.
Una economía excluyente
En la teoría de Keynes hay un elemento adicional que conviene mencionar a propósito del debate sobre la reforma laboral: la elasticidad empleo-producto, es decir, en cuanto aumentan los puestos de trabajo por cada punto porcentual de aumento en el producto total del país.
La grafica siguiente muestra este índice para la economía colombiana durante las últimas tres décadas:

Es evidente el deterioro constante de este indicador a partir del momento en que empezaron a adoptarse las reformas de flexibilización del mercado laboral.
El indicador alcanza su valor máximo en 1996, cuando por cada aumento de 1% en el PIB el empleo aumentaba un 1,1 %, mientras que para 2019 el valor era de apenas del 0,37 %. ¿Qué pasó con las reformas?
De hecho, en 2019 el gerente del Banco de la República y el ministro de Hacienda manifestaron su preocupación por que el aumentos del PIB no reducía el desempleo y aun admitieron que “ignoramos las causas del desempleo”. Esto seguramente debido al hecho de la elasticidad empleo-producto de ese año fue negativa, del -0,28 %, es decir, que por cada punto porcentual de crecimiento del PIB el desempleo aumentó 0,28 %.
Esto muestra una economía claramente excluyente que necesita crecer por encima de cierto umbral para crear suficientes puestos de trabajo, como dijo por entonces el ministro Carrasquilla.
Pagar lo mismo por menos horas
La caída de la elasticidad empleo-producto es un reto para la reforma laboral —que al menos en teoría debería acompañarse de otras medidas como las que este gobierno llama la “reindustrialización” —.
Empeorar las condiciones laborales para crear puestos de trabajo no ha logrado crear puestos de trabajo, pero sí concentrar el ingreso.
Según el DANE, sectores como el financiero no son creadores netos de trabajo por unidad de aumento en el PIB —aunque son los que más aumentado su participación en el ingreso nacional—. Por eso es necesario encontrar sectores que jalonen el crecimiento y permitan crear muchos más puestos de trabajo.
Acá también es clave preguntar por la interrelación entre mejoría de las condiciones laborales —que se traducen en mayor demanda agregada para la economía en su conjunto — y las políticas de desarrollo industrial que deberían acompañar a aquellas mejorías. Esta acción combinada implicaría que la productividad promedio de los trabajadores aumentara más rápido que el PIB; esto a su vez significa destruir puestos de trabajo —si es que en lugar de hacerlo se establece una menor jornada laboral es decir, que se pague lo mismo por menos horas de labor—.
Aunque la polémica en Twitter se debió a que Petro negó la existencia del mercado laboral, la cuestión es más compleja y nos remite al debate entre Keynes y Pigou. Quizás la academia y los técnicos, ensimismados en esta época, sean quienes deben encontrar el sombrero adecuado para las reformas del gobierno, además de dirimir tweets en sus tiempos libres.