A quince años de turbulencias en la relación colombo-venezolana se han sumado los efectos de la invasión de Ucrania y el cambio de posición de los Estados Unidos. Esta es la situación y estos son los desafíos para el próximo presidente de Colombia.
Ronal Rodríguez*
La relación Uribe-Chávez
Durante los últimos quince años la relación entre Colombia y Venezuela ha cambiado de manera radical.
En una tarde de noviembre de 2007 el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se enteró de que su homólogo colombiano, Álvaro Uribe, había dado por terminada la colaboración entre los dos países. Ese día Uribe descartó la mediación de Chávez en la liberación de secuestrados, pues este habría incumplido el compromiso de no hablar con los altos mandos militares. El evento marcó el final de la complicada relación entre la Seguridad Democrática y la Revolución Bolivariana.
Poco antes, en una prolongada reunión en Hato grande (la hacienda presidencial en la sabana de Bogotá), Uribe había dado su visto bueno para que el gobierno venezolano adelantara gestiones para liberar secuestrados en manos de las FARC. Esto, gracias a la intermediación de la senadora Piedad Córdoba.
A pesar de las evidentes diferencias, la relación entre ambos presidentes y sus proyectos políticos había sido fluida hasta ese momento. Algunos diplomáticos —como el embajador venezolano Pável Rondón— ayudaron a resolver incidentes entre los dos países y a aliviar las tensiones entre los dos gobernantes.
La paradójica relación Duque-Maduro
El gobierno Duque no reconoce a las autoridades que detentan el poder real y controlan el aparato del Estado venezolano; Duque, por el contrario, sostiene con obstinación la figura del interinato en cabeza de Juan Guaidó.
La política actual de Bogotá consiste en el llamado “cerco diplomático” para forzar el retorno a la democracia en Venezuela. Al mismo tiempo y sin embargo, el gobierno de Duque puso en marcha un proceso de acogida de inmigrantes sin igual en la historia de América Latina; pero el éxito de estas medidas ha ido acompañado por el fracaso de la estrategia de aislar a Venezuela.
Paradójico: el presidente colombiano que peor ha administrado la relación bilateral con el hermano país, es quien más apoya la diáspora venezolana.
Pero aún más paradójico es que Nicolás Maduro, el heredero político de Chávez e hijo de una mujer colombiana que migró a Venezuela, es ahora el peor presidente de Venezuela para los intereses colombianos. El actual presidente venezolano es quien peor ha agredido a nuestros nacionales en territorio venezolano.
Entre 2014 y 2015, el presidente venezolano argumentó que la inseguridad y la crisis económica en Venezuela se debían a los paramilitares colombianos y al contrabando de gasolina. Este discurso de odio se tradujo en las llamadas “operaciones para la liberación del pueblo”, que llegaron a las zonas de frontera en agosto de 2015. Según fuentes oficiales, con estas operaciones salieron del país más de 23.000 colombianos. Este episodio fue el comienzo de la crisis migratoria que hoy vive la región, donde más de 980.000 colombianos y 6.041.690 venezolanos han salido del hermano país.
El gobierno Duque no reconoce a las autoridades que detentan el poder real y controlan el aparato del Estado venezolano; Duque, por el contrario, sostiene con obstinación la figura del interinato en cabeza de Juan Guaidó.
En medio de la negociación entre las FARC y el gobierno colombiano —que no hubiese sido posible sin el concurso del régimen venezolano—, Maduro puso sobre la mesa algunas de las viejas rencillas entre los dos Estados. Desde el comienzo, parecía que Maduro estuviera intentando sentar antecedentes para futuras disputas territoriales.
Por ejemplo, en los primeros años del gobierno Maduro aumentaron las incursiones de militares venezolanos a territorio colombiano, la mayoría de ellas en áreas que requerían actualizar las líneas fronterizas en función de los cambios geográficos. Esta situación resultó en el decreto 1787 que establecía zonas administrativas de seguridad en Venezuela, pero que alteró las coordenadas de la frontera común. Ante la protesta colombiana, este decreto fue remplazado por otro que mantenía las coordenadas, aunque la cancillería venezolana nunca respondió a la nota colombiana.
Cambio de contexto
Aunque nos encontramos en el peor momento de la relación bilateral —sin relaciones diplomáticas ni consulares—, los 12 millones de personas que habitan la zona de frontera son más conscientes de su interdependencia. Es más: a pesar de la pandemia y la ausencia de los gobiernos centrales, se han estrechado los vínculos entre gremios, autoridades locales y comunidades en la zona de frontera.
Igual que sucedió con la llegada de Santos a la Presidencia en 2010, podríamos estar cerca de un nuevo cambio de la relación bilateral. En aquel momento primó el proceso de diálogo con las FARC, en medio de un contexto regional que giraba a la derecha. Ahora, las condiciones geopolíticas globales han cambiado con la crisis ucraniana, y la región gira a la izquierda.
Por un lado, la crisis ucraniana hace a Colombia más dependiente de los recursos de cooperación provenientes de Estados Unidos. Con estos recursos Colombia atiende a los más de dos millones de migrantes venezolanos en territorio colombiano. Esta es una política de apoyo y asistencia a la diáspora venezolana que comenzó bajo Trump y que se ha mantenido durante el primer año del gobierno Biden. Pero el mayor temor de los norteamericanos es que los venezolanos se unan a las caravanas migrantes en Centro América; durante el último año aumentó el número de venezolanos que ingresaron irregularmente a los Estados Unidos.
Por el otro, para Estados Unidos es cada vez es más difícil seguir apoyando la figura simbólica de Juan Guaidó. El fracaso de la estrategia del interinato; los casos de corrupción asociados a la oposición y la intromisión de la política interna en los diferentes países de la región, obligaron a Estados Unidos a replantear esta estrategia.
Las sanciones norteamericanas al régimen venezolano lograron estrechar los vínculos de Maduro con Putin. El gobierno venezolano, más allá de las simpatías ideológicas, se convirtió en presa de los intereses de potencias extracontinentales. La razón: las potencias encontraron en Venezuela un gobierno dispuesto a feriar los recursos y la soberanía del país con tal de permanecer en el poder.
Por eso no sorprende que Estados Unidos esté explorando un replanteamiento de su relación con Venezuela. Actualmente, las autoridades norteamericanas y funcionarios del régimen de Maduro exploran las posibilidades de espacios de diálogo, inversión y alivio de sanciones. Y esto afectará colateralmente la relación entre Colombia y Venezuela.

Papa caliente para el próximo gobierno
El presidente Duque tiene el sol a la espalda. Es poco probable que en los pocos meses que quedan de su gobierno cambie la relación con Venezuela. La aversión que profesa hacia Maduro llega a lo personal. Esto nubla su capacidad de análisis y le impide emprender acciones en favor efectivo de los intereses nacionales.
Ahora bien, la mayoría de los candidatos a la presidencia reconocen la necesidad de replantear la relación con Venezuela, pero hasta el momento no hay una propuesta clara para abordar la relación con un vecino tan complicado.
Entonces no hay indicios de cambios efectivos en la relación colombo- venezolana en el corto o inclusive en el mediano plazo. El próximo presidente de Colombia tendrá que construir un espacio de convivencia con Maduro a pesar de las diferencias. Reconstruir la relación con la dictadura de Venezuela dependerá de las habilidades del nuevo presidente, y de la habilidad diplomática de su canciller.