La democracia en tiempos de cambio: ciudadanía, participación y redes sociales - Razón Pública
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La democracia en tiempos de cambio: ciudadanía, participación y redes sociales

Escrito por Marcela Anzola

El voto, como uno de las características más relevantes de la Democracia.

Marcela AnzolaMuchos de los que no votaron en el plebiscito ahora están saliendo a las calles. Aquí – y en otros muchos países- esto se debe a que la política tradicional es obsoleta para la generación del internet y la posmodernidad.  

Marcela Anzola*

En Colombia y en Estados Unidos

Tal vez una de las cosas más fascinantes para los observadores nacionales e internacionales del proceso de paz colombiano ha sido la gran participación ciudadana a través de las marchas multitudinarias y multisectoriales después del plebiscito.

Al ver tantas personas en las calles muchos se preguntan: ¿dónde estaban todas ellas ese 2 de Octubre, cuando hubieran podido expresarse en las urnas? Con una abstención del 62,6 por ciento es difícil explicar la escala masiva de las manifestaciones para apoyar la paz.

Este fenómeno no es exclusivo de Colombia. En Estados Unidos, por ejemplo, ambas campañas luchan desesperadamente por atraer votantes y romper la larga historia de abstención que caracteriza este tipo de elecciones. Pese a que el discurso de Hillary Clinton es más atractivo para las generaciones jóvenes y para aquellos con ideas de avanzada, existe el temor de que la apatía electoral le impida derrotar a Donald Trump, un candidato populista que en efecto apela a un sector muy descontento pero minoritario de la población norteamericana.  Algunos argumentan que la aparente apatía se debe a la poca popularidad que tiene cada uno de los candidatos. Y el fenómeno de Bernie Sanders, quien sí logró interesar a un grupo amplio de jóvenes “millenials”, parecería corroborar esta explicación.

En los países menos desarrollados

Campañas de Hillary Clinton por la Presidencia en Estados Unidos.
Campañas de Hillary Clinton por la Presidencia en Estados Unidos. 
Foto; Wikimedia Commons

La paradoja anterior es también el objeto de una reciente publicación de Thomas Edward Flores e Irfan Nooruddin titulada Elections in Hard Times: Building Stronger Democracies in the 21st Century, donde se estudian a profundidad  los casos de cinco países en desarrollo con democracias recientes,  seria escasez de recursos fiscales y una historia de violencia política.  

Estos autores muestran cómo en estos países las elecciones recientes han sido libres y claras, de manera que sin duda confieran legitimidad al elegido. Pero esta legitimidad es condicional o contingente (contingent legitimacy) puesto que pasa muy pronto a depender de los resultados que muestre el gobernante y en especial de su capacidad para proveer bienes públicos (performance legitimacy).

Los parlamentos y presidentes han perdido su capacidad para representar la opinión de los electores. 

Como esto último es difícil de lograr la probabilidad de mantener la legitimidad es baja y esto lleva al desencanto o a que el elegido acuda a mecanismos poco transparentes para mantenerse en el poder, ser reelegido, o mantener su partido en el poder. 

La explicación anterior es bastante convincente y podría valer para un país como Colombia, pero no para las democracias de vieja data en países ricos y sin violencia política, comenzando por Estados Unidos.

Viejo y nuevo abstencionismo 

En la práctica, lo que está ocurriendo es que cada vez más los parlamentos y presidentes se hacen obsoletos porque han perdido su capacidad para representar la opinión de los electores. Los ciudadanos les están revocando de manera tácita su mandato porque ya no tienen necesidad de que los representen o de participar en los procesos que ellos convocan.

El plebiscito colombiano es un buen ejemplo de ello. La mayor parte de la ciudadanía no logró identificarse con él e incluso muchos de aquellos que votaron por el No no lo hicieron como una decisión sobre la paz sino como un voto de protesta contra el sistema.

Para muchos la abstención electoral se explica por la falta de educación política o de compromiso ciudadano, y por eso en muchos países se habla de la necesidad de implantar el voto obligatorio, para supuestamente fortalecer la ciudadanía. No obstante, esta es una visión obsoleta, que viene de los tiempos cuando el abstencionista era un ciudadano iletrado e ignorante que no participaba si no tenía incentivos económicos.

Esta creencia, sin embargo, se ha visto desvirtuada por las multitudinarias marchas y las muchas formas de participación que existen por fuera de los cánones tradicionales.

Las nuevas mayorías

Pero el asunto es mucho más complejo de lo que parece. En Estados Unidos, al igual que en Colombia con el plebiscito, ambas orillas representan cosmovisiones diferentes:

  • En una parte se encuentran aquellos más tradicionales que buscan proteger la familia, la religión y le temen al comunismo/socialismo;
  • En la otra están quienes reconocen la necesidad de proteger la diversidad tanto en raza como en sexo, garantizar la no discriminación y respetar el derecho a la libre elección: aborto, religión, sexo.

Aunque parece que este último grupo es cada vez más grande, esta nueva mayoría que está dispuesta a aceptar las decisiones individuales, la particularidad, la diferencia, y a mostrar mayor empatía hacia el otro, paradójicamente, no cree en los mecanismos tradicionales de expresión. Simplemente los considera obsoletos, o no se identifica con ellos.

El hecho de que una gran mayoría se identifique con lo que podríamos denominar una cosmovisión “de avanzada” no implica que estén dispuestos o sientan interés en participar en elecciones o en la toma decisiones a través de los mecanismos que ofrece la democracia como la entendemos tradicionalmente.

Estas son generaciones que han crecido en medio de la Tercera Revolución Industrial y ahora deben enfrentarse a la cuarta. A diferencia de sus padres y abuelos, quienes crecieron bajo el paradigma del fordismo y el pensamiento linear, con trabajos regulares, sindicatos de trabajadores y familias tradicionales con un padre una madre y varios hijos, las nuevas generaciones:

  • Pueden cambiar de trabajo y profesión rápidamente,
  • Su lugar de trabajo ya no es la fábrica o la oficina como la conocemos tradicionalmente, y
  • Su idea de familia puede reducirse a tener una mascota.

Todo esto se fundamenta en la cultura del “hágalo usted mismo” (do it yourself), el internet de las cosas, la automatización y la idea de cambio constante, de innovación y de una evolución que avanza a una velocidad exponencial.

La nueva política

Marchas con participación indígena por la paz en Colombia.
Marchas con participación indígena por la paz en Colombia.  
Foto: Facebook Juan Manuel Santos

Y, por supuesto, su relación con la política también es diferente. No es que los integrantes de esta generación sean apolíticos, sino que entienden el quehacer político de modo diferente. Se relacionan con el poder de manera horizontal e interactúan directamente con los candidatos de diversas formas.

Para ellos la toma de decisiones no se hace en las urnas, sino a través de las redes sociales, de cartas en donde se toma posición en temas que consideran importantes, o a través de plataformas especialmente diseñadas para ello como Avaaz o Change.

La protesta y las marchas son su herramienta, y la Internet permite comunicar las ideas y organizarse desde la base: se lanza una iniciativa y esta se sigue sin que se requiera un líder. Los líderes son momentáneos, anónimos y se transforman, pues cada individuo tiene una voz, y eso es lo que permite y da fuerza a estos movimientos.

Estamos experimentando una ruptura con los cánones tradicionales de la democracia.

Las nuevas generaciones sienten que en estos grupos está el verdadero poder de decisión o, más bien, de expresión. Y lo que es más importante, las decisiones, en caso de que se tomen, son efímeras, como la realidad misma. Es por esta razón que la legitimidad política depende siempre de la tendencia, la moda y la capacidad que tenga de mantenerse, innovarse y reinventarse.

Pero no solo ha cambiado la forma de hacer política, también ha cambiado la narrativa que define los intereses y la manera de entender la política. Ahora esta debe ser inclusiva, respetuosa del ambiente, cuidadosa del lenguaje y abierta a las nuevas posibilidades.

Al no haber verdades absolutas, cualquier decisión, idea o posición puede ser interpretada de múltiples maneras, y en esta aparente inseguridad se forja la nueva realidad. Por eso se vive el presente sin mucha preocupación por el futuro, porque este simplemente es impredecible.

En otras palabras, lo que estás actitudes nos están mostrando es que estamos experimentando una ruptura con los cánones tradicionales de la democracia como la habíamos entendido hasta ahora, para dar paso a nuevas formas de decisión y formación de opinión que trascienden los criterios existentes.

El lenguaje y la narrativa han cambiado radicalmente y por eso quienes se encuentran en la orilla más tradicional no logran comunicarse con quienes están en la otra. Estamos viviendo realidades diferentes y por tanto es necesario construir puentes que permitan la comunicación entre unos y otros, o al menos hagan menos difícil la transición.

Esto implica cambiar de raíz la manera como se entiende el quehacer de la política, y exige aceptar y reconocer como legítimas las diferentes formas de participación. Este es un reto difícil y requerirá quizás uno o dos relevos generacionales, pero ya no tiene vuelta atrás. Bienvenidos a la postmodernidad.

 

* Marcela Anzola, Phd, LL.M., Lic.oec.int., abogado. Se desempeña como consultor independiente en las áreas de competitividad, comercio internacional e inversión extranjera.

twitter1-1@marcelaanzola

 

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