
Por lo pronto, las polémicas declaraciones de la ministra Torres no la obligarán a renunciar. Pero el episodio deja cojo al ministerio de Ciencia.
Claudia Vaca* – Carolina Gómez**
El debate
El debate sobre Mabel Torres, la ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, lleva más de un mes en los medios de comunicación y las redes sociales, y aún sigue encendido.
Como lo han reseñado los medios, la ministra afirmó que una bebida con el hongo ganoderma había servido –al menos en algunos casos– para curar ciertos tipos de cáncer. Sus afirmaciones desataron una tormenta:
- En El Espectador, Pablo Correa reseñó ampliamente las afirmaciones de la ministra. Correa la criticó por apartarse del método científico y por llevar a cabo una investigación que, a su juicio, no cumplió los mínimos estándares éticos que debe cumplir una investigación seria.
- En Razón Pública, William Duica escribió que la ministra era objeto de una “inquisición científica”, que descarta todos los saberes no derivados del método científico ortodoxo.
- De nuevo en El Espectador, Mauricio García Villegas criticó a la ministra por impacientarse ante “la lentitud y exigencias del método científico”, a la cabeza de una institución que se creó para “empezar a revertir nuestro menosprecio por la ciencia”.
Hasta ahora, el Gobierno no se ha pronunciado sobre esta controversia, como ya es costumbre cuando un alto funcionario de esta administración comete una imprudencia. Al silencio del gobierno se contrapone la locuacidad de la ministra, quien ha sido enfática en decir que, al menos por ahora, se queda en el Ministerio.
Una tensión de poder
Las afirmaciones de la ministra Torres abrieron el debate sobre otras formas de conocimiento. ¿Qué lugar le damos en nuestra sociedad al conocimiento derivado de la sociedad, que no se ajusta al método científico y que no es reconocido en el paradigma científico actual?
Una porción de la comunidad científica dominante, especialmente la comunidad biomédica, no le da ningún valor al conocimiento ancestral, es decir, aquel que tienen los pueblos y comunidades indígenas sobre la salud y el uso de recursos naturales, transmitido de generación en generación a lo largo de los siglos. Otra porción, no menor, de los investigadores de las ciencias exactas entienden el valor del conocimiento ancestral como una rica fuente de hipótesis, que deben ser verificadas formalmente.
Se trata de una tensión de poder, no libre de prejuicios, que es universal y que se reproduce y se discute en las universidades, los medios y las publicaciones académicas.

Foto: Presidencia de la República
Firma decreto para la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Pero en este caso, la discusión es distinta, porque se da en el marco del naciente Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Una oportunidad única para este debate, porque esta nueva institución empieza apenas a construirse.
En todo caso, si la ministra se queda en su cargo, aunque sea por un corto período, ¿cómo va entablar el diálogo indispensable para la formulación de las políticas públicas, si la mayoría de las sociedades científicas y médicas se han manifestado en su contra?
Pude leer: La inquisición científica
Dos escenarios posibles
En medio de la tempestad que desató la ministra Torres, quedan los viceministerios, que tienen una agenda de mayor alcance y que, por la trayectoria de sus funcionarios, mantienen canales de comunicación abierta con los investigadores de todas las áreas. Esto permite que la burocracia estatal funcione. Pero la inercia institucional no produce cambios, ni deja que se tomen las decisiones de política esperadas.
Este panorama plantea, al menos, dos escenarios, para no perder el esfuerzo de crear esta cartera -que es el fruto de una larga y nada fácil movilización de la comunidad académica-:
- En el primer escenario, el Ministerio funciona divorciado de la comunidad científica y biomédica;
- En el segundo, se recomponen las relaciones con estas comunidades en todos los niveles.
- Actualmente la ministra se encuentra en el primer escenario concentrada en diálogos territoriales enfocados en las oportunidades de emprendimiento. Es muy probable que después de sus afirmaciones, su participación en mesas y diálogos territoriales se vea bastante afectada.
Pero también es posible que algunos miembros de la comunidad académica en las ciencias sociales aprovechen esta coyuntura para posicionar los resultados de su trabajo, que sugieran nuevas líneas de investigación y que reclamen el diseño de mejores indicadores para medir la producción académica, que representen mejor su labor e impliquen un mayor acceso a los recursos de investigación. Este sería un avance en la materia.
En ese mismo escenario, podría suceder que se opte por fraccionar el diálogo según el interlocutor. Por ejemplo, que los viceministros atiendan, en espacios separados, a científicos sociales, investigadores comunitarios e investigadores de las ciencias naturales. Pero esa fórmula retrasaría el llamado diálogo entre saberes.

Foto: Pixnio
Con las ideas de la ministra alrededor del método científico ¿Empieza con el pie izquierdo el Ministerio de la Ciencia?
La narrativa de la economía naranja que domina las mesas territoriales también fractura el diálogo. El Gobierno podrá presentar el resultado de esta etapa como la democratización del lenguaje de la ciencia y la descentralización de los recursos, más que como el fortalecimiento de las ciencias sociales.
En realidad, se difundiría un imaginario distorsionado. Aún si florecieran pequeñas o medianas empresas en los territorios, se trataría del desvío de los recursos de la ciencia y la investigación hacia asuntos que, aunque importantes, pertenecen a otra esfera. Esto mientras quedan sin resolver los problemas desatendidos a los que el ecosistema de investigación e innovación podría darles prioridad.
Lea en Razón Pública: El caso de Mabel Torres: entre el conocimiento científico y el saber ancestral
- El segundo escenario, el de la recomposición de las relaciones en todos los niveles, empieza con la reanudación del diálogo con la comunidad científica y biomédica.
Para ello tendrían que suceder simultáneamente varias cosas: que el Gobierno disculpara las imprecisiones de la ministra ante las sociedades médicas y científicas que pidieron su renuncia. Un fuerte regaño público. El tardío tirón de orejas facilitaría su renuncia. Con una nueva cabeza en la cartera los médicos investigadores y científicos bajarían la guardia para permitir que todo siguiera su curso.
¿Estarían todos dispuestos a que esto pasara? ¿Qué tipo de disculpa o propuesta de diálogo permitiría que esto sucediera?
Parece que el futuro cercano más probable será el de la inercia, mientras en las universidades y en los espacios académicos continúa el interesante debate que abrió la impertinente ministra.
* Centro de Pensamiento “Medicamentos, Información y Poder” de la Universidad Nacional de Colombia.