El anuncio de la posible visita del papa a Colombia también trajo una serie de recomendaciones del pontífice sobre el papel de la Iglesia colombiana en la búsqueda de la paz. ¿Celebraremos lo primero pero desoiremos lo segundo?
Pbro. Eduardo de la Serna*
Misiva papal
En una carta que el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de Su Santidad, dirige al arzobispo de Tunja y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, finaliza diciendo que: “El Santo Padre desea transmitir estas reflexiones… en espera de poder encontrarlos pronto, durante uno de sus viajes por América Latina”.
Sin duda esta frase fue la más destacada de la carta y generó en Colombia una gran expectativa, no exenta de cálculo, acerca de cuándo sería ese “pronto” del que el papa habla. Pero antes de entrar a especular sobre la visita, no se puede dejar de hacer referencia a “estas reflexiones” ya que son estas las que el papa ha manifestado querer “llevarles personalmente”.
Como es habitual en estas cartas públicas, el texto está escrito en lenguaje protocolario y diplomático sin que se sepa cuánto hay de convicción y cuánto de captatio benevolentiae para atraer la atención del público y luego ir a lo fundamental.
![]() Delegación de paz de las Farc en La Habana, Cuba. Foto: flickr FARC |
Enseñanzas de paz
Es evidente que el mensaje del papa está orientado a la búsqueda de la paz, pues desde el comienzo habla de que “debe moverlos… la alegría de hacer presente a Jesucristo ‘Príncipe de la paz’…” y finaliza aludiendo a su futura visita “para llevarles personalmente el mensaje de paz de Cristo”.
De hecho, cada párrafo de su mensaje comienza aludiendo, precisamente, a la paz: “colaboradores en la obra de la paz”, “la construcción de la paz”, “forjar la paz”, “edificar una paz estable y duradera”.
Sin duda hay muchos, ¡muchísimos!, curas, religiosos, religiosas y hasta algún obispo que pueden ser catalogados como defensores de la paz, pero ¿se puede afirmar esto de la Iglesia colombiana en su conjunto?
El papa destaca con mucha frecuencia en su breve texto la urgencia del trabajo y la búsqueda de la justicia
La ausencia de sectores eclesiales en la “marcha por la paz” del pasado jueves 9 de abril deja mucho en qué pensar. ¿No era acaso importantísimo que la Iglesia católica romana se hiciera expresamente presente en una marcha que reclamaba la paz?
Es cierto que los reclamos de paz pueden y suelen ser sesgados: algunos claman contra los secuestros y las minas antipersonas, otros por los desplazados y contra el paramilitarismo. Todos son justos reclamos por la paz, pero parciales. Cada uno de ellos suele dar indicios acerca del “desde dónde” se mira la realidad. Como también lo parecen las declaraciones del nuncio apostólico de su santidad con cierto tufillo uribista.
La consecución de la paz nunca será verdadera (e incluso puede ser siembra de nuevas semillas de conflicto) si solo se alude o se refiere a uno de los bandos. En este sentido, es interesante que el texto del papa hace referencia a los “desplazados… los sobrevivientes de las minas antipersona… quienes han sufrido el despojo de sus bienes… los secuestrados” y finaliza “con las víctimas de décadas de injusticia, inequidad y marginación”.
Es evidente que la firma del cese el fuego y la eventual firma de “la paz” en La Habana no implicarán que la paz se haya conseguido, de allí que el papa exhorte a “seguir trabajando por la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición”.
El lugar de la Iglesia
Además, el papa hace referencia al lugar que “toda la Iglesia” ha de tener: ser un “hospital de campo”. Con esto se refiere al lugar de reencuentro para ambas partes del conflicto, víctimas y victimarios, como espacio del arrepentimiento y reconocimiento de las consecuencias por parte de quienes actuaron desde las orillas de la violencia.
En este reencuentro y reconciliación la Iglesia tiene un papel específico, un papel central para la sociedad. Pero esto no reemplaza (no debe reemplazar y es peligroso creer que debiera) las instancias civiles.
La reconciliación es un tema sumamente complejo. Por ejemplo, una víctima puede perdonar a su agresor, lo que no implica que sus hijos lo hayan hecho. El perdón y la reconciliación son hechos personales.
Además, que yo haya perdonado a mi agresor no implica que este no deba, a su vez, cumplir con su responsabilidad civil. Puedo perdonar a quien ha matado a mi esposo, pero eso no quiere decir que este no deba ser detenido, juzgado y, eventualmente, condenado.
La sociedad toda debe darse medios para alcanzar la reconciliación (y desarmar los corazones parece el desarme principal). En esto jugarán un papel fundamental las víctimas, los estudiosos, los artistas, y también las iglesias, a fin de alcanzar la mejor solución posible, sabiendo que probablemente no todos queden satisfechos.
Pero ¿dónde debe estar la Iglesia toda? Ser “hospital de campo” es su función o ministerio, pero ¿dónde?
![]() La Catedral Primada y el Palacio Arzobispal en Bogotá. Foto: Juan Carlos Pachón |
Del lado de los débiles
Es importantísimo señalar que el papa destaca en tres ocasiones el “desde dónde” la Iglesia debe actuar. Como argentino, el papa conoce bien los documentos del Episcopado Argentino de 1969. Allí se destaca precisamente el “desde dónde” la Iglesia quiere ubicarse en su pastoral. “Para el pueblo, y desde el pueblo mismo” dicen los obispos argentinos.
Nadie habla, piensa, escribe u obra asépticamente. Todo se hace “desde” un lugar: una cultura, una parte del conflicto, una idea o ideología, una psicología. Y ese “desde” tiñe nuestra mirada. Nadie hay sin ideología, por más que quiera disimularse, o presentar como “ideologías” solo las opuestas.
Ahora bien, ¿cuál es ese “desde dónde” en el cual la Iglesia debe estar en el proceso de búsqueda y construcción de la paz? El papa lo dice claramente: “desde las víctimas”, “desde quienes viven la marginalidad y la pobreza”, “desde quienes no son incluidos en la sociedad”.
Pero este no es el lugar habitual desde el que “la Iglesia colombiana” (tampoco la argentina) suele mirar la realidad, proponer caminos o enfrentar la historia. No es infrecuente ver en el país a obispos cercanos a las grandes élites políticas o económicas de la sociedad colombiana.
La carta del Papa es más un desafío y una tarea para la Iglesia colombiana que un anuncio de su visita.
Cuando el papa, el pasado Jueves Santo, hizo referencia a los “pastores con cara de vinagre”, lejanos al pueblo al que miran desde arriba o desde carros con vidrios polarizados y con costosos perfumes, más de uno dirigió su mirada en dirección episcopal.
En esta misma dirección se debe notar que el papa destaca con mucha frecuencia en su breve texto la urgencia del trabajo y la búsqueda de la justicia: “buscando construir una sociedad más justa y fraterna: una sociedad en paz”, “trabajando en favor de la justicia, la fraternidad, de la solidaridad”, “luchar sin descanso contra toda forma de injusticia, inequidad, de corrupción, de exclusión, males que destruyen la vida misma de la sociedad”, “no hay que perder el ánimo y la esperanza ante las dificultades… y seguir trabajando por la verdad, la justicia, la reparación”.
Ya Pablo VI había señalado que “si quieres la paz, trabaja por la justicia”. La paz sería solo una firma, y a su vez efímera, si no hay una búsqueda y lucha por la justicia. Sin esta, aquello sería solo un premio (¿Nobel quizás?) hueco y sin fundamento en la realidad (como tantos nobeles recientes han demostrado).
Tareas pendientes
Mirando todo esto, se puede suponer que la carta del Papa es más un desafío y una tarea para la Iglesia colombiana que un anuncio de su visita. El hecho de que no haya una fecha definida invita a pensar que les dice que esta ocurrirá una vez la paz sea una realidad (o mejor, cuando se emprenda el primer paso de un camino arduo pero esperanzador).
El texto permite insinuar que el papa afirma que visitará Colombia cuando la paz se haya rubricado, pero que dejará mientras tanto a “toda la Iglesia” colombiana una tarea.
Me permito dudar de que (salvando muchos y honorables casos) la Iglesia colombiana esté a la altura del desafío.
Por eso insisto en la ausencia de sectores eclesiásticos en la marcha del pasado jueves, en la cual sobresalió una inmensa cantidad de jóvenes. Si la proporción de jóvenes era visible y fascinante, y las iglesias están llenas de personas mayores, esto puede ser un indicio preocupante para el futuro de la Iglesia colombiana.
Si los “hospitales de campo” están en los cuarteles antes que en las veredas o en medio de quienes viven la marginalidad la pobreza, con los excluidos la sociedad, con todas las víctimas, especialmente los pobres, los campesinos, indígenas, afrocolombianos y los desplazados, difícilmente la Iglesia será vista como un instrumento activo y militante en favor de la paz.
La carta del papa, más que el anuncio de una visita parece haber dejado a “toda la Iglesia” colombiana un desafío y una invitación a cambiar el lugar “desde” el cual enfrenta la dura pero fascinante realidad colombiana.
* Presbítero desde 1981, profesor de Biblia; doctor en Teología. Autor de varios libros y numerosos artículos académicos y pastorales. Ejerce su ministerio en la parroquia Jesús, el Buen Pastor en la diócesis de Quilmes.