En medio de la xenofobia y el racismo, un puñado de inmigrantes y ex refugiados le regalaron a Europa una Copa Mundo inolvidable. ¿Cuándo les regalará Europa un trato justo?
Paula Pinzón*
Los protagonistas de Rusia 2018
El gran número de jugadores inmigrantes y refugiados en los equipos que participaron en el Mundial de Rusia 2018 ha llamado la atención del mundo entero. En efecto, cerca del 10% de los jugadores no nacieron en el país que representaron en la Copa Mundo.
Los cuatro finalistas son el mejor ejemplo de ello: de los 23 jugadores que conforman las selecciones de Bélgica e Inglaterra –quienes ocuparon el tercer y cuarto lugar respectivamente– 11 son inmigrantes de primera o segunda generación.
Croacia, la selección subcampeona, cuenta con 2 jugadores que nacieron en otros países y 4 que fueron refugiados en Croacia y Alemania durante la disolución de la República Socialista de Yugoslavia. Por su parte, Francia, la selección campeona, cuenta con 17 inmigrantes de primera y segunda generación en sus filas.
Algunos medios interpretaron estas cifras como un triunfo para los inmigrantes y refugiados. Otros afirmaron que el éxito francés constituye una victoria para el continente africano, pues este alberga muchos de los países de origen de los astros del seleccionado ‘Les Bleus’. ¿Qué tan acertadas son estas aseveraciones?, ¿la Copa Mundo realmente significó un triunfo para las naciones africanas, los migrantes y los refugiados?
Vidas de migrantes y refugiados
![]() Primer Ministra de Inglaterra Theresa May con la camiseta de la selección inglesa. Foto: @Theresa May – Twitter |
Las historias personales de varios de los jugadores que vivieron en carne propia la experiencia de ser migrantes o refugiados revelan las precarias condiciones socio-económicas que tuvieron que sortear antes de convertirse en estrellas del deporte más popular del mundo.
En la plataforma The Players’ Tribune, Raheem Sterling, delantero jamaiquino de la selección inglesa, recordó que durante sus primeros años en el Reino Unido se despertaba a las 5:00 de la mañana para para ayudar a su madre a limpiar las habitaciones de los hoteles donde ella trabajaba.
Así mismo, el delantero belga de origen congolés Romelu Lukaku rememoró los años de infancia en los que pasó días enteros a punta de pan y leche, y semanas completas sin tomar un baño caliente porque sus padres no tenían dinero para pagar la electricidad.
Por su parte Luka Modric, capitán del seleccionado croata, tuvo que huir de Modrici, su vereda de origen, después de que el ejército serbio asesinó a su abuelo. Al llegar a Zadar, encontró asilo en Kolvore, un hotel que abandonó sus funciones para albergar refugiados. Sus compañeros de equipo Dejan Lovren y Mario Mandzukic buscaron refugio en Alemania, pero una vez la guerra terminó el gobierno les retiró el permiso de estadía y tuvieron que regresar a Croacia.
La infancia de Kylian Mbappé, joven promesa del fútbol francés, tampoco fue un cuento de hadas. La estrella de ascendencia camerunesa y argelina, creció en Bondy, un suburbio de París intensamente estigmatizado por sus altos niveles de violencia, pobreza y desempleo.
Las extensas jornadas laborales, el hambre y la segregación descritas por los futbolistas son el pan de cada día de los migrantes y refugiados que llegan a Europa con la esperanza de tener una vida mejor. Ellos deben enfrentar el rechazo de sociedades que ignoran las razones que los forzaron a huir de sus países, desconocen el aporte económico que realizan a sus naciones y se valen de casos particulares para vincularlos con el terrorismo y la criminalidad.
Selecciones diversas, naciones discriminatorias
Paradójicamente, la participación de migrantes y refugiados en la Copa Mundo coincidió con una ola de racismo y xenofobia que ataca a varias naciones europeas, incluyendo a las finalistas de Rusia 2018: mientras el mundo celebraba los goles de migrantes y ex refugiados, Europa recrudecía sus políticas migratorias.
Cuando Theresa May se convirtió en la primera ministra de Inglaterra declaró que uno de sus principales objetivos sería “crear un ambiente hostil para los inmigrantes ilegales”. En sus dos primeros años de gobierno ha cumplido sus palabras al pie de la letra: el número de deportaciones se disparó, el número de permisos de trabajo disminuyó y los crímenes racistas aumentaron en un 57%.
Bélgica y Croacia no se quedan atrás. A comienzos de 2017, el parlamento belga aprobó una polémica ley que permite deportar residentes legales sin historial criminal por sospecha de nexos con actividades terroristas. Desde entonces, el número de deportaciones y de crímenes xenófobos ha aumentado considerablemente.
Mientras el mundo celebraba los goles de migrantes y ex refugiados, Europa recrudecía sus políticas migratorias.
Por su parte, Kolinda Grabar-Kitarović, la presidenta croata a quien algunos medios bautizaron como la “novia del mundial” por su “carisma, belleza y simpatía”, ha llamado la atención por la dureza de sus medidas anti-inmigratorias que incluyen la expulsión de refugiados sirios a manos de las fuerzas armadas y la modificación de la Ley de Extranjería que prohibió a los migrantes ilegales el acceso a atención médica, vivienda y alimento.
Francia, la selección campeona, se lleva el premio mayor. Aunque apeló a la inclusión como bandera durante su campaña, a finales del año pasado Emmanuel Macron endureció las políticas migratorias eliminando los albergues para migrantes y reteniendo niños migrantes en centros de detención. Según el mandatario francés, sus decisiones buscan dar prioridad a los migrantes que huyeron de sus países por motivos políticos y no económicos.
La narrativa que usan estos gobiernos criminaliza a los migrantes y refugiados al achacarles los delitos de unos pocos y negarle importancia a las razones que los motivaron u obligaron a abandonar sus países de origen. ¿Qué pasaría si estos gobiernos se detuvieran a estudiar las causas de la migración masiva a sus países?
El legado colonial: golazo francés
![]() Kylian Mbappé. Foto: Kylian Mbappé – Twitter |
Los altos índices de pobreza, desempleo y violencia que azotan a la mayoría de países africanos impulsan a sus ciudadanos a migrar a países europeos en busca de mejores oportunidades. A primera vista, parecería que no existe ningún vínculo entre estos problemas y el continente europeo, pero la historia demuestra que, en realidad, están íntimamente relacionados.
Para nadie es un secreto que gran parte de la riqueza que ostenta Europa en la actualidad es producto de la colonización del continente africano que tuvo lugar en los siglos XIX y XX, pues además de esclavizar a los nativos, los imperios europeos extrajeron un sinnúmero de materias primas que transformaron sus economías para siempre.
Aunque todas las naciones africanas se independizaron en la segunda década del siglo pasado, las prácticas coloniales ejercidas por los imperios europeos no han desaparecido por completo, especialmente en el caso de Francia. Bajo el pretexto de ayudar y proteger a sus gobiernos, esta nación ha mantenido tropas militares en varios estados africanos desde 1960, lo cual le ha permitido tener una gran influencia en las decisiones políticas de dichos países. Como si fuera poco, hasta el día de hoy, catorce países africanos “independientes” usan el franco CFA –la moneda de la Francia colonial– como moneda oficial, lo cual implica que no pueden tomar ninguna decisión de política monetaria sin la aprobación del gobierno francés porque el CFA solo puede convertirse en moneda extranjera a través del Tesoro francés y es acuñado e impreso en el Banco de Francia.
Estas prácticas –inverosímiles en pleno siglo XXI– reproducen relaciones coloniales entre Francia y el continente africano que benefician a la potencia europea, pero ponen en entredicho la independencia de los países africanos y dificultan su desarrollo económico, político y social.
En ese orden de ideas, podemos afirmar que la prosperidad francesa se debe, en gran medida, a la explotación colonial de naciones africanas, y que el gobierno francés tiene una alta cuota de responsabilidad en la actual crisis de migración masiva proveniente del continente africano.
Un triunfo incompleto
Entender la Copa Mundo como un triunfo absoluto para las naciones africanas, los migrantes y los refugiados implica negar el trato discriminatorio que estas poblaciones reciben en los países europeos donde viven.
De nada sirve que Theresa May, Kolinda Grabar-Kitarović y Emmanuel Macron celebren la diferencia de dientes para afuera mientras que la condenan en sus planes de gobierno.
El contraste entre la diversidad racial, cultural y religiosa de las selecciones finalistas de Rusia 2018 y el ambiente político que se vive dentro de los países que representan, sugiere que, de no ser por su talento futbolístico, ningún jugador de origen extranjero sería reconocido y mucho menos tratado como europeo. En ese sentido, la interpretación celebratoria de la Copa Mundo corre el riesgo de borrar la cuota de responsabilidad que tienen potencias como Francia en la actual crisis migratoria.
La prosperidad francesa se debe, en gran medida, a la explotación colonial de naciones africanas, y el gobierno francés tiene una alta cuota de responsabilidad en la crisis de migración masiva proveniente del continente africano que experimenta actualmente.
Ahora bien, no se trata de negar la importancia histórica que tuvo Rusia 2018 para los países africanos, los migrantes y los refugiados. Sin duda, este mundial representó una victoria para ellos, y también para el mundo entero porque hizo posible la participación de poblaciones marginadas y puso en evidencia el papel fundamental que cumplen actualmente en las naciones europeas.
En definitiva, la Copa Mundo representó un triunfo incompleto para estos tres colectivos. El triunfo se habrá completado cuando Europa amplíe sus narrativas nacionales y celebre la diversidad en las canchas de fútbol, pero también en sus calles y constituciones.
Tendremos certeza de que el triunfo se habrá completado cuando el mundo entero grite las injusticias cometidas contra los inmigrantes y refugiados con tanta fuerza como grita sus goles.
*Estudiante de Literatura de la Universidad Javeriana y editora de Razón Pública.