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La Policía y el desgobierno de Duque

Escrito por Juan Carlos Ruiz
Juan Carlos Ruiz

A un año de culminar su presidencia, Iván Duque pierde la posibilidad de emprender las reformas que pide la gente y se limitará a gobernar con la ayuda de una Policía completamente desacreditada.

Juan Carlos Ruiz*

La policía contra la gente

La paradoja y el drama de Colombia bajo el paro nacional consisten en que el gobierno reprima violentamente a las personas sin que exista o intente un ejercicio pleno de la autoridad.

El presidente anunció la intervención policial y de las fuerzas militares para desmontar los bloqueos, pero los manifestantes tienen tomadas carreteras y ciudades. Es común ver que dos personas bloquean una carretera nacional y hacen su agosto cobrando extorsiones para dejar pasar. El desgobierno es evidente.

Esos bloqueos efectuados por un puñado de individuos, sin intervención de las autoridades locales o nacionales, son muestra de la debilidad y el desamparo de la mayoría de los colombianos que comienzan a rechazar las vías de hecho de los manifestantes.

La oficialidad de la Policía brilla por su ausencia en el terreno. No se trata de que un general de la policía supervise un CAI, pero la desconexión que existe con el policía en la calle es enorme; no hay una voz jerárquica que llame al orden, lo acantone y lo dirija directamente.

En mi artículo publicado en Razón Pública en la antesala del paro del 21 de noviembre de 2019, predije las nuevas formas que tomarían las movilizaciones sociales y los paros. Mis predicciones se cumplieron. Sin embargo, no logré dimensionar la forma violenta que tomaría la intervención de la policía con un saldo luctuoso de varias decenas de muertos y mutilados el 8 de septiembre de 2020 y durante el paro de 2021.

Las imágenes de los policías disparando a los manifestantes y algunas veces a los transeúntes, ajenos a las trifulcas como lo mostraron las redes sociales, dejaron la sensación de una fuerza sin ley ni orden, una Policía sin control.

La desconexión que existe con el policía en la calle es enorme; no hay una voz jerárquica que llame al orden, lo acantone y lo dirija directamente.

La violencia inaudita contra los policías también mostró la animosidad homicida de una parte de la población contra la institución. Un divorcio nada deseable para el futuro del país.

En el ojo del huracán

Por primera vez los policías colombianos ocupan las primeras planas de los grandes medios internacionales. The New York Times, la Voz de América, el Nuevo Herald, Le Monde o The Washington Post coinciden hoy en retratarla como una institución asesina y violenta. La Policía colombiana perdió cualquier reconocimiento y la retórica de la “mejor policía del mundo” quedó atrás.

Hace 25 años, durante el proceso 8000, la Policía desempeñaba un papel protagónico para el Congreso de Estados Unidos. El exdirector de la Policía Rosso José Serrano se convirtió en un interlocutor privilegiado de los legisladores estadounidenses cuando se descertificaba y se aislaba al gobierno Samper. Después del Plan Colombia, la policía recibió un aporte cuantioso y sus directores tenían comunicación expedita con los embajadores estadounidenses.

Pero ese lugar privilegiado se perdió hace un par de semanas. Las relaciones de la policía colombiana con Washington se deterioraron y varios legisladores demócratas piden retirar la ayuda internacional.

Foto: Policia Nacional - La brecha que se abrió desde 2019 entre policía y comunidad amerita una reforma a fondo con intervención decidida de personas por fuera de la institución policial.

Una reforma imposible

La exigencia de reformar la Policía es algo que el gobierno de Duque no podrá cumplir: el presidente depende de esa institución para manejar el orden público en medio de la turbulencia.

Paradójicamente, la debilidad de la Policía la haría más receptiva a una posible reforma que además sería bien recibida por otros gobiernos que alguna vez la apoyaron y cooperaron con ella, pero que ahora se distancian.

En el pasado los policías no pudieron oponerse a los intentos de reformas ocasionados por resonados escándalos que indignaron a la opinión como la violación y asesinato de una niña en una estación de policía, la reventa de droga incautada a mafias del narcotráfico o las reiteradas chuzadas. Pero desde hace casi treinta años la Policía dilata, engaveta, ofusca y bloquea cualquier intento de reforma. La última reforma importante sucedió en 1993; de ella queda muy poco.

En 2003 un llamado grupo de notables nombrado por Álvaro Uribe, a sabiendas de lo refractaria que es la Policía a las transformaciones que provienen de fuera de la institución, propuso unas mejoras tímidas que nunca se realizaron.

Finalmente, en 2017 otro grupo de exministros nombrados por Santos presentó un boceto de temas de reforma que se engavetó con el cambio de gobierno, no sin antes anunciar que se seguirían y adoptarían.

La brecha que se abrió en el 2019 entre la Policía y la comunidad amerita una reforma profunda con ayuda de personas externas a la institución, pero con plenos poderes para idear, poner en marcha y evaluar la reforma, al tiempo que conciertan con los policías.

Hay que romper el ciclo perverso actual: se comienza con un gran escándalo, seguido del nombramiento de una comisión externa que a su vez propone una reforma tímida que nunca se realiza.

Si bien había corrupción y escándalos en el interior de la organización, la Policía tenía una imagen favorable. Desde 1994 las encuestas mostraban niveles aceptables de confianza por parte de la ciudadanía, algo poco frecuente en América Latina. Pero desde noviembre de 2019 las manifestaciones pusieron a los policías en el ojo del huracán.

Sin gobierno ni reformas

El 28 de abril de 2021 finalizó anticipadamente el gobierno de Iván Duque. El paro nacional dejó al presidente sin margen de maniobra; pero todavía le queda poco más de un año para concluir su mandato.

Intentar hacer reformas de gran calado en la salud, las pensiones, el mercado laboral, los impuestos —o la Policía — serían otros tantos suicidios políticos. Por eso el gobierno no podrá hacer jugadas osadas en el año que le resta; es mejor no sacudir al avispero, ya que la sensibilidad está a flor de piel.

Adicionalmente Duque es prisionero de sus convicciones: no presenta grandes reformas sociales porque entiende la intervención del Estado como un asunto de subsidios y cualquier reforma de fondo debería beneficiar al llamado “aparato productivo”.

Parece ser que Duque pasará a la historia como un mal presidente y su último año augura horas muy negras. Es un mal momento para este joven político con cualidades como la contemporización, la comunicación, la negociación, la mesura y la ponderación que le auguraban un desempeño mejor que el que mostró.

El presidente enfrentaba una crisis económica que empeoró por la recesión que produjo la pandemia. Pero el paro, los bloqueos y la mala calificación en inversión y crédito internacional formaron la tormenta perfecta. Semejante lastre puso definitivamente el sol a sus espaldas.

Por si fuera poco, la crítica de la comunidad internacional a la represión de los manifestantes deterioró la imagen de este gobierno. A esto se suma una política exterior pobre, por no decir inexistente, un distanciamiento en varios temas con países como Rusia, Argentina e incluso Estados Unidos, y la pueril intención de interferir en las elecciones de otros países que creó una brecha innecesaria.

Parece ser que Duque pasará a la historia como un mal presidente y su último año augura horas muy negras

El Estado y el gobierno mostraron una debilidad preocupante para controlar el desorden. Fueron incapaces de frenar los desmanes y de determinar los autores, inspiradores y materiales, de los actos sistemáticos de destrucción y vandalismo. Además, la fiscalía, la procuraduría y la defensoría del pueblo, dirigidas por allegados del presidente, tuvieron intervenciones pobres durante las manifestaciones.

Duque se rodeó de ministros youtubers: gestuales y vehementes en su comunicación, pero insustanciales en la ejecución. Mucho anuncio, mucha carta de navegación y no pocas hojas de ruta, pero al final poca gerencia y pocos resultados: en últimas un gobierno inoperante.

En definitiva, el presidente acabará su periodo pidiendo tiempo.

Lo que sigue

Mientras tanto se extiende un paro disruptivo con unos autodenominados líderes que no representan verdaderamente a la ciudadanía, un gobierno que promete y no cumple, una policía desprestigiada y exhausta, unas fuerzas militares resguardadas acomodadamente en sus cuarteles y unos alcaldes y un gobierno nacional espetándose mutuamente responsabilidades y recriminaciones.

El hartazgo de la gente aumenta la presión sobre la administración Duque y su Policía. La juventud está hastiada de ser invisible y no tener oportunidades. El público rechaza cada vez más el paro debido a la escasez y al freno de la economía diaria. Los vándalos y oportunistas sacan partido de la situación e incluso se habla de una filtración de milicias y gobiernos extranjeros para desestabilizar.

Con mucho entusiasmo estamos abonando el terreno para un gobierno populista en 2022.

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