Las reformas sociales en bien de los desprotegidos podrían empeorar la situación de los desprotegidos. ¿Por qué?
Hernando Gómez Buendía*
Este será el año decisivo para el primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia.
Antes habíamos tenido gobiernos reformistas, como el de José Hilario López, el de López Pumarejo, el de Lleras Restrepo, tal vez como el de Belisario Betancur; y habíamos tenido momentos populistas, como el de Melo en el siglo XIX o el de Rojas en los años cincuenta. Pero Petro es el primer presidente que no proviene del Partido Liberal ni del Conservador, el primero escogido por voto popular que desde siempre ha predicado el socialismo y que por eso se ha comprometido a mejorar masivamente las condiciones de vida de los excluidos.
Y aquí vendrá la encrucijada: si estas reformas son tímidas, no elevarán de veras el nivel de vida de las mayorías; y si son radicales, encontrarán la oposición cerrada de los afectados.
Durante el año pasado Petro formó la coalición de gobierno, organizó su equipo, consiguió algunos recursos mediante la reforma tributaria, inició el proceso de la “paz total” y estableció los nuevos lineamientos de la política internacional. A pesar de sus discursos desafiantes, en los hechos su viraje hasta el momento ha sido sosegado y respetuoso del Estado de derecho.
Pero llegó la hora de las definiciones, y para este año se anuncian las reformas que pueden resultar más conflictivas: la de salud, la laboral, la pensional, la del sistema de transferencias sociales, tal vez la de finanzas regionales…Y aquí vendrá la encrucijada: si estas reformas son tímidas, no elevarán de veras el nivel de vida de las mayorías; y si son radicales, encontrarán la oposición cerrada de los afectados.
Mejor dicho: las reformas eficaces implican pisar callos o implican un aumento desmedido de los gastos del Estado. En la cuestión agraria, por ejemplo, hay que expropiar la tierra o hay que comprársela a precio comercial a los terratenientes; en salud o en pensiones hay que aumentar los aportes de los cotizantes o aumentar los subsidios a los no cotizantes; en materia laboral, se encarecen los costos de la mano de obra o el Estado provee, digamos, una “renta básica” o un ingreso mínimo…No hay cosas gratis en la vida.
Hay otro modo de describir la encrucijada: un gobierno de izquierda piensa en las reformas, pero a la gente no le importan los cambios en la ley sino en su vida.
Las reformas sociales son urgentes, pero el gobierno tiene poco margen de maniobra. Colombia sigue siendo un país conservador, y los poderes fácticos seguirán estorbando o entibiando las reformas (como lo vimos en la tributaria y estamos viendo en la reforma política). La alternativa es agrandar el gasto público, pero tenemos un gran hueco fiscal y se acabó la bonanza petrolera: es cuestión de aritmética.
Hay otro modo de describir la encrucijada: un gobierno de izquierda piensa en las reformas, pero a la gente no le importan los cambios en la ley sino en su vida. Petro va a insistir en las reformas y tratará por supuesto de que sean verdaderas; pero entre más callos pisen mayor será el temor de los inversionistas y mayor el desempleo. La otra opción —aumentar el gasto público— es la receta perfecta para agravar la inflación.
La paradoja infortunada sería esta: que las reformas de un gobierno dedicado a mejorar la condición de vida de las mayorías aumenten el desempleo y encarezcan los productos que consumen esas mismas mayorías.
¿Será que por andar buscando el queso nos quedamos sin el pan? Es la pregunta de este año para el gobierno de Petro y, sobre todo, para los pobres —y los ricos— del país.