Mientras el mundo escoge su futuro económico y político, en Colombia dejamos que el líder escoja por nosotros.
César González Muñoz *
"Araña los días", aconsejaba Horacio, el poeta Romano. Que es lo mismo que decir "cada día trae su afán". Como en esto de las angustias sobre el porvenir de esta nación y del mundo no hay un sistema de cobertura de riesgos, lo mejor es vivir con el afán rutinario sin dejarse llevar demasiado en serio por la incertidumbre, o por "la pensadera", como todavía se dice en las breñas andinas de Colombia.
Es que uno, puesto a imaginarse el futuro, puede ser llevado por un frenesí mental y emocional: un volantín sin malla protectora. Mejor, arañar los días. Si voy más allá del desempleo y la pobreza y la recesión, y de la insostenibilidad financiera del Estado colombiano, llego a un teatro donde transcurre un drama muy tenso. Allí veo cómo hay en Colombia una lucha entre fuerzas amigas de la dictadura y el despotismo duro, y las fuerzas amigas de la libertad, del respeto a los derechos individuales, de la democracia liberal seria y en serio. Este combate ha llegado hasta la propia alma del Jefe del Estado. Y allá, en la galería, está el grueso de la sociedad colombiana, mostrando su indiferencia. La indiferencia de los auto complacientes (que son muy, muy pocos) y la de los que no tienen tiempo para esa pensadera, porque tienen que asegurarse y defender el pan cotidiano. No me atrevo a anticipar qué lado del combate se llevará el trofeo. La lucha sí es desigual, a favor de las falsas certidumbres del autoritarismo, que cuentan con la hipnosis o la ensoñación de la comunidad, y que se han ganado varias escaramuzas. Pero bueno, la democracia tiene más chance que la Selección Colombia de fútbol.
Creo que Colombia se está jugando ahora mismo sus caminos futuros. Posición abierta. No hay coberturas.
El mundo también está en crisis, en el sentido de tener que escoger entre caminos que se bifurcan. En lo político e institucional, se dirige hacia escenarios institucionales y políticos que parecían haber sido derogados para siempre en las últimas tres décadas. El colapso de la demanda mundial, la caída de buena parte del sistema financiero y el crecimiento de la masa de desempleados han llevado a una masiva intervención de los Estados en países ricos que, hasta hace poco, eran campeones de la "libre empresa".
Ahora, en Estados Unidos (sólo un ejemplo) el Estado es el directo responsable del mercado hipotecario. Devolverle esa pelota al sector privado podría tomar décadas. La propiedad estatal de grandes empresas en el mundo rico va a producir, sin mayores dudas, un gran cambio en los alcances, objetivos y perspectivas de la regulación y la supervisión de bancos y de las grandes corporaciones en general. El poder legislativo se pondrá a mirar muy de cerca el desempeño y las estrategias de mercado de las nuevas propiedades públicas. Inevitablemente, los políticos profesionales se inclinarán a considerar estas adquisiciones como nuevos instrumentos de manejo de sus relaciones con el electorado.
En Estados Unidos, donde el tejido social es generalmente muy desconfiado del gobierno y de la propiedad estatal, han ocurrido cosas realmente inauditas en este campo. Algo parecido ha tenido lugar en Japón. En Europa, donde la democracia social y el Estado intervencionista han tenido larga historia, ha sido aún más fácil ampliar la frontera del capitalismo de Estado. Las locuras de la libre empresa llevaron a este empujón del estatismo, que podría producir una larga inercia. Todo ello tendrá fuertes implicaciones culturales y políticas. ¿Combinarán bien el estatismo con la democracia liberal? Veremos. Ese es, precisamente, el sueño de la socialdemocracia.
*Miembro fundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.