Muchas universidades dependen de la matrícula para funcionar y cumplir las exigencias del gobierno, pero el número de estudiantes está disminuyendo ¿Qué es lo que pasa y qué se debe hacer?
Francisco Cajiao*
Quiebre en la tendencia de crecimiento
Desde la década de los noventa la matrícula en educación superior venía aumentando, pero cada vez hay menos dudas sobre la ruptura de esa tendencia: entre 2017 y 2018, 18 universidades perdieron entre 1.200 y 4.000 estudiantes, dos perdieron entre 7.000 y 8.000, y el Sena perdió 36.600.
Hasta el 2015, muchas universidades privadas venían aumentando sus matrículas a un ritmo que les permitía abrir nuevos programas; pero en ese año comenzaron a sentir que llegaban menos estudiantes.
Carreras de gran importancia para el país como la ingeniería de sistemas, telecomunicaciones y otras afines redujeron sus números de manera muy preocupante. Como las proyecciones mostraban que a mediano plazo habría un déficit de ese tipo de profesionales, el Ministerio de las Tic empezó a ofrecer becas y estímulos a quienes se matricularan en esos programas. Aun así, no hubo respuesta significativa en la demanda.
Por su lado, el presidente Santos, en su segundo período, consideró que seguir aumentando la cobertura era un objetivo inaplazable en su aspiración de hacer de Colombia “el país más educado de América Latina”, para lo cual se necesitaban un ambicioso plan de becas y estimular a las universidades en sus procesos de acreditación de alta calidad.
Sin embargo, las 40.000 becas que ofreció Ser Pilo Paga representaban apenas un 14 por ciento de quienes terminaron su bachillerato en esos cuatro años. Además, el programa —y el de Generación E que lo remplazó en este gobierno— pudo tener otro efecto colateral que aún no se ha estudiado: alimentar las expectativas de gratuidad de la educación superior, que se han impulsado desde diversos sectores.
La política de educación superior del país
En 1990 la cobertura era de 8,1 por ciento y se requirió una década para llegar al 13,82 por ciento en el 2000. En ese año la matrícula oficial era apenas del 36,6 por ciento, con 322.231 estudiantes. Mientras tanto, en el sector privado se atendían 555.943 jóvenes, el 63,7 por ciento de la población universitaria.
Para conseguir este incremento se crearon 69 instituciones, de las cuales 27 fueron oficiales, es decir el 39 por ciento. Las 42 restantes fueron iniciativas privadas, respondiendo a una demanda que superaba en un 85 por ciento la capacidad instalada en el país.
Algunos vieron una oportunidad de negocio, otros presintieron que era una valiosa plataforma política y, sin duda, hubo grandes esfuerzos de liderazgo regional para mejorar las condiciones productivas de ciudades y departamentos.
En la actualidad, si se excluye el Sena y se dejan exclusivamente las instituciones que cumplen con las condiciones de la Ley 30 en materia de registros calificados, inspección y vigilancia y demás requisitos de calidad exigidos a las Instituciones de Educación Superior (IES), la composición de la matrícula entre pública y privada es muy parecida a la que había al inicio del siglo.
Desde entonces, la política del Estado ha sido aumentar cupos en las instituciones públicas existentes —en medio de grandes problemas de financiación— y estimular la oferta privada, financiando así la expansión universitaria con los recursos de las familias.
ICETEX se convirtió en una herramienta fundamental para facilitar el acceso a los recursos necesarios para sostener el modelo mediante el crédito. En la última década se beneficiaron más de 650.000 jóvenes que de otra forma no hubieran podido cursar sus estudios profesionales.
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¿Qué está sucediendo?
Esta es la pregunta que urge responder porque afecta seriamente el futuro del país en materia de talento humano.
Ya hay instituciones privadas en vía de desaparición, pues la caída en la matrícula les resta viabilidad. Quienes están en el mundo universitario saben que cada día se obedece más a las reglas y al lenguaje de las empresas industriales y comerciales que a las exigencias del desarrollo del conocimiento y procesos de innovación que requiere el país.
Hasta hace unos años la aspiración generalizada de las familias cuyos hijos terminaban la secundaria era lograr que ingresaran a la universidad. De hecho, las universidades privadas más prestigiosas se vanagloriaban de no hacer publicidad y de poder seleccionar sus admitidos entre un numeroso grupo de aspirantes. Cobraban el semestre por anticipado y podían hacer enormes inversiones. Algo similar sucedió con instituciones más nuevas creadas en las regiones.
Eentre 2017 y 2018, 18 universidades perdieron entre 1.200 y 4.000 estudiantes.
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Ahora el mercadeo se ha convertido en un proceso fundamental, como sucede en las lógicas capitalistas. Para atraer clientela se ofrecen combos, rebajas, congelamiento de matrículas y fotografías de actividades recreativas. Pero los estudiantes no llegan en las cantidades necesarias para iniciar una cohorte. Pocas publicidades invocan la ciencia, la búsqueda de la equidad o cualquier tema altruista, pues la mercadotecnia ha descubierto que eso no atrae a la juventud.
En las universidades públicas la situación es diferente, aunque también algunas han perdido estudiantes. La Universidad Nacional, por ejemplo, solo puede aceptar el 7 por ciento de quienes se inscriben, rechazando año tras año a miles de jóvenes que quieren estudiar. Al final estos desisten porque no cuentan con los recursos necesarios para ir a un centro privado, o porque sus familias no están dispuestas a una inversión costosa durante cuatro o cinco años.
Mientras tanto, la mayor parte de las IES privadas —sin demeritar en absoluto su labor— son pequeñas empresas que intentan sobrevivir a duras penas en un ambiente hostil realizando una labor cada vez más costosa. Formar profesionales con las características que exige el mundo contemporáneo requiere un profesorado altamente calificado, laboratorios, instalaciones, sistemas informáticos, viajes internacionales, programas de prácticas y cuantiosas inversiones en investigación.
Todo esto, a su vez, lo exige el gobierno a cada institución, así ella tenga apenas dos o tres mil estudiantes. Las universidades deben amortizar todos estos costos con la matrícula, ya que no hay posibilidad de obtener recursos de ninguna otra fuente.
La conclusión obvia es que con precios de matrícula bajos jamás se conseguirá el punto de equilibrio del negocio y no habrá excedentes para reinvertir. Esto le niega la única opción posible a una gran cantidad de jóvenes que han cursado estudios de secundaria muy precarios.
Otro problema serio consiste en que los datos generales de cobertura no revelan la situación de las regiones: mientras sólo ocho departamentos están por encima del 40 por ciento, hay veintidós que están por debajo de esa cifra.
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Han cambiado las aspiraciones
Es claro, de otra parte, que los jóvenes han cambiado y ahora tienen otras expectativas. Para muchos de ellos —cada vez más— la universidad no es una alternativa de vida: no es atractivo estudiar cuatro o cinco años en formas tradicionales y a costos elevados para enfrentar un pobre mercado laboral.
El voz a voz y las redes sociales tienen más efecto que todas las campañas de mercadeo juntas. Las historias de jóvenes que se vuelven ricos de la noche a la mañana con un canal de Youtube, diseñando una aplicación o con una idea interesante hacen mella en quienes necesitan una excusa para no embarcarse en proyectos difíciles y de largo plazo. Ya muchos comienzan a pensar que es mejor hacer cursos cortos y prácticos que comiencen a dar réditos en el corto plazo.
También influye la postura de empresas y empresarios que critican a las universidades y prefieren preparar directamente a sus trabajadores. Además, son pocos los sectores empresariales que demandan profesionales altamente calificados.
En la búsqueda de alternativas para estimular la demanda y mantener los flujos financieros, muchas IES ofrecen cursos de formación para el trabajo, que antes se veían con cierto desdén desde la academia. Ya hay 138 universidades e instituciones universitarias que ofrecen estos programas.
Muchos comienzan a pensar que es mejor hacer cursos cortos y prácticos.
También compiten con las universidades convencionales los nuevos modelos de formación virtual que ofrecen mayor flexibilidad en el uso del tiempo, se acercan a los lenguajes de las nuevas generaciones y se consiguen a bajos costos. Por eso no es extraño que entre las instituciones de mayor crecimiento estén algunas de las que se han centrado en esta modalidad.
¿Qué hacer?
Por el momento pueden sacarse varias conclusiones:
- El gobierno tendrá que ocuparse de la educación superior de otra manera, pues se le está viniendo encima una crisis que amenaza con reducir la cobertura en vez de llevarla al 60 por ciento que se propuso en el Plan de Desarrollo.
- Las universidades privadas y públicas deben enfrentar una realidad que hasta ahora está mostrando los dientes y que tiene que ver con la manera en que se estructuran y se desarrollan los programas, la flexibilidad curricular, las concepciones de presencialidad, los modelos de evaluación y los costos de docencia. En pocas palabras con los modelos pedagógicos que se adapten para formar el talento humano que requiere el país.
- El sector productivo juega un papel fundamental, pues si no está en capacidad de generar puestos de trabajo profesional de buena calidad no habrá incentivo para quienes están en edad de hacer estudios superiores.
- Es inaplazable reformar seriamente la educación básica secundaria y la media, pues es allí donde se cultivan los conocimientos y habilidades para ingresar a la universidad -y se cultiva sobre todo el deseo de progresar y la identificación temprana de los talentos y las expectativas de vida-. Pues en este segmento estamos fracasando rotundamente.
![]() Foto: Presidencia de la República |
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Finalmente, se requiere un equilibrio entre lo que quieren los jóvenes y lo que necesita el país. El desarrollo económico y social, así como la consolidación de la democracia necesitan gente cada vez mejor preparada, honesta, con sentido de la responsabilidad colectiva y con capacidad para idear y operar grandes proyectos.
Por eso la educación superior no puede ser una actividad comercial en manos de particulares que dirigen pequeñas empresas educativas para suplir las carencias del Estado.
*Filósofo, magister en Economía, consultor en educación, exsecretario de Educación de Bogotá y columnista de El Tiempo.