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La pandemia como drama de la ética

Escrito por Hernando Gómez Buendía

Hernando Gomez BuendiaDilemas y decisiones en medio de una crisis que no tiene precedentes. Jefes de Estado y alcaldes, médicos y mensajeros, usted y yo y el vecino estamos viviendo el drama de ser humanos. Demasiado humanos.

   Hernando Gómez Buendía*

La trama

El drama que hoy vivimos es el de la escogencia, y la escogencia es la esencia de la ética.

Por eso esta pandemia es el momento supremo de la ética en la historia conocida de la humanidad: nunca antes tantas personas habíamos sido obligadas a escoger tan a sabiendas entre cursos de acción con tan graves consecuencias.

También por eso sentimos tanta angustia. Lo diré con las palabras de Sartre en su obra de teatro Las Moscas, cuando Orestes dialoga con el dios de los griegos y éste le pregunta cuál es la diferencia entre ellos dos: “tú eres un dios y yo soy libre –le responde Orestes-; estamos igualmente solos y nuestra angustia es pareja”.

Ser humano es ser libre de escoger, y escoger a sabiendas causa angustia.

Pues la COVID-19 tiene de horrible -y de hermoso- que nos obliga a ser radicalmente humanos: hoy todos los habitantes del planeta estamos tomando decisiones graves y conscientes -mientras que antes solo algunos lo hacían o cada uno lo hacía, pero en distintos momentos-. Ésta, creo, es la trama más profunda de la crisis sin par que está viviendo el mundo.

Escogencias, negaciones

Quedarse sin dinero o arriesgar la salud, salir o no salir a la calle, subirse o no subirse a un bus, pagar o no pagar las deudas que teníamos, proteger al abuelo o exponerlo al contagio… Las cosas que eran obvias y triviales se nos han vuelto dilemas acuciantes, y cada uno de nosotros está siendo forzado a medir las consecuencias de decisiones que hasta ayer no tenían importancia.

Tomar esas decisiones es un motivo de ansiedad intensa, y la respuesta instintiva es decirnos que no tenemos otra opción, dejar que sean las circunstancias, o el jefe, o el gobierno, o el azar, o el Dios de cada uno quién decida por nosotros. El punto es uno mismo: el punto es consolarnos -y engañarnos- con la idea de que no fuimos responsables por las consecuencias.

Esa es la condición humana. Ese negar obstinado de la propia libertad es lo que nos permite vivir en un mundo que siempre ha sido incierto, es la “minoría de edad” que desde Kant sabemos nos impide ser personas que de veras se asumen como tales, es el paraíso perdido de la infancia de Freud o de Lacan, la negación de la vida en que la vida humana suele consistir.

Solo que ahora es más difícil ocultarnos que de las cosas simples que hagamos o no hagamos -lavarse las manos o usar el tapabocas o pasear al perro o usar el ascensor- se siguen consecuencias que pueden ser letales para uno, para los que uno quiere, para el país y para el resto de la especie humana.

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Escogiendo por otros

Cada persona es un peligro para las demás. Cada escogencia mía afecta a los que me rodean, cada escogencia ajena me concierne. Esta es la definición social de una pandemia.

Por eso los conceptos y dilemas nodales de la ética han saltado al primer plano: deber-derecho, autointerés-solidaridad, igualdad-inequidad, libertad-autoridad, prioridad de unas vidas sobre otras, actividades esenciales o superfluas, consecuencias directas e indirectas, muertes por la COVID o por el hambre…

Foto: Alcaldía de Bogotá
A la única ética que podemos acogernos es a la de los datos, el conocimiento, la información.

Estos dilemas existen para todos, pero en el caso de algunos son aún más apremiantes. Es el caso, en especial, de los trabajadores de la salud, a quienes les pedimos que arriesguen sus vidas, y quienes deciden a su vez sobre otras vidas:

  • ¿Por qué los médicos y enfermeras no se pueden negar a trabajar? En la ética médica existen varias justificaciones posibles del “deber de curar” –la teoría del consentimiento expreso que implica el título profesional, la del consentimiento tácito, la del entrenamiento especializado que recibieron, la del “contrato social” que subyace a toda profesión…-. Pero no es claro que esto valga cuando el riesgo es la vida y ni siquiera se han provisto los implementos mínimos de bioseguridad (sin mencionar los contratos precarios ni los pagos a destajo).
  • ¿Cuál paciente examinar en el laboratorio, cuál asignar a la UCI, al oxígeno, al respirador, cuál dejar simplemente que se muera, cuándo intentar medicamentos “compasivos” (tipo Remdesivir o Cloroquina), quiénes tendrán primero acceso a los remedios y vacunas? Estos dilemas propios de la alta medicina se extienden hoy a cualquier practicante, multiplicados por la escasez de elementos y enturbiados por las inequidades en el tipo de seguro, el origen social, el color de la piel, el país o la ciudad de residencia que ahora están mostrando lo peor de sus rostros.

Escogiendo por todos

Más difícil todavía es la tarea de los gobernantes que, con sus rasgos y flaquezas personales y políticas, fueron puestos en el trance de escoger entre la muerte y la ruina de miles o millones de conciudadanos. Aunque intenten engañarse con aquello de “salud o economía es un falso dilema”, la pandemia consiste precisamente en esto:  riesgo de muerte para quien prosiga sus actividades habituales de trabajo, consumo, educación, e incluso de recreo.

Cada decisión –o cada omisión- del gobernante es por eso una apuesta angustiosa por más enfermedad o por más hambre. Tan solos como Orestes o como el dios de Orestes, los gobernantes son humanos, demasiado humanos.

Hay una sola base ética o un solo faro que puede orientarlos en esta hora crítica: el respeto a los hechos y a las verdades de la ciencia, la información trasparente y el apelar a la razón que está en todos nosotros y es por tanto la base de la ética o el consenso no impuesto. Contra todos los profetas de la estupidez, esta es la hora de la modernidad y de atreverse, como decía Kant, a una ética adulta.

Basta pensar en Trump, en Bolsonaro, en AMLO o en Maduro para entender el valor de las verdades de la ciencia y gobernantes que no pretendan engañar al pueblo. Ellos personifican la ceguera de las ideologías o de las convicciones previamente establecidas; como Nietzsche dijo en Humano, Demasiado Humano: “Las convicciones son más peligrosos enemigos de la verdad que las mentiras” (aforismo 482).

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Escoger es renunciar

Esa ética adulta presupone el respeto a la verdad, pero no se agota en ella. La vida humana sigue estando hecha de valores que a menudo se excluyen mutuamente: libertad o cuarentena, privacidad o prevención de contagios, subsidios a la empresa o al hogar… muertes por la COVID o por el hambre. Escoger es renunciar, y renunciar es el precio de estar vivo: esta es la ética adulta.

Hay otras éticas adultas, además de la kantiana, y los utilitaristas por ejemplo propondrían que el gobernante tenga como meta minimizar el número de muertes directas e indirectas –las de COVID, más las del hambre, más las de otros enfermos no atendidos por los hospitales…-. Esta es una ruta promisoria; pero, además de las dificultades para hacer el cálculo, aquí tendríamos que la vida es el único valor o el único que vale en estas circunstancias.

También cabría incluir otros valores u objetivos deseables: mantener los empleos, cuidar la privacidad, preservar el Estado de derecho…Esta “función de utilidad compleja” implicaría atribuirle un precio a cada uno de los factores escogidos, incluyendo el precio de una vida humana: es esto lo que hacemos, sin querer darnos cuenta, al escoger por ejemplo la porción del presupuesto nacional que cada año se invierte en la salud.

Foto: Gobernación de Caquetá
A los médicos los obliga su ética médica ¿pero al punto de tener que entregar sus propias vidas?

La vida personal y la vida social están hechas de dilemas que no tienen solución y que obstinadamente queremos esconder. Por eso, además de la verdad, no hay un criterio ético del cual podamos derivar alguna guía inequívoca en tiempos de pandemia: cada propuesta que formule un experto, cada curso de acción que adopte un gobernante ha tomado partido de antemano, ha escogido de manera arbitraria cuánto vale un valor frente a otros valores deseables.

Nos quedan por supuesto las convicciones personales o las moralidades religiosas, ocupacionales, políticas, nacionalistas…que proponen criterios inequívocos y a las cuales se aferran con motivos muchísimas personas del común, profesionales de la salud, expertos y gobernantes en medio de esta crisis. Pero ninguna moralidad particular puede ocupar el sitio de la ética en una sociedad donde quepamos todos.

Lo mejor, los mejores

No hay escape: ser humanos es escoger entre cosas que quisiéramos, y el estremecimiento del coronavirus nos ha hecho volver a descubrir que somos parte de la naturaleza. Eso sí, la única parte que tiene la facultad y la desdicha de poder escoger su futuro.

Y algunos de nosotros, los mejores, están haciendo uso de su libertad para dar, para entregarse y para reconciliarnos con la suprema dignidad de una especie -la única- que también es capaz del heroísmo.

* Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.    

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