La importancia de un judaísmo post-sionista | Fundación Razón Pública
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La importancia de un judaísmo post-sionista

Escrito por Carlos Ramirez

Para muchos judíos, en Colombia y en el mundo, la simpatía hacia el Estado de Israel es parte de su identidad. Celebraciones religiosas, públicas y privadas, suelen incluir la bandera de Israel, un símbolo indisociable del sionismo. El hecho no es sorprendente. Conceptos religiosos prescritos en el judaísmo, como el de arevut, señalan la importancia del cuidado recíproco de todos los miembros de la comunidad y, por tanto, se hace extensiva a los judíos israelíes. Además, en la medida en que el significado de ser judío no se reduce a la profesión de una fe, pues puede incluir una dimensión étnica, también están allí en juego solidaridades y lazos no necesariamente religiosos. Desde sus inicios, la Ley de retorno, gracias a la cual cualquier judío del mundo tiene derecho a inmigrar a Israel, posibilitó además tejer un vínculo fuerte entre el nuevo Estado y las comunidades judías dispersas por todo el mundo. La existencia del Estado de Israel, luego de la Shoah, representa, para muchas de esas comunidades, una compensación histórica, un refugio y un signo de resiliencia irrenunciables.

La crisis desencadenada por los ataques de Hamas del 7 de octubre debería abrir, sin embargo, para los judíos mismos, la pregunta en torno a los costos de haber estatizado su sentido de comunidad y llamar a pensar en la necesidad de un judaísmo postsionista. Pero eso no parece estar pasando.  El 2 de noviembre, luego de 9000 muertos en Gaza, un comunicado de la Confederación de comunidades judías de Colombia sigue hablando del ‘derecho a la legítima defensa’ y recordando, una vez más, la larga historia del antisemitismo. Marcos Peckel, profesor y director ejecutivo de la confederación, sazona además esa perspectiva, en su columna más reciente de El Espectador, con un ataque al ‘progresismo’, desenmascarado ahora, a su juicio, como “odio a los judíos”. Las protestas contra lo que está ocurriendo en Gaza, solo son, según esto, una injustificada propaganda antisemita de la izquierda.

Se añora, ante ese tipo de voces, algo de reflexión.

Tal vez sea la hora de que las voces críticas, dentro del judaísmo, respecto a los efectos nocivos que ha tenido la existencia misma del Estado de Israel para la identidad judía, se hagan más fuertes dentro de sus comunidades. El acto reflejo de hacer pasar toda crítica al Estado de Israel como una variante de antisemitismo, puede ser particularmente debilitado si son los judíos mismos quienes toman distancia respecto a la estatización de su identidad. Al respecto pueden hallarse opciones muy sugestivas, tanto desde una perspectiva religiosa como desde de una perspectiva secular.

Respecto a la primera, vale mencionar a Neturei Karta (Guardianes de la ciudad). El radicalismo religioso judío suele ser asociado, en términos políticos, con el tipo de mesianismo que mueve a los colonos paramilitarizados en Cisjordania a reclamar, como propio y prometido por Dios, ese territorio. Ocuparlo, a su juicio, y expulsar a los no judíos, es un mandato divino por encima de cualquier obligación legal. La geografía sagrada usada en torno al término de Eretz Israel, de la Tierra de Israel, incluye a Judea y a Samaria y, por tanto, a territorio palestino. La reivindicación del derecho sobre ese territorio es el terreno teológico en el que operan, como descendientes directos o indirectos del pensamiento de Gush Emunim (El bloque de los creyentes), un grupo surgido en 1967 en torno a las ideas del rabino Zvi Yehuda Kooka, algunos de los ministros y aliados del Gobierno de Netanyahu.  De esa línea proviene, por ejemplo, Bezalel Smotrich, el Ministro de Finanzas, conocido por su plan de expulsión de los palestinos y sus continuas legitimaciones del uso de la violencia.

En contraposición a esta línea, Neturei Karta (Guardianes de la ciudad) sostiene una postura mesiánica radicalmente antisionista. Resultante de las ideas de Rabbi Amram Blau, y fundado en 1938, este grupo encarna la paradoja de tener que hacer política para sostener una postura anti-política. La venida del mesías, para el genuino creyente, debería quedar al margen de toda acción humana y, por tanto, cualquier pretensión de acelerar, a partir de la propia acción, el curso de los tiempos, debe ser vista como herética. Solo queda esperar pasivamente el fin del exilio y cumplir fielmente, mientras tanto, donde quiera que sea, los mandatos religiosos. El exilio no puede ser revocado voluntariamente y, por tanto, por medios político-militares. El sionismo, como una ideología nacionalista, y, en particular, el sionismo religioso, serían así pecaminosas doctrinas del autoempoderamiento humano que convierten a los judíos en una imitación de los no creyentes, de los ‘gentiles’, y obedecen a la lógica de un mundo secularizado.

Sobre esta base teológica-política, los miembros de Neturei Karta rechazan públicamente cualquier participación de los judíos en los asuntos del Estado de Israel y, por supuesto, su defensa. Si la idea misma de un Estado judío sería necesariamente contradictoria, más lo es aún la invocación de su ‘legítima defensa’.  El rabino Yisroel Dovid Weiss, líder del grupo, dice por eso lo siguiente en conexión con lo que está sucediendo hoy día en Gaza: «El judaísmo se trata de someterse a Dios Todopoderoso, mientras que el sionismo es el nombre del nacionalismo extremo que pretende poseer todo lo relacionado con la formación de una nación”. La defensa de una nación, por parte de un Estado, no puede usurpar el cumplimiento de obligaciones religiosas: “nosotros, como judíos, hicimos un pacto con Dios en el Monte Sinaí para obedecerlo y nunca violar la Torá. Este pacto sigue vigente. Nos adherimos a él, ser judío lo requiere. Pero el sionismo se estableció hace aproximadamente 150 años, e iguala ‘el territorio de Israel’ con el judaísmo. No tiene conexión alguna con la religión del judaísmo». Y añade: “por eso lloramos con los palestinos”.

Dentro de las voces antisionistas seculares, una muy sugestiva es la del matemático y activista político Moshé Machover. El trasfondo biográfico de este autor es revelador, pues es firmante de un texto, publicado el 22 de septiembre de 1967, poco después de la Guerra de los Seis Días, en el cual se sostiene lo siguiente: “La ocupación implica un gobierno extranjero. El dominio extranjero implica resistencia. La resistencia implica represión. La represión implica terror y contraterrorismo. Las víctimas del terror son en su mayoría personas inocentes. Aferrarnos a los territorios ocupados nos convertirá en una nación de asesinos y víctimas de asesinatos». Suena profético y lo es. El 7 de octubre de 2023 también se cumplió lo previsto. Se trataba de una declaración de Matzpen, la organización socialista a la que Machover estaba vinculado.

Desde una perspectiva socialista e internacionalista, que incluye, entre otras, el rechazo de la Ley de Retorno, Machover considera que el Estado de Israel – y no el Gobierno actual de Netanyahu – es la consumación del proyecto colonialista y nacionalista que es el sionismo. El núcleo de este último es construir el mito de que todos los judíos del mundo constituyen una única nación – no una única religión – y que la colonización de Eretz Israel, por parte esa nación, legitima la expulsión de otros grupos. La limpieza étnica, dentro de esta suerte de Destino Manifiesto, no es aquí un azar: “los no judíos que viven en la patria judía son meros intrusos extranjeros. La colonización sionista se justifica como ‘retorno a la patria’, un derecho que poseen los judíos pero que se niega a los intrusos extranjeros, los refugiados palestinos, que han sido desalojados legítimamente de la patria judía”. A partir primordialmente del análisis de documentos de ideólogos significativos en la historia del sionismo, Machover busca mostrar esa conexión de la ideología sionista con la política israelí reciente y, como parte de ella, con la violenta represalia israelí sobre toda la población de Gaza y, cada vez, sobre la población de Cisjordania. Más allá de los motivos desencadenantes, se trataría de la prosecución consecuente del sentido original del proyecto político sionista.

Obviamente, como toda argumentación, secular o religiosa, posiciones como las de Neturei Karta y Machover, están sujetas a controversia. Entran en juego complejos debates hermenéuticos e históricos que no viene al caso comentar aquí. El punto es que este tipo de posiciones, arraigadas, en todo caso, en la pertenencia a una comunidad y, por tanto, en la inserción en su historia y su tradición, deberían hacerse fuertes al interior de las comunidades judías. Ahí pueden operar como puente respecto a los intereses palestinos, con miras a una solución del conflicto, y como un desafío a las lealtades ciegas y la legitimación acrítica de la propaganda pro-israelí. Bien dice Machover: “los judíos en la diáspora, incluido este país, están profundamente divididos en su actitud hacia el sionismo e Israel. Muchos han hecho del apego a Israel parte de su identidad judía, como un suplemento y en algunos casos como un sustituto de su religión. Apoyan a Israel en ‘lo correcto y lo incorrecto’ y tienden a suponer que la hostilidad al sionismo debe estar motivada por el antisemitismo”. El autor añade, en ese panorama oscuro, la importancia creciente de hablar de los judíos, religiosos y no religiosos, que rechazan convertirse en cómplices de los crímenes de Israel. Solo cabría añadirle el deseo de que ojalá, en Colombia y en el mundo, su número crezca. La necesidad histórica de un judaísmo post-sionista es imperativa.

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