El rol de la música en el escenario colombiano del posconflicto - Razón Pública
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El rol de la música en el escenario colombiano del posconflicto

Escrito por Javier Asdrúbal Vinasco
Secretaría de Cultura

Javier VinascoNumerosos proyectos buscan promover el cambio social a través de la música. ¿Cuáles son los más notorios y por qué son tan importantes para lograr la tan anhelada paz en nuestro país?*

Javier Asdrúbal Vinasco**

La música como herramienta social

La música ha tenido diversas funciones a lo largo de la historia. En algunas sociedades ha sido parte integrante de rituales religiosos y mediante la combinación con la palabra se ha usado para difundir un determinado dogma. En otras, ha sido objeto de contemplación estética o pieza crucial de celebraciones de índole festiva y, en casi todas—como afirmó Christopher Small (Música. Sociedad. Educación, 2006)— ha servido como plataforma para la interacción social.

No obstante, en épocas recientes viene cobrando importancia casi global el ver la música como herramienta que coadyuva a la transformación del individuo, de comunidades y, consecuentemente, de la sociedad. En este ámbito, quizás el proyecto más reconocido en el mundo es el Sistema de Nacional de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles de Venezuela, comúnmente conocido como El Sistema, fundado en 1975 por José Antonio Abreu.
Bajo la premisa de constituirse como una obra social del Estado, declara en su misión que se consagra “al rescate pedagógico, ocupacional y ético de la infancia y la juventud, mediante la instrucción y la práctica colectiva de la música, dedicada a la capacitación, prevención y recuperación de los grupos más vulnerables del país, tanto por sus características etarias como por su situación socioeconómica.” (Fundación Musical Simón Bolívar, 2018).

Proyectos colombianos

El modelo social y musical propuesto por El Sistema se ha replicado en muchos países del mundo con algunas adaptaciones. El primero de ellos en adoptarlo fue Colombia cuando, bajo el gobierno del presidente César Gaviria y como proyecto especial del despacho de la primera dama Ana Milena Muñoz, se creó la Fundación Nacional Batuta en 1991.

Apostar a la música como herramienta de paz

Foto: Gobernación Norte de Santander
Apostar a la música como herramienta de paz

Quizás por razones culturales, idiosincrásicas, de la situación de violencia en Colombia o de los reparos que con el transcurrir del tiempo se le han venido haciendo al Sistema, la Fundación Nacional Batuta fue desarrollando un estándar propio que se apartó de su referente original venezolano principalmente en lo concerniente al modelo pedagógico, la perspectiva de inclusión social, derechos y diversidad cultural.

Esta última materializada, por ejemplo, a partir de la inclusión de repertorios e instrumentos musicales autóctonos y no sólo centrados en la tradición de la música clásica centroeuropea. También el modelo desarrollado por la Fundación Nacional Batuta incluyó el aporte financiero privado y un énfasis particular en “el desarrollo integral y la mejora de la calidad de vida de niños y jóvenes en zonas vulnerables, por la construcción de tejido social, la generación de espacios de reconciliación y convivencia, construcción de capacidades individuales útiles para ejercer una participación activa en la sociedad.” (Fundación Nacional Batuta, 2019).

De un tiempo para acá, la música se ha convertido también en una herramienta que coadyuva a la transformación del individuo, de comunidades y, consecuentemente, de la sociedad.

A partir de la creación de la Fundación Nacional Batuta, han surgido una amplia variedad y cantidad de proyectos en todo el territorio nacional, de los cuales quizás el más relevante es la Red de Escuelas de Música de Medellín, fundada en 1996 por la Alcaldía de Medellín.

Este proyecto cuenta con 27 escuelas distribuidas por toda la ciudad e involucra a más de 5.000 niños y jóvenes principalmente pertenecientes a comunidades vulnerables y marginadas por diferentes condiciones. Aunque en sus inicios la Red, como se le conoce coloquialmente, empezó emulando al Sistema, en la actualidad ha integrado adaptaciones que la han llevado a configurar un modelo propio.

Entre los factores que la diferencian de otros proyectos similares, considero que el más importante es que su propósito se adapta a las condiciones particulares de la ciudad de Medellín integrándose a la transformación social que allí se ha dado en las últimas dos décadas, la cual ha sido objeto de atención internacional. Declara la Red que su misión es “formar seres humanos integrales a través de la práctica artística de la música, generando y fortaleciendo procesos de convivencia y cultura ciudadana desde, con y para los niños, las niñas, la población adolescente, los jóvenes y sus familias a través del disfrute y aprendizaje de la música.” (Red de Escuelas de Música de Medellín, 2017).

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Una renovación necesaria

A partir de elementos como la inclusión social y mejora de la calidad de vida de niños y jóvenes en condiciones de vulnerabilidad, el reconocimiento de la amplia diversidad cultural de Colombia, el desarrollo integral del ser humano, la generación de espacios de reconciliación y convivencia, la construcción del tejido social, la generación y fortalecimiento de procesos de convivencia y cultura ciudadana, se ha configurado una función para la música que, más que un fin en sí misma, la concibe como un medio para la transformación social.

La música tiene un lugar en el posconflicto.

Foto: Biblored
La música tiene un lugar en el posconflicto.

Entender la práctica musical como una escuela de ciudadanía, en donde se inculcan y afianzan valores como la tolerancia, el respeto, la disciplina, el trabajo colaborativo, el esfuerzo a largo plazo, la resiliencia, el reconocimiento de la propia identidad, la dignificación del ser humano, entre otros, es, ciertamente, sentar un nuevo paradigma. Y es a partir de este paradigma que se edifica el rol de la música en el escenario colombiano del posconflicto.

Mirando en retrospectiva la manera en que han venido proliferando este tipo de proyectos musicales, la relevancia que han alcanzado en la sociedad, manifiesta en el apoyo privado y gubernamental que reciben, y teniendo en cuenta las condiciones particulares de Colombia en términos de poblaciones vulnerables a factores como la violencia, migración interna, consumo de sustancias psicoactivas, entre otros, se podría conjeturar que este tipo de proyectos continuarán su línea creciente.

No obstante, en el panorama de la miríada de proyectos que se sirven de las actividades musicales para realizar intervención social en Colombia, ha sido tímida la reflexión académica que permita sistematizar experiencias valiosas, proveer a las instituciones involucradas en este quehacer con estrategias para enfrentar el mundo cambiante, ofrecer plataformas para el diálogo y el reconocimiento, teorizar sobre los modelos de intervención desarrollados en el país, medir hasta donde sea posible el impacto de estos proyectos en las comunidades en donde operan y, a la vez, recoja las necesidades de un mercado laboral amplio que demanda músicos profesionales con competencias que no están contempladas en los programas académicos tradicionales de pregrado y licenciatura.

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Coda

Lo anteriormente mencionado abre una rica vertiente de trabajo que las Universidades deberíamos tener en consideración, e inclusive priorizar, en todas sus funciones sustantivas, es decir, tanto en la investigación, como en la oferta académica y las actividades de proyección social.

Este músico contextualizado en su realidad estará en grado de participar activamente en la solución de las problemáticas que enfrenta la sociedad colombiana, desde su quehacer específico.

Esto conlleva a imaginar un perfil de egreso renovado, un músico con nuevas competencias que, yendo más allá de lo técnico musical y las herramientas pedagógicas, integre en su perfil el conocimiento concerniente a la realización de intervenciones sociales, sepa relacionarse con las comunidades, posea nociones sociológicas y antropológicas que le permitan entender la diversidad cultural, y desarrolle una gran sensibilidad por lo social.

Este músico contextualizado en su realidad estará en grado de participar activamente en la solución de las problemáticas que enfrenta la sociedad colombiana, desde su quehacer específico. Es, además, la oportunidad para plantearse programas académicos orientados en una medida mayor a la actual hacia el desarrollo integral del ser humano y hacia el saber aplicado en función de satisfacer las necesidades que en el ámbito musical presenta la sociedad.

De esta manera, a través de este tipo de proyectos sociales y musicales, de manera tangencial, natural y complementaria al enorme impacto social que pueden llegar a tener, se consigue alcanzar múltiples beneficios, como lo demuestran la infinidad de casos emblemáticos que han surgido de las instituciones mencionadas.

Por una parte, la superación de los prejuicios largamente arraigados en la sociedad de que la música, en especial la denominada clásica, es una manifestación elitista por doble vía, a saber, por ser un “gusto caro” sólo al alcance de quienes pueden pagarlo, algo que no se compadece con la gratuidad o el bajo coste de la mayoría de los conciertos y la fuerte subvención a las instituciones musicales, y porque su estudio está reservado únicamente para quienes nacieron con un talento particular, condenando al resto de la población a una resignada postura meramente contemplativa, lo cual se desvirtúa al revisar los indicadores de los proyectos masivos aquí mencionados.

Por otra parte, al tener este tipo de proyectos de vocación social una base tan amplia y un alcance familiar y comunitario transformador, están en la base de la formación de público para las manifestaciones musicales y, de paso, sirven a las instituciones de educación superior como semillero de grandes talentos que con el apoyo y la formación adecuada serán los músicos profesionales del futuro.

Finalmente, alcanzar como sociedad un desarrollo musical elevado y una mejor valoración de este tipo de manifestaciones culturales augura vitalidad y sostenibilidad al quehacer musical, al tiempo que le da sentido, arraigo y pertenencia en la sociedad. Es reconocer la función y el aporte intangible pero evidente de la música, tan necesario en la sociedad colombiana, urgida de sensibilidad y valores que permitan alcanzar la tan anhelada, como esquiva, convivencia en paz.

*Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad EAFIT. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.

**Doctor en Música con una destacada carrera como clarinetista que lo ha llevado a tocar conciertos alrededor del mundo y a publicar 15 CDs, uno de ellos nominado al Grammy Latino. Actualmente trabaja en la Universidad EAFIT como profesor de clarinete y Jefe del Departamento de Música. Estas reflexiones hacen parte de los resultados del proyecto de investigación «Música comunitara: función social de la música en el escenario colombiano del posconflicto» de la Universidad EAFIT. 

 

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