
El cambio climático es demasiado grave para dejarlo en manos de ignorantes con buenas intenciones.
Hernando Gómez Buendía*
Los ambientalistas, el papa Francisco, los pueblos indígenas y Gustavo Petro dicen y repiten que el capitalismo ha sido la causa del cambio climático.
Para salvar la vida en el planeta sería entonces necesario acabar con el capitalismo. La humanidad entera debe renunciar al exceso de consumo y al afán de lucro para reinventarse como una sociedad mundial igualitaria, solidaria y respetuosa de la naturaleza.
El diagnóstico anterior convence a mucha gente, y el remedio que implica ese diagnóstico parece ser la única salida. Pero el diagnóstico es una verdad a medias, y el remedio es imposible —o peor todavía, es contraproducente—.
Por eso — y porque el cambio climático es el problema más grave que tenemos— esas creencias compartidas por tanta gente que se cree progresista resultan ser la gran equivocación de nuestro tiempo.
Veamos el diagnóstico. La causa del cambio climático no es el capitalismo, sino el aumento acelerado y gigantesco de la presión sobre el planeta que habitamos. La destrucción del medio ambiente ha sido el costo de multiplicar por 7 el tamaño de la población mundial y al mismo tiempo multiplicar por 6 sus ingresos per cápita: 42 veces más presión sobre los recursos del planeta en tan solo dos siglos.
El capitalismo es el sistema que hizo posible esa gran prosperidad, el motor del aumento del ingreso, el mayor generador de riqueza que ha existido en los milenios de existencia de la especie homo sapiens. El capitalismo es uno de los grandes inventos de la humanidad, y destruirlo sería una estupidez monumental.
Pero queda sin duda la otra media verdad: la ruta que adoptó el capitalismo ha sido intensamente destructiva de la naturaleza, porque pudo explotarla a costos muy bajos o sin costo alguno. Las ocho o diez generaciones que hemos disfrutado de la gran prosperidad consumimos el patrimonio de las próximas generaciones, y el Estado permitió que la riqueza fuera creada a costa del medio ambiente. El mercado sin los precios correctos —los que reflejan el valor verdadero o escasez potencial de los insumos— nos llevó a la situación apocalíptica que empezamos a vivir y se nos viene encima.
Por eso en vez de destruir el capitalismo o acabar la economía de mercado, necesitamos imponer los precios adecuados: hay que elevar rápida y sustancialmente el costo de los insumos o actividades que causan el calentamiento de la atmósfera. El impuesto a las emisiones de carbono, el encarecimiento de los hidrocarburos, el subsidio de las energías limpias, la guerra contra la deforestación —más dañina que la coca—, la electrificación del transporte, el gravamen a la ganadería extensiva, la racionalización en el uso del agua, los incentivos a las industrias verdes son los cambios principales en el sistema de precios que deben adoptarse de inmediato y sin peros ni disculpas.
Es una tarea colosal, pero es de vida o muerte. Y es urgente. Por eso, en vez de la utopía nebulosa del amor fraternal o el altruismo que nunca han existido ni es posible esperar del homo sapiens, hay que apoyarse en las fuerzas que sí existen y son capaces de salvarnos. La fuerza, como dije, del Estado, para que imponga los precios correctos. Y la fuerza, mayor todavía, del mercado o del capitalismo sujeto a los precios correctos.
En efecto: los costos que no ha cobrado el Estado ya están siendo cobrados por la naturaleza bajo la forma de inundaciones, sequías y demás calamidades. Son costos gigantescos para los aseguradores, agricultores, constructores, pobladores, ciudades o países que —no por altruismo sino por autointerés y afán de lucro— ya están haciendo más por defender el medio ambiente de lo que hacen los ilusos de buena voluntad e ideas equivocadas.