El carácter progresivamente obtuso de la política exterior colombiana hace que ésta diste cada vez más de ser una política internacional.
Germán Camilo Prieto Corredor*
Un gobierno terco
Muchos de los desaciertos del gobierno Uribe se deben a que durante los ocho años que ya casi completa se han mantenido iguales varias de sus políticas, de manera terca y a pesar de no obtener buenos resultados. La política económica, la política social y la política de paz -que no la de guerra, cuyas cifras siguen siendo exitosas- sobresalen como ejemplos al respecto:
- La hasta hace algún tiempo creciente inversión extranjera en Colombia difícilmente puede ser vista como un éxito de Uribe, pues si bien las mejorías en la seguridad crean un ambiente más favorable para la inversión, es bien sabido que ésta depende de muchos otros factores relacionados con dinámicas económicas externas que escapan por completo a la gestión del gobierno de un país como Colombia.
- En materia de pobreza no se registran progresos sustanciales, y esto sí es algo donde el gobierno tiene más margen de acción (véase por ejemplo, guardando las proporciones, los logros que en esta materia alcanzó el gobierno distrital bajo la dirección de Luis Eduardo Garzón).
- La política de paz ha sido un rotundo fracaso, pues la desmovilización de los jefes paramilitares no se ha traducido en una disminución de la violencia paramilitar, y con la guerrilla ni siquiera se ha logrado entablar un diálogo que permita el retorno a la libertad de todos los secuestrados.
Sin logros en política exterior
Pero aquí me referiré sólo a la política exterior del doble gobierno de Uribe, probablemente la menos exitosa que hemos tenido en los últimos 30 años. Dejando de lado el análisis individual de las y los cancilleres que han pasado por el Palacio de San Carlos -de los que solamente Carolina Barco y Jaime Bermúdez reúnen las condiciones técnicas para desempeñar este cargo- un balance general de la política exterior colombiana entre el 2002 y el 2009 no deja espacio para los elogios. Un TLC más lejos que nunca de ser aprobado por al Congreso estadounidense debido a la falta de progresos en materia de protección a los derechos humanos y laborales en Colombia; la incipiente negociación congelada de un acuerdo de asociación con la Unión Europea (dentro del marco de una moribunda Comunidad Andina); el deterioro progresivo de las relaciones con la hermana república de Venezuela (¡ojo, presidentes, que los pueblos de la frontera y del interior sí se sienten hermanos!); el aislamiento regional en Suramérica; la ausencia de logros significativos en la relación con Asia-Pacífico; la responsabilidad que corresponde en el desmoronamiento de la Comunidad Andina, proceso del que Colombia sigue siendo miembro activo y a cuyo mantenimiento financiero contribuye; y finalmente, un nulo acercamiento con otras regiones del mundo, como África, Oceanía y los países árabes.
Son estos elementos los más significativos de una evaluación en la que los logros son difíciles de ver, al menos, si pensamos en la política exterior como un instrumento a través del cual un país procura mejorar sus relaciones internacionales, en términos de alcanzar acuerdos que le permitan obtener beneficios y complementar la consecución de objetivos relacionados con las necesidades nacionales (lo que algunos prefieren llamar "intereses"). Es decir, si concebimos la política exterior como una política de proyección internacional, de aumento de la presencia en los diversos ámbitos internacionales, de fortalecimiento de la actuación de un país en estos ámbitos. El gobierno de Uribe no ha alcanzado nada de esto. Pero peor aún, ha insistido en ni siquiera proponérselo. O al menos eso demuestran sus actuaciones y, de manera muy consecuente con su testarudez y obtusidad, la recientemente anunciada agenda de política exterior colombiana para 2010.
Podrán decir algunos que, al igual que en varios asuntos económicos, los resultados de la política exterior de un país -y aun más de uno como Colombia- poco dependen de lo que pueda hacer un gobierno, dado el carácter tan complejo de las relaciones internacionales, la creciente interdependencia ligada a la globalización, la dependencia económica, etc. Aunque no comparto tal planteamiento, admito que la discusión es pertinente. Pero mi argumento aquí es que más allá de lo resultados, el gobierno colombiano no ha hecho las cosas bien, y no ha hecho esfuerzos consistentes para mejorar las relaciones internacionales. Muy al contrario, ha hecho cosas que a todas luces era claro que las iban a deteriorar, como en efecto sucedió.
Sin TLC
Siguiendo con los ejemplos mencionados, no se entiende que el gobierno colombiano no haya tomado medidas significativas para generar un esquema institucional que busque mejorar la protección de los derechos humanos y laborales de los trabajadores y de las trabajadoras, para mostrar al Congreso estadounidense que el gobierno está reaccionando ante sus objeciones en aras de sacar adelante el TLC. Que Uribe diga que "esas objeciones son injustas porque Colombia se esfuerza mucho" es completamente insuficiente. Se trata de cifras, de hechos, no de impresiones. Aun más, las liberaciones de personas implicadas en hechos de violación a los derechos humanos por vencimiento de términos no contribuyen en nada. No es el gobierno quien lleva los procesos judiciales, pero ¿no debería hacer más el jefe del Estado?
Una mala relación con los vecinos
La actuación de Colombia en la Comunidad Andina merece un análisis aparte. Es incongruente negociar un TLC con Estados Unidos si se pertenece a un esquema regional cuya normativa impide a sus miembros negociar acuerdos comerciales de manera individual. Es improcedente bombardear territorios y violar la soberanía de Ecuador, otro país que hace parte del esquema regional, otra nación hermana. No es coherente pretender la negociación en bloque de un acuerdo de asociación con la UE que involucra un tratado de libre comercio, si no se está dispuesto a incorporar las demandas de los países más pequeños. En últimas, no se entiende para qué Colombia sigue siendo miembro de la CAN, si este gobierno carece por completo de un interés en la integración regional.
Lo mismo ocurre con Suramérica. Después de haber sido el último país en darle el sí al esquema institucional de la UNASUR, al gobierno colombiano no se le ocurrió una mejor idea que "esconder" el contenido del tratado de cooperación militar que se estaba negociando con Estados Unidos. Si los demás países suramericanos le pidieron conocer dicho contenido ¿por qué Colombia no lo reveló? ¿Qué tenía que esconder? ¿Si uno esconde algo no es porque cree que algo está haciendo mal? Bastante le costará a nuestro país recuperar la confianza de nuestros vecinos suramericanos. Y estar tan aislados del concierto suramericano no tiene justificación.
Como tampoco la tiene la ponderosa ausencia de esfuerzos que ha mantenido el gobierno colombiano por revertir el terrible deterioro de la relaciones con Venezuela. Es cierto que Chávez ha sido el de los insultos y las provocaciones verbales, peor aún, el de las alusiones guerreristas. Pero el gobierno colombiano le ha hecho el juego, con las rimbombantes respuestas de sus ministros de defensa, con su letargo para buscar apoyos en la región, aprovechar el foro de la UNASUR para contener los ánimos del presidente venezolano, al no asistir a las reuniones regionales, y al no tener la iniciativa de generar un espacio de diálogo que evite que los diarios colombianos se consideren obligados a publicar editoriales sobre la inconveniencia de una "carrera armamentista con Venezuela" -menuda gracia triste que de un lado y otro se haya empezado a considerar la posibilidad de un enfrentamiento bélico-. Las consecuencias del deterioro de las relaciones con nuestro vecino más cercano ya pueden sentirse: una disminución del 70% de las exportaciones colombianas a Venezuela, puentes quebrados y circulación fronteriza restringida. Bueno sería preguntarse cómo se sentirán los habitantes de la zona fronteriza frente a la segunda reelección de uno y de otro presidente.
La obsesión con las FARC
Para completar el negativo balance, nuestro persistente aislamiento. Gran alborozo hizo un sector de la prensa nacional por la intervención de Uribe en la cumbre climática de Copenhague hace unas semanas. Es entendible, porque aparte de eso, Colombia no ha hablado en ninguna otra parte, ni con nadie más. Y por eso es verdaderamente asombroso -aunque consecuente, por lo terco- el anuncio de la agenda de política exterior colombiana para 2010, cuyo eje será el "combate a la diplomacia paralela de las Farc". Habiendo de por medio TLC pendiente con Estados Unidos, acuerdo en remojo con la UE, relaciones destartaladas con Venezuela, esquema regional naciente en Suramérica, narcotráfico boyante, y todo un planeta discutiendo temas de derechos humanos, cambio climático, comercio libre y justo, crisis económica y otros tantos más, el eje de nuestra política exterior es combatir las improvisadas y artesanales expresiones de la causa de un grupo de alrededor de 10.000 delincuentes que son la obsesión de un presidente de una república de 40 millones de personas que padece de pobreza crónica, desplazamiento forzado (no solamente ocasionado por las Farc), corrupción desbordante, violación constante de derechos humanos e impunidad judicial rampante, desempleo, escaso crecimiento económico (nulo en 2009 a pesar de la seguridad democrática), problemas ambientales y climáticos (los incendios forestales, por ejemplo, están más relacionados con la sequía que con los pirómanos), y sobre todo, para el tema que ocupa la presente reflexión, sin una política exterior que establezca de manera clara y sistemática cuál es el papel que Colombia pretende desempeñar en el concierto internacional, qué es lo que Colombia debe conseguir en términos políticos en el mundo para poder realizar acuerdos y obtener beneficios que le ayuden a responder a sus problemas internos, y contribuir a su vez a resolver los problemas globales.
Una pequeña política
Nuestra parroquial y obtusa política exterior hace que Colombia sea pequeña, muy pequeña ante los ojos del mundo. Bolívar quería una grande, seguramente en demasía. Uribe y su equipo diplomático creen que la misión internacional, es decir, la misión de Colombia en el mundo, es derrotar a la diplomacia de las FARC, en lugar de procurar constituir alianzas e involucrarse activamente en ámbitos multilaterales donde se discutan temas de gran relevancia para el país, y donde puedan consolidarse acuerdos que fortalezcan las posibilidades del Estado colombiano para hacer frente a sus numerosos desafíos internos. Pero además, Colombia debería tener mucho que decir sobre el calentamiento global, la ronda de Doha, el narcotráfico, el tráfico de armas y de personas, las migraciones internas y externas, etc. Si Colombia no piensa en su proyección internacional, en su proyección ante el mundo, difícilmente puede aspirar a que el mundo piense en ella. Sin embargo, la diplomacia colombiana prefiere insistir en hacer grandes a las FARC, y hacer ver pequeña a Colombia.
* Magíster en Economía Política Internacional, Universidad Warwick (Reino Unido). Estudiante de doctorado en Ciencia Política, Universidad de Manchester (Reino Unido).