La Policía al filo de la navaja - Razón Pública
Inicio TemasEconomía y Sociedad La Policía al filo de la navaja

La Policía al filo de la navaja

Escrito por Juan Carlos Ruiz
Juan-Carlos-Ruiz-Vasquez

Juan Carlos Ruiz VasquezLa Policía colombiana —desbordada por todos lados y víctima de su tamaño y de una estructura inadecuada— no fue capaz de explicar a tiempo la muerte del grafitero y dejó que se activaran los mecanismos de encubrimiento. Lamentable.

Juan Carlos Ruiz Vásquez* 

Ley del silencio, problema estructural

El asesinato de un joven grafitero en Bogotá a manos de un policía no es un hecho fortuito, sino el reflejo de problemas endémicos que aquejan a la Policía colombiana.

Si bien los fenómenos conocidos como “gatillo fácil” son recurrentes en las Policías del mundo entero, el intento de encubrimiento de este hecho y la actitud de la oficialidad denotan un problema estructural.

Los escándalos policiales más recordados en otros países han surgido tras actos de brutalidad policíaca, ante los cuales la oficialidad de la institución se ha mostrado generalmente confusa en sus explicaciones, indolente o ha intentado encubrir los hechos.

La brutalidad puede deteriorar por años la imagen de las fuerzas de policía responsables, por ejemplo:

  • En cuanto a excesos policiales es emblemática la imagen de la golpiza que le propinaron cuatro policías blancos al ciudadano afroamericano Rodney King en Los Ángeles, lo cual produjo violentas protestas, saqueos y destrucción.
  • También se recuerda la muerte por balas policías del ciudadano brasileño De Menezes en el metro de Londres, tras ser confundido con un hombre-bomba en 2005.
  • Más recientemente, la muerte de un adolescente por un Carabinero durante las protestas estudiantiles en Chile llevó a la renuncia del director, el General Gordon.

Estas Policías —reconocidas por su prestigio— tuvieron que intentar mejorar su imagen durante años, tras estos señalamientos.  

Los cuerpos policiales tienen la tendencia a establecer una suerte de omertá o ley del silencio, que busca mantener ocultos todos los hechos de corrupción y de degradación dentro de la entidad.

No sólo es el llamado espíritu de cuerpo lo que lleva a esta solidaridad alrededor del delito, sino un cálculo fino de costo-beneficio donde es mejor no delatar a otros policías, porque todos tienen algo que ocultar y en algún momento la solidaridad de los colegas es esencial para sobrevivir dentro de la organización.

Son casos excepcionales delaciones como las que hizo Frank Serpico en contra de compañeros policías de la ciudad de Nueva York, ya que en general la denuncia trae retaliaciones y siempre se puede morir en un procedimiento por obra del fuego amigo.

Mientras que internamente nadie sabe qué hacer con denuncias entre policías, en el exterior los uniformados en la calle intentan intervenir poco y no tomar muchas iniciativas, ya que entre más actúen, mayor el riesgo de ser señalados por quejarse o de ser objeto de reprimendas por parte de sus superiores. Es frecuente que un agente de policía parezca indolente y poco dispuesto al trabajo.

Vacíos en la Policía colombiana

La policía colombiana no es ajena a estos comportamientos organizacionales a los cuales se han ido sumando otros problemas, como la incorporación masiva de agentes, que ha llevado a serios vacíos en reclutamiento, formación y supervisión:

  • El pie de fuerza en Colombia se dobló en los últimos 20 años. Por ello, los filtros en la selección no logran hoy en día asegurar que los admitidos sean los más idóneos y honestos.
  • Las escuelas policiales no son suficientes ni adecuadas para formar cabalmente a los nuevos reclutas.
  • Los policías no llegan a incorporar los protocolos exigentes que otras Policías del mundo dictan al uniformado para delimitar su actuar en diferentes situaciones.
  • Desenfundar un arma ante cualquier situación o hacer disparos al aire o al piso para amedrentar son actos normales de nuestra Policía, pero severamente sancionados en otros cuerpos policiales.
  • La improvisación en los procedimientos es más recurrente en fuerzas de policía poco profesionales, porque dejan al policía en la calle amplios márgenes de maniobra y de decisión, que lamentablemente degeneran en abuso policial.
  • Un policía bien adoctrinado y entrenado tiende a caer menos en excesos.

Con un número muy grande de patrulleros y pocos oficiales como supervisores, las posibilidades de mantener controlados a los policías de base son muy bajas. Por el contrario, la discrecionalidad del uniformado cuando patrulla es muy alta.  

A lo anterior se suma la queja reiterada de los policías del nivel ejecutivo, que no siempre sienten el mejor trato por parte de los oficiales. La brecha de status y jerarquía entre unos y otros ha sido un motivo de discordia. En este contexto, resulta difícil desarrollar el liderazgo, el ascendiente y la credibilidad para tener controladas las filas.

Tampoco hay un ente externo que logre supervisar e investigar cabalmente las quejas contra policías. Ni el Comisionado de Policía sirvió para estos efectos, ni la Fiscalía o la Procuraduría tienen la capacidad ni el tiempo para dar curso a cientos de investigaciones.

En cuanto a los controles internos, la Inspección General está sumergida en miles de investigaciones represadas y el Director General, segunda instancia en estas materias, no tiene forma de disciplinar a 140 mil hombres. La facultad discrecional para remover policías sospechosos de actos indebidos y depurar la fuerza de manera expedita se convirtió a la larga en una suerte de impunidad —como quien barre bajo el tapete— ya que los despidos no desembocan en investigaciones, penas o condenas.

Sin estos controles, la corrupción puede alcanzar niveles insospechados, que la oficialidad no quiere reconocer, en un intento por mantener la buena imagen de la institución, escudándose en el discurso trillado de “unas cuantas manzanas podridas en un barril de manzanas sanas”.

Sin embargo, hay expresiones preocupantes de degradación que amenazan con sacudir la institución con nuevos escándalos. La participación de policías activos en bandas criminales va a minar la confianza ciudadana, mucho más que la corrupción que se da en los altos niveles de la contratación.

El ciudadano de a pie no se ve directamente confrontado a esta corrupción administrativa con las licitaciones, pero su confianza sí se ve afectada cuando es asaltado por bandas de policías.

El General Naranjo notificó con preocupación el inicio de un estudio pormenorizado de los miembros de la policía, incluso apelando al temido polígrafo; un anuncio marginalmente registrado por los medios de prensa, pero que demuestra ya signos claros y preocupantes de descontrol.

La triste vida de un agente

Los colombianos conocen mal la vida de un policía:

  • Ser policía en este país es la profesión más peligrosa entre las policías del mundo.
  • Colombia tiene los índices más altos de uniformados asesinados en horas de servicio.
  • Los niveles de estrés hacen que los suicidios entre policías sean cuatro veces más numerosos que los que se presentan en la sociedad colombiana en su conjunto.
  • Sobrellevar la vida en familia es difícil por obra de los traslados y las jornadas laborales.
  • Los turnos de trabajo son extenuantes para todos los uniformados, sin excepción y las horas de sueño son escasas.
  • Los sueldos son aún claramente insuficientes a pesar de la nivelación salarial de 1993, lo que impide tener condiciones de vida aceptables para ellos y sus familias. 

Este policía, con esa enorme carga emocional y laboral, debe lidiar con un público a veces hostil, un público de colombianos, no propiamente de ángeles.

Ahora sí: ¿Qué fue lo que pasó en la 116 con Avenida Boyacá?

Este conjunto de elementos permite tal vez analizar mejor el contexto del asesinato del joven estudiante:

  • El hecho hubiera podido ser presentado ante la opinión pública como lo que fue: un triste y lamentable malentendido, en donde un joven policía con poca experiencia y mal entrenado creyó en la oscuridad que un sospechoso, a quien perseguía, parecía querer sacar un arma.
  • Sin embargo, luego alguien plantó evidencia en la escena, una pistola apareció en el lugar seguida por una acusación temeraria de que el joven caído era un atracador de busetas.
  • El intento de encubrimiento, denunciado por los familiares de la víctima, vino a ser más grave aún para la institución, que el propio trágico hecho.
  • La alta oficialidad, que dio explicaciones ante la opinión y la prensa, pareció ser asaltada en su buena fe por la información falsa que pareció provenir de mandos medios, lo que pone en evidencia el desencuentro entre niveles jerárquicos.
  • Además, los supervisores y superiores inmediatos del policía involucrado no llegaron con la rapidez suficiente al sitio de los hechos, como para tomar decisiones acertadas.
  • Se dispararon entonces los mecanismos organizacionales de encubrimiento con tanta celeridad, que dejaron entrever un modus operandi generalizado como respuesta ya aceitada para estos casos.
  • La Procuraduría debió tomar finalmente la investigación en sus manos, ya que la Policía no parecía tener ni la capacidad ni la voluntad de procesar debidamente el caso.

La gran paradoja es que la policía colombiana es una de las fuerzas más profesionales y más apreciadas de la región. Largos años de combatir una delincuencia sofisticada le han dado la experiencia y el reconocimiento internacional, que le permite actualmente formar policías de más de treinta países.  

De manera consistente, desde hace casi dos décadas, las encuestas muestran que nuestra policía tiene la confianza de los colombianos y es una de las instituciones más apreciadas. Su actual Director es el personaje con mayor credibilidad de la sociedad colombiana, a juzgar por lo que dicen los últimos sondeos.

Sin embargo, la Policía parece caminar siempre sobre el filo de la navaja, con el peligro de dilapidar lo ganado, por obra de la corrupción y de los abusos.

Profesor asociado y Director de la Maestría en Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario. Doctor en Politics de la Universidad de Oxford (Reino Unido), donde estudió los temas de policía y seguridad ciudadana. Obtuvo un máster en administración pública en la E.N.A. (École Nationale d’Administration) en Francia. También es máster en administración de empresas de la Universidad Laval en Canadá y máster en ciencia política de la Universidad de los Andes en Bogotá. Fue director de la Maestría en Seguridad y Defensa de la Escuela Superior de Guerra de Colombia y asesor del Ministerio de Defensa. También fue director del Departamento de Ciencia Política y de la Especialización en Opinión Pública y Mercadeo Político de la Universidad Javeriana. Ha sido profesor de planta de las universidades colombianas Rosario, Andes y Javeriana. 

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies