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La pobreza tiene rostro de mujer

Escrito por Milady Garcés
Mujeres y COVID-19

El coronavirus ha expuesto las dificultades de ser mujer y madre en contextos escasez.

Milady Garcés*

Cuidar y proveer en medio de la pobreza

En Colombia y en Buenaventura, quienes nacemos o nos identificamos como mujeres, podemos reconocer que la pobreza tiene rostro de mujer. De acuerdo con la ONU, el 70% de personas que sufren de hambre en el mundo son mujeres y por cada cien hombres, hay ciento veintidós mujeres que viven en pobreza extrema.

En Colombia, el 80% de las personas desplazadas son mujeres y al menos la mitad de las mujeres desplazadas han sufrido violencia por motivos de género. Esta predisposición a la exclusión y vulnerabilidad ha aumentado drásticamente en el contexto de la COVID-19.

Como mujer joven, afrocolombiana, radicada y nativa del puerto de Buenaventura, pensar en el coronavirus y sus estragos sociales significa pensar en mí, en mi madre, hermana, sobrinas, tías y amigas; significa pensar en la mujer de mi territorio.

Pienso en Doña Ana Lucía, una afrodescendiente de 46 años, que vive en la zona rural del distrito de Buenaventura. Estudió hasta primero de primaria, dado que en su comunidad no había acceso a más educación.

Ana me dijo que para seguir estudiando habría tenido que mudarse a la cabecera municipal en Buenaventura y, considerando los gastos que esto implicaba, era imposible hace treinta años para muchas mujeres negras y de zonas rurales del Pacífico.

Doña Ana asumió desde muy joven la responsabilidad de un hogar, que consistía en el cuidado de su marido e hijos. Pese a ser víctima de violencia intrafamiliar, se encargó de velar por la alimentación, educación y salud de su familia y las dificultades de dicha labor en el contexto del Pacífico colombiano.

Me pregunto cómo Ana sostiene a sus siete hijos. Recuerdo que se dedica al “mazamorreo” (minería artesanal) y al “pancoger”. Ella va todos los días a la mina y trata de reunir décimas de oro para intercambiarlas por alimentos en las tiendas de su comunidad. Cuando tiene suerte y encuentra algún intermediario o comisionista, le vende su oro a muy bajo precio.

Estamos frente a una feminización de la pobreza. Desde allí entendemos la situación de Ana y el predominio de las mujeres entre la población empobrecida. La pobreza es un fenómeno diferenciado que afecta de manera específica a las mujeres, es decir que se vive distinto si se es hombre a si se es mujer. Esto, sumado a las secuelas del coronavirus, pone de presente un panorama complejísimo.

La pandemia en el corazón del Pacífico colombiano

La llegada de la COVID-19 nos puso a las mujeres de la región en un escenario de miedo e incertidumbre. También despertó en muchas de nosotras la necesidad de movernos para enfrentar afectaciones de salud física y mental, así como los problemas intrafamiliares.

Doña Ana les ha contado a sus amigas que la pandemia disminuyó considerablemente sus ingresos. Para colmo de males, en el primer semestre de este año comenzó la temporada de lluvias en su zona, y el trabajo en la mina se hizo más difícil. Entonces, Doña Ana se vio sola, con siete hijos, sin ingresos y con restricciones de movilidad.

También se sintió emocionalmente confundida, asustada y sola, al ver en la televisión la información diaria sobre una peste que estaba llegando al Pacífico y amenazaba con llevarse su vida, la de sus siete hijos y la de sus vecinos.

Mujeres en Buenaventura durante la Covid19

Foto: Cortesía Milady Garcés-
En Buenaventura a las mujeres nos toca no solo ser trabajadoras, sino madres, profesoras, líderes, y luchar para reivindicar nuestros derechos.

El coronavirus agudizó la crisis que vivimos en el Pacífico y reveló la sobrecarga que esta ejerce en nuestros cuerpos como mujeres. Somos madres, esposas, hijas y líderes que asumimos la tarea inacabable de equilibrar y sostener los procesos sociales, comunitarios, políticos y de subsistencia de nuestros hogares y comunidades.

Pese a esta situación, Ana siguió movilizándose por ella y por sus hijos. Pidió fiado en la tienda y salió al monte al “pancoger”. También trajo papachina, pepepan, ratón y algunas veces caña para atender a su familia. Ana, al igual que muchas otras, sigue cuidado y proveyendo a los suyos en medio de la adversidad.

Con la cancelación de clases presenciales, Doña Ana asumió también el papel de profesora de sus siete hijos, que ahora están en casa; debe motivarlos a hacer sus tareas y guiarlos. En su casa no hay computador y mucho menos internet; sin embargo, las profesoras de la zona rural se encargan cada lunes de entregar unos paquetes impresos para que los estudiantes puedan mantener su proceso educativo.

Así llevamos tres meses. Los contagiados y muertos por COVID aumentan diariamente en Buenaventura, y los ejemplos de mujeres fuertes como Ana son más evidentes. Cada día cobra importancia la presencia de las redes de apoyo, la minga, la mano cambiada y el comadreo: mujeres acompañando mujeres.

Como cuidadora, Ana usa plantas medicinales, bejucos y semillas a partir de su conocimiento ancestral, para atender las afectaciones en salud y proteger a su familia. Además, ésta es su única opción ante la falta de atención hospitalaria: ¿qué más podría hacer ella o cualquiera de nosotras?

Gestionar la crisis con enfoque de género

El 17 de junio de 2020, la señora Ana Lucia Angulo Longa, de 46 años, se quitó la vida con una cuerda atada a su cuello en el hogar que compartía con sus siete hijos. Su caso le pone rostro a la complejidad de las situaciones que vivimos muchas mujeres en el Pacífico.

Pese a nuestra motivación, liderazgo y empuje, nos enfrentamos a las dificultades sanitarias, económicas, sociales y psicoemocionales generadas por el avance del virus en territorios precarios. Las desigualdades que sufren las mujeres en estas tierras son ahora más notorias gracias a:

  • El desabastecimiento de los hogares;
  • El aumento de la violencia intrafamiliar y por razón de género;
  • El riesgo inminente de muerte, dada la falta de infraestructura hospitalaria;
  • La dificultad de acceso a la conectividad para la educación;
  • Las consecuencias psicoemocionales y de salud mental.
Mujeres de Buenaventura amas de casa

Foto: Cortesía Milady Garcés
Ana ahora no solo es líder, es profesora, cuidadora, es una persona que vela por el bienestar de sus hijos y su comunidad

Llamo pues a gestionar esta crisis con especial interés en las afectaciones que vivimos las mujeres y nuestras familias. El enfoque diferencial de género y las precarias condiciones del Pacífico deben jugar un papel importante en el diseño y ejecución de políticas para atender esta emergencia.

Urge tener en cuenta que el conflicto armado, el desplazamiento, las dificultades económicas y la violencia intrafamiliar afectan psicológica y socioemocionalmente la vida de las mujeres y sus familias de maneras desproporcionadas.

El llamado a mis compañeras negras del Pacífico es recordar que siempre hemos estado en pie de lucha, y que han sido nuestras formas de ser y estar en el territorio las que nos han permitido resistir y re existir en nuestras comunidades.

En este escenario es crucial fortalecer nuestras redes de apoyo; que demos paso a la minga, la mano cambiada y al comadreo para apoyarnos entre nosotras desde iniciativas propias.

Como mujer negra propongo que las políticas en el marco de la COVID-19 en el Pacífico promuevan ejercicios desde lo comunitario, porque necesitamos crear entornos protectores, reales y funcionales.

Igualmente necesitamos que las lideresas sociales del Pacífico tengan la oportunidad y el espacio para alzar su voz y dar a conocer las realidades que están viviendo.

Reducir la pobreza en el marco de esta pandemia implica aumentar la conciencia sobre las desigualdades de género y el impacto de la precariedad de la infraestructura territorial, en sus vidas y comunidades, una conciencia social y una corresponsabilidad estatal.

En honor a la memoria y legado de Ana Lucía y a todas las mujeres del Pacífico que luchan, día a día, por sobrevivir por ellas, por sus familias y comunidades, desafiando la esperanza y enfrentando las barreras de desigualdad.

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  • Administradora de Empresas de la Universidad del Valle, magíster en gobierno con énfasis en Construcción de la Paz de la Universidad ICESI,  integra la Red de Liderazgo de Manos Visibles, consultora en estrategia para el Programa de Desarrollo Regional Inclusivo de MIT CoLab para el Pacífico Colombiano, co-fundadora y directora del colectivo Destila Patrimonio.

 

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