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La guerrilla en vacaciones: una experiencia hipotética

Escrito por Freddy Cante
Freddy Cante

Freddy CanteEsta ficción explora las implicaciones de una desmovilización temporal de la guerrilla, suponiendo que todas las otras fuerzas y situaciones sociales no cambiaran… ¿Qué supondría esta pausa en el conflicto y cómo sería Colombia sin guerrilla?

Freddy Cante*

Un merecido descanso 

Estas líneas se inspiran en algunas discusiones y tertulias donde han participado este profesor y algunos colegas suyos[1], que ahora adoptan la forma de relato. 

Tras casi medio siglo de actividad constante, la guerrilla se había cansado a tal punto que optó por la solución más obvia desde los tiempos de la creación del mundo: después de tanto trabajo dedicado, los jefes acordaron que una temporada sabática era justa y necesaria. 

Las condiciones objetivas eran favorables: el invierno había acelerado los perjuicios y elevado los costos del modelo de desarrollo económico labrado a punta de diseños errados y de ejecuciones mal hechas por la insomne sed de codicia. 

Como diría un arquitecto: el plan de ordenamiento natural le había pasado cuenta de cobro a los malos planes de ordenamiento de vías, urbes, cultivos y ocupación de los suelos… el agua recuperaba el terreno que humanos avariciosos o necesitados le habían arrebatado. 

Por lo demás, el invierno llegó a ser tan crudo que hacía aún más inclemente la vorágine de las selvas colombianas, incluso para los veteranos y experimentados caminantes de las guerrillas. 

Los cuadros dirigentes, por lo demás, no eran insensibles a los llamados de algunos sectores de la opinión pública, que clamaban por una desmovilización de las guerrillas. Consecuentemente, consideraron la posibilidad de organizar una temporada de vacaciones colectivas. Esto al menos permitiría un ejercicio experimental para comprobar si, en realidad, podría funcionar una tentativa de desmovilización final. 

Preparando a la opinión 

Las planas mayores de las FARC y del ELN redactaron un comunicado conjunto que circuló públicamente, aunque fue dirigido al gobierno. En este manifestaban que la insurgencia izquierdista no renunciaba a su lucha, simplemente proponía un ejercicio parcial de desmovilización, a manera de un período vacacional colectivo. 

Los intelectuales nacionales (violentólogos y paz-ólogos) y los colombianistas extranjeros dieron la bienvenida a tal iniciativa. En sus discusiones internas, entendieron que esta inactividad insurgente, en tanto fuese estricta y pudiese durar algunos meses (al menos lo que dura un período de hibernación), podría servir como una especie de experimento social. 

Una inactividad, aunque temporal de la guerrilla serviría como el fascinante recurso analítico del céteris páribus (léase como la posibilidad de mantener todo lo demás constante). Si en el conflicto colombiano la nada deleznable variable de la actividad insurgente ilegal e izquierdista quedara inmóvil (inactivada en medio de los otros conflictos), entonces se podría averiguar por el papel de las otras variables como: la contrainsurgencia legal e ilegal, el crimen organizado legal e ilegal, la sociedad civil en general. 

Una franca inmovilidad de la insurgencia, aunque fuese por pocos meses, también ayudaría a imaginar el impacto de un acuerdo de paz minimalista y negativa (léase cese al fuego y cesación de otras actividades violentas e ilegales como el secuestro y el reclutamiento de menores de edad). 

Para todo el mundo, legos y eruditos, existía una terrible duda, que se puede presentar brevemente así: al menos durante las últimas tres décadas la existencia de la insurgencia izquierdista había servido para que algunos políticos llegasen a la presidencia. Los políticos habían ganado con sello (la apuesta de lograr una paz negociada) o con cara (al apostarle a vencer militarmente a la insurgencia). 

Se resalta que durante el gobierno del Presidente Uribe los farianos y elenos eran calificados como el enemigo número uno, y esto hacía que algunos intelectuales osaran sospechar de tal posición al afirmar: "si no existieran las FARC habría que inventarlas". ¿Qué ocurriría si semejante demonio se alejara una temporada, aunque fuese para tomar vacaciones? 

¿Pero serían posibles las vacaciones? 

Gracias al recurso de la ficción, al mejor estilo de Hollywood, se asume que las guerrillas suspendieron sus actividades guerreristas, al menos por una corta temporada. 

La franca, limpia y completa desmovilización de las guerrillas fue, quizás, el hecho más sorprendente de esta historia. La insurgencia fue efectivamente desactivada, dejando todo lo demás constante, como si fuese una simple pieza que se desmonta de un artefacto mecánico y no un organismo viviente conectado mediante millares de nervios, tendones y vasos comunicantes al cuerpo social. 

Aquellos impíos y pesimistas (los desalmados enemigos de la paz), que se rehusaban a creer en tal acontecimiento, se empeñaban, tercamente, en ofrecer argumentos como los siguientes: 

  1. En un prolongado conflicto interno armado, con características de guerra civil, no hay una línea divisoria nítida entre combatientes y no combatientes, la actividad de insurgentes depende de la colaboración y el apoyo voluntario o involuntario de algunos civiles que intentan sobrevivir en medio de la violencia;
  2. La insurgencia, en tanto empresa y acción colectiva dependiente de la disponibilidad de recursos (reclutas, apoyo, armas, alimentos, información, etc.), está sujeta a una enorme restricción económica: es una especie de "mercancía" que se produce a partir de otras mercancías y, a su vez, es un insumo para otras mercancías… es una oferta de actividad la cual, a su turno, crea demandas por otras actividades (bienes y servicios que le sirven de insumo).
  3. En virtud del punto anterior, una efectiva desactivación de la empresa insurgente (aunque fuese tan sólo por una temporada), supondría también una fidedigna suspensión del flujo de menores de edad (quizás huyendo de la abominable violencia intrafamiliar), de la corriente de pobrerío (buscando huir seguramente de la pobreza y del desempleo)… en busca de refugio o enrolamiento en la guerrilla. También se exigiría la desmovilización de sectores del mercado negro, del narcotráfico, de la criminalidad organizada y aún de la contrainsurgencia (las llamadas bandas criminales o neo-paramilitares) que tuviesen algunos intercambios mutuamente beneficiosos con las guerrillas.
  4. En un escenario de intensa competencia por recursos escasos (políticos, económicos, militares, sociales, etc.), la inactividad de algún competidor no deleznable (¡ni más ni menos que las guerrillas!) supondría una valiosa oportunidad para que otros sectores se apresuraran a ocupar los espacios abandonados por la insurgencia (como cuando un amante rival o una empresa enemiga dejan el campo libre).
  5. En una guerra demasiado sucia, donde imperan estrategias como el engaño y el uso de toda clase de trampas y violencias, podrían existir sectores que, ante la franca inactividad guerrillera, perdieran la oportunidad para ganar puntos a partir de tenebrosas ejecuciones extra-judiciales, por ejemplo, o para aumentar sus ganancias debido al eclipse temporal del enemigo y, por ende, no tuviesen pretexto para pedir más presupuesto.

Garantías de seguridad y exigencias de justicia 

Otro recurso de ficción de nuestra historia es el de asumir, hasta el colmo de la inocencia, que se resolvieron con facilidad los espinosos temas de seguridad y de justicia. 

Aunque la tarea de acordar un lugar de concentración, para poder comprobar la efectiva desmovilización de la insurgencia, resulta una labor más difícil quizás que la de evitar filtraciones en una planta de energía nuclear, ya que esta actividad exige más vigilancia y control nacional e internacional que la acción misma de la guerra… aquí tercamente se asume que fue posible brindar seguridad a los insurgentes, y también asegurarse de que estos no fuesen a replicar lo que hicieron años atrás en una famosa zona de distensión, cuyo nombre prefieren muchos olvidar. 

Al menos en teoría, los estándares de justicia aumentan de precio a medida que transcurren los años y suceden nuevas tentativas de desmovilización insurgente o contra-insurgente. 

Hace apenas una década, los paramilitares se quejaban de que se les estuviese amenazando con tratamientos punitivos más estrictos y crueles… algo injusto si se compara con la generosa amnistía y laxitud que habían recibido los insurgentes que, en tiempos de Belisario Betancur y César Gaviria habían dejado las armas. 

Hoy en día, en la memoria de algunos espectadores, siguen vivos los recuerdos de cárceles de alta comodidad y otros tratamientos de impunidad que han recibido los paramilitares supuestamente desmovilizados y los presumiblemente desactivados para-políticos. 

No obstante se oye la voz de ciertas personas prestigiosas que, como funcionarios públicos de época reciente, se prestaron a tal feria de gangas de la justicia… y ahora afirman que los guerrilleros que abandonen la lucha armada serán merecedores de exigentes estándares de justicia, en este caso no sólo nacional sino también internacional. 

Sin embargo, para no decepcionar al público lector, aquí se supone una feliz y acertada resolución del tortuoso dilema paz versus justicia, gracias a un singular acto de magia. 

Seguiría la violencia 

El protagonista de Timón de Atenas, la obra de William Shakespeare, profirió la siguiente maldición en contra de la hipócrita sociedad (que se autodenominaba civil-izada y paz-ífica): 

"…¡Que la piedad, el temor, la religión hacia los dioses, la paz, la justicia, la verdad, el respeto de la familia, el descanso de las noches, las relaciones de vecindad, la instrucción y los modales, los cultos, los oficios, las jerarquías, las tradiciones, las costumbres y las leyes, se desvíen en las contrarias anarquías, y reine la confusión! …! ¡Que el aliento infecte al aliento, para que su sociedad, como su amistad, no sea más que veneno!". 

Los intelectuales descubrieron el agua tibia: Colombia entera era una Atenas suramericana, pero en el sentido de las "contrarias anarquías" en la historia de Shakespeare. 

La violencia había llevado la fragmentación social, la agresividad y el autoritarismo cotidiano a tal extremo que seguía afectando a familias, empresas y comunidades. ¡Casi un cuarto de siglo después del primer informe de los violentólogos, seguía vigente su diagnóstico: aunque cruel, la violencia de los montes no era la que nos estaba matando! 

Uno de los primeros y más notables hallazgos del experimento fue notar que en Colombia aún se estaba lejos de superar el primigenio estado de la ley de la selva (en donde gana el más fuerte, el más corrupto, aquél que no da papaya y toma toda aquélla que le den). 

Habían cesado las agresiones insurgentes contra civiles inermes, ya no había sufrimiento por secuestros, tomas de pueblos, voladuras de oleoductos, y los civiles no eran convocados para colaborar directa o indirectamente, voluntaria o involuntariamente con la insurgencia. 

No obstante persistían los problemas de violencia intrafamiliar y sexual; continuaba la agresión en las vías, en las fiestas, en los velorios y en los colegios; y a esto se sumaban aterradoras cifras de muertos, heridos y lisiados por las catástrofes económicas (que aún se le atribuían al invierno y a la mala suerte). 

Y como en el mundo al revés, muchos que por oficio y supuesta vocación deberían cuidar de los menores de edad, fuese en su labor de soldados, maestros, comunicadores… en realidad eran los más abominables violadores y verdugos de la niñez. 

La paz es positiva 

Quienes creían que la paz era fácil casi perdieron la razón al comprobar un hecho que conocen hasta los niños campesinos: "una cosa piensa la mula, y otra el que la enjalma". 

Los funcionarios del gobierno y no pocos intelectuales y formadores de opinión habían supuesto que la agenda se limitaba a una tentativa de paz negativa (cese del fuego) y apenas se enfocaban en un actor armado (la guerrilla). Pero la realidad era distinta. 

Millares de personas humildes, incluso expuestas a las atrocidades de la guerra, sabían que la paz necesitaba de acciones positivas y era por tanto una paz positiva. En el país se había ensayado hasta la saciedad el cursi tarareo por la paz que se estilaba al menos desde los tiempos del "no más" o del "voto por la paz"… cuando se suponía que todos deseábamos la paz, aunque se ignoraba qué tipo de paz. 

Frente a esas ilusiones infundadas, se recordó el trabajo de organizaciones como una tal Comisión de Conciliación, que había osado hablar de algunos mínimos de paz (en sentido positivo). Las prioridades eran: 

1. Política de Reconciliación y Paz que conduzca a la negociación

2. Equidad en el acceso a los derechos para garantizar una vida digna.

3. Reforma agraria amplia e integral.

4. Educación con calidad y cobertura para todos.

5. Democracia real y transparencia en el uso de los recursos públicos.

6. Construcción de país desde la diversidad regional.

7. Alternativas productivas sostenibles.

8. Participación ciudadana en la construcción de los destinos colectivos.

Desde el lado de la mezquindad y la tacañería de quien desea preservar su statu quo y banalizar la existencia misma del conflicto, se advirtió que tales mínimos no eran tanto una agenda de paz, sino más bien la posibilidad de un nuevo conflicto … y conjeturaron cuán costosa y aún perjudicial podría ser la tan anhelada paz. 

Criminales buenos, criminales malos y supercriminales 

Hubiese sido de torpe miopía y enfermiza terquedad negarse a ver otros resultados preocupantes del experimento. Con la inactividad de la insurgencia izquierdista habían cesado las acciones brutales de los llamados -por el economista Mancur Olson- "delincuentes malos" (al menos por un tiempo, hay que recordarlo una vez más…) 

Con la inacción de las guerrillas que, por lo general eran parasitarias de la sociedad civil, pues saqueaban y huían, o pelechaban con los recursos de los civiles y los utilizaban como trincheras, corroborando así el aserto "nuestras montañas son las masas", es decir, en un ambiente sin extorsión, sin secuestro y sin sabotajes, prosperó por fin la confianza inversionista en muchas regiones y la ciudadanía citadina por fin pudo moverse con mayor libertad que la que permitía la tan costosa seguridad democrática

Sin embargo, se recrudeció tristemente la actividad de los denominados "criminales buenos", quienes -en la teoría de Olson sobre el origen primigenio del gobierno-, eran una especie de mafiosos o señores de la guerra, que castigaban a la población con una vacuna (primitivo impuesto de guerra), y se quedaban para protegerla. 

Tales honorables delincuentes habían evolucionado, y trabajaban en dos agrupaciones diferentes (aunque algunas veces hicieran operaciones conjuntas). Por un lado persistían las llamadas "bandas criminales" o "neoparamilitares" que, lejos de haberse desmovilizado o tan siquiera haber sido neutralizados, habían mutado hacia sofisticadas formas de operación. En cientos de municipios, en la mayor parte del campo y aún en las urbes, existía la actividad autoritaria y depredadora de tales señores de la guerra. 

Por otro lado se refinaba y expandía la esfera de acción de una modalidad de criminales con licencia para delinquir. Se trataba de los tenebrosos magos de las pirámides: expertos en captar, desde la cúspide del sector público y de la empresa privada, cuantiosas rentas de jugosos negocios con "lo público"… maestros en repartir y socializar costos y pérdidas, para que los ingenuos contribuyentes y asalariados de la base de tan grosera arquitectura piramidal pagasen los platos rotos y asumieran las pérdidas. 

La existencia de estos supercriminales de cuello blanco y noble casta, -autodenominados servidores públicos o emprendedores de empresas honestas- no era fenómeno exclusivo de Colombia. Tal hallazgo coincidía con los resultados de la investigación que el sociólogo Charles Tilly, años atrás, había adelantado sobre el oscuro origen del Estado moderno. 

El autor había investigado, con abundante evidencia histórica, el surgimiento de los Estados europeos modernos, y pudo mostrar cómo desde los Estados mismos (primigenios y no democráticos) se ha podido ejercer una criminalidad a gran escala que haría palidecer a las empresas del crimen organizado. 

 

* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia,  Investigador del Observatorio de Redes y Acción Colectiva del CEPI de la Universidad del Rosario y profesor principal de la facultad de ciencia política de la misma universidad.


[1] Hacia mediados del año anterior se desarrollaron conversatorios con algunos integrantes de la Comisión Nacional de Conciliación. Durante los últimos meses se han venido organizando encuentros interesantes con algunos analistas del conflicto y de la paz, a instancias de instituciones como el CINEP, la Fundación Nuevo Arco Iris y la Universidad del Rosario. 

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