Es un desafío logístico y una tragedia humanitaria, pero sobre todo es un gran problema político. El proyecto de una Europa tolerante y progresista está siendo destruido por una derecha extrema que se empeña en acabar con la Unión.
Andrea Mejía*
Rutas de la muerte
Desde principios de 2015, más de 3.000 personas han muerto tratando de alcanzar el territorio europeo. Este es solo el número de cuerpos ahogados que ha podido contarse cerca de las costas turcas o libias, pero hay muchos otros muertos que no han sido registrados: las rutas de los refugiados son largas y están llenas de peligros.
Los refugiados que huyen de Somalia, de Eritrea, de Sudán o de Malí, que huyen del terror yihadista, de las guerras internas o de la brutalidad de la dictadura eritrea, deben atravesar Sudán para llegar a Libia, en el norte de África, y desde allí embarcarse con la esperanza de alcanzar las costas italianas.
La actual crisis de refugiados es la más grave desde los desplazamientos masivos causados por la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, entre Sudán y Libia los “coyotes” que conducen a los refugiados se convierten muchas veces en sus opresores. Hay campos de tortura en el desierto libio donde muchos desplazados quedan atrapados si sus familias no hacen llegar un rescate para liberarlos. Cerca de los campos hay grandes fosas comunes, de modo que sin duda hay muchos muertos de los que no sabemos ni sabremos nunca.
Detrás de cada cuerpo ahogado que el mar devuelve a las costas libias puede haber dos o tres años de travesía. Se trata pues de un viaje demasiado largo y penoso como para que los refugiados sean llamados “africanos merodeadores”, como lo hizo el ministro inglés de Relaciones Exteriores, Philip Hammond.
La ruta terrestre de los sirios e iraquíes a través de los Balcanes y de Turquía hacia Europa es menos peligrosa, aunque también es larga y es costosa. El cierre de las fronteras terrestres obilga a los refugiados a intentar cruzar el mar Mediterráneo para llegar a Grecia. Por esta ruta los naufragios no se hacen tampoco esperar.
Solo el conflicto sirio, que ya cumple cinco años, ha dejado 4,8 millones de desplazados, de los cuales alrededor de 3 millones se encuentran actualmente en Turquía. Como la guerra no acaba, es seguro que el número de desplazados seguirá aumentando.
Tres formas de verlo
![]() La Presidenta del partido conservador Frente Nacional (Francia) Marine Le Pen. Foto: © European Union 2016 – European Parliament |
La actual crisis de refugiados es la más grave desde los desplazamientos masivos causados por la Segunda Guerra Mundial. Esta crisis se puede abordar desde tres puntos de vista que en principio son distintos, aunque en la realidad se encuentren conectados y sobrepuestos.
1. La crisis implica, primero que todo, problemas técnicos reales, como la construcción de campos de refugiados o la recepción de solicitudes de asilo. Se trata igualmente de ofrecer formas más seguras de viajar a los refugiados; de gestionar figuras legales y resolver disputas jurídicas; se trata de establecer si un desplazado es un “refugiado político” o un “migrante económico”. Esta distinción, que ha existido desde los acuerdos de Ginebra sobre refugiados de 1951, es cada vez menos evidente y más difícil de estipular.
Los aspectos técnicos de esta crisis son, por supuesto, complejos y nada desdeñables, pero están sujetos a las decisiones políticas que orientan el tratamiento general del problema. Si Europa hubiera recibido a los refugiados, como propuso en un primer momento Angela Merkel, canciller de Alemania, el problema de cómo acogerlos hubiera podido resolverse con cuotas de recepción para cada país de la Unión.
Pero la decisión política hoy es otra. Europa se cierra. Ahora el reto técnico consiste en cómo expulsar del territorio europeo a los refugiados que se encuentran en Grecia, tratando de guardar una mínima apariencia de civilidad y compostura.
2. En segundo lugar, la crisis de los refugiados es un problema humanitario, no solo porque en cada desplazado es la vulnerabilidad humana la que queda expuesta, sino porque se trata del drama real y cotidiano de millones de mujeres, hombres y niños que viven entre carpas, barro, lluvia, ropa mojada, filas para comer (cuando hay comida), filas para un baño, filas para acceder a un poco de agua, sobornos, secuestros y abusos sexuales.
Es cierto que el discurso humanitario puede ser despolitizador, pero en este caso la perspectiva humanitaria sigue siendo válida y cualquier tipo de acción humanitaria es urgente. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, en coordinación con la Unicef y con varias ONG, ha hecho lo posible por aliviar un sufrimiento que no puede esperar por un tratamiento más sofisticado o de largo plazo.
Pero así como las soluciones técnicas son solo medios para alcanzar fines políticos, los actores humanitarios están sujetos a las decisiones políticas y pueden volverse instrumentos de estas. Ya la Unión Europea, por ejemplo, se ha declarado dispuesta a financiar a varias ONG para “asegurar la sobrevivencia” de las poblaciones de refugiados que vuelvan a Turquía, después de que se aprobara la decisión (confirmada el 17 de marzo) de expulsar a todos los refugiados que están en Grecia.
3. Por eso la crisis de refugiados es también -y principalmente- un problema político.
La estrategia de cerrar las puertas a los refugiados y deportarlos a Turquía, paradójicamente, fue también formulada por Merkel.
En un acuerdo anunciado el 7 de marzo y reafirmado el 17 del mismo mes, los 28 representantes de los Estados miembros de la Unión manifestaron su acuerdo con el “plan” de que Turquía reciba a los refugiados que están hoy en Grecia. A cambio, la Unión se compromete a acoger -en un futuro lejano e incierto- a un refugiado ya asentado en Turquía. Lo que se espera con este extraño trueque de “un sirio por un sirio” es que la expulsión sea suficiente para disuadir a los refugiados que quieren entrar a Europa a través de Turquía y Grecia.
El reto político era enorme. Merkel quiso salvar a Europa de la extrema derecha que está subiendo como una ola en Alemania y en Francia con partidos identitarios como el Front National y Alternative für Deutschland (AFD). Con esta decisión se intentó contrarrestar la presión del populismo de derecha que trabaja sobre el miedo, el recelo y el egoísmo “natural” de los electores, y que ya ha recogido buenos frutos en las elecciones regionales de Francia y Alemania.
Europa naufraga
![]() Representantes del Parlamento Europeo deciden sobre un sistema unificado de asilo para refugiados. Foto: © European Union 2016 – European Parliament |
Lo cierto es que fueron los movimientos de extrema derecha los que de hecho acabaron por dictar la política frente a la crisis de refugiados. La presión de Inglaterra también fue muy fuerte: los Tories en el poder pronunciaron discursos incendiarios (como el de Hammond) y amenazaron con un referendo para salir de la Unión. Pero Inglaterra, la verdad, nunca ha sido del todo parte del proyecto político europeo. Su salida de la Unión es cuestión de unos años.
Y no solo fueron los Tories en Inglaterra. François Hollande, en Francia, también sucumbió a la presión de las políticas identitarias de derecha.
Sin embargo Europa no tenía que renunciar a su identidad. Con inteligencia y voluntad, hubiera podido hacer valer su identidad europea en otro sentido, no como una comunidad política cerrada y anclada en una visión provincial; hubiera podido hacer valer, siguiendo su verdadera vocación, una identidad abierta a las contingencias históricas, flexible, rica, generosa y solidaria. Hubiera podido hacer valer principios que la identifican: derechos humanos, igualdad.
Europa tenía el reto de encontrar recursos estratégicos y creativos para hacer viable un proyecto de acogida ambicioso. Tenía como reto movilizar recursos de sentido para debilitar los argumentos identitarios.
En esta crisis Europa naufraga como sus refugiados
Pero ahora Europa vuelve a ser “Europa”: un club de 28 países que está dispuesto a negociar con su incómodo vecino la supresión de visas para ciudadanos turcos, e incluso a renegociar el ingreso de Turquía a la Unión Europea, con tal de librarse de los refugiados.
El trabajo sucio que hará Turquía para que Europa recupere su espacio libre de refugiados le costará al viejo continente. Turquía pide, para empezar, tres billones de euros, y de aquí a 2018 esa suma puede duplicarse. Así que si Marine Le Pen, a la cabeza del Front National, quería “ahorrar” en la cuestión de la “inmigración”, como declaró hace poco, ahora es claro que esta solución no será barata.
Marine Le Pen (y su postura representa muy bien el espíritu general del populismo de derecha europeo) cree también que pertenecer a la Unión Europea cuesta “una fortuna”, que es mejor para la economía salir de la Unión y que se debería seguir el ejemplo de Inglaterra y convocar un referendo para salir del pacto europeo.
Cediendo a las presiones de la extrema derecha, Europa acabará pagando los millones de euros que costará la expulsión de los refugiados y el refuerzo de un sistema de seguridad ya de por sí muy costoso. Pero el precio más alto que pagará Europa es el de su propia unidad e identidad. En esta crisis Europa naufraga como sus refugiados
* Doctora en Filosofía y profesora en la Universidad de los Andes. andrea.mejia09@gmail.com