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La reelección, el Presidente Uribe y las Farc

Escrito por Ricardo García Duarte
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ricardo garciaSin las Farc el Presidente Uribe, su enemigo mortal,  no habría sido elegido ni estaría a punto de ser reelegido.

Ricardo García Duarte

Si es cierto, como algunos piensan, no sin cierta razón, que el momento original, ontológico, casi atávico, que hace brotar siempre la política, es el de un enfrentamiento hostil entre enemigos… Y si en Colombia la relación más explícitamente cargada de hostilidad -esa que arrastra consigo la intención del aniquilamiento-; digamos, la más descarnadamente llena de sentido bélico -tanto en el discurso como en la acción material- es la que opone al Presidente Uribe con las FARC; entonces no puede causar extrañeza que ella haya definido muchos de los procesos que cobran vida en el mundo ya organizado del Estado, de la representación y de la política legalmente establecida.

Así sucedió en efecto con las elecciones de los últimos presidentes. A Pastrana el pueblo lo eligió porque iba a terminar con el conflicto mediante un proceso de paz; y a Uribe, en cambio, porque lo iba a terminar mediante la acción militar del Estado. Lo cual plantea entonces el interrogante de si éste último seguirá siendo reelegido con el mismo objetivo y para el mismo propósito inconcluso.

Es tan fuerte la tensión del enfrentamiento entre Uribe Vélez y las FARC; y está tan cargado de compromisos pasionales y de marcas ideológicas-con doctrina de por medio y con la energía que le comunica una idea movilizadora como lo es la Seguridad Democrática-, que de ello no puede resultar otra cosa que el condicionamiento obligado para todos aquellos que intervienen en el escenario de la política.

Condicionamiento que por cierto influye en las respuestas formales y explícitas con las que todos ellos reaccionan frente a las estrategias de quienes libran la guerra. Así mismo, en las visiones transfiguradas y paradójicas con las que se pueden percibir los mensajes y las conductas de los protagonistas del conflicto.

Dependencia mutua de los actores y sombras chinas

Pero también Uribe, y no sólo Uribe sino las FARC -las dos partes visiblemente enfrentadas en la guerra-, pueden ser vistos con razón como los dos polos que se necesitan mutuamente. Como los dos jugadores casados dentro del matrimonio de un juego, que dejaría de existir con la ausencia de uno de los dos; juego que por lo demás le comunica un marcado sentido a la existencia política de cada uno de los jugadores.

Es un condicionamiento recíproco de existencia, que lejos de ser un absurdo, es apenas esa imagen transfigurada y paradójica pero cierta, propia de un enfrentamiento violento en medio del cual cada contendiente le imprime una marca profunda a su existir político. La hostilidad se transpone en dependencia mutua. Lo que es disputa a muerte en la realidad, se puede reflejar como una correspondencia de comportamientos que no se desligan entre sí, en la pantalla de las sombras chinas; la misma que refleja a contraluz a los actores en movimiento.

De ahí que algunos alcancen a visualizar la dependencia mutua entre los dos contendientes, más allá de su enfrentamiento explícito. Ven, además del campo de batalla, la pantalla de las sombras chinas, que es el "otro" campo de batalla, el de las necesidades mutuas entre los actores enemigos. Fueron quizá esas sombras las que alcanzó a entrever Alan Jara, cuando después de su liberación habló en el sentido de que el Presidente Uribe y las FARC, los dos enemigos declarados dentro del conflicto, terminaban por necesitarse mutuamente. Como algunos no podían ver esa otra imagen del conflicto -por otra parte también reflejada en una suerte de espejo que devuelve invertida la imagen- simplemente barruntaban que el recién liberado regresaba loco del cautiverio, víctima de algún misterioso "síndrome de Estocolmo".

El reflejo transfigurado y paradójico de un enfrentamiento irreconciliable, en tanto matrimonio indisoluble de necesidades, se hace posible por dos razones: en primer lugar, porque el juego puesto en acción a través de un conflicto, en realidad contiene la doble lógica (contradictoria) de ir por la derrota del otro, pero también de necesitarlo cuando se trata de salvaguardar la existencia propia; y en segundo lugar (lo que es más importante para el caso en cuestión) porque ese mismo juego de confrontación se desarrolla ciertamente en el plano militar, pero tiene su prolongación en el escenario político.

Y si en el plano militar los dos jugadores se quieren destruir de modo simple, en el escenario político intervienen otros factores tales como el control del gobierno, la adquisición de legitimidad y el destierro de otros actores legales y legítimos frente al manejo del poder. Así que el conflicto supone la existencia de una guerra con el enemigo en el terreno militar, pero también la competencia con otros actores dentro del escenario de la política. En ese sentido, la disputa que se libra en el campo de batalla, y la forma como se conduce, tienen inevitables repercusiones sobre los comportamientos y sobre los resultados que se consiguen en la arena política. Las exigencias propias de la competencia entre adversarios dentro de esta última arena, impondrían necesidades en la orientación del discurso, en la de las imágenes y en los resultados efectivos, tanto como incluso en la de los "falsos positivos" dentro del conflicto armado.

Es como si el triunfo en la arena electoral y en el control del Estado implicara la necesidad de triunfos reales o imaginarios en el terreno de la guerra. En otras palabras: es como si el presidente Uribe necesitara, en el escenario político, de la existencia en el campo de batalla de su enemigo, la guerrilla de las FARC.

Reeleccionismo y guerra

La arena electoral ahora se configura nuevamente como el campo de una reelección. Si la elección de Álvaro Uribe Vélez en 2002, y después su reelección en 2006, fueron determinadas ambas por el conflicto con las FARC, y por su decisión de derrotarlas; lo más probable es que ahora, la guerra contra las FARC sea otra vez el factor de propulsión para que el Presidente consiga que la ciudadanía lo elija por tercera vez consecutiva.

La mina no se ha agotado. La "mina" (que no es naturalmente imaginaria sino brutalmente real) es el conflicto armado. Y que aunque ha sido "explotada" ofrece aún grandes reservas.

El conflicto armado de origen ideológico se ha convertido de tiempo atrás en el eje alrededor del cual giran las tensiones sociales y políticas. Alrededor de este conflicto se definen los perfiles del posible horizonte de construcción nacional. El es el eje de preocupaciones de las élites, a fin de consolidar por fin de modo extensivo su hegemonía ideológica y cultural, asociada con una forma particular de modelo de nación, de estabilidad y paz sin reformas sociales.

Y si bien no ha dejado de ser un conflicto de muy baja intensidad, incluso apenas de carácter periférico -no asociado con una guerra civil o con una fractura interna de carácter catastrófico en el sistema político- sí ha llegado a ser percibido como una amenaza para la seguridad del Estado y para la propia Sociedad Civil.

Aún dentro de los límites de un conflicto periférico y de baja intensidad, las FARC consiguieron durante la década de los 90's un crecimiento que llegó en número a superar los 25.000 hombres en armas; y en Frentes, la cifra de 60, implantados en distintas regiones del territorio nacional. Con el apoyo de este crecimiento llegaron a intentar la transición estratégica hacia la transformación en Ejército y hacia la capacidad de concentración en grandes contingentes para llevar a cabo ataques por sorpresa.

En tales condiciones, Uribe Vélez vino a representar la expresión más condensada de la decisión de las élites en dirección a repeler la amenaza que significaba ese crecimiento de las FARC, y del fastidio y el rechazo que esa guerrilla había conseguido provocar entre amplios sectores de la población civil.

Credenciales reeleccionistas

Los resultados que el Presidente Uribe Vélez ha alcanzado en la guerra contra las FARC pueden constituir las credenciales más convenientes para sus intereses reeleccionistas. En primer lugar, logró que disminuyeran radicalmente todas las acciones depredadoras y agresivas contra la sociedad civil, tales como "pescas milagrosas", retenciones, secuestros y extorsiones. Y en segundo lugar, hizo reversar el proceso estratégico de las FARC de pasar a convertirse en un verdadero ejército y a consolidar su táctica de grandes concentraciones de hombres armados para lanzar ataques masivos por sorpresa.

De hecho, las FARC han pasado, durante la última década, de tener en armas a más de 25.000 hombres a disponer hoy de unos 8.000 a 10.000 combatientes. Muchos de sus Frentes además han sufrido un debilitamiento manifiesto. Sin embargo, Bloques tan importantes como el Oriental y el del Sur han preservado sus estructuras, mientras el mando central permanece asegurado, a pesar de las dos bajas que sufriera el Secretariado.

En otras palabras, el Presidente Uribe ha conseguido propinarles derrotas parciales a las FARC, y las ha debilitado; pero aún dista mucho de provocarles una derrota contundente, de modo de obligarlas a negociar bajo condiciones de sometimiento.

En tales circunstancias el Presidente puede exhibir el título valedero de haber logrado triunfos ciertos sobre las FARC; triunfos que por otra parte han gozado de visibilidad, mientras que en otro plano no menos importante han traído una tranquilidad y seguridad a amplias capas de la sociedad. Por otra parte, el hecho de que no las haya derrotado, y de que aún diste de hacerlo, no aparece en consecuencia como un objetivo no alcanzado -el principal- dentro del propósito general de la ofensiva militar lanzada por el Estado durante los últimos siete años.

Y aunque no las ha derrotado – cosa que por cierto difícilmente alguien se atrevería a endilgarle como incumplimiento de su proyecto-, lo cierto es que las ha sometido a una acción de prolongado repliegue, que les impide a las FARC pasar a la ofensiva. Además, el combate contra éstas lo ha mantenido bajo los acordes de un discurso nada apaciguador, lo que da siempre la impresión de que no deja margen a fallas en la acción o que no descuida ningún frente dentro de esa lucha.

La Seguridad Democrática c'est moi!

En consecuencia, la línea de combatir sin tregua al enemigo siembra en el imaginario social una secuencia lógica que se expresa en que todo hace parte de una marcha venturosa: lo mismo el éxito parcial que la ausencia de éxito final. El primero porque muestra que se puede conseguir el objetivo, y la segunda -la ausencia de éxito final- porque deja abierta la expectativa de que va a lograrse.

Lo que no se ha conseguido en la lucha contra el enemigo no desvaloriza lo que efectivamente se ha logrado. Así mismo, lo que ha constituido un éxito parcial anula cualquiera posibilidad de que la ausencia de éxito final vaya a desvalorizar los éxitos parciales conseguidos. Que no haya aniquilado al Secretariado no le resta eficacia simbólica al hecho de haber eliminado a Raúl Reyes. Pero haber conseguido eliminarlo oculta la ausencia de una victoria contundente contra el Secretariado.

Todas las anteriores son circunstancias que sirven al Presidente Uribe para ir por un tercer período de Gobierno. Es decir, pare el reeleccionismo sin tregua. De esa manera emprendió hace poco menos de un año, la campaña -hecha con los materiales poco nobles de la subliminación política y de la opinión inducida-  en favor de "la reelección de la Seguridad Democrática". Sólo que, a la manera de Luis XIV, quien dijera en la Francia absolutista de los siglos XVII y XVIII, "l'Etat c'est moi", el Presidente podría también exclamar: "la Seguridad Democrática soy yo".

La Seguridad Democrática es la doctrina de combate interno al enemigo ideológico armado al que se le vincula con el terrorismo con el fin de derrotarlo o reducirlo por la vía militar. Pero también es la expresión simbólica, asociada íntimamente con la figura de Uribe Vélez, de lucha sin apaciguamiento contra las FARC.

La campaña política por la Seguridad Democrática está llamada a incorporar, sin contradicción interna, la afirmación de los éxitos obtenidos por el Gobierno y por las Fuerzas Armadas contra esa guerrilla, y la continuidad de la misma acción para obtener lo que aún no se ha conseguido. Siempre con la idea, explícita o implícitamente dicha, de que más pronto que tarde habrá de llegarse a la meta final. La inminencia de un triunfo final alimenta hábilmente la expectativa en favor de la continuidad de la Seguridad Democrática.

La continuidad de ésta es, sin más, la reelección de Uribe. Al Presidente le bastaba con ofrecer creíblemente su decisión de combatir a una guerrilla que, siendo fuerte y habiendo crecido, se enajenaba sin embargo la voluntad de la sociedad civil. Podía hacerlo a fin de presentar los méritos suficientes para reclamar el derecho a un control indefinido del Gobierno. Apoyado desde luego por una opinión pública que se revelaba contra las FARC.

Ahora bien, si a todo ello pudiese agregar -como lo hace- los títulos de haberles propinado golpes ciertos, y de efectos nada despreciables; entonces, a la opinión y a los electores poco les importaría que no haya finalizado aún la tarea. Al contrario, se sostendrán fácilmente en la idea de que es necesario el continuismo del Gobierno con el mismo presidente, para no aflojar en el empeño; y para completar, pero sin plazo, la tarea.

Tal es el mecanismo, dentro de las representaciones mentales de alcance generalizado en la opinión, que el Presidente ha sabido activar eficazmente, y que de paso le ha permitido posicionarse sostenidamente en las franjas de derecha y en el amplio y gaseoso universo del centro político.

Es un mecanismo operante en las representaciones mentales que, al asociar la política de Seguridad Democrática con la seguridad individual, frente a la amenaza de las FARC en fincas, en carreteras o en empresas, da lugar al respaldo de tal política de manera continua; y en consecuencia a la continuidad en el poder de Álvaro Uribe Vélez.

Esa es la base amplia de apoyo para la pretensión reeleccionista del Presidente. Nadie más reuniría las condiciones completas para garantizar esa política, es la otra idea que se transmite. Cualquiera alternativa podría desembocar en una "hecatombe". Otra vez, el conflicto armado sería el centro de referencia en torno del cual se tomarían las decisiones claves dentro de la competencia por el Gobierno. De nuevo, las FARC elegirían entonces contradictoriamente al Presidente Uribe Vélez; si, con todo tiene éxito de su empresa de remontar los escollos jurídicos y políticos del referendo.

 

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