
El Plan para reconstruir el Archipiélago en 100 días ha fracasado, y la temporada de huracanes podría tener efectos devastadores… Ojalá no suceda
Gustavo Wilches-Chaux*
“Los desastres no son naturales”
Mucho de lo que encontrarán en los siguientes renglones lo he dicho en otros artículos publicados en Razón Pública. Sigo insistiendo en las mismas inquietudes porque cada vez estoy más convencido de que merecen ser tenidas en cuenta.
Para comenzar, es importante reiterar que los desastres no deberían ir acompañados del adjetivo “naturales” porque esto conlleva a confundir al fenómeno natural que los desencadena, con los daños que ese fenómeno produce cuando el territorio es o se ha vuelto vulnerable.
Al usar el adjetivo “naturales”, se le atribuye a la naturaleza una responsabilidad que debería recaer en los seres humanos que por acción u omisión han contribuido a que los territorios tengan menos capacidad de resistir sin traumatismos los efectos de los fenómenos naturales. Esta responsabilidad es mayor cuando las acciones u omisiones se llevan a cabo “con plena advertencia y pleno consentimiento”, condiciones que el Catecismo de la Iglesia Católica exige para que un pecado sea considerado “mortal”. Generar amenazas y vulnerabilidades suele tener consecuencias mortales.
En ese orden de ideas, es lamentable que el Defensor del Pueblo se refiera al huracán Iota como un “desastre natural”, porque eso parece indicar que no tiene claro que la función de la institución que él dirige no es “defender” al pueblo de los próximos huracanes que llegarán tarde o temprano, sino de las decisiones gubernamentales que, en vez de proteger los ecosistemas y las comunidades, aumentan la vulnerabilidad del “maritorio” (mar-territorio, según nos explica la experta Carolina Velásquez) frente a los efectos de los fenómenos naturales y de muchas decisiones humanas.
Al usar el adjetivo “naturales”, se le atribuye a la naturaleza una responsabilidad que debería recaer en los seres humanos que por acción u omisión han contribuido a que los territorios tengan menos capacidad de resistir
La Defensoría debería pronunciarse prioritariamente, por ejemplo, contra el modelo de desarrollo que desde hace décadas amenaza el bienestar de las comunidades raizales y de los “maritorios” de los que dependen su identidad y la posibilidad de ejercer integralmente sus derechos fundamentales.
“Un desastre es un desastre”
Cada vez que ocurre un desastre, aparece la misma pregunta: ¿por qué no estábamos preparados? La respuesta es sencilla: si hubiéramos estado preparados, muy posiblemente no habría habido desastre.
Según la teoría y las normas, un desastre implica una “alteración intensa, grave y extendida de las condiciones normales de funcionamiento de la sociedad que excede la capacidad de las instituciones y de las comunidades de la zona afectada para volver a la normalidad.” Si estas condiciones no se cumplen, no hablamos de un desastre; posiblemente de una emergencia, cuyas consecuencias son más controlables, menos prolongadas e intensas.
El paso del huracán Iota generó un desastre de gran magnitud para el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, pues además de las pérdidas humanas que lamentablemente causó (providencialmente pocas frente a la intensidad de los daños), alteró de forma tan profunda el funcionamiento de la sociedad, que hasta el día de hoy, el pronto regreso a la normalidad parece imposible.

Le recomendamos: San Andrés, Providencia y Santa Catalina después del huracán Iota
Un plan mal planeado y peor ejecutado
El desastre continúa con el fracaso del Plan 100 con el que el presidente Duque —con muy poco sentido de realidad— se comprometió a devolverle la normalidad al archipiélago en tan solo 100 días a partir del 1 de enero del año en curso.
Aunque ese Plan contemplaba -entre otras muchas promesas- la construcción en ese plazo de 1.134 casas nuevas en la isla, a principios de junio solo se habían construido dos casas. La causa del retraso no puede atribuírsele al Paro Nacional como afirmó ingenua o descaradamente el ministro de Vivienda a principios de junio, pues el paro comenzó el 28 de abril, 17 días después de cumplirse el plazo establecido por el gobierno para darle cumplimiento al Plan 100.
Este y otros indicadores de fracaso sentidos a diario por la comunidad afectada, motivaron la Marcha por la Dignidad convocada por la Federación de Pescadores de Providencia y Santa Catalina, el Comité Cívico Raizal y la Veeduría Cívica de Old Providence.
El 16 de junio, unos días antes de que esa marcha se llevara a cabo, los habitantes de la zona manifestaron su descontento con el proceso de reconstrucción de la Isla durante la visita a Providencia del presidente Iván Duque.
La marginación de las comunidades
Además de los retrasos presentados, el descontento generalizado se debe a que los gobernantes nacionales no han tenido en cuenta de manera efectiva la opinión ni el conocimiento de las comunidades afectadas para tomar decisiones que las afectan de manera directa.
Aunque cada desastre presenta múltiples particularidades, existen algunos principios que pueden aplicarse en la mayor parte de los casos. Uno de ellos es que los agentes externos que quieren contribuir a “reparar la telaraña afectada”, no deben imponer sus decisiones unilaterales (por “técnicas” que parezcan), sino apoyar a las “arañas” locales para que ellas mismas tejan nuevamente la telaraña de conformidad con sus valores y sus prioridades. Son ellas, y no los agentes externos, quienes, deben establecer cómo quieren que sea su nueva telaraña.
Las consecuencias de Iota y la falta de preparación para él son tan intensas que hasta el día de hoy, el pronto regreso a la normalidad parece imposible.
Es importante señalar que la telaraña reparada es un producto importante, pero “La Gran Obra” –siguiendo la terminología de la Alquimia– es la transformación integral de quienes participan del proceso de reconstrucción, principalmente los actores locales.
La identidad cultural de estas comunidades está marcada por la estrecha relación que mantienen con los territorios y los ecosistemas que habitan. Por consiguiente, deben ser las protagonistas del proceso de reconstrucción del archipiélago. Son ellas quienes deben estar al frente del proceso, aunque sin renunciar al apoyo externo a que tienen derecho.
Preguntas a la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres UNGRD
El Plan Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (PNGRD) 2015 – 2025 es “la hoja de ruta mediante la cual se llevan a cabo los procesos de conocimiento del riesgo, reducción del riesgo y manejo de desastres en el marco de la planificación del desarrollo nacional y territorial bajo la política pública de gestión del riesgo de desastres.” El Boletín 082 publicado el 1 de julio por la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres sintetiza en el siguiente cuadro los avances de dicho Plan Nacional a la fecha en cada Departamento.
Fuente: Boletín 082 UNGRD (Julio 1°, 2021)
Termino este artículo con los siguientes interrogantes:
Si el avance de esa “hoja de ruta” en el Archipiélago es 0% (Cero por ciento)
– ¿Cómo se están llevando a cabo “los procesos de conocimiento del riesgo, reducción del riesgo y manejo de desastres”, y en consecuencia cómo se está planificando la reconstrucción del territorio afectado?
– ¿Cómo se está preparando el Archipiélago para una nueva visita de esa Auditoría Implacable que es la temporada de huracanes que ya comenzó en el Caribe?
Para los lectores interesados en saber más sobre la reconstrucción de San Andrés y Providencia recomiendo consultar el podcast “¿Cómo saldar la deuda con San Andrés, Providencia y Santa Catalina?” y el artículo “El pueblo raizal deberá liderar la reconstrucción de Providencia y Santa Catalina” de June Marie Moll, la Directora de la Fundación Providencia.