«La lotería» es considerado uno de los cuentos más importantes del siglo XX. ¿Qué hay detrás de su escritura y de su publicación?
Andrés González Galante*
Un cuento adelantado a su tiempo
Se cumplen 75 años de la publicación de “La lotería” de la escritora californiana Shirley Jackson (1916-1965) que causó revuelo y mucho rechazo por parte de los lectores del momento. Sin embargo, en la actualidad es un texto obligatorio en muchos colegios y en muchos planes de estudio en Estados Unidos.
A lo largo de su carrera, Jackson escribió novelas como Hangsaman (1951), La maldición de Hill House (1959) y Siempre hemos vivido en el castillo (1962) que la consolidaron como una heredera del gótico americano y como una de las escritoras estadounidenses más importantes del siglo XX.
Además, sería conocida por su interés en el ocultismo, la brujería y el tarot. Ella contaba que una vez usó magia negra para causarle un accidente a un editor que estaba en disputa con su marido. Sus editores siempre aprovecharon esta historia para promocionar sus novelas —la relación de Jackson con la brujería fue ambigua pero muy importante para su escritura—.
Pero antes de “La lotería” era considerada una debutante que luchaba por hacerse un lugar en un mundo en el que no era usual que una mujer se dedicara a escribir.
Una mañana soleada de junio
En su conferencia, “Biografía de una historia” —publicada por Editorial Minúscula y traducida por Paula Kuffer—, Shirley Jackson cuenta que estaba empujando el cochecito de su segunda hija por una pendiente en una mañana soleada de principios de junio después de hacer el mercado de la semana cuando se le ocurrió una historia para un cuento de terror.
Pero antes de “La lotería” era considerada una debutante que luchaba por hacerse un lugar en un mundo en el que no era usual que una mujer se dedicara a escribir.
La historia sería sobre un ritual sacrificial en un pueblo sin nombre en los Estados Unidos actual en donde la víctima es escogida aleatoriamente por medio de un sorteo, una lotería. Todos participan, incluidos los niños, y es una tradición tan antigua como el pueblo. “Siempre ha habido lotería” dice uno de los personajes y cita un dicho conocido por la comunidad: “La lotería en junio con el trigo a punto”.
Al llegar a su casa, ella ya tenía la historia más o menos pensada de principio a fin después de dejar a su hija en el parque y de guardar las verduras en la nevera. La lotería se haría por medio de una caja de madera llena de papeles blancos y solo una estaría marcada con un punto negro. Los cabezas de familia sacarían los papeles y la familia escogida haría el sorteo de nuevo. Quien sacara el papel con el punto negro sería finalmente apedreado por el resto de la comunidad hasta morir.
Por aquel entonces, Jackson había publicado algunos cuentos en la revista The New Yorker y había publicado su primera novela, The Road Through The Wall (1948), unos meses antes. La novela había tenido una recepción pobre y las ventas habían sido mucho menores de lo esperado. Por otra parte, su marido, el crítico Stanley Hyman, había sido despedido recientemente en la universidad en la que trabajaba por lo que había cierta urgencia por vender algún texto.
Así que escribió el cuento en poco tiempo, apenas con cambios o correcciones, y lo envió a su agente para vendérselo a la revista The New Yorker.
Más allá del cuento “al estilo New Yorker”
The New Yorker, fundada por Harold Ross y su esposa Jane Grant en 1925, publica semanalmente reseñas, reportajes, caricaturas, ensayos y ficción. Concebida en un principio como un medio para narrar de forma humorística e inofensiva la vida en Nueva York, se volvió un punto de encuentro de los escritores más importantes del momento como Kurt Vonnegut, Margaret Atwood, Ray Bradbury, Italo Calvino o más recientemente la escritora argentina Mariana Enríquez.
Durante las primeras décadas, la revista estableció un estilo particular para la ficción que publicaba. Eran cuentos “al estilo New Yorker”: ficciones cortas, que partían de escenas cotidianas, detalles pequeños, sin trama, y que denunciaban una realidad particular de forma sutil y que se revelaba con giro amargo al final.
Sin embargo, a finales de los años treinta, el departamento de ficción tuvo un cambio de dirección con la llegada de Gus Lobrano. Él y Katherine White se interesaron por otro tipo de ficciones, más experimentales, y publicarían historias de J.D. Salinger, Vladimir Nabokov y, por supuesto, de Shirley Jackson a finales de la década de los cuarenta. Estos cuentos se saldrían del molde del “cuento al estilo New Yorker”.
Pese a eso, Jackson recibió muchos rechazos por parte de Lobrano a principios de los cuarenta puesto que, según él, ella no tenía mucho talento para lo fantástico. Por eso sorprende que un cuento como “La lotería” haya sido publicado en la revista pues se sale del realismo que Lobrano esperaba de Jackson.
Según ella, aunque su agente y Lobrano no estaban particularmente entusiasmados por el cuento que había escrito, The New Yorker lo compró por 675 dólares. Pero Lobrano le pidió a su autora una breve interpretación puesto que “el cuento podía desconcertar a alguna gente”. Jackson se negó y no hubo más discusión al respecto.
Jackson cuenta que la mañana del 28 de junio de 1948 fue la última en la que abrió su buzón en la oficina de Correos sin “un vivo sentimiento de pánico”:
“Por lo que recuerdo, estaba muy tranquila: abrí el buzón, saqué un par de facturas, una carta o dos, charlé unos minutos con el jefe de la oficina y me fui […]. La semana siguiente me vi obligada a cambiar mi buzón por el más grande de la oficina de Correos, y no tuve ocasión de conversar relajadamente con el jefe de la oficina porque no me dirigía la palabra. El 26 de junio de 1948 apareció uno de mis cuentos en The New Yorker.”
La reacción de los lectores
“El asunto comenzó moderadamente bien”, sigue Jackson en su conferencia. Sus colegas del New Yorker estaban entusiasmados con el texto. Sólo una carta de una amiga la desconcertó: “Esta mañana he oído a un hombre en el autobús hablando de tu cuento. He estado a punto de decirle que conocía a la autora, pero después de oír lo que decía he decidido que era mejor no hacerlo”.
Entonces empezaron a llegar las cartas de los lectores a su buzón. Según la biógrafa Ruth Franklin, a lo largo de ese verano Jackson recibió alrededor de 150 cartas y, según la autora, “sólo trece de ellas se dirigían a mí con respeto”.
El resto de las cartas eran mayoritariamente de lectores ofendidos que amenazaban con cancelar su suscripción a la revista —incluso recibió una de su mamá que no era muy halagadora— o de lectores confundidos, preocupados de que lo que Jackson narra en “La lotería” fuera real:
“(Minnesota) Por nada del mundo me habría imaginado protestando por un cuento en The New Yorker, pero realmente, señores, “La lotería” me parece que es de un gusto pésimo. […]
(Indiana) Gracias por dejarnos echar un vistazo a ese pedazo de impreso nauseabundo carente de ficción que apareció en uno de sus números recientes. […]
(Nueva York) Somos gente bastante bien educada y sofisticada, pero sentimos que hemos perdido la fe en la verdad de la literatura.
(California; es de un antropólogo famoso) Si la autora estaba intentando llegar a la mistificación absoluta y a la vez ser desagradable, no cabe ninguna duda de que lo consiguió”.
Incluso la revista del San Francisco Chronicle dedicó una portada al cuento en donde se pedía alguna explicación. The New Yorker publicó un comunicado en el que se decía que “La lotería” era el cuento que más cartas había recibido en su historia pero no publicó ninguna interpretación a petición de la autora.
Jackson no dejó de recibir cartas sobre este cuento por el resto de su vida.
El muestrario del público lector
Gracias a las cartas se puede ver cómo eran los lectores del New Yoker de la época. Era gente “bien educada y sofisticada” que sentía que el cuento de Jackson la retrataba de forma ofensiva o que vulneraba su sensibilidad y “buen gusto” —de hecho, el “antropólogo famoso” de la última carta era Arthur Kroeber, el padre de la famosa escritora de ciencia ficción Úrsula K. Le Guin que años después también publicaría en la revista—.

Este “muestrario” es una evidencia de que “La lotería” reflejó de forma contundente algo que los lectores todavía no estaban preparados para ver
Por otra parte, la mayoría de lectores eran urbanitas y eran ajenos al mundo rural estadounidense ya que imaginaban que algo así podía ser real. Desde Nueva York un lector escribió: “¿Podría explicarme si tales rituales insólitos tienen lugar en los estados del Medio Oeste?” —conviene aclarar que la revista no especificaba cuáles textos eran de ficción y cuáles no, esto podría explicar la confusión—.
Otros se animaron a dar su propia interpretación. “En esta historia muestra usted la perversión de la democracia” escribió un lector de Missouri. Otro, de Ohio, sospecha que la redacción de la revista se volvió “roja” y “un instrumento de Stalin”. Sobre las cartas, Jackson sentencia: “si pensara que se trata de un muestrario representativo del público lector, dejaría de escribir”.
Este “muestrario” es una evidencia de que “La lotería” reflejó de forma contundente algo que los lectores todavía no estaban preparados para ver: el terror frente a sus tradiciones, a su imaginario de comunidad, a sus instituciones y al ostracismo —que Jackson sufrió a lo largo de toda su vida—.
Pese a que se sugirió censurar en la década de los ochenta, “La lotería” se sigue leyendo en colegios y universidades de Estados Unidos. Además, Shirley Jackson ha tenido un gran renacimiento en los últimos años gracias a las reediciones, a las traducciones de las editoriales Minúscula en España y Fiordo en Argentina y a la adaptación a Netflix de Mike Flaanagan de una de sus novelas, La maldición de Hill House.
Pero el cuento sí fue censurado por el gobierno del Partido Nacional Sudafricano —que instauró el Apartheid—. Jackson respondió con ironía: “al menos ellos lo entendieron”.
“La lotería” se puede leer aquí en español y se puede escuchar la versión original leída por la misma autora aquí —esta es la única grabación en donde se oye la voz de Shirley Jackson—.