¿Cómo se vive en un territorio que ha sido víctima constante de la guerra? ¿Cómo cambian las relaciones sociales en medio del conflicto? ¿Cómo investigarlas? Un texto útil para entender la vida de muchas comunidades de Colombia.
Alejandra Ciro*
Política de vida y muerte. Etnografía de la violencia diaria en la Sierra de la Macarena
Nicolás Espinosa
Instituto Colombiano de Antropología e Historia
2010
Escenas cotidianas
Es 2007, la ofensiva militar contra las FARC está en uno de sus puntos más altos y un sociólogo de la Universidad Nacional camina por la única calle de La Sandía, vereda de la región de La Macarena, ante la mirada de algunos de sus habitantes.
Es mediodía, la lluvia ha convertido al poblado en un barrizal y Nicolás Espinosa se aventura a recorrer los 150 metros que mide el pueblo. “Aunque me quedo en casa de un amigo, y ya he hablado con líderes de la comunidad, aún me siento observado por todos; un extraño en La Sandía es cosa rara”.
Al día siguiente, el investigador parte en un campero rumbo a La Macarena. Son ocho horas de viaje con tres retenes del Ejército, tres de la guerrilla y el paso por una zona de combate. Sin embargo, “el chofer se preocupa más por la carretera (…). Según me cuenta, por todos los caminos de la región el panorama es el mismo: guerrilla, Ejército, preguntas, requisas. La carretera lo inquieta más porque, por donde transitamos hoy, es probable que mañana el barro no lo haga posible”.
Estas dos escenas hacen parte del libro Política de vida y muerte. Etnografía de la violencia diaria en la Sierra de la Macarena, un esfuerzo por entender cómo transcurre la cotidianidad en un contexto de conflicto armado. El libro de Espinosa, resultado de su tesis de maestría en Antropología, hace valiosos aportes al campo de los métodos de investigación en un marco de violencia y a la comprensión de la vida en medio de la muerte.
Investigación y violencia
![]() Caracterización de la población víctima del conflicto. Foto: Alcaldía de la Macarena – Meta |
En relación con el primer punto, el texto se sitúa en el punto medio entre dos grandes tradiciones de la antropología. Por un lado, la que implica una larga permanencia en el territorio en convivencia con las comunidades y, por otro, las estancias cortas que privilegian el contacto con personas claves para obtener información.
El punto medio de Espinosa se explica porque su trabajo es resultado de una relación con este territorio que se remonta a 1998, momento a partir del cual ha realizado viajes frecuentes a la región que incluso le han permitido pertenecer a la junta de acción comunal de la vereda El Carmen.
¿Cómo se le devuelve a la comunidad algo más que una publicación?
El establecimiento de estrechas relaciones con los habitantes de la región en un contexto de violencia le suscita al autor importantes reflexiones en torno a la ética de la investigación.
Cuando la información que se obtiene surge de conversaciones espontáneas, de experiencias de la convivencia cotidiana o de situaciones que no están planeadas, surgen las preguntas acerca de qué se debe contar y cómo, qué información se obtuvo a través de la confianza y de la amistad, y cuál puede ser objeto de análisis y publicación.
Las reflexiones en torno a este tema son centrales para el ejercicio de la investigación antropológica y para una experiencia de investigación que privilegie el contacto cotidiano con las comunidades.
En este sentido, otro elemento que se debe resaltar es el compromiso del investigador con el territorio. El ritmo del mundo académico hace cada vez más difícil la posibilidad de que los estudiosos pasen largas temporadas de campo en las comunidades, lo cual ha redundado en dificultades para entender los territorios y en la desconexión de la academia con los pobladores que le dan sentido a la investigación.
Aunque Espinosa no ha estado inmerso en el territorio durante largas temporadas, su conexión de vieja data con él y los frecuentes viajes que hace a La Macarena han dado como resultado una investigación sólida y desprovista de lugares comunes. Asimismo, su trabajo lo ha llevado a pensar en acciones concretas que retribuyan al territorio la posibilidad de hacer la investigación. ¿Cómo se le devuelve a la comunidad algo más que una publicación?
Violencia y vida cotidiana
![]() Incentivos por la paz en territorio de La Macarena. Foto: Alcaldía de la Macarena – Meta |
En su libro, Espinosa busca comprender qué tipo de negociaciones realizan los habitantes en su vida cotidiana para habitar una región donde el conflicto armado se vive con intensidad.
Vivir la cotidianidad en la región ayuda a tener una respuesta porque, como plantea el autor, gran parte de la información que se obtiene en campo no viene de las palabras de los habitantes, sino de sus silencios o de las cosas que dan por sentadas y que no mencionan.
El afán de un motorista por llegar al puerto, las miradas que se cruzan o el tono de voz que baja; los giros en la conversación y los cambios de tema. Todos estos elementos ayudan a revelar la forma como la violencia ha entrado a hacer parte del hábitus campesino de la vida diaria.
En este sentido, Espinosa propone lo que denomina una “gramática social”, la forma como las comunidades racionalizan las experiencias de vida y muerte, dolor y sufrimiento. Así, el sufrimiento puede tener una dimensión subjetiva, pero la manera como es asumido hace parte de un proceso colectivo.
En este proceso hay una naturalización de la violencia detrás de expresiones como “si lo mataron fue por algo”, “por culpa de uno pueden caer muchos”, “el que nada debe nada teme” o “hay que seguir adelante porque o si no qué”.
Sin embargo, estas justificaciones tienen sus limites pues la falsa seguridad que otorgan puede romperse cuando las reglas que las fundamentan se rompen. En esa situación todos están en riesgo, y por eso es mejor creer que el hecho de violencia se debió a algún motivo explicable.
Y así como hay una naturalización de la violencia, también hay una normalización de la misma. “Las formas de participación política, las relaciones comunitarias, las actividades económicas y la resolución de conflictos son prácticas sociales que se encuentran reguladas por la dinámica del conflicto”.
Por ejemplo, ante la pregunta del investigador a una campesina por los listados de regulaciones, esta respondía: “Eso no lo enseña nadies, simplemente se aprende”.
Hay una naturalización de la violencia detrás de expresiones como “si lo mataron fue por algo”.
Todas estas acciones se convierten en estrategias para sobrevivir en una sociedad traumatizada como la de La Macarena. Sin embargo, según el autor, aunque la violencia política se ha naturalizado y normalizado, también existen espacios de resistencia. Espinosa estudia el papel de las prácticas de memoria como un proceso que integra las reivindicaciones campesinas.
La memoria de la violencia política, ligada a la historia del territorio, se convierte en el marco que le da sentido a las posibilidades y estrategias del ejercicio político en la región. Y es esta última pregunta, la pregunta por lo que significa lo político en esta región, la que cierra el estudio de Espinosa: “La forma de vivir la política tiene mucho que ver con la forma como se vive la violencia. Cuando en la región se rastrean ambos fenómenos, uno lleva al otro de forma directa”.
Hace un par de meses, el territorio estudiado por Espinosa albergó la X Conferencia de las FARC que ratificó los acuerdos de La Habana. No dejó de ser simbólica la elección de este lugar: tras décadas recibiendo solamente violencia desde el Estado colombiano, fue ahora hospedaje para cientos de periodistas convocados por las FARC para que mostraran el rostro humano del grupo guerrillero.
La Conferencia terminó, los periodistas se fueron y la población, a pesar de que disfruta un cese al fuego, todavía espera que cambien las narrativas del conflicto con las que se ha justificado la violencia contra ella.
El texto de Espinosa, pese a que tiene apartados que resultan bastante densos en contraste con lo explicativo que acaba siendo su diario de campo, es un valioso aporte para el reconocimiento de estas comunidades. Al final, lo único que nos diferencia de ellas es que hemos vivido cotidianidades diferentes.
Adenda: Por una triste casualidad, la publicación de este texto coincide con el asesinato de Don Erley Monroy, de Didier Losada, y el atentado contra Hugo Cuellar. Todos dirigentes campesinos de la región a la que hace referencia este texto. Tal ves sus nombres no le digan nada a la opinión pública nacional, pero los colombianos debemos saber que la paz que anhelamos pasa por hacer justicia sobre estos crímenes. Si no es así, ¿Cuál es la paz que viene en camino?
* Investigadora del Centro de Pensamiento AlaOrilladelRío.