Apenas comienzan a enfriarse los cañones en Trípoli y ya están los buitres sentados a manteles: petróleo y reconstrucción constituyen un botín gigantesco. Por el camino quedaron la dignidad de la ONU y la credibilidad de la Corte Penal Internacional. Los rebeldes, verdaderos héroes, deberán iniciar ya otra guerra: la guerra por la libertad, como en Túnez y en Egipto.
Massimo Di Ricco*
Frotándose las manos
Mientras los países que dieron su apoyo al Consejo Nacional de Transición (CNT) libio se apresuran a cobrar los dividendos de lo que han invertido, en Libia los rebeldes en armas siguen escribiendo su nueva historia nacional.
La comunidad internacional celebra con emoción, trepidación y afán la caída de Trípoli, en lo que ya considera como el capítulo final de la guerra de Libia. Apenas habían pasado unas horas desde la entrada de los rebeldes en esta ciudad, y ya en París se hacían los preparativos para cuadrar el futuro del país africano. Estados Unidos, Francia, Reino Unido e Italia -las grandes potencias que más intereses e intervención han tenido en la historia de Libia- finalmente han logrado sellar con éxito su primera intervención directa en el mundo árabe, sacudido por las sublevaciones populares.
En primer lugar han vuelto a poner su huella dentro de Libia, después de que por 42 años el perro loco de Medio Oriente, Muammar Gadafi, los había retado en numerosas ocasiones. En los últimos tiempos los había obligado a rendirle pleitesía personalmente en su jaima en medio del desierto, para discutir jugosos negocios en recursos naturales a cambio de su rehabilitación política internacional. Berlusconi, Sarkozy y Cameron corrieron a actuar en el teatrino montado por quien en pocos meses se transformaría para la opinión pública internacional en el “feroz dictador libio”.
El manejo represivo de las protestas internas por parte de Gadafi les sirvió en bandeja de plata la oportunidad para que estos países intenten de nuevo escribir la historia del Medio Oriente contemporáneo. Las celebraciones y las expresiones de satisfacción de los sonrientes gobernantes en la reciente cumbre de París sobre la nueva Libia reflejan las esperanzas renovadas de esta coalición internacional y su intento por volver a apropiarse de los procesos políticos de la región, donde desempeñaron apenas papeles secundarios durante los últimos meses.
Héroes anónimos
En este tortuoso devenir de la historia, el foco central no parecen ser ni las potencias occidentales ni las élites locales que negocian con ellas. No serán ellos quienes escriban la historia de lo que ocurrió en este país, la verdadera historia de la revolución. Es preciso fijarse más bien en quienes hasta ahora han sido apodados simplemente como rebeldes y que siguen siendo prácticamente invisibles para la gran mayoría del público internacional.
Poco a poco, desde el 17 de febrero estos rebeldes, que sí tienen nombres y apellidos reales, empezaron a quitarse los trajes de médicos o abogados, abandonaron sus taxis y cerraron sus tiendas, se quitaron la corbata y se levantaron en armas. No querían dejar escapar la oportunidad de echar de una vez por todas al odiado dictador y a su familia, instalados en el poder desde 1969.
Así como abandonaron su vida precedente, así volverán probablemente a ella en el momento en que se alcance cierta estabilidad en el país. Volverán a reapropiarse de su vida normal y a escribir implícitamente la historia de lo que ocurrió en esta larga primavera: la historia de una sublevación popular contra un régimen autocrático, donde la ayuda militar internacional solo figurará como un detalle episódico más.
En este proceso de reconstrucción histórica buscarán la verdad o las verdades de las últimas cuatro décadas en los archivos de la policía secreta, tal como lo hicieron los egipcios antes que ellos. Los archivos secretos del régimen y de los ministerios serán la clave para poner datos concretos en un vacío institucional que duró más de cuarenta años. El reto más importante será intentar instaurar un proceso legítimo de justicia y de reconstrucción de la memoria común, que les permita construir una nación nueva cuya única referencia ya no sea el libro verde de Gadafi.
Un gran negocio
Quienes se reunieron en Doha y en París para discutir del futuro de Libia de todas formas no tienen el menor interés en estas cuestiones -por el momento-; tampoco quieren interferir directamente en procesos internos que por supuesto tomarán su tiempo.
Ahora, más aún que al principio de esta loca aventura sobre el cielo y desde el mar de Libia, resulta sorprendentemente claro cuál ha sido el principal interés de las potencias internacionales: repartirse el gigantesco botín libio.
La opinión pública internacional y la prensa ya han aceptado con la más absoluta normalidad que se proceda a repartir los recursos libios por parte de los países que apoyaron a los rebeldes en su lucha contra Gadafi. Se asume en este caso su legitimidad, moral y política, sin siquiera mencionar que se actuó militarmente y en el plano humanitario con el respaldo de una resolución de Naciones Unidas.
En esta época de crisis económica global, parece que las grandes potencias han encontrado una nueva forma de inversión de alta rentabilidad. Los países occidentales que se hicieron cargo de intervenir militarmente en Libia, además de Catar y de los Emiratos Árabes Unidos, apostaron fuerte dando soporte humanitario al CNT con cientos de millones de dólares, con la seguridad de ganar y con plena conciencia de no estar cometiendo los mismos errores de Iraq.
Una buena inversión hasta el momento, efectivamente: bastante rápida y con una cierta trasparencia en el proceso de las futuras licitaciones que esperan ansiosas las empresas amigas. La inversión solidaria tendrá su recompensa en los contratos para la reconstrucción del país y en la extracción de los gigantescos yacimientos de petróleo que Libia almacena en su subsuelo.
Todos se apresuran a destacar la gran oportunidad para la nueva Libia: sin deuda externa, un total de bienes congelados de entre 110 y 150 mil millones de dólares y una cantidad importante de petróleo entre sus activos. Un escenario muy diferente del de los otros países de la región, que recientemente salieron de sus propias sublevaciones anti-régimen.
Los otros perdedores
Pero también hay quien sale perdiendo en esta ruleta de riquezas y de libertades: la Organización de las Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional:
- La ONU ha demostrado de nuevo ser fácilmente manipulable por las fuerzas más poderosas de su propio Consejo de Seguridad. La OTAN se aprovechó de las poco claras limitaciones de la Resolución 1973, que interpretó a su favor, sin limitarse a proteger los civiles bajo amenaza de represión violenta y trasformando la resolución en un importante soporte militar para los rebeldes.
- La Corte Penal Internacional también se apresuró a emitir órdenes de búsqueda y captura contra los principales miembros del régimen libio, exponiendo sus razones en una investigación superficial y con acusaciones circunstanciales que han sido desmentidas por parte de organizaciones internacionales de derechos humanos e infladas a su debido tiempo por la prensa internacional, como el caso de la presencia de mercenarios extranjeros.
Los miles de muertos de los últimos meses en Siria, aplastados por la represión del brutal régimen de Assad, y la casi indiferencia de estas instituciones internacionales constituyen una indicación más de su sometimiento a la agenda política de las grandes potencias.
Mundos paralelos en un solo país destrozado
Pero tanto interés en las cuestiones lucrativas tiende un velo sobre los logros extraordinarios que obtuvieron los verdaderos actores de esta sublevación, quienes desencadenaron una guerra de insurrección contra una poderosa dictadura de 42 años y decidieron jugarse el todo por el todo en esta aventura, que parecía suicida.
Los denominados rebeldes siguen combatiendo contra lo que queda del régimen de Gadafi e imaginarán ellos mismos el futuro que quieren para su nuevo país. Siguen allí con sus uniformes improvisados, celebrando con disparos al aire y con las armas montadas en forma rudimentaria encima de pick-ups que llevan los nombres de los mártires. Mientras siguen escribiendo a diario la historia de su país, en el mundo se planea el futuro de la nueva Libia y se ha dado la señal de partida para la gran carrera de las licitaciones.
La batalla por la libertad apenas comienza, como nos enseñan los casos de Túnez y Egipto, con inmensos retos para la población. Otra guerra menos violenta, pero quizás más estremecedora, acaba también de estallar cuyo objetivo es obtener los mejores negocios en términos de recursos naturales y de contratos para la reconstrucción del país.
Dos mundos diferentes con objetivos diferentes.
* Profesor visitante en el Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Doctorado en Estudios Culturales Mediterráneos por la Universidad de Tarragona, ha sido investigador en la Universidad Americana de Beirut (Líbano) y en la organización Egyptian Initiative for Personal Rights (EIPR). Corresponsal de varios medios italianos y españoles desde Beirut y El Cairo.