Con medidas proteccionistas, EEUU pretende imponer su poderío comercial, sin contemplar las nefastas consecuencias que traerá para el mundo
Amylkar Acosta Medina*
Proteccionismo y guerra comercial
Desde que Donald Trump llegó a la presidencia de los EE. UU. se propuso acabar con el legado de su antecesor Barack Obama y lo ha venido cumpliendo sin reparar en el daño que inflige a su propio país.
Con su sonsonete de “Estados Unidos primero”, Trump ha aislado a la primera potencia mundial en sus propias fronteras y ha optado por renegar de los acuerdos y tratados suscritos. Su nuevo Consejero de Seguridad, John Bolton, afirmó hace unos años en el Wall Street Journal que “Estados Unidos no tiene la obligación legal de cumplir los tratados que ha firmado y ratificado”.
En el transcurso de su campaña Trump despotricó contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) y amenazó con retirarse si los demás países miembros no se allanaban a sus pretensiones, especialmente en materia de tarifas aduaneras.
Más recientemente tuiteó que “la OMC es injusta con EE. UU.”. También ha dicho que EE. UU. debería ignorar con más frecuencia a la OMC. Por eso no causó sorpresa su anuncio de la imposición de aranceles proteccionistas del 25 por ciento a sus importaciones de acero y del 10 por ciento para las de aluminio el pasado mes de abril.
China se ha convertido en el primer objetivo de la guerra comercial impulsada por Trump.
Esta decisión significa una declaratoria de guerra comercial contra sus socios: Canadá, la Unión Europea y Corea del sur, que son sus principales proveedores de acero. Pero su blanco principal es China.
Trump aduce que la balanza comercial entre EE. UU. y China está desequilibrada en su contra. En efecto, las exportaciones de EE. UU. a China en 2017 fueron de 130.000 millones de dólares, mientras que sus importaciones provenientes de China registraron 505.000 millones, lo que arroja un déficit de 375.000 millones, de un déficit total de 566.000 millones.
Sobra decir que China es el mayor exportador del mundo desde 2009, cuando desbancó a Alemania y acaparó el 13.2 por ciento (2.1 billones de dólares) de las exportaciones globales. Al mismo tiempo, China es el segundo mayor importador, con el 9.8 por ciento (1.6 billones), mientras que EE. UU. participa con el 9.1 por ciento y el 13.9 por ciento, respectivamente.
Trump contra China
![]() Reunión Trump y Jinping Foto: Voice of America |
El más reciente Informe de Estrategia de seguridad nacional de EE. UU. considera a China como un rival estratégico que busca «desafiar el poder, la influencia y los intereses estadounidenses, intentando erosionar la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos».
Por eso, China se ha convertido en el primer objetivo de la guerra comercial impulsada por Trump, que inició con la imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio chinos por valor de 50.000 millones.
Como era de esperarse, China no se quedó con los brazos cruzados y tomó represalias. Trump, por su parte, dijo: “responderemos a esa medida aplicando aranceles adicionales sobre otros bienes por un valor de 250.000 millones”, equivalente a casi el doble del monto de sus importaciones desde China el año anterior.
Como lo asegura el reputado analista de The Daily Telegraph Ambrose Evans-Pritchard, “esta guerra arancelaria poco tiene que ver con el comercio”, se trata de una lucha por el poder, «para determinar cuál de las potencias hegemónicas dominará la tecnología y dirigirá el mundo en el siglo XXI».
Las redes 5G, particularmente, son una prioridad estratégica para los EE. UU. En un comunicado emitido por el responsable de Comercio Exterior de EEUU Robert Ligthizer, se lee que “debemos tomar fuertes medidas defensivas para proteger el liderazgo de EE. UU. en tecnología e innovación contra la amenaza sin precedentes que representa el robo de china de nuestra propiedad intelectual”.
Como lo señala el analista económico Mauricio Cabrera, Trump olvida que los EEUU “lograron su desarrollo industrial en el siglo XIX robando tecnología a Inglaterra, que era la potencia industrial de la época…Esta doble moral se conoce como la estrategia de ´quitar la escalera´: los países que se desarrollaron usando políticas industriales proteccionistas y pirateando tecnología…subieron al segundo piso usando una escalera que hoy quieren quitar para que otros no puedan subir”.
Y Trump no disimula el objetivo de su estrategia comercial, lo planteó con toda claridad: “estos aranceles son esenciales para evitar nuevas transferencias de tecnología y propiedad intelectual de EE. UU. a China, lo que protegerá los empleos de los EE. UU.”. Trump aduce que la presión ejercida es “excesiva para transferir conocimientos técnicos como parte de realizar actividades comerciales en China”.
Es un hecho que existen cadenas internacionales de valor en las que están involucradas las multinacionales estadounidenses y en ese contexto se ha venido dando la relocalización industrial, así como la proliferación de las maquilas. Eso impide que las barreras al comercio internacional en el mundo global contemporáneo operen como antes.
Lo anterior también explica que empresas tan emblemáticas de los Estados Unidos como la Boeing o Apple operen en Xiaoping y Deng, en China, respectivamente. Lo mismo ocurre con empresas canadienses o de la Unión Europea, lo que convierte a China en la fábrica del mundo. Los iPhone, por ejemplo, se diseñan en California, pero se fabrican en China. Gigantes de la tecnología de EE. UU. como INTEL, Qualcomm y Google dependen de proveedores asiáticos en sus procesos.
China ha sido categórica y ha anunciado a través del Ministerio de Comercio que “si Estados Unidos ignora la oposición de China y de la comunidad internacional y persiste en sus medidas unilaterales y proteccionistas, China está dispuesta a ir hasta las últimas consecuencias, al precio que sea…No queremos una guerra comercial, pero no nos da miedo librar una”. De hecho, el Ministerio de Comercio chino advirtió que responderá con aranceles “de la misma escala y fuerza”, al tiempo que dejó en entredicho cualquier acuerdo comercial previo entre los dos países.
Las “armas” chinas
China absorbe el 61 por ciento de las exportaciones estadounidenses de soya, que representa a su vez más del 30 por ciento de su producción. De allí que La Asociación estadounidense de Soya, manifestara “enorme frustración ante la escalada de una guerra comercial con el mayor cliente de la soya de EE. UU.” y pidió a “la Casa Blanca que reconsidere las tarifas que condujeron a esta represalia”.
Como lo señala Edward F. Stuart, profesor emérito de economía de la Universidad de Illinois, “el gobierno chino es muy inteligente y políticamente sofisticado. Están apuntando a productos que se producen en áreas que votaron fuertemente por Trump. Los productores de carne de cerdo en Iowa, los productores de soya en el centro de Illinois. Esto producirá una gran reacción negativa y protesta de los senadores y congresistas de las áreas que simpatizan con Trump”.
Pascal Lamy, ex comisario Europeo y Director de la OMC, dijo que “en una guerra militar mueren los soldados. Pero, en una guerra comercial mueren los empleos” y eso es lo que se ve venir en los EE. UU. y en el resto del mundo.
El Ministerio de Comercio chino advirtió que responderá con aranceles “de la misma escala y fuerza”.
Después de cuarenta años de transformación y de reformas económicas, con un PIB creciente que llegó a superar por décadas el diez por ciento, China se convirtió en un mercado muy apetecido por las multinacionales.
Según el economista de Aberdeen Standard Investments Alex Wolf, lo que facturan en China corporaciones como GM, Nike, Starbucks, Ford, entre otras, supera de lejos el monto de lo que exporta EE. UU. a China. Sobra decir que las utilidades de estas empresas son remesadas a los EE. UU. Según Wolf, “estas ventas no aparecen en la balanza comercial, pero forman parte de lo que podría llamarse una ´relación económica agregada´”.
Se estima que las subsidiarias de las multinacionales estadounidenses que operan en territorio chino tuvieron ventas en 2015 por 221.900 millones. Cabe preguntarse qué será de estas multinacionales si la ira de la dirigencia china la condujera a propiciar un boicot contra las empresas estadounidenses y contra sus productos. Pero la miopía de Trump le impide ver el daño que le hace a su propio país.
Un as bajo la manga
![]() Donald Trump y el empeño por reafirmar el poderío comercial estadounidense Foto: Consulado virtual de Estados Unidos en Guinea |
Como si lo anterior fuera poco, China tiene un as bajo la manga que se puede jugar en cualquier momento y que puede poner a tambalear la economía estadounidense. Según datos del Tesoro de los EE. UU., hoy China es el mayor tenedor extranjero de sus bonos de deuda pública, que alcanzaron los 1.19 billones en octubre de 2017, equivalente al 18.7 por ciento del monto total de su deuda, que supera el 106 por ciento del PIB.
El portavoz de la Cancillería china Huachung Yin afirmó con razón que bastaría con “cesar en la compra pública de deuda estadounidense”, para poner en aprietos a la Reserva Federal de los EE. UU..
Si eso llegara a pasar, EE. UU. tendría que pagar más intereses para hacer atractivos sus bonos de deuda pública, lo que elevaría el servicio de esta y aumentaría el déficit fiscal. Entonces, el Gobierno de Trump se vería forzado a aumentar los impuestos, cuando lo que ha hecho es bajarle los impuestos a las grandes corporaciones.
O lo que es peor, si China llegara a deshacerse de un momento a otro de los bonos que tiene en su poder, causaría una sobreoferta, su cotización caería, lo que impactaría las tasas de interés a nivel global y este efecto dominó encarecería el costo del financiamiento de todos los países.
El experto Evans-Pritchard sostiene que las Administraciones de Bush y de Obama buscaron convivir con Pekín para evitar la llamada ‘trampa de Tucídides’: el riesgo de un conflicto militar entre un poder en ascenso y un poder ya dominante.
En este sentido, Evans-Pritchard recuerda que Obama buscó atraer a China al sistema internacional a través del G20 y el Fondo Monetario Internacional, y trató a Pekín en pie de igualdad en un condominio global. No obstante, es lamentable que ahora «el gabinete de guerra de Trump no quiere saber nada de eso».
* Exministro de Minas, Energía e Hidrocarburos. Miembro de número de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas (ACCE)
www.amylkaracosta.net