Chismes entre fiscal y congresista, chismes y contra chismes de Petro. En vez de discutir ideas, los políticos se dedican a destapar escándalos y agredir a sus contradictores. ¿A qué se debe este cambio?
Mario Morales*
Que viva el clic
Según el famoso etólogo Konrad Lorenz, los seres vivos estamos hechos para la agresión. Y eso que Lorenz ni siquiera imaginaba las redes sociales.
La agresión parece ser una de las dos esquizofrenias de esta década en la arena política. La otra es el escándalo como acontecimiento, como forma de comunicación.
No son, como pudiera pensarse, coyunturas emocionales, espontáneas o instintivas, sino estrategias recurrentes que han desplazado la reputación como el valor central para ganar aprobación por parte del público y han puesto en su lugar la visibilidad a toda costa: esa luz tenue y pasajera que se confunde, por su malversación, con la figuración, la fama y el reconocimiento.
Emociones puras y básicas, como ha sido plenamente confirmado por los estrategas electorales en todas partes del mundo . El resto es seguir el libreto.
La ideología ha muerto. Que viva el clic es la consigna en la gestión, consecución y promoción de candidatos y funcionarios públicos, como también en sus formas desairadas y cínicas de comunicación.
Perder es ganar un poco
Lo prueba el rifirrafe entre una fiscal y una congresista —hija legítima de esa forma de habitar la esfera pública, conmoviéndola— que ni siquiera se da por la posesión de la verdad en sus triviales confidencias y que no logra ocultar que, por debajo, hay ajustes de cuentas por desalineamientos con la agenda legislativa del gobierno.
Escándalos que, mediatizados, buscan suplantar los estrados con aires justicieristas, por la vía del escarnio ajeno o la autovictimización, sobrepasando los límites de la ética y la decencia

Agresiones con mentiras de todos los calibres a bordo, en forma de descrédito, mientras las citas y métricas suben como la espuma y comprueban que perder es ganar un poco.
Porque eso tiene la agresividad: alindera bandos y ratifica adhesiones, ciegas por supuesto. Porque refuerza los sesgos de sus seguidores o sus intereses. Y después emerge la carga moral, porque en ese tipo de escándalos también se enfrentan la sevicia y la compasión con la víctima; así como el odio y el apoyo viscerales con el victimario. La moraleja: eso no se hace, pero había que hacerlo…
¿Dónde queda la verdad?
En ese ambiente contaminado de rabia y escándalo, la verdad oscila como un péndulo entre la duda y el bluf. Parafraseando al pretor Julio César, “más que serlo, la verdad tiene que parecerlo” para que, sobre todo, emocione, se comparta y se viralice antes que se descubra su dosis de mentira y engaño. Para entonces, el daño estará hecho y toda rectificación llegará fuera de contexto, en medio de la incredulidad, aplastada por la acumulación de contenidos.
Lo sabían quienes, desde la oposición difundieron el relato amañado de una asamblea de la ONU ajena y desinteresada en el discurso del presidente Petro; pero también quienes, desde la otra orilla y con las misma ardides, montaron vítores y aplausos ajenos para ganar indulgencias. La mengua de la reputación, en ambos casos, pasa a ser un daño colateral, un daño controlado.
El objetivo de atiborrar los cráneos, esto es, sobrexcitar sin espacio para la reflexión, en cada caso, ya se había logrado: la denuncia tiene más efecto que la rectificación, a despecho del juicioso trabajo de fact checking que expuso las mentiras de ambos bandos.
Y así como no sirve como pretexto a los primeros el poder del gobernante para intentar controvertirlo mediante todas las formas de lucha, tampoco sirve a los segundos como mampara el evidente desequilibrio de los medios masivos, incapaces hasta ahora de narrar con estándares de calidad periodística, de manera adecuada, y en todas sus aristas, el primer gobierno de izquierda de nuestra historia republicana.
Controvertir los sesgos, a veces descarados, de los medios privados utilizando los medios públicos para diseminar la propaganda política, es un despropósito con las promesas del gobierno y el deber ser de esos medios. Segunda moraleja: no todo vale.
Filtrar información, y hacerlo de manera descarada, como con el interrogatorio a Nicolás Petro, con el fin de intervenir en la agenda política a través de la agenda mediática, es, sin duda, agresivo y cada vez menos escandalizante, a pesar del intento de construir un reflejo condicionado semanal a punta de papel y clics.
La información, pero sobre todo la información contaminada, no es una necesidad que suscite actos reflejos. Su efecto se mengua en la repetición y comienza a cansar.
La agresión y el escándalo
La agresión simbólica, la física -como en la lamentable y rechazable toma de un medio de comunicación por la minga indígena- y la personal buscan paralizar a través del miedo como advertencia. Pretenden inmovilizar mientras se convierten en otro proceso comunicativo, vertical y autoritario, para reemplazar el argumento, el debate y el disenso.
El escándalo busca sacar al señalado de su zona de confort para llevarlo a responder en otro contexto, tardíamente, sin el mismo nivel de contundencia y a la defensiva; lo obliga a repetir y reforzar lo denunciado en el intento de desmentirlo.
Descalificar escandaliza al tiempo que teje una cortina de humo sobre el tema principal que queda condenado a morir como línea narrativa de contexto o de referencia.
Lo sabe Uribe cuando ataca en lo personal y en lo ético a un columnista que lo insta a responsabilizarse en medio de las denuncias e investigaciones de los falsos positivos.
Lo sabe el alcalde Quintero cuando ataca a una periodista radial que lo interroga por las denuncias de una veeduría sobre asuntos de transparencia.
Lo sabe el presidente Petro cuando personaliza sus exigencias a críticas a periodistas y medios a través de redes sociales.
Lo saben, pero es eficiente para su comunicación política porque desplaza un clima de opinión naciente, por un clima de fuerza en medio de la polarización que se crea, en un conflicto redivivo en cada comentario nuevo, en cada nueva reacción… Floreros de Lorente a diestra y siniestra…
El resultado
El resultado es este ambiente caldeado en el que antes que manejar la agenda pública desde lo discursivo, como enseñaba el canon, se busca llevar a extremos los instintos primarios, incluso si, o con ese fin, invisibilizan la agenda misma.
Por esa razón, de un lado se trazan líneas para distinguirse de los demás en los espejos retrovisores portátiles para insistir en denuncias como la compra desmesurada de medicamentos contra la malaria en el gobierno Duque o su presunta falta de información acerca de cortes e inhibidores de internet y la eventual vulneración de derechos durante el paro de 2021.
Y del otro lado, se insiste en el escándalo contado mil veces y con la misma única fuente sin calidad, en esa construcción narrativa de que no es posible lanzar piedras por el común rabo de paja.
Todo ello explica el constante estado de agitación; la continua invitación a marchas de adhesión; la desfiguración visceral de los rivales en busca de su cancelación o aniquilamiento moral; las versiones o los montajes de rumores para proveer de escándalos, es decir de relatos; y la sed inagotable de los ciudadanos de tomar partido, así ya lo tengan definido, por creencias y prejuicios, desde su primera infancia, y lo reafirmen de manera sectaria en actuaciones y modos de decir.
Escándalos que, mediatizados, buscan suplantar los estrados con aires justicieristas, por la vía del escarnio ajeno o la autovictimización, sobrepasando los límites de la ética y la decencia, y que son acontecimientos efímeros y fútiles, como lo expresó el profesor John Thompson con su teoría de la ausencia de consecuencias.
En ese ambiente contaminado de rabia y escándalo, la verdad oscila como un péndulo entre la duda y el bluf.
Agresiones o escándalos que, no obstante, no pasan, en muchas ocasiones, de ser socialmente calculados, así sus efectos sean tangibles en amenazas y vías de hecho, porque, retomando a Lorenz, la agresividad, tanto controlada como reactiva, son el camino corto al poder o, comunicación al fin y al cabo, su manera de expresarlo sin ambages.
Mientras que el escándalo, retomando a Thompson, ya no es una herramienta de control social, sino un intento continuo de control de la agenda o la forma directa de retomar la iniciativa a través de lo que otros llaman el contagio síquico o de las múltiples expresiones del bluff.
Decía Castells, a comienzos de siglo, que la política era esencialmente una política mediatizada. Habría que complementarlo no solo por la multicanalidad actual, sino porque la nuestra es una política fundamentalmente agresiva, como estrategia, y escandalizante, como máscara, pero más que nada fugaz y tristemente inútil, menos para quienes la protagonizan con tan pocos dones y escasa gracia.