La situación de la economía mundial y las contradicciones del gobierno están llevado a Colombia a una tormenta perfecta.
Hernando Gómez Buendía*
Por primera vez en medio siglo, las políticas monetarias están yendo en contravía de las políticas fiscales; esta contraposición resulta de la existencia simultánea de inflación y recesión.
Dicha “estanflación” es un fenómeno mundial. La pandemia resultó en una caída del 15% a 20% en el PIB de los países industrializados, y estos respondieron con un aumento del crédito y el gasto público equivalente al 27% del PIB; el resultado natural fue la inflación, agravada por la guerra en Ucrania y el cierre continuado de China ante la persistencia del Covid-19. Pero el alza de las tasas de interés para frenar la inflación, combinada con la escasez de suministros, está frenando la economía global, y para 2022-2024 el FMI proyecta el crecimiento más lento desde comienzos del siglo.
El desacople entre medidas monetarias y fiscales se está viendo en todas partes. En Estados Unidos, por ejemplo, la Reserva Federal ha aumentado de 0% a 3,75% la tasa de interés, mientras que Biden planea sumar otro 7% al gasto público del 2023. O en Inglaterra se produjo el espectáculo de la señora Truss, que pensaba bajarles los impuestos a los ricos y produjo un despelote financiero.
En Colombia la inflación llegó a 11,4% el mes pasado, y el Banco de la República proyecta un crecimiento cercano a 0% para el próximo año. Esto pone a las autoridades económicas en el trance de escoger entre carestía y desempleo, entre el alza continuada de los precios y la pérdida masiva de puestos de trabajo; por eso no podrá disminuir el “índice de miseria macroeconómica”, o la suma de las tasas de desempleo e inflación.
Dicho de otra manera: el bienestar promedio de la población colombiana no aumentará en el futuro cercano, y lo mejor que puede pasar es que no siga retrocediendo. Mala suerte para el país y mal momento para un presidente que ilusionó a tanta gente.
La estanflación dificulta aún más el trabajo conjunto entre el gobierno y la autoridad monetaria. La prioridad de la junta del Banco es frenar la inflación, y para eso sube las tasas de interés; pero esto sirve de poco cuando la inflación es importada…y además ya mereció la protesta de Petro. La prioridad del gobierno es aumentar el gasto social en la escala gigantesca del programa de campaña; pero el ministro Ocampo se encontró con un déficit insostenible, con la regla fiscal, con una junta del Banco muy conservadora, con deuda externa creciente y ahora con el dólar y las tasas de interés para Colombia disparándose.
De aquí la extraordinaria encrucijada que a dos meses de gobierno está cercando al nuevo presidente: desmontar un modelo de desarrollo, disminuir de veras la desigualdad y lograr la paz total en medio de una escena económica sombría, donde Colombia tiene poco margen de maniobra y donde lo importante, más que antes, tendrá que someterse a las urgencias.
No es que la prensa le invente peleas con sus ministros, no es que los ministros digan cosas opuestas, no es que Petro pelee con el Banco: es que Petro, sus ministros y el Banco andan igualmente metidos en camisa de once varas.
Mejor dicho: es Colombia la que anda metida en camisa de once varas.