El mal manejo de la bonanza minero-energética ha producido una “enfermedad holandesa” – una caída en el precio del dólar que saca del mercado a la industria nacional. Y a diferencia de las economías avanzadas, esta baja de la industria no se debe al progreso tecnológico ni a los avances en el sector servicios.
Sergio Clavijo* Alejandro Fandiño** Alejandro Vera***
Un hecho indiscutible
Entre 1975 y 2012, Colombia experimentó sin duda un proceso de desindustrialización: el Valor Agregado Industrial había descendido desde alrededor del 23 por ciento del PIB hace 30 años al 15 por ciento hace 10 años, y a un valor proyectado entre 9 y12 por ciento para el período 2012–2020.
Colombia: participación de la industria en la actividad económica
Enfermedad holandesa
Este proceso se explica en parte por la tendencia común a muchas economías donde – una vez una vez completada la fase de “industrialización de manufactura simple” — se expande el sector de servicios y se reduce la participación de los sectores agropecuario y manufacturero dentro del PIB.
Sin embargo, en el caso de economías que crecen principalmente a base de exportar commodities — economías tipo enclave exportador minero o petrolero — tiende a ser más intenso el descenso de la participación del sector industrial. Esto resulta de la conocida Enfermedad Holandesa, donde la abundancia de divisas provenientes de las exportaciones de commodities viene acompañada por un aumento persistente en el valor de la moneda nacional, lo cual reduce las exportaciones de productos industriales y agroindustriales – precisamente los que eran intensivos en mano de obra.
Remedios que no se usaron
Ahora bien, este auge exportador no necesariamente tiene que acabar en una “maldición”: muchas divisas y pocos empleos, con riesgo de graves desequilibrios sociales y un bajo crecimiento de largo plazo.
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Para evitar dicha desgracia, es preciso adoptar reformas de gran calado que permitan:
i. “sembrar” la actual bonanza bajo la forma de una infraestructura de transporte más eficiente, como una forma de compensar la revaluación. Durante la última década se acumuló un 15 a 20 por ciento de revaluación real contra nuestros principales socios comerciales.
ii. hacer que se flexibilice el costo de la mano de obra, principalmente a través del desmonte de los “pagos no salariales” en cabeza de las firmas. De esta manera se reducen los “costos laborales unitarios”, es decir, el valor del salario real respecto de la productividad laboral.
La bonanza y sus efectos
Entre 2008 y 2012, Colombia ha venido atravesando por un auge exportador minero–energético que conlleva muchos de los riesgos de la Enfermedad Holandesa. Por ejemplo, el sector minero–energético ha estado creciendo a ritmos promedio del 10,3 por ciento anual, frente al 4 por ciento para la economía en su conjunto. Esto explica que la participación del sector minero–energético dentro del PIB haya pasado del 6 a cerca del 8 por ciento en esos cuatro años mientras, como dijimos, disminuía la participación de la industria.
Durante el mismo período, las exportaciones minero–energéticas crecieron a un ritmo del 29 por ciento anual frente al 3,3 por ciento de las “exportaciones no tradicionales”. Esto explica por qué la relación exportaciones tradicionales- exportaciones no tradicionales pasó de cerca de un 50 – 50 por ciento a cerca de un 70 – 30 por ciento durante la última década.
El sector minero-energético se ha convertido prácticamente en un “mono–atractor” de la inversión extranjera directa (IED). Por ejemplo, entre 2005 y 2011, la IED promedió cerca de 10.600 millones de dólares por año, de los cuales casi un 65 por ciento se destinó al sector minero–energético. En cambio fue notoria la ausencia de proyectos “cero-kilómetros” o de inversiones en proyectos industriales con tecnología de punta, como tiende a ocurrir en Asia y hasta en algunos países de Centroamérica (ver Comentario Económico de Anif del 26 de enero de 2010).
En el corto plazo, son innegables los beneficios de este auge minero–energético, aun bajo su actual formato de enclave–exportador: Colombia ha logrado superar su problema recurrente de déficit en la balanza comercial, que le impedía reducir su “brecha externa” para dejar flotar su tasa de cambio.
No obstante, la balanza comercial siguió arrojando un pequeño déficit (cerca del -0,7 del PIB durante la última década), muy por debajo de países con estructuras económicas similares — y en épocas de buenos términos de intercambio — como Venezuela, Argentina, Chile, Perú y Brasil, donde los superávits alcanzan de +3 a +6 por ciento del PIB.
Más todavía: la mejora en la balanza comercial no logró traducirse en superávit en la balanza de pagos (como un todo) en ningún año de la última década. De hecho, la debilidad externa de la economía colombiana sigue siendo un hecho: el déficit externo ha promediado un –2,2 por ciento del PIB por año durante el período 2002 – 2011.
Desindustrialización tipo 1
Detrás de los procesos de desindustrialización en las economías avanzadas actúan las “fuerzas seculares” que explican cómo esos países transitaron desde la agricultura -y pasaron la manufactura liviana — hasta concentrarse en servicios altamente especializados y en industrias de punta -lo cual redujo naturalmente la participación del sector agropecuario y del manufacturero dentro del PIB.
Sin embargo ha de notarse que este tipo de procesos es resultado del éxito económico y se logra tras alcanzar un PIB per cápita elevado. Tales procesos de desindustrialización “natural” tienden a ser lentos, lo cual permite hacer un tránsito ordenado hacia la expansión del sector de servicios (ver el análisis de Rowthorn y Ramaswamy “Deindustrialization: Causes and Implications” de 1997).
Un buen ejemplo de este proceso se dio en Estados Unidos: la producción manufacturera pasó de representar 28 a sólo 12 por ciento del PIB entre 1953 y 2012, mientras que los servicios aumentaron de 48 a 69 por ciento del PIB n el mismo período. Esto fue consecuencia de un acelerado crecimiento de la productividad manufacturera y del aprovechamiento de oportunidades e innovaciones en otros sectores.
Estados Unidos: participación de los servicios y la industria en el PIB
( 1947 – 2011, % del PIB)
Dentro del sector industrial se presentaron cambios en el tipo de bienes producidos: mientras que en la década de los cincuenta predominaban los rubros de alimentos y bebidas, maquinaria y automóviles, durante la última década la producción migró hacia sectores de alta tecnología. Es decir, la manufactura simple dio paso a la innovación tecnológica dentro del sector industrial, pero éste perdió participación dentro del PIB como un todo.
La expansión de sectores intensivos en tecnología podría estarse intensificando en el período 2012 – 2020, cuando la “tercera revolución industrial” estaría repatriando empleos industriales a territorio norteamericano, gracias a sofisticados desarrollos tecnológicos que ya comienzan a vislumbrarse.
Desindustrialización tipo 2
Ahora bien, existe un segundo grupo de países donde el efecto “secular” no explica adecuadamente el proceso de desindustrialización. En economías que crecen principalmente mediante exportaciones de commodities, tipo enclave, tiende a acelerarse el descenso en el peso del sector industrial como resultado de la Enfermedad Holandesa. Esta “enfermedad”, en efecto tiende a ocasionar cuatro fenómenos:
i. contracción del sector manufacturero, por desindustrialización directa (desplazamiento de recursos al sector minero-energético) e indirecta (migración de recursos al sector servicios);
ii. revaluación persistente de la tasa de cambio;
iii. aumento de los salarios reales (otra forma de expresar la revaluación);
iv. expansión de los sectores minero-energético y de servicios, en detrimento de la manufactura.
De hecho, McMillan y Rodrick — en “Globalization, Structural Change and Productivity Growth” de 2011 — encuentran que en América Latina durante los años noventa los recursos migraron en dirección contraria a lo esperado: de los sectores de alta productividad hacia los de baja productividad, es decir que hubo migración del sector industrial al sector de servicios y a la informalidad. Las explicaciones de este fenómeno tienen que ver con:
i. una elevada concentración exportadora en commodities, que apreció la tasa de cambio real e impidió la expansión industrial y agrícola;
ii. la presencia de sectores industriales tradicionales que intentaron sobrevivir mediante reconversiones, pero en medio de una elevada inflexibilidad laboral.
Midiendo la desindustrialización en Colombia
Recientemente, en ANIF estudiamos el caso colombiano (ver Clavijo S. Vera A. y Fandiño A. (2012), “La Desindustrialización en Colombia: Análisis cuantitativo de sus determinantes”) y comprobamos – mediante una serie de estimaciones econométricas- que el país efectivamente ha sufrido la Enfermedad Holandesa durante las últimas cuatro décadas.
En efecto, existe una relación estable de largo plazo entre la desindustrialización relativa y las exportaciones minero–energéticas, a través de la tasa de cambio real. En otras palabras: la caída de largo plazo en la participación industrial estuvo relacionada con los períodos de auge minero–energético.
En particular, se encontró que un aumento de 1 punto porcentual en la participación relativa de las exportaciones mineras implicaría una caída de 0,4 puntos porcentuales en la relación Valor Agregado Industrial/PIB en el largo plazo.
En cuanto a la la tasa de cambio, se estableció que una apreciación del 1 por ciento en el índice de tasa de cambio real (ITCR) conllevaría una disminución de 0,12 puntos porcentuales en la relación Valor Agregado Industrial/PIB.
De la misma forma se encontró un efecto contemporáneo negativo de la variable minero–energética sobre la participación industrial: el aumento de 1 punto porcentual en esta variable produce un efecto desindustrializador de –0,08 puntos porcentuales.
Por otra parte, si persiste la situación actual, nuestras proyecciones para el periodo 2012 –2020 indican que los aportes de la industria al PIB caerían hasta en el rango de entre 9,2 por ciento y 12,2 por ciento hacia el año 2020.
Lecciones para Colombia
Los procesos de desindustrialización ocurren por:
i. la vía secular resultante de etapas del desarrollo, típicas del mundo desarrollado;
ii. o como resultado de choques externos que mejoran los volúmenes y los precios de los commodities, procesos típicos del mundo emergente, donde su efecto último dependerá de la forma como se enfrente la Enfermedad Holandesa.
En el caso de Colombia, hemos visto que la acelerada desindustrialización se constata a través de la caída en la relación Valor Agregado Industrial/PIB, que pasó de casi el 25 por ciento a mediados de los años setenta a un 20 por ciento en los ochenta y ahora se perfila hacia sólo un 12 por ciento.
Dicha desindustrialización ha estado asociada con:
i. las serias dificultades estructurales para proveer los servicios más básicos (energía, telecomunicaciones, vías de transporte);
ii. el efecto del auge minero–energético, acompañado del encarecimiento relativo de la mano de obra y la marcada apreciación real de la tasa de cambio, lo cual confirma el diagnóstico de Enfermedad Holandesa presente en la economía colombiana.
* Director de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANIF).
* Investigador de ANIF.
*** Subdirector de ANIF.