El estilo de comunicación del presidente es muy distinto del de sus antecesores. En qué consiste ese estilo, a qué debe atribuirse, y cuáles cambios necesita para que sus comunicaciones sean más exitosas.
Álvaro Duque Soto*
Un discurso diferente
Ya existen claros indicios sobre el estilo de la comunicación del presidente Gustavo Petro, indicios que se muestran en:
- Un discurso de dieciséis minutos la noche de su elección;
- Una alocución oficial de nueve minutos para anunciar el comienzo de los “Diálogos regionales vinculantes”;
- Un discurso de posesión de casi 4.000 palabras interrumpido por aplausos constantes;
- La entrevista de una hora en Noticias Caracol;
- 59 apariciones públicas hasta este viernes, y
- La hipercomentada intervención ante la 77ª Asamblea de Naciones Unidas, donde las palabras más mencionadas fueron selva (29 veces), guerra (20), droga (14) y vida (14).
El presidente Petro ha utilizado hasta ahora un estilo manierista y lleno de simbolismos, que lo diferencia marcadamente de sus antecesores. Pero en su comunicación hay varios elementos que no acaban de cuajar.
Esto en buena medida es una consecuencia de la dificultad en pasar de la comunicación electoral (antagónica) a la comunicación gubernamental (consensual) y de cambios en el escenario que plantean nuevos desafíos a la comunicación del gobierno. También se debe a lo complicado que es construir un libreto de gobierno cuando la mayor parte de la vida política de Petro se ha dado en la oposición. Y hay otra cruda realidad: no es lo mismo ser el director de una orquesta que debe ejecutar una partitura todavía en ciernes, que estar sentado en las sillas de la tribuna criticando y prometiendo cambios.
Aunque muchos son nuevos, algunos rasgos de la actual comunicación del gobierno son una extensión de su paso por la alcaldía de Bogotá:
- la construcción de un enemigo,
- la intención de copar la agenda pública,
- el empleo de canales distintos de los convencionales, y
- el énfasis en la presentación de un líder sin el cual todos estaríamos acercándonos al fin del mundo.
A la hora de comunicar, sin embargo, no es lo mismo hacerlo en una ciudad, por muy capital que sea, que en la jefatura de gobierno y de Estado de un país como Colombia. Por eso, figuras, que no son propiamente de la oposición, han insistido en lo que su archi-rival Álvaro Uribe advirtió en otro momento: “Hay que cuidar las comunicaciones”.
Cambios dentro del sistema
Aprovechando la ola de ganas de cambio, Petro introdujo varios:
- en el tratamiento de las élites,
- en la narrativa,
- en los rostros que aparecen en los medios,
- en los ritmos de trabajo,
- en los vestidos que usan los funcionarios,
- en los temas de la agenda,
- en la proveniencia de su equipo, y
- en los nuevos mejores amigos internacionales.
Hasta ahora, ese cambio ha sido al interior del sistema. Incluso muchos lo califican de cosmético por estar dentro de las instituciones. Las preguntas son dos:
- ¿qué tanto significará una transformación real? y, sobre todo,
- ¿hasta dónde la ciudadanía los verá con buenos ojos si no se sienten en sus vidas cotidianas?
Las necesidades de la comunicación
La comunicación gubernamental debe considerar tres aspectos para inspirar tranquilidad: el proactivo, para marcar la agenda de discusión pública; el reactivo, para responder adecuadamente a los imprevistos; y, sobre todo, el contable, para dar cuenta de lo que hace el gobierno. No puede olvidarse, en definitiva, que la habilidad de construir mensajes persuasivos es la señal de un buen comunicador.
El segundo interrogante inquieta más: si aparecen en el horizonte señales de que no se está a gusto con los cambios, ¿hasta qué punto el gobierno seguirá transitando las vías institucionales? Se ha observado que, por ejemplo, los diálogos sociales, al tiempo que amplían los espacios para la deliberación pública, podrían convertirse en un pretexto para presionar la aprobación de leyes en el Congreso (“eso es lo que quiere la gente”).
Al estar en el gobierno, los mensajes polémicos y simplistas resultan exitosos en el corto plazo, pero en el largo son fatales.

A propósito de este segundo interrogante debe notarse que abrir muchos frentes de discusión de forma simultánea y desordenada (la paz total; las reformas agraria, tributaria, pensional y del sistema de salud; la transición energética y la guerra contra las drogas) produce y acentúa la sensación de incertidumbre generalizada.
Los mensajes se multiplican, se confunden y al fin de cuentas no informan con claridad. Esto, a su vez, tiende a implicar la ruptura de las reglas formales, lo que deja a las instituciones muy debilitadas y abre las puertas para gobiernos de corte populista.
Polarización sin freno
En su entrevista con Caracol TV, Petro subrayó que se ha logrado ampliar el espacio de apoyo al gobierno, lo cual “es extraño porque la campaña venía de una polarización exagerada”.
“Yo he tratado de no salir tanto en los medios”, dijo, al tiempo que añadió que la narrativa que quiere el gobierno “la tengo que ir desplegando yo mismo en la medida en que debamos enfrentar las tormentas que vienen de afuera, que son grandes, y las de adentro, que no son más pequeñas”.
En general, ese despliegue se ha hecho aplicando el freno a su Twitter, si se compara, por ejemplo, con lo que fue su actividad en la Alcaldía de Bogotá. Salvo uno que otro tuit destemplado, da la impresión de que el presidente ha estado mordiéndose los dedos para no lanzar mensajes que puedan alimentar el fuego de la hoguera digital.
No sucede lo mismo con los miembros de las bodegas, que siguen activas y que parecen continuar en campaña electoral. A esto debe prestársele mucha atención, pues es notorio que hay una estrategia de dejar que otros hagan el juego sucio mientras el presidente aparece impoluto.
Sin embargo, no es tan claro hasta dónde resista la pita en esa tensión, pues lo propio de un gobierno y de quienes lo apoyan es una concertación que permita la participación ciudadana a través del dialogo constante.
Se necesita, por tanto, un relato diferente de ese que pone al otro como el causante de todos los males, como si la rabia y el temor, elementos propios de la estrategia comunicativa en una campaña electoral, siguieran siendo útiles.
Al estar en el gobierno, los mensajes polémicos y simplistas resultan exitosos en el corto plazo, pero en el largo son fatales, ya que no ayudan a impulsar los cambios deseados. Para esto se necesita una estrategia de invitación, en vez de una de rechazo que cause irritación en los ciudadanos no afectos a las políticas propuestas.
Trascender la lucha de frases
Petro cuenta con elementos que mantienen su imagen positiva, como que aún no aparece una oposición seria y de peso, la crisis de liderazgo regional y, por supuesto, el periodo de gracia propio de los gobiernos que barren con escoba nueva.
Pero el gobierno no parece tener todavía un protocolo comunicativo que permita coordinar y gestionar la comunicación estratégica interna y externa. Sin una herramienta de ese tipo será muy complicada la gestión comunicacional de un gabinete plural, con varios integrantes sin discursos coincidentes, que de seguro impulsarán el debate sobre temas en los que hay divergencias a medida que las deliberaciones públicas se calienten y tan pronto como se acerquen las elecciones regionales, las cuales dejarán al descubierto a los integrantes de la coalición que se distanciarán por razones tácticas.
Ese protocolo quizá permita corregir otro problema que aparece con frecuencia hasta ahora: la falta de un apoyo organizado a las reformas, sobre todo cuando el aparato mediático tradicional, cuya propiedad está en manos de los grupos que se oponen a ellas, está haciéndose al control de la agenda pública y de la interpretación de las realidades políticas.
Para contrarrestar eso hay que ir más allá de la lucha de frases y tener en cuenta que no es suficiente acudir a las redes sociales, como parecen estar haciendo desde el gobierno. A punta de Twitter, Tik Tok e Instagram no se logra cambiar el clima de opinión.
Se necesita, por ejemplo, un trabajo mayor para explicar el cambio a los periodistas de los medios, poco familiarizados con las agendas y los modos habituales de los protagonistas del gobierno.
Entre esperanza y desesperanza
La gestión de los medios es más complicada si se considera que debe alcanzarse sin adueñarse de los medios públicos, como ocurrió durante la alcaldía de Petro, algo muy tentador pero que deslegitimaría al gobierno, pues por ese camino se llega rápidamente al abismo del culto a la personalidad.
Quedan también las preguntas acerca de cómo atacar otros ruidos: el de una primera dama que aspira a tener un espacio propio, pero cuyo protagonismo puede desentonar para un grupo amplio de ciudadanos; el de los alfiles desbocados en el Congreso; el de los “mundos y submundos” (palabras de Petro) que vayan apareciendo en los diversos niveles del gobierno; y claro, el mayor, el que resuene cuando algunas promesas no alcancen a cumplirse.
Esto junto al hecho de que Petro parece haberle cogido gusto a presentar varias políticas antes de estar bien cocinadas, quizá para explorar qué tanta acogida tiene entre la opinión.
Además, al gobierno se le ha reprochado su escasa capacidad de autocrítica. A lo mejor es la hora de ponerla un poco en práctica. Sobre todo, porque la esperanza que quiere transmitir todo lo puede, pero la rabia que causa la desesperanza es más poderosa.