La nueva conflagración en Norte de África y Medio Oriente: ¿qué queda de la primavera árabe? - Razón Pública
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La nueva conflagración en Norte de África y Medio Oriente: ¿qué queda de la primavera árabe?

Escrito por Jorge Mantilla
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Jorge_Mantilla_Razon_PublicaLos últimos episodios de violencia religiosa descubren la fragilidad de las instituciones surgidas de la “primavera” y los errores de Occidente en defensa de sus intereses estratégicos.

Jorge Alberto Mantilla*

La pregunta de Hillary

La muerte del embajador de Estados Unidos en Libia — justo el día del decimoprimer aniversario de la caída de la Torres Gemelas — constituye el síntoma más evidente de lo que se ha venido configurando en los últimos meses en esta región del mundo: un reflujo de la primavera árabe, período de turbulencias que se extendió desde octubre de 2010 hasta julio de 2011.

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La última turbulencia llegó a su punto de inflexión con el ataque a la sede diplomática de Estados Unidos en Benghazi, seguido por ataques a otras sedes diplomáticas de ese país.
Foto:libyasos.blogspot.com – NewsPictures/Wenn.com

La última turbulencia llegó a su punto de inflexión con el ataque a la sede diplomática de Estados Unidos en Benghazi, seguido por ataques a otras sedes diplomáticas de ese país: en el Cairo (donde los manifestantes alanzaron a poner como asta una bandera que rezaba “no hay más Dios que Alá”) así como en Túnez, donde fuerzas de seguridad chocaron con manifestantes salafistas [1] que protestaban frente a la embajada, sin mencionar los graves hechos registrados en Jartum y Saná, capitales de Sudán y Yemen, respectivamente.

La mayoría de los medios de comunicación occidentales — incluyendo los colombianos — han interpretado esta crisis desde una óptica cuando menos etnocentrista, propia del “Choque de Civilizaciones”. Los brotes de violencia han sido presentados como una consecuencia casi mecánica de la publicación en Youtube de un video irrespetuoso y peyorativo sobre Mahoma, que hiere las susceptibilidades religiosas de todos los musulmanes, representados como hordas de extremistas.

Esos registros simplistas ponen en evidencia los límites de la política de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) — y principalmente de Estados Unidos — hacia esa región, y la incapacidad de los servicios aliados para leer bien los alcances de la “primavera árabe”.

A raíz de la muerte del embajador Stevens, la Secretaria de Estado Hillary Clinton hizo la pregunta de fondo: “¿Cómo pudo pasar esto en un país que ayudamos a liberar, en una ciudad que ayudamos a salvar de la destrucción?” ¿Podrá decirse que al igual que en los ciclos de la naturaleza, a toda primavera le sigue un otoño?

El desconcierto de Hillary contrasta con su júbilo de octubre de 2011 — cuando el cuerpo de Gadafi era arrastrado por las calles de Sirtre — cuando las convulsiones sociales y políticas del mundo árabe parecían apuntar hacia una suerte de democracia emancipadora de libre mercado, que permitiría el despertar de su letargo religioso y ponerse al día con Occidente en la carrera del desarrollo.

Militarismo “humanitario”

El caso de Libia no solo muestra los límites políticos y militares del intervencionismo humanitario, sino que se ha venido convirtiendo en caso paradigmático en el debate sobre la doctrina de la Seguridad Humana, sobre la “responsabilidad de proteger” y sobre los estados de excepción contemporáneos.

Retomo a continuación algunos rasgos de la “intervención humanitaria” en Libia, liderada por Francia, Inglaterra y Estados Unidos, que ayudan a entender la prolongada inestabilidad de este país.

Como dijera Zbigniew Brzezinski, se trata en este caso tipo “Balcanes globales” es decir, de un escenario geoestratégico dominado por luchas y agitaciones políticas generalizadas, donde participa un número creciente de actores irregulares. Luchas y agitaciones que -más que a una confrontación entre el mundo musulmán y el mundo cristiano- obedecen al regreso de la identidad como centro de la política internacional, bajo la forma de la indignación del pueblo árabe tras una década del “fin de la historia”.

El manejo de las crisis árabes de 2011 por parte de Estados Unidos y de un sector de la OTAN— hoy criticado ante el fracaso inminente del Plan de Paz en Siria — respondió al uso estratégico del “militarismo humanitario”, que durante las dos últimas décadas ha servido para intentar configurar una arquitectura global de la seguridad, en concordancia con el nuevo des–orden mundial.

Jorge_Mantilla_Primavera_identidadLuchas y agitaciones que  obedecen  al regreso de la identidad como centro de la política internacional.
theworld.org

La justificación teórica de esta forma de intervención consiste en que la tutela internacional de los Derechos Humanos debe prevalecer sobre otros principios del orden westfaliano — como son la inviolabilidad de la soberanía estatal o la no injerencia —, y que la inacción por parte de las potencias implicaría complicidad frente a las crisis humanitarias.

Este enfoque se superpuso a una teoría de seguridad donde las amenazas no son necesariamente de naturaleza militar y exterior, sino que pueden resultar de factores sociales, económicos o incluso ambientales, que ponen en riesgo ya no la supervivencia de los Estados, sino la de los individuos.

Entre esas amenazas hay algunas que provienen del régimen político — como en el caso de Libia — de modo que queda legitimado el uso de las armas más sofisticadas de la guerra moderna — como los “drones” o aviones no tripulados — para defender los Derechos Humanos.

Aunque en cierta literatura especializada se denomina “guerras humanitarias” a este tipo de intervenciones, la economía de fuerzas subyacente apunta en realidad a operaciones militares que eviten un efecto de contagio o “spillover”, que prevean las externalidades o repercusiones indirectas que a su vez desemboquen en escenarios de violencia colectiva parecidos a la guerra civil.

Una mala intervención

El uso inadecuado de la fuerza en Libia por parte de Francia, Inglaterra y Estados Unidos — país que evitó al máximo comprometerse militarmente con el derrocamiento de Gadafi para no repetir las debacles de Afganistán e Irak — los hizo caer en la trampa de una escalada de violencia agenciada por milicias de índole tribal y de ejércitos privados, que explica en gran medida cómo una dinámica de “exclusión del espacio aéreo” degeneró en un escenario de “state–building” de profundas complejidades, tratando de reconstruir las instituciones en un postconflicto que no comprenden ni controlan.

Jorge_Mantilla_Primavera_TripoliLa ofensiva final hacia Trípoli necesitó de la intervención terrestre de las fuerzas especiales británicas ante la resistencia opuesta por el régimen de Gadafi.
Foto:Tomada de BBC

Durante más de seis meses — de marzo a octubre de 2011 — el autodenominado Consejo Nacional de Transición Libio (CNT) recibió armas, municiones y financiación por parte de Francia y de Gran Bretaña para preparar su ofensiva final hacia Trípoli, que sin embargo necesitó de la intervención terrestre de las fuerzas especiales británicas ante la resistencia opuesta por el régimen de Gadafi.

Dado el carácter heterogéneo y fragmentado del CNT libio — que llevó, por ejemplo, al asesinato del general rebelde Abdul Fatah Younis en julio de 2011 — no hubo ningún control serio sobre la distribución y el uso del material bélico enviado en barcos y aviones a los rebeldes, lo cual ha sumido a la Libia post-Gadafi en una ola de inestabilidad política y tribal.

Ya en enero de 2012, el enviado de Naciones Unidas a Libia, Ian Martin, expresaba su preocupación por la incapacidad del Consejo Nacional de Transición para controlar estas milicias que mantenían más de 8.000 simpatizantes de Gadafi privados de la libertad, según Amnistía Internacional.

La claridad del interés y del objetivo que se está persiguiendo debe ser una de las principales características de toda intervención militar exitosa, para que lleve a salidas duraderas a los conflictos.

La intervención en Libia fue ambigua: si bien se apeló al principio de responsabilidad de proteger, derivado de la doctrina de la Seguridad Humana, terminó con la muerte de más de 15.000 personas según Naciones Unidas (el Concejo Nacional de Transición cuenta 30.000).

Los demonios de siempre

Tras el reporte de una “victoria aliada” en Libia se transmitió en directo el linchamiento de de Gadaffi quien debió haber sido sometido a juicio. Este hecho constituye un mal augurio, puesto que la intervención se había legitimado en nombre de la superioridad moral de Occidente y su postura vertical en relación con los Derechos Humanos.

Pero quizá más preocupante es la manera como Estados Unidos ha interpretado esta nueva crisis en clave electoral, ante la aceleración de la carrera presidencial: una parte importante de la opinión pública intentará demostrar una vez más, que dado el carácter coordinado y la contundencia de los ataques a sus sedes diplomáticas en la región, el responsable tuvo que ser Al Qaeda y no un antiamericanismo difuso.

Como correlato de lo anterior, el envío de tropas y destructores estadounidenses a las costas libias puede hacer de este otoño árabe un reflujo histórico de tales proporciones que terminemos presenciando un nuevo Mogadiscio [1] que al igual que en 1993, podría causar un daño a la política exterior de Estados Unidos del que tardaría años en recuperarse.

 * Estudiante de Maestría en Estudios Políticos del IEPRI de la Universidad Nacional e investigador del Grupo de Seguridad y Defensa de la misma universidad.

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