Crónica de la vida en un pueblo a donde todavía no ha llegado el virus…y donde su llegada haría estragos.
Kyle Johnson*
Abandono estatal
En el Pacífico caucano hay un pueblo de 30 cuadras que se asienta sobre varias islas. Ahí viven alrededor de 1.500 personas y no se puede llegar sino es en una lancha. Los habitantes dependen de la pesca artesanal, la siembra de coco, los cultivos de pancoger, la explotación de la madera y la siembra de la hoja de coca.
Cerca del 85% de la población es afrocolombiana, mientras que el otro 15% es mestiza. Esa minoría es principalmente comerciante y trabaja en los cultivos ilícitos.
El Estado prácticamente no ha hecho presencia en este caserío. En palabras de uno de los habitantes, quien será el principal narrador de este texto: “tenemos (…) primaria y bachillerato, aunque nos faltan doce salones. Se construyó un muro de contención y algunas calles son pavimentadas. Tiene construidos algunos puentes en las calles y se beneficia de algunos programas sociales del Estado, como Familias en Acción”.
El pueblo cuenta con un único puesto de salud, donde trabajan dos enfermeras y un médico que viene de cuando en cuando y permanece un par de semanas
El pueblo cuenta con un único puesto de salud, donde trabajan dos enfermeras y un médico que viene de cuando en cuando y permanece un par de semanas. Si llega el virus al territorio, el puesto de salud, “no está en capacidad y lo peor, no hay una ruta clara a seguir. A esta fecha no sabemos cómo se trataría en esa primera fase mientras salga del territorio”.
Además, sería necesario alejar al paciente infectado de la zona, lo cual no es nada fácil, “El problema es que la primera paciente que presentó positivo en la prueba rápida [en la región], fue un lío para venir a recogerlo, porque los que hacen los vuelos en las avionetas ambulancias decían que no tenían los protocolos. ¿Se imagina cuando aparezcan diez casos? Es el caos”.
Donde la pandemia no ha llegado
Lo positivo es que, por ahora, no hay casos oficiales de COVID-19 en el pueblo. Sin embargo, el riesgo de contagio existe. “Todavía no tenemos casos de COVID-19, pero seguimos en alto riesgo porque siguen llegando personas del departamento del Valle clandestinamente y sin realizarse ninguna prueba. Unos son nativos que les cogió la cuarentena en la ciudad, otros son las señoras que trabajan la prostitución y otros los mestizos que siguen entrando al trabajo de cultivos de uso ilícito. Por otra parte, sigue entrando combustible desde Ecuador sin ningún control”.
Debido a que no hay casos oficiales, los ciudadanos no perciben el riesgo del virus. Por eso, “la población no usa tapabocas, ni distanciamiento social. Hacen fiestas y se reúnen como si nada con el argumento de que no llega el COVID-19 a los campos”.

Foto: Defensoría del Pueblo
Si llega el virus al pueblo no se sabe cuál sería el protocolo.
Debido a que no hay casos oficiales, los ciudadanos no perciben el riesgo del virus.
El Consejo Comunitario y otros miembros de la comunidad han intentado crear conciencia entre la población, pero la tarea no ha sido fácil. Una de las medidas del Consejo fue expedir una serie de normas para la población local, tales como:
- “Población en general: Limita las salidas de tu casa, evita estar en lugares donde no puedas mantener una distancia entre persona de al menos dos metros”;
- “Se limita el ingreso de personal foráneo al interior del territorio, cualquier que sea su actividad sin ser concertado”;
- “El comercio de ropas, cacharrería, entre otros: están habilitado para la atención del público de 7:00 hasta las 2:00, y el personal de atención al público deben contar con los elementos de bioseguridad (tapabocas, guantes y desinfectantes)”.
El Consejo advierte que “el incumplimiento de dichas orientaciones pone en riesgo a todo el territorio y tendrán como sanciones las estipuladas en el reglamento interno capítulo 16: ‘De la aplicación de la justicia étnica: prohibiciones y sanciones’ entre ellas la expulsión del territorio”.
Su cumplimiento, no obstante, no es nada fácil pues “otros, como tienen armas, no acatan ninguna norma. No las acatan, las desafían y como el consejo como autoridad étnica no usa la violencia, no los obliga. Son los que trabajan con negocios ilegales y que muchos de ellos son pocos letrados. Se vuelven antisociales y crecidos frente al resto de la población”.
La autogestión de las comunidades
Pero existen otras estrategias. Por ejemplo, algunas personas del pueblo han ido casa por casa para explicar los riesgos del virus y el peligro que traería su llegada al territorio.
Además, han utilizado el altavoz de la comunidad para dar información sobre el contagio y cómo evitarlo: “por el altavoz se comunican mensajes acerca de cómo se puede contagiar las personas, el lavado de manos, el uso del tapabocas, información sobre qué es el COVID-19 y también mensajes en forma de cantos tradicionales que se han ido grabando sobre el tema”.
Estas medidas han tenido algo de éxito, pues “algunos han entrado en conciencia y han obedecido, y se cuidan usando tapabocas. Otros no hacen caso; ha sido un trabajo arduo, pero poco a poco, van entrando en conciencia”.
Por su parte, “los guerrilleros [que normalmente controlan el pueblo], también pusieron sus normas sobre el tema sobre todo en la entrada al personal a la zona, como los que vinieran de la ciudad, pero como hay presencia del ejército estos días, ellos no están y sus normas no se han cumplido”.
Por ejemplo, “una de las normas es que no puede ingresar nadie de afuera durante la pandemia, las señoras de la prostitución deben quedarse solo por 15 días y luego tienen que irse”.
Sin embargo, la presencia del ejército en el pueblo no necesariamente garantiza seguridad frente a la crisis, pues “ellos no se quedan. Siempre vienen por unos días y luego se van”. Además, “la gente le tiene mucha rabia al ejército porque los otros han hecho pedagogía en contra de ellos y además se opone a sus planes de cultivos de uso ilícito. Aquí se acostumbraron a vivir con la guerrilla; más bien el ejército incomoda”.
Según algunos habitantes, una vez se vaya el ejército y regrese la guerrilla, la gente no estará en riesgo y volverán a regir las normas sanitarias impuestas del grupo armado.
El bolsillo familiar
Por ahora, la vida en el pueblo transcurre más o menos con normalidad –con todo lo bueno y malo que eso implica durante la pandemia–. Es un lugar lleno de “gente alegre y muchos son muy trabajadores”.
Sin embargo, la alegre comunidad está dividida por disputas políticas y religiosas, pues “el fenómeno religioso es muy sectario en esta comunidad y hace como dos pueblos en uno”. A pesar de la crisis sanitaria y social que ha traído de la mano el COVID-19, los obstáculos de la vida diaria no toman descanso.
El pueblo “es un lugar estratégico para el negocio del narcotráfico. [Todavía] se presenta deserción escolar por reclutamiento de los grupos”.
La economía del pueblo no se ha visto afectada de la misma manera que en las grandes ciudades, a pesar de que la región esté aislada: “no ha sido afectada, porque la gente sigue trabajando normalmente porque por lo general son pescadores o trabajadores del campo, lo que significa que son trabajos de poco personal, son trabajos familiares, entonces la vida ha seguido casi normal. Los que han sido afectados son el comercio”.
La dificultad para el sector comercial reside en que, “ellos abren solo medio día. También las discotecas algunos han acatado la norma y no las han abierto. Este sector sí ha sido afectado.” Para poder sobrevivir, los dueños de los establecimientos comerciales “se han ido rebuscando con otros negocios y trabajos”.
Sin embargo, la vida normal cambiará y será «un caos” cuando llegue el coronavirus a este pueblo, y a las regiones más olvidadas por el Estado colombiano.
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*Investigador de conflicto y paz en Colombia. @KyleEnColombia – No soy el único autor de este texto, pues las palabras de las personas entrevistadas componen la mayor parte. Por su propia seguridad, prefirieron mantenerse anónimos -y mantener en silencio el nombre mismo del pueblo-.
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