
El crecimiento acelerado de estos meses da la impresión de que “aquí no pasó nada”. Es lo que cree el gobierno, y la equivocación es grave.
Jorge Iván González*
Saliendo apenas del hueco
La economía colombiana sin duda alguna se está recuperando.
Pero este no es motivo para cantar victoria, como lo hizo el presidente Duque, para quien el país va muy bien porque el crecimiento del segundo trimestre del 2021 “es el más alto del siglo”. El optimismo del Ministerio de Hacienda también es desbordante¸ en el Marco Fiscal de Mediano Plazo se dice que “…los indicadores adelantados permiten avizorar una economía boyante”.
La explicación de lo que pasó es muy sencilla: la economía creció mucho porque nunca había llegado a un nivel tan bajo. Como se observa en la gráfica 1, la caída del PIB en el segundo trimestre del 2020 fue de -15,8%. El punto más bajo desde que se tienen estadísticas.

La mayoría de los países comienzan a presentar tasas de crecimiento elevadas, porque en todos los casos, el punto de referencia estaba en el piso.
Por eso no se justifica el triunfalismo de las autoridades colombianas. El crecimiento del PIB en el segundo trimestre de 2021 fue de 17,6%, pero ello no significa que se hayan corregido los males estructurales de nuestra economía. La fragilidad se ha acentuado y en el horizonte de los próximos años no se asoman cambios sustantivos en la política económica.
Un rebote disparejo
Las actividades que más crecieron en el último trimestre fueron las de entretenimiento (83,8%), comercio (40,3%) e industria manufacturera (32,5%).
La agricultura sigue en dificultades. El aumento del 3,8% se explica por algunos cultivos transitorios, los permanentes y la ganadería, pero se observa una caída en silvicultura, pesca y café.
El consumo doméstico, que ha crecido 25,4%, tiene un alto contenido importado. Uno de los signos de fragilidad de la economía es la agudización del déficit comercial. En volumen, las exportaciones aumentaron 15,4%, y las importaciones 45,8%. Es decir, la apertura sigue siendo hacia adentro, y el país no mejora la competitividad internacional.
No es necesario cambiar
En la lógica del gobierno, puesto que todo está bien, no es necesario cambiar. La pandemia no ha llevado a modificar ninguna de las prioridades de la política económica. La comparación del Marco Fiscal del 2020 y del 2021 es muy diciente porque permite examinar los imaginarios del Ministerio de Hacienda para los próximos diez años.
El primer documento se escribió cuando la pandemia estaba comenzando. El segundo se publicó hace dos meses. Y la conclusión que se deriva de esta comparación es sorprendente: la pandemia no modificó ninguna de las prioridades de la política económica.
Hay dos indicadores que ponen en evidencia esta mirada conformista: las proyecciones del PIB, y las del gasto público.
El PIB converge en los dos escenarios
Gráfica 2. Proyecciones de la tasa de crecimiento anual (%) del PIB (2021-2031) |

La gráfica 2 presenta las proyecciones del PIB hasta el 2031. Los dos marcos fiscales convergen, y el horizonte de equilibrio no se modifica. En ambos escenarios la tasa de crecimiento alcanzará un ritmo de equilibrio que estará alrededor del 3,3%. La similitud de ambas proyecciones permite sacar dos conclusiones:
Primera, se supone que la pandemia apenas ha sido un asunto coyuntural, un simple parpadeo. Y en el futuro habrá que volver a la senda de equilibrio porque todo se está haciendo bien.
Segunda, las tasas de crecimiento propuestas son mediocres. Se considera que la economía mantendrá su senda “boyante”, con un PIB que apenas aumenta a un ritmo cercano al 3% cada año.
Aumenta el raquitismo del Estado
Mientras que la pandemia ha llevado a numerosos países a replantear de manera radical las funciones del Estado, y a reconocer su liderazgo, el gobierno colombiano considera que la mejor alternativa es reducir el gasto público. Y este propósito no cambió con la pandemia.
Gráfica 3.
Gasto del Gobierno Central Nacional, como porcentaje del PIB
Proyecciones (2021-2031)

Desconociendo las tendencias internacionales, y haciendo caso omiso a las reflexiones contemporáneas sobre el papel fundamental que debe cumplir el gasto público, el gobierno aspira a que la intervención del Estado siga disminuyendo en los próximos 10 años. En los dos escenarios, el gasto disminuye (gráfica 3), llegando a un nivel cercano al 19% del PIB.
Esta pretensión pública no es realista. Aún en contra de los imaginarios del gobierno, el gasto público seguirá aumentando. La austeridad de la que se ha hablado estos días es una ilusión.
En lugar de insistir en reducir el gasto público se debería aceptar el liderazgo del Estado. En la gráfica 3 se incluye un escenario “ideal”, que correspondería a un crecimiento del gasto público progresivo que llegaría en el 2031 a niveles similares a los de otros países latinoamericanos (23,5%). Los contrastes son evidentes.

El estrechamiento del margen de maniobra del Estado no es conveniente. La modernización del país requiere un mayor gasto público, pero ello no es posible sin subir los impuestos con criterios de progresividad. Y este es el asunto que se pretende evadir.
La ceguera del gobierno es de tal magnitud, que ni siquiera la crisis causada por la pandemia, ha sido suficiente para cambiar la visión sobre el futuro. El discurso es sorprendente, y esta economía “boyante” no requiere ningún cambio fundamental.