La influenza A (H1N1): más preguntas que respuestas - Razón Pública
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La influenza A (H1N1): más preguntas que respuestas

Escrito por Saúl Franco

Saúl Franco

Un repaso sucinto de los hechos, las preguntas, los debates y las implicaciones de la  nueva enfermedad en la voz autorizada de un experto en salud pública.

Saúl Franco

La denominada influenza porcina completa un mes de existencia y expansión. Dado que el virus que la produce puede cambiar o contraatacar en cualquier momento,  todavía no hay certeza sobre los riesgos de salud que implica. Pero a la luz de los hechos conocidos si es posible examinar algunos problemas médicos y no médicos que esta nueva enfermedad ha venido planteando.

No parece  una pandemia

Hasta su último informe (del 23 de mayo) la Organización Mundial de la Salud había reportado un total de 12.022 casos comprobados de la enfermedad, en 43 países y con 86 muertes. Si bien cada una de las tres cifras es importante y constituye un problema de salud pública a nivel internacional, ni la expansión ha sido tan intensa como inicialmente se consideró, ni la letalidad – el número de muertos por cada cien enfermos – es alta: 0.7%. Y estos dos factores – tasa de expansión y letalidad – son esenciales para determinar la magnitud y la calificación del evento y el consiguiente nivel de alarma. Las cifras reflejan más una gripa común que una pandemia catastrófica. No es correcto por tanto afirmar que estemos ya ante una epidemia universal, es decir, ante una pandemia.

Se concentra en tres países

La desagregación de los datos permite avanzar un poco en la comprensión del fenómeno. En primer lugar, si bien ha llegado hasta 43 países, la influenza se ha concentrado en tres: Estados Unidos, con el 55% de los casos; México, con el 32%, y Canadá con el 6%. Es decir, estos tres vecinos, con fuertes vínculos comerciales, han aportado el 93% del total de casos de la enfermedad, configurando por tanto un problema de franco predominio norteamericano.

Es llamativo que habiendo sido señalado México como el país de origen del problema, tenga ahora muchos menos casos confirmados que los Estados Unidos. ¿Tendrá México menos casos de la enfermedad o menor capacidad para diagnosticarla y confirmarla? ¿Sería realmente México el punto de partida?

Colombia sólo ha reportado hasta la fecha 12 casos de la enfermedad, sin ninguna muerte.

Golpea más a los pobres

Pero hay algo más preocupante: el diferencial en la letalidad. Mientras de los 6.552 casos de los Estados Unidos sólo han muerto 9, de los 3.892 casos mexicanos han muerto 75. La letalidad en México (1.9%) es catorce veces mayor que en Estados Unidos (0.14) y 2.7 veces mayor que la letalidad promedio a nivel mundial.

Las enormes diferencias  en el estado básico de salud de la población expuesta de cada uno de los dos países, y en el acceso a servicios de diagnóstico y tratamiento pueden ser dos de las principales explicaciones de esta inequitativa situación frente a la muerte. No tenemos el mismo riesgo de morir frente a una misma enfermedad y, antes que ante pequeñas diferencias,  aquí estamos ante escandalosas inequidades.   

Las cuatro principales controversias

Pero las discusiones sobre esta variedad de influenza no se han limitado al examen de las cifras. Entre otros, cuatro temas más han ocupado la atención al respecto. Son ellos: el  origen de la enfermedad; su manejo; el papel de los medios de comunicación, y los intereses en juego.

¿Dónde se originó la influenza?

Atribuirles el origen de la enfermedad a los cerdos de algunas granjas mexicanas no cierra la discusión sobre este asunto. De hecho los cerdos han sido considerados agentes pero también han sido víctimas de la enfermedad. ¿Será un virus naturalmente generado o será un virus programado? ¿Tiene algo que ver la aparición del virus con las condiciones ambientales y organizativas propias del modelo económico para la crianza de los cerdos?

¿Han respondido bien las autoridades?

Esta pregunta se refiere ante todo al estado de los sistemas de salud pública en los distintos países. Para el caso colombiano este es un aspecto crítico pues es sabido que  desde la vigencia de la Ley 100 de 1993 se ha reducido significativamente la prioridad de la salud pública, con graves consecuencias sobre los sistemas de información epidemiológica, sobre la producción y disponibilidad de vacunas, sueros y medicamentos, sobre la investigación de problemas prioritarios del área y sobre la gestión en salud pública.

También se discute el manejo dado por la Organización Mundial de la Salud a la información sobre el problema, a la calificación sobre su gravedad y a la pertinencia de algunas medidas terapéuticas y preventivas.

¿Cómo han actuado los medios?

El papel de los medios de comunicación ha merecido también la atención de la población y la discusión de algunos expertos. ¿Se abusó de la información para ganar sintonías o lectores? ¿Se contribuyó más a generar pánico que a provocar respuestas inteligentes, sencillas y serenas? ¿Se cayó y se aportó a la estigmatización? Teniendo en cuenta que las noticias también devienen en mercancías, ¿primó una vez más el interés de la ganancia sobre el del bienestar colectivo? 

Los intereses en juego

Y, cómo no, el mayor debate, aún incipiente, se refiere a los intereses en juego y a cuáles van ganando y cuáles perdiendo. Son muchos: los de la industria porcina; los de la industria farmacéutica; los de los medios de comunicación, ya enunciados; los del turismo; y obviamente, los del bienestar humano.    

Es claro que distintos intereses se enfrentan en todo acontecimiento social y en la forma de abordarlo y tratar de resolverlo. Durante las tres últimas décadas se ha acelerado la conversión de los acontecimientos sanitarios en arena de intereses económicos y en objeto de los medios de comunicación. Simultáneamente ha aumentado la tensión entre el carácter de la salud como derecho humano fundamental y su reducción a mercancía, como también la tensión  entre su manejo tecno-burocrático y su procura mediante el ejercicio de la ciudadanía y la participación social organizada.

Pues bien, este brote de influenza A (H1N1), justo en el momento de la mayor crisis del modelo económico y en pleno auge globalizador, está poniendo en escena y casi al desnudo a los protagonistas de los distintos intereses en juego. La industria de medicamentos presiona para que se responda al pánico con una vacunación universal que demandaría unos 5.000 millones de dosis de vacunas hechas al vapor, sin certeza de su eficacia pero con total certeza de los márgenes de ganancia. Al mismo tiempo insiste en las bondades de los antivirales, en particular del oseltamivir – Tamiflú – para reducir la gravedad de los casos y la tasa de expansión de la enfermedad. Todo el mundo supo del incremento en el valor de las acciones de la transnacional que lo produce, y de compras millonarias en varios países, incluida Colombia, en donde la enfermedad ha tenido el bajísimo impacto ya enunciado.

Guardar las proporciones

Y un comentario final. También en la salud pública debe aplicarse el criterio de la ponderación, es decir, el sentido de las proporciones, del peso relativo de los acontecimientos y de la consiguiente respuesta relativa. En el mes que llevamos de esta influenza, con sus 12.022 casos y sus 86 muertos, ha habido en el mundo cerca de 100.000 homicidios, 1.400 de ellos sólo en Colombia. Y se cuentan también por cientos de miles las muertes por desnutrición, malaria, y tuberculosis, entre otras enfermedades, en el mismo período ¿Quién habla de esto? ¿Qué medidas se han tomado o se tomarán al respecto?   

Aunque tarde, todavía es tiempo para que problemas como  esta enfermedad contribuyan a poner las cosas al derecho, a tratar de entender las verdaderas raíces y responsables de los problemas y a anteponer el bienestar de la humanidad a los saldos de las chequeras, los montos de las ganancias de algunos y la permanencia en el poder de otros, que generalmente son los mismos.

 

* Doctor en medicina y PH.D en salud pública, consultor internacional, autor de numerosas publicaciones y actual Coordinador del Doctorado Interfacultades en Salud Pública de la Universidad Nacional de Colombia.

 

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