La reelección o los riesgos de una servidumbre autoritaria - Razón Pública
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La reelección o los riesgos de una servidumbre autoritaria

Escrito por Ricardo García Duarte

ricardo garcia

El poder por el poder como motivo y como consecuencias la concentración de los poderes del Estado, la menor competencia entre partidos y la negación de los conflictos sociales en aras de vencer al terrorismo.  Es el balance de la reelección que encuentra el ex rector y profesor de teoría política.

Ricardo García Duarte

¿Democracia contra la democracia?

Y finalmente pasó el referendo. Una iniciativa de carácter popular, mecanismo de la democracia participativa, que sin embargo va a ocasionar daños a la propia democracia. Afectará aún más al Estado de derecho y convertirá al régimen democrático en servidumbre del ciudadano o en mesianismo cuasi-autoritario, con respaldo de opinión.

Es el pueblo contra la democracia, un pueblo que es instrumento de una "clase política" poco recatada frente a la moral pública y a la ley.  Pues el referendo reeleccionista fue impuesto por una mayoritaria coalición uribista que ha reemplazado al Frente Nacional con su espíritu de bloque conservadurizante, lo que paraliza el debate político y lo mete a la fuerza dentro de la lógica de destrucción del "enemigo".

Lo ha impuesto, además, la voluntad insoslayable de El Príncipe, el gobernante que controla toda la agenda política y que quiere ser el Estado, como lo prueba su empeño de cambiar la Constitución por dos veces consecutivas, para que lo reelijan a él y no a otro, cuando aún goza de las atribuciones que le otorga el poder. Atribuciones materiales y sobre todo simbólicas, que rodean a quien encarna esa soberanía originada míticamente en el pueblo.

Voluntad de conservación del poder, no de transformación

Esta voluntad manifiesta del poder por sacar adelante el Referendo o, lo que es casi lo mismo, por materializar un tercer mandato del Presidente Uribe, es en sí misma la demostración de una idea de gobierno. Encierra una manera de concebir el ejercicio del poder donde al aprovecharse de unos aspectos de la democracia como la participación, se distorsionan otros como el equilibrio de poderes, la alternabilidad y la libre circulación de las élites.

Emplearse a fondo por la segunda reelección es en sí mismo todo un programa, pero no un auténtico proyecto político de transformación social o de desarrollo ciudadano. Es un proyecto para controlar los hilos del poder, en su manifestación más pura y a la vez más estéril. Un proyecto auto-referenciado, en el sentido de que el poder sólo se justifica si es para "mí"; de modo que desde el "" del gobernante, es que el poder adquiere algún valor,  deja de lado las necesidades de la sociedad, para dedicarse a las del gobernante.

El sociólogo Anthony Guiddens decía que el poder adquiría sentido si era para cambiar situaciones; para transformar relaciones, podría agregarse. En nuestro caso proyecto político y poder se divorcian, con lo que comienza a desnaturalizarse el ejercicio mismo de este último, en lo que tiene que ver con su dimensión de buscar consensos y de apropiarse de los recursos para gobernar la sociedad.

El ánimo de prolongar el mandato de un gobernante, aún si es bajo los mecanismos de la democracia, se explica, o bien por el sólo interés de mantener el poder y sus ventajas, es decir, por el interés del gobernante y de su séquito, de disfrutar las mieles de éste (lo que no excluye la libido imperandi) o bien por sostener un proyecto de largo aliento, que tiene como propósito la conducción transformadora de la sociedad.

Uno y otro pueden ir unidos o mezclados, pero también pueden separarse. Lo más probable es que a una mayor prolongación de un gobernante, corresponda una más grande desagregación del interés mezquino con respecto al noble propósito. Es decir, que el primero termine sustituyendo por completo al segundo, aunque el gobernante presente la idea de que lo hace para servir a sus gobernados, cuando la realidad es que éstos, después de los sucesivos gobiernos de aquél, terminan por formar una servidumbre generalizada que, instrumentalizada por el gobernante, permite controlar el poder.

De esta manera, la causa noble es sustituida por el puro interés de conservar el poder y  este interés llena el vacío del proyecto que se esfuma. La conservación del poder, aún sustentada en el apoyo popular, pasa a ser una suerte de "programa en el vacío", de "proyecto sin contenido".

Procurar un tercer mandato más allá de los dos períodos razonables, consagrados constitucionalmente por ejemplo en Estados Unidos, con cuya conveniencia Obama sermoneó admonitoriamente a Uribe Vélez, constituye la continuación de un gobierno sin el impulso de un proyecto transformador, deseoso de defender y reproducir el statu quo que mantiene a 23 de los 47 millones de habitantes en la pobreza, mientras prolonga las inequidades sociales que la alimentan.

Seguridad democrática y futuro en el vacío

Justificar nuevamente la reelección con la seguridad democrática lejos de constituir un verdadero proyecto, sólo pone de manifiesto su ausencia. Sostener que hay necesidad de otros cuatro años para el mismo Presidente a fin de derrotar una guerrilla, a la cual el Estado puede seguir controlando o aún derrotar independientemente de quien sea el presidente, es sembrar en el vacío la justificación de un poder que se quiere conservar. Es quitarle de hecho la sustanciación histórica y real que pudiese hacer indisociable la unión entre un momento histórico (la Colombia de hoy) y un personaje político (Álvaro Uribe Vélez).

En realidad, no hay nada que permita establecer ese primordial entronque histórico, por muy bueno que fuese el presidente. No hay nada que obligue a excluir a los demás personajes de la vida política por la sola razón de que fuesen incapaces congénitamente para aplicar la Seguridad Democrática.

¿Un gobernante insustituible?

Otra cosa sería, si se pensase en un sujeto histórico insustituible, una figura providencial, caso en el cual se estaría pisando los terrenos inmateriales e inaprehensibles del mesianismo. Y no simplemente los del interés terrenal y prosaico de una clase política y de un Presidente con una estatura mediana de estadista, aunque, eso sí, dotado ciertamente de una extraordinaria capacidad como dirigente político.

En realidad, el reeleccionismo de Uribe Vélez, reúne tanto los ingredientes del interés mezquino, el de la simple conservación del poder por una élite política que quiere perpetuarse en medio de los vacíos de un proyecto, como los impulsos primigenios de un mesianismo en ciernes. Lo cual, de prolongarse durante cuatro años más, acarreará efectos políticos, institucionales y culturales de carácter regresivo, desde el punto de vista de la democracia liberal.

Instituciones, régimen y cultura política bajo la reelección

Tales efectos pueden sobrevenir en el régimen político y en los equilibrios de su arquitectura institucional. En el juego de la lucha por el poder. Y en la cultura política del país.

1. Concentración del poder

La prolongación de un gobierno por tercer mandato consecutivo puede implicar una concentración mayor del poder en manos del Presidente. Por la marcha inercial de los mecanismos con los que funciona el Estado, el momento crítico de las decisiones tiende a trasladarse hacia la Presidencia, con la prolongación de los mandatos en un mismo gobernante, la acumulación de posibilidades de decisión se depositará en éste.

En un régimen presidencial, "todos los caminos conducen, no a Roma sino al Jefe de Estado". Este último terminará por reunir la mayor cantidad de recursos del poder; debido a razones técnicas en la toma de decisiones o también por la re-concentración visible de la representación frente al pueblo y a las demás instituciones, más dispersas e invisibles.

La mayor acumulación simbólica y material, en los recursos de la decisión y del poder. En primer lugar conduce a una mayor subordinación del Legislativo, simplemente porque en una balanza el crecimiento del Ejecutivo trae como contrapartida el debilitamiento del Congreso. Y en segundo lugar, porque el peso del gobierno hará que las mayorías parlamentarias se aten a su suerte y, al amparo de un sistema de competencia democrática, se puedan ocultar en lo que Guillermo O'Donnell ha dado en llamar una "Democracia Delegativa".

Es decir, una no-democracia en la que el Parlamento abdica de su misión legisladora para ofrecerla al gobierno. Esta situación ha comenzado a verse en el segundo mandato de Uribe Vélez, una muestra fehaciente es la confirmación de las mayorías parlamentarias para legislar en función de una nueva reelección del Presidente.

Esta concentración afecta al régimen político, se desdobla en un debilitamiento de los equilibrios entre los órganos del Estado. Lo cual, inclinando la balanza a favor del Presidente, puede afectar el Estado de Derecho, ése que formal y funcionalmente fija los controles frente a un centro de poder cuasi-hegemónico, como es el de la Presidencia de la República. Se trata de controles y contrapesos que provienen de instituciones como las Altas Cortes, la Procuraduría o la Fiscalía General. Organismos en cuya composición y titularidad influye el Presidente, cuya autonomía relativa ya no estará asegurada en razón de que el mandatario que participó en su nombramiento abandone su cargo. Así las cosas se mantienen a estos órganos en una línea de sumisión frente al Presidente en funciones, además de que éste encuentre condiciones favorables para ejercer su presión sobre ellos.  

Si la excesiva subordinación del Congreso lleva a una democracia delegativa, que rebaja el debate público como proceso previo a las decisiones de Estado; la disminución del control y del contrapeso de la Justicia y la Vigilancia, debilita el Estado de Derecho; de modo que ambos fenómenos van a degradar el funcionamiento de la democracia.

2. Competencia de partidos empobrecida

El segundo efecto tiene que ver con el empobrecimiento del juego de opciones por la conquista del poder; y con las restricciones en perjuicio de la alternabilidad política. Esta última constituye la posibilidad cierta de que la Oposición o, al menos, distintos miembros de las coaliciones gobernantes, puedan acceder al poder dentro de un juego libre de opciones, en los marcos de unas reglas establecidas y respetadas acerca de la competencia interpartidista.

La reelección acrecienta las expectativas de servidumbre con relación al Príncipe, empeñado en conservar el poder. La "clase política", aunque fragmentada en partidos y empresas políticas, sin un proyecto propio, como no sea la conservación de la representación parlamentaria, girará al unísono en torno a quien garantice la conservación del poder. Lo hará por supervivencia, por el interés patronal de conservar lo que maneja. O por simple oportunismo, eficaz en cuanto implique mimetizarse bajo el halo que cubre a un gobernante, apoyado por la opinión y casado con la causa tranquilizadora de la Seguridad, en un país cuyos avances, sin cambios de fondo, destapan mil inseguridades y más de un conflicto.

La reelección disminuirá el debate político, reducirá el sentido de la pluralidad interpartidista, y desvanecerá las esperanzas de alternancia en el poder. Alternancia que no sólo encierra la ilusión del cambio sino el abanico de propuestas efectivas para ensayar en una sociedad, apenas en construcción. Y a la que el hecho de encerrarse en una sola línea de propuestas le ha significado un precario crecimiento sin desarrollo, lleno por otra parte de sobresaltos y de azarosas violencias sin fin.

Con la reelección consecutiva, habría además la continuidad en la sumisión transada por los partidos de la coalición uribista. Habría en consecuencia, la claudicación en las opciones de relevo de sus precandidatos y obturamiento en la renovación de las élites. Es el estancamiento en un juego de alternativas que el sistema debe estimular, en vez de sofocar, tal como lo hace con el razonamiento de que todas las alternativas cargan con el riesgo de permitir el crecimiento de las FARC.

A la domesticación de los partidos tradicionales la reelección del Presidente Uribe agregaría el fenómeno de un trastrocamiento en el proceso de intermediación política con el Estado. Durante cuatro décadas largas (1958-2000), los partidos, la clase política y los parlamentarios se apropiaron, por vía del clientelismo, de la intermediación entre los ciudadanos y el Estado. Después se les arrebató una gran parte con los Consejos Comunales, lo que acrecentó la popularidad presidencial y le dio la condición de intermediario en todos los niveles. Eliminando así una porción sustanciosa del comercio político aunque les mantuvo parte de la burocracia -la que podía y aún la que forzosamente no podía, como las nuevas notarías-.

Entonces, una segunda reelección significaría, para los partidos y la clase política, un trastrocamiento en la intermediación de los servicios y de los favores clientelistas. Intermediación en la que el propio gobernante desplaza a los parlamentarios, aunque los mantiene subordinados, y en la que el juego de la competencia entre los partidos se empobrece por la abdicación de la voluntad a fin de constituirse en alternativa política.

3. Cultura política: entre el statu quo y el "insustituible" que lo garantiza

En todo esto, lo que va es una especie de involución en la cultura política; de efecto perdurable en la atmósfera pública.

La reelección significa  consolidar un universo de actitudes negativas o reactivas para entender la sociedad, es decir, hay una involutiva cultura cívica, en la que los valores prevalecientes no son la libertad o la democracia, sino la seguridad y el combate al enemigo, al terrorismo. Tal combate se lleva de calle los otros valores. El señor Obama lo advirtió en su famoso discurso de posesión: "la defensa de la democracia no debe suponer el sacrificio de valores esenciales como los derechos fundamentales, las garantías civiles o la dignidad de la persona".  

En el discurso oficial el "enemigo" no es la injusticia social sino las FARC. La desigualdad existe porque el terrorismo actúa. La injusticia no provoca los conflictos; son éstos los que no permiten conseguirla. Las guerrillas no son un engendro de los conflictos, son éstos los que son promovidos por las FARC. En consecuencia, no es una determinada forma de organización social, con sus estructuras de poder, las que encarnan la desigualdad, la pobreza y la carencia de progreso. Son los guerrilleros, los terroristas y, por extensión, los opositores los que producen los males en la sociedad. Por ello, con el que se debe luchar para lograr transformación (en realidad una no-transformación) es contra el terrorismo de la guerrilla; aparte de lo cual no hay ya necesidad de reformas sociales profundas que desemboquen en mayor equidad.

Se trata de un discurso que encuentra su asidero real en los atropellos inauditos que comete la guerrilla, pero que lleva en su interior la manipulada inversión de los valores, la de las relaciones sociales y la de los protagonistas que la encarnan, todos puestos al revés.

– El discurso comporta un elemento de carácter omisivo, el de que no hay necesidad de reformas serias en lo social o lo político, pues derrotado al terrorismo, el desarrollo sobrevendrá por sí solo.

– Completa el paquete discursivo el mensaje disimulado de la sacralización de lo existente. Con la segunda reelección presidencial se mantendrá la Seguridad Nacional. Es el Presidente Uribe Vélez, "el irreemplazable"-tal como lo designa Osuna en sus caricaturas- el caudillo poseído por la voluntad y la capacidad únicas de derrotar a un enemigo, con respecto del cual los demás aspirantes a la presidencia podrían retroceder.

Así va haciendo su camino el discurso del gobierno que es finalmente el mensaje de la Seguridad Democrática, en la que los ciudadanos podrían depositar sus anhelos de  libertad no practicada. Es entonces el combate a las FARC y la omisión del proyecto social lo que conducirán a la defensa del statu quo, a la reproducción de lo establecido.

Conducta omisiva frente a cualquier cambio social y discurso del jefe imprescindible son los dos componentes no-democráticos de una cultura reactiva frente a la crítica y a los valores políticos progresistas. Y conformista, desde el punto de vista social, que con otra reelección no haría más que incrementarse y germinar duraderamente, permeando a muchos nuevos ciudadanos durante más de una generación. Tal es, posiblemente, el efecto peor de una nueva reelección.

 

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