La postura de Colombia en el conflicto Rusia-Ucrania no es sinónimo de apoyo a Putin. Algunos sectores insisten en rechazar el diálogo y apostar por la violencia.
Mauricio Jaramillo Jassir*
Una postura consistente
La intervención de Gustavo Petro en la Cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea (UE) volvió a dar de qué hablar. Esta vez por cuenta de la posición que reiteradamente ha asumido de condenar la guerra desde la neutralidad, interpretada por generadores de opinión, medios y políticos como una señal de simpatía o apoyo hacia Rusia.
Se trata de un equívoco o de una estrategia de vieja data con la que se suele desacreditar a la izquierda. Si bien hay numerosas críticas que justificadamente se pueden hacer a la labor exterior de este gobierno, su postura frente a la guerra en Ucrania es consistente, no solo con las promesas de campaña sino con la tradición latinoamericana y colombiana en lo relativo a la paz mundial y a los principios con los que se debe regir el sistema internacional.
Sobre la neutralidad
La aclaración más urgente consiste en diferenciar la neutralidad del apoyo a Rusia. Por lo primero se ha expresado la mayoría de países del Sur Global (antes Tercer Mundo o países en vías de desarrollo) con el fin de poner sobre la mesa la posibilidad de un diálogo para acabar con la guerra.
De forma cínica, la OTAN pretende convencer al mundo de que es posible derrotar militarmente a Rusia a expensas de la vida de miles de ucranianos con una retórica que hace eco de sus intervenciones en Afganistán y Libia.
Esta postura es incompatible con lo expresado por el bloque de la OTAN y Ucrania, quienes se niegan a cualquier asomo de diálogo y exigen un apoyo diplomático y militar a Kiev sin condiciones, con al argumento lógico y constatable de que Rusia es la agresora.
Sin embargo, ese razonamiento tiene dos problemas que el gobierno colombiano ha hecho bien en señalar.
En primer lugar, desconoce que en la actualidad existen dos bandos. Ucrania ha recibido apoyo militar para combatir a Rusia. Rusia ha recibido sanciones. Sin embargo, estas medidas han tenido efectos poco significativos para detener la confrontación. De forma cínica, la OTAN pretende convencer al mundo de que es posible derrotar militarmente a Rusia a expensas de la vida de miles de ucranianos con una retórica que hace eco de sus intervenciones en Afganistán y Libia.
Ya es costumbre que en la Globalización se agite la bandera de la guerra en nombre del mundo libre y los derechos humanos. Incluso en el paroxismo del descaro, se ha apelado a la defensa del derecho internacional para justificar la guerra como salida.
En segundo lugar, aunque sea injustificable la agresión rusa lanzada en febrero de 2022, no se puede omitir el contexto reciente en el que la OTAN (sobre todo Estados Unidos) alteró el equilibrio geopolítico de Europa corriendo las fronteras de la alianza militar cada vez más cerca de Rusia, aumentando innecesariamente la tensión.
La posición del Sur siempre ha sido la condena de ese militarismo y varias voces advirtieron los efectos que podía tener. La postura de Colombia —compartida por Argentina, Brasil y México, entre otros en la región— significa que la guerra tiene una dimensión geopolítica en la que potencias luchan por recursos y, como en las épocas más dramáticas de la Guerra Fría, obligan a la periferia a tomar partido.
De Hussein, Milosevic y Gaddafi se ha asegurado lo mismo que de Putin como supuesta reencarnación del mal que llegó a representar Adolfo Hitler. Sin embargo, hoy Irak, Libia y en menor medida los Balcanes Occidentales se encuentran peor, como resultado de las aventuras militares que en su momento fueron presentadas como “guerras justas”. La OTAN sigue abriendo frentes de guerra que espera que los países del Sur apoyen efusivamente.
Colombia y su postura frente a la guerra
En el pasado reciente, el país fue víctima de la retórica de idealización de la guerra cuando en las elecciones de 2002, Álvaro Uribe convenció a los colombianos sobre la posibilidad de una victoria militar sobre las guerrillas e hizo popular la delirante tesis de que en Colombia no había conflicto armado interno, sino una amenaza que se debía combatir. Los llamados al diálogo fueron interpretados como una señal de complacencia o aquiescencia con la guerrilla.
A la Revista Semana de entonces –de línea editorial y rigurosidad muy distinta a la actual– se la denominó como caja de resonancia del terrorismo, y al director del semanario Voz se le etiquetó como mensajero de las FARC: la misma mecánica argumentativa actual. Cualquier asomo de pedido de negociación basado en el reconocimiento de dos bandos es interpretado como apoyo a Vladimir Putin.
Con el ataque ruso a Kramatorsk en el que murió la escritora ucraniana Victoria Amelina y resultaron heridos Catalina Gómez, Héctor Abad Faciolince y Sergio Jaramillo de nuevo se pidió apoyo a Ucrania y se volvió a acusar a Petro “de tibio” con Putin.
El gobierno emitió un comunicado inicial aliviado por el estado de salud de los colombianos y la periodista extranjera de RFI, pero fueron aumentando los pedidos de la prensa para tomar partido en favor de Ucrania. Petro terminó condenando directamente la violación de protocolos humanitarios por parte de Rusia.
La prensa, los generadores de opinión y en general los políticos colombianos siguen demandando un mayor compromiso con Volodomyr Zelenski, al tiempo que otros sectores se preguntan por el silencio de estos mismos frente a otras tragedias que suceden en paralelo con Ucrania, sobre todo en Palestina.

En solidaridad con la tragedia del pueblo palestino no hay que exijir ayudar militar sino diálogo. Sin embargo, las expresiones hacia esa causa son magras por en estos días.
La indignación de escritores, periodistas en sus mesas de trabajo o humoristas políticos parece canalizada a la guerra en Europa, pero su aparente indiferencia sobre la violencia reciente en Yenín (norte de Cisjordania) parece reveladora.
Suben videos a las redes pidiendo solidaridad por la tragedia ucraniana como en el caso de Juan Manuel Galán y Daniel Samper Ospina, pero causa extrañeza que, con esa capacidad de convocatoria, guarden silencio frente a graves violaciones contra el pueblo palestino.
En medio de la guerra ucraniana han ocurrido cosas tan graves como el asesinato de la periodista de Al Jazeera Shireen Abu Akleh en Cisjordania por parte del ejército israelí o la violenta incursión en el campo de refugiados de Yenín. La ausencia de condenas en la prensa colombiana ha sido aterradora.
Quienes le exigen al gobierno tomar partido por Ucrania deberían detenerse a pensar en por qué no solicitan que Colombia envíe apoyo militar o económico a Palestina. ¿Por qué indigna la neutralidad frente a la guerra en Ucrania, pero se asume como natural preconizar serenamente un diálogo en Medio Oriente?
En solidaridad con la tragedia del pueblo palestino no hay que exijir ayudar militar sino diálogo. Sin embargo, las expresiones hacia esa causa son magras por en estos días.
Pocos países en el mundo han sufrido los rigores de la guerra como Colombia. Por eso debe primar la tradición diplomática y la posición de América Latina, que ha condenado la invasión rusa y reclamado una negociación para terminarla.
El apoyo militar que tanto exige la OTAN solo prolongará el conflicto y hará más difícil la reconstrucción. Ojalá esta sea una oportunidad para que se condene la guerra, cualquiera que sea el lugar donde ocurra, sin imposiciones desde el norte industrializado, y se entienda, de una vez por todas, que se trata de un anti valor que no resuelve nada.
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1 Comentario
El Acuerdo de Munich de Sept de 1938 entre el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania fue el instrumento del que se valió Hitler para invadir la Sudentenland y anexarla al Tercer Reich.
Existe un debate histórico sobre si Chamberlain (el Primer Ministro Británico por entonces) pretendió apaciguar a Hitler para salvar su propio pellejo (y el de los soldados que el Reino Unido, Francia y otros habrían tenido que enviar para enfrentarse de manera inminente a Alemania en la batalla para proteger la integridad territorial de Checoslovaquia) o más bien aplazar estratégicamente la confrontación armada para ganar tiempo en la preparación de su país y los aliados para la guerra.
El profesor Jaramillo hace un llamado para mantener la «neutralidad» en una situación similar. Claro está que Colombia está lejos de ser uno de los actores principales de la lavada de manos que permitiría que Rusia se afiance en territorio Ucraniano. Pero eso no es una postura neutra. Ni siquiera es una postura tibia. En la práctica es un respaldo no estratégico a Putin. ¿Cómo se beneficia Colombia con este respaldo? No parece muy claro… Bielorusia, Hungría, etc. que pertenecen a la esfera de Putin le hacen una apuesta a un beneficio concreto que emana de la alianza (aunque sea tácita) con Putin… ¿será que Colombia tiene alguna aspiración comercial en la que podría beneficiarse de recibir pagos en Gas? La posición de Alemania (más tibia que neutra) se justifica por la dependencia del Gas Ruso. ¿Acaso Colombia aspira a jugar un papel activo (quizá de mediación) en las conversaciones entre Putin y Zelensky?
En la práctica, la posición de Colombia no es neutral y mucho menos práctica. Ya en el pasado el país cometió errores históricos por intentar mantenerse «neutro». Por ejemplo, al abstenerse en la votación de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre la Declaración de Partición de Palestina, el país «metió la pata» si lo que pretendía era plantearse en «neutralidad». ¿Será que Petro y el profesor Jaramillo se sueñan ver un contingente del Ejército Colombiano luciendo los Cascos Azules de la ONU? Algunos (muchos) preferiríamos verlos del lado de la OTAN en defensa por la incipiente Democracia Ucraniana que recién se está liberando del yugo que le impuso la historia (primero como tierra de los confines del zarismo (Ucrania en ruso significa literalmente «en los confines») y más recientemente como accesorio de la URSS).