En el contexto de la paz territorial, un examen crítico del papel del Estado en los procesos de modernización, desarrollo y violencia resulta adecuado para darles voz a las víctimas de la estatización forzada.
Estefanía Ciro*
Imágenes del Estado: cultura, violencia y desarrollo
Ashis Nandy
México, Fondo de Cultura Económica, 2011, 142 pp.
Ausencia del Estado
En el 2018 se cumplen veinte años de la redacción y firma del Plan para la paz y el fortalecimiento del Estado -Plan Colombia para la Paz-. Esta estrategia se basaba en el supuesto de que la violencia y el narcotráfico se debían a la “ausencia del Estado”, de modo que la solución del conflicto debía consistir en más Estado.
Pocos se preguntaron qué tipo de Estado se necesitaría y muchos menos oyeron a las víctimas, quienes rechazaban la presencia del aparato estatal. Así lo hicieron los colonizadores en Guaviare (1985) cuando se movilizaron contra las operaciones militares en sus territorios. También lo hicieron miles de campesinos entre Guaviare, Putumayo y Caquetá (1996), después de las aspersiones con glifosato y el desastre del desarrollo alternativo. Y otro tanto hicieron los participantes el Paro Nacional Agrario de 2013 ante la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Pese a estas manifestaciones de descontento popular, el relato oficial que legitimó el Plan Colombia fue el de la “ausencia del Estado” como causa de los problemas nacionales. Y sin embargo de un fenómeno al otro hay una gran distancia, que han sabido explotar el propio Estado, algunas escuelas de gobierno y ciencias políticas, periodistas y organizaciones sin ánimo de lucro (ONG).
Ahora entramos a la fase de la paz territorial. Para tranquilidad de algunos, nos repiten que no entraña ningún cambio en el modelo de desarrollo pero, por fortuna, sí implica algo más profundo, una urgente reflexión sobre el modelo estatal imperante en Colombia.
Ahora que se abrieron los espacios para hablar de asuntos acallados por “la violencia del silencio”, la sospecha de Ashis Nandy, en su libro Imágenes del Estado: cultura, violencia y desarrollo, se hace más visible y concreta: a veces los activistas y estudiosos afroasiáticos y sudamericanos no sabemos qué hacer con el Estado.
Entrañas del estado
Ashis Nandy hace parte de una estirpe de intelectuales que diseccionan el colonialismo y sus múltiples expresiones. Desde la India percibe mucho de lo que los intelectuales y las escuelas europeas y anglosajonas desdeñan: no se trata de estudiar “la periferia”, sino de pararse y de pensar desde ahí mismo.
El libro que reseño es una compilación de cinco ensayos sobre el Estado que Nandy redactó entre el 2002 y el 2009 acerca de las formas que moldearon y fortalecieron el modelo colonial y sus contradicciones con la cultura y los modos tradicionales de vida no occidentales.
![]() Ashis Nandy, psicólogo autor del libro en reseña. Foto: Wikimedia Commons |
En el primer ensayo, “Estado: el destino de un concepto” (2008), Nandy inscribe en una perspectiva histórica el surgimiento del Estado nación indio, reafirmando la idea de que es una reciente invención de la humanidad surgida en Europa y que, a pesar de esto, se extiende a lo largo y ancho del planeta como una “verdad eterna” e indiscutible. Frente a los muchos que critican su incapacidad para resolver problemas de los ciudadanos, Nandy nota que nunca antes el Estado había tenido y ejercido un mayor grado de poder.
En “Cultura, Estado y redescubrimiento de la política india” (2008), el autor señala dos formas excluyentes de interpretar la relación entre el Estado y la cultura: por un lado, la cultura contribuye o debilita el sostenimiento y crecimiento del Estado y, por otro, este vela por los intereses o necesidades de la cultura. De allí pasa a un análisis sobre el uso de la ingeniería cultural, la relación del Estado nación indio con el hinduismo y la exclusión violenta de quienes no hacen parte de la modernidad.
Ahora que la sospecha de Ashis Nandy, se hace más visible y concreta: a veces los activistas y estudiosos afroasiáticos y sudamericanos no sabemos qué hacer con el Estado.
En “Cultura, voz y desarrollo. Manual para desprevenidos” (2008), Nandy explica los varios significados de la cultura (como recurso, estilo de vida y resistencia), señalando que el lenguaje de la modernidad busca absorber todos los desacuerdos, contaminar las resistencias y legitimar el poder del Estado. Un elemento central es cómo el desarrollo, la ciencia moderna y el colonialismo son fuerzas que definen un tipo de conciencia donde se suprime otras conciencias -“arcaicas”- y se consolida una élite de encargados de defender la modernización. Las distintas formas de desarrollismo -el tradicional, pero también el crítico y el alternativo- ignoran otras miradas que lo niegan y consideran como un ejercicio represivo, colonial y desacralizador, que reduce lo cultural a la modernidad, destruyendo el conocimiento anterior”, y ataca violentamente a quienes se resisten por medio de un “terrorismo del desarrollo”.
En “Cultura democrática e imágenes del Estado. La interminable ambivalencia de la India” (2002), Nandy expone dos formas de entender el papel del Estado: como el principal instrumento del cambio social, y como subordinado a la sociedad civil. También expone las imágenes del Estado como protector, modernizador y árbitro, aborda el tema del “fortalecimiento del Estado” y la llamada “securitización” de sus funciones.
Finalmente en el último ensayo, titulado “El hermoso y creciente futuro de la pobreza. La economía popular como defensa psicológica” (2009), Nandy discute el fin del mito del desarrollo que acaba con la pobreza, y las formas subjetivas y materiales como esta se precibe y se concibe en la vida cotidiana de los ricos y los pobres.
Aunque el autor se toma libertades con el término cultura -que muchos otros estudiosos no aceptarían-, una de sus contradicciones (cultura frente al Estado) ilustra una ruptura trascendental, la del mundo occidental y no occidental, es decir, entre los marginados y excluidos de los procesos “modernizadores” y las élites que empujan estas transformaciones desde el Estado.
Del Plan Colombia a la paz territorial
El examen de la transición en los términos que ofrece el libro de Nandy resulta muy enriquecedora para un país que está cerca de iniciar una gran transformación en la forma de que su Estado haga presencia en las regiones y donde las luchas campesinas siguen en plena vigencia.
Una de las tensiones en el desarrollo de los acuerdos de paz, que he comprobado en mis trabajos de campo, es la pugna por la cooptación y ejecución de recursos así en el papel se diga que las comunidades iban a tener la voz cantante. La cooperación internacional hace un “estricto control” sobre la inversión de los recursos, que acaba por excluir a las organizaciones de base y por enviar el dinero a los mismos de siempre (incluidos los militares)
Además la coyuntura de la “paz territorial” ha despertado una pugna por los cargos públicos que da lugar a unas “nuevas élites” porque -siguiendo el argumento de Ashis Nandy-, sus miembros cumplen los requisitos de la “modernidad” (estudios en el extranjero, varios idiomas, conexiones con burocracias y élites anteriores). Esta nueva élite está encargada de llevar el país “hacia la paz”, pero termina construyendo una relación colonial con las comunidades que dicen “llevar al desarrollo”.
El tema de la voz es esencial en un proyecto de “paz territorial”. Como señala Nandy, una primera violencia colonial es decirle a los hombres y mujeres rurales que sus sistemas de conocimiento, formas organizativas y autonomías no sirven, no tienen sentido. Cuando una ONG se vuelve intermediadora, traduce las demandas al lenguaje dominantes y de ese modo aplaca las formas de resistencia alternativas al Estado. Las comunidades acaban convertidas en simples receptores materiales e inmateriales, y quienes se opongan son excluidos y señalados. Las ONG que llegan a los territorios no solo se lucran, sino que debilitan y suplantan la voz de quienes dicen representar o educar.
“El ilegal es el Estado”
Un clamor reiterado entre los campesinos en el Caquetá durante el Paro Nacional Agrario era que “la Constitución garantiza nuestros derechos y el Estado no los cumple”. Esto rompe el lenguaje dominante y plantea un quiebre en las maneras como el Gobierno y las comunidades conciben lo legal y lo ilegal.
Frente a los muchos que critican su incapacidad para resolver problemas de los ciudadanos, Nandy nota que nunca antes el Estado había tenido y ejercido un mayor grado de poder.
Nandy señala que el Estado impide la movilización política mediante un marco de lenguaje dominante que legitima la violencia institucional -en forma de estrategias de seguridad nacional- y que acaba justificada como “los costos sociales” del desarrollo y, en este caso, “de la paz”. Eso ocurre cuando desde las esferas gubernamentales se habla de la terquedad de los cocaleros a la hora de sustituir los cultivos ilícitos, que deben ser erradicados a la fuerza, sin que se haya cumplido con los compromisos de la sustitución.
La infinidad de proyectos individualizados y anti-cooperativos en que se puede convertir la “implementación” de los acuerdos de paz rompe las “ecologías de la conciencia” alternativas, de resistencia, de organización, como las juntas de acción comunal y los núcleos comunales en el Caquetá, que implican un trabajo colectivo, un pensamiento de lo rural como una cadena de saberes, de manos y de conciencias en defensa de la tierra y de formas de vida que no entienden la modernidad ni el Estado.
Para terminar, un reto para la academia es construir un lenguaje donde quepan los relatos de las víctimas de las múltiples estatizaciones forzadas.
* Doctora en Sociología de la Universidad Nacional Autónoma de México e investigadora de AlaOrilladelRío, Caquetá, Colombia.