La cultura en 2022: salir a las calles para llegar a Mi Casa
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La cultura en 2022: salir a las calles para llegar a Mi Casa

Escrito por Nicolás Pernett

Después de dos años de pandemia, 2022 marcó el regreso a la «normalidad» en las industrias culturales. La gente asistió a eventos masivos, se publicaron grandes proyectos editoriales y el Ministerio de Cultura cambió con el nuevo gobierno.

Nicolás Pernett*

Nos vemos a la salida

Aunque fueron apenas dos años, nos parecieron eternos los meses de encierro por la covid-19 en 2020 y a paso de tortuga nos pareció que avanzó la vacunación en 2021. Al fin pasaron las dos cosas y el público se mostró ansioso de volver a las calles y de congregarse sin distanciamiento ni tapabocas en conciertos y fiestas populares.

Se cambió el alcohol antiséptico por el licor y las personas volvieron a fluir en eventos como la Feria de Cali, el Carnaval de Barranquilla, la Feria de las Flores de Medellín y varias docenas más de fiestas y carnavales por todo el país. Con ellas volvieron la alegría fácil, el ruido exagerado, los sombreros de papel patrocinados por bebidas alcohólicas y todos los demás patrimonios culturales nacionales que nos habíamos perdido por estar encerrados en medio de la pandemia.

También volvieron los grandes conciertos y lo hicieron con una frecuencia que pareció inusitada en comparación con otros años. Karol G no acababa de llenar en Barranquilla, cuando ya muchos estaban separando pasaje para ir a ver a Maluma y Madonna en Medellín y luego ir a ver a Bad Bunny en alguna de las dos ciudades. Y si lo que les gustaba era el rock y el pop, tuvieron que juntar sus ahorros para ver a Kiss, Guns and Roses, Coldplay, Dua Lipa o Gorillaz.

Solo por curiosidad, yo consulté algunos de los precios de estos conciertos y en muchos casos la entrada bordeaba o superaba el salario mínimo vigente, un horror. Sin hablar de los obscenos precios que se cobran por esas chivas estáticas que llaman «palcos» en algunos espectáculos. Por supuesto, me los perdí todos, porque no podía pagar esas elevadas cifras sin incurrir en algún tipo de delito, es decir, sin delinquir para conciertos.

Sin embargo, los proyectos editoriales más ambiciosos del año no corrieron por cuenta de empresas privadas, sino de entidades estatales. El Ministerio de Cultura publicó, bajo la dirección de Pilar Quintana, la Biblioteca de Escritoras Colombianas, una excelente colección de solo autoras de diversas épocas y regiones, que se suma a las otras antologías colombianas de financiación estatal que tan útiles y necesarias han sido para que muchos nos acercáramos a la literatura.

Estos conciertos no solo recibieron críticas de amargados como yo, sino que muchos de sus propios entusiastas se lamentaron en redes por sus altos precios, pésimo sonido, desorden en la organización y por la falta de instalaciones idóneas (eso que ahora llaman ‘venue’), una crítica que se ha escuchado en este país desde hace décadas. Además, algunos festivales musicales vendieron enormes cantidades y fueron cancelados a pocas horas de su inicio, como el Jamming 2022 en Ibagué, lo que dejó a muchos con las boletas compradas y los crespos hechos.

Al final, quedó la sensación agridulce de poder volver a experimentar la música en vivo, pero bajo las duras condiciones que imponen los organizadores de estos eventos, quienes se parecen cada vez más a las aerolíneas, pues saben que venden un servicio que no vamos a dejar de consumir a pesar de las dificultades o humillaciones que impliquen.

La verdad es un libro infinito

Otro de estos encuentros masivos que se volvió a realizar de manera presencial fue la Feria Internacional del Libro de Bogotá (así como las otras regionales). En estas se reactivó la siempre activa industria editorial, que fue una de las que menos sufrió durante la pandemia, esta vez con el placer reencontrado de escuchar los autores y recibir sus firmas en las portadillas de sus libros.

Y no faltaron buenos libros para escoger. Desde best-sellers internacionales a los que les fue muy bien en Colombia, como El infinito en un junco: la invención de los libros del mundo antiguo, de la española Irene Vallejo, hasta excelentes ensayistas nacionales como el bogotano Carlos Granés, con su serie de textos sobre vanguardias americanas en Delirio Americano. Sin dejar de mencionar algunos novelistas recurrentes de gran acogida entre lectores nacionales, como Laura Restrepo, Piedad Bonett, Héctor Abad y Ricardo Silva, que también publicaron libros en este año.

Sin embargo, los proyectos editoriales más ambiciosos del año no corrieron por cuenta de empresas privadas, sino de entidades estatales. El Ministerio de Cultura publicó, bajo la dirección de Pilar Quintana, la Biblioteca de Escritoras Colombianas, una excelente colección de solo autoras de diversas épocas y regiones, que se suma a las otras antologías colombianas de financiación estatal que tan útiles y necesarias han sido para que muchos nos acercáramos a la literatura.

Pero, sin duda, la colección editorial más grande e importante del año fue el Informe Final de la Comisión de la Verdad, que después de tres años de trabajo y casi treinta mil testimonios recogidos, le entregó al país 11 capítulos desarrollados en 24 volúmenes, para que buscáramos las muchas verdades del conflicto colombiano entre sus más de diez mil páginas. Esta obra no fue imprimida (sin duda, la carestía de papel que afectó a la industria editorial este año se habría agudizado si deciden hacerlo), y se puede consultar de forma gratuita en internet.

Este proyecto estuvo rodeado de controversias desde el momento de su concepción y antes de que se conociera el contenido del Informe, este ya había adquirido la categoría de clásico, es decir, esas obras de las que todo el mundo habla sin haberlas leído. Algunas personas dijeron que era una historia sesgada a favor del terrorismo, y otras lo ensalzaron como la esperada revelación de lo que realmente había pasado en la guerra de las últimas décadas en el país. Lo más seguro es que ninguno de los dos bandos hubiera leído ni siquiera la mitad de lo mucho que la Comisión tenía para contar.

Si se lo ve como una obra de divulgación, es posible que el Informe Final no llegue a ser uno de los libros más leídos del país, pues los comisionados no pudieron o no quisieron condensar su enorme investigación en un libro accesible para la mayor parte de la población. Lo mejor es pensar que la Comisión, más que un libro, le entregó al país un archivo: de testimonios, de cifras y de textos, y que este archivo exige años de desciframiento para que investigadores, historiadores y divulgadores lo exploren y lo usen para alimentar sus propios trabajos.

Foto: Twitter: MinCultura Colombia - La colección editorial más grande del año fue el Informe final de la Comisión de la Verdad. El Ministerio de cultura se comprometió a impulsar su difusión.

Este programa (si se puede llamar así) ha permitido que diversos proyectos artísticos pequeños reciban, como nunca, un necesario respaldo económico y simbólico del gobierno, pero cabe preguntarse si este apoyo será una celebración de todas las iniciativas culturales del país o solo de aquellas afines al presidente Petro. Habrá que ver si Mi Casa será la casa de todos.

Por supuesto, la existencia de un archivo conlleva la pregunta por el lugar donde estará alojado (además de la nube), cómo se podrá consultar y quién lo manejará, pues la Comisión de la Verdad ya terminó sus funciones, los archivos documentales del país tienen problemas de espacio y el Centro Nacional de Memoria debe terminar en los próximos años y entregarles sus funciones al Museo de la Memoria, un edificio que estaba programado para abrirse en 2022 año y que ahora se proyecta para 2025.

¿En Mi Casa o en la tuya?

No se puede desconocer el dilema que implica que algo tan importante como la memoria del conflicto nacional sea controlado por un organismo estatal, pues esto quiere decir que cada nueva administración puede disponer de este acervo y usarlo para respaldar su política gubernamental particular. Y los recientes cambios de presidente demuestran los bandazos que pueden dar estas políticas.

Algo similar puede pasar con la cultura, un concepto demasiado amplio, variado y libre, como para que sea moldeado por políticas burocráticas. Sin embargo, hace décadas es común que cada nuevo gobierno le dé un revolcón a varios de los proyectos culturales que se vienen ejecutando para adaptarlos a su espíritu. De esta manera, el Ministerio de Cultura trabajó durante la presidencia de Santos para impulsar la cultura de paz que acompañara el proceso de negociación de La Habana, y durante la presidencia de Duque se dedicó a vender una entelequia perversa llamada «economía naranja», que ni impulsó la economía ni produjo naranjas.

En el nuevo gobierno de Gustavo Petro, el Ministerio de Cultura empezó gastándose parte de su reducido capital cambiando su nombre por Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes (Mi Casa), e impulsando una campaña que llamó el «estallido cultural», con el que, al parecer, quiere mantener vivo, a través de la cultura, el espíritu del estallido social de 2021.

Este programa (si se puede llamar así) ha permitido que diversos proyectos artísticos pequeños reciban, como nunca, un necesario respaldo económico y simbólico del gobierno, pero cabe preguntarse si este apoyo será una celebración de todas las iniciativas culturales del país o solo de aquellas afines al presidente Petro. Habrá que ver si Mi Casa será la casa de todos.

Lo bueno, como siempre, es que, con o sin apoyo estatal, en la calle o en la casa, en formatos pequeños o monumentales, el arte y la cultura se seguirán moviendo en 2023 y nos darán muchos más temas de los cuales hablar.

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