Que el castro-chavismo, que la entrega del país a las FARC, que convertirnos en otra Venezuela, que la polarización, que el populismo…fantasmas que sirven para mover al pueblo.
Medófilo Medina*
Fantasmas viejos y nuevos
En el siglo XIX en Gran Bretaña se acostumbraba leer relatos de fantasmas.
El más célebre de todos fue Un cuento de navidad, de Charles Dickens. El espectro del socio muerto, junto con otros tres fantasmas, aparecieron para inquietar al viejo comerciante, explotador y mezquino Ebenezer Scrooger – quien desde entonces pasó a ser sinónimo del aguafiestas de la navidad-.
Pues el tiempo de las campañas electorales también suele ser temporada de fantasmas, y esto también ocurre en Colombia. Por eso trataré de describir algunos de los fantasmas de la presente campaña electoral.
El peligro de otra Venezuela
![]() Expresidente de Venezuela, Hugo Chávez. Foto: Gran Misión Vivienda Venezuela |
Todos hemos oído del “castro-chavismo” y de la entrega del país a las FARC.
Como el 27 de junio de 2017 en el departamento del Meta no se protocolizó la entrega del país sino la muy concreta entrega de armas por parte de la guerrilla, el fantasma del castro-chavismo hizo mutis por el foro. Pero no desapareció sino que se transformó en la amenaza de que Colombia acabará convertida en otra Venezuela. El argumento básico suena como sigue: si no se mantienen con toda fidelidad las políticas económicas y sociales de los últimos 16 años, se abatirá sobre el país la severa crisis del vecino. Cada migrante venezolano a Colombia se toma como otra demostración de esta azarosa perspectiva.
El estudio objetivo de la crisis venezolana es una necesidad dictada por el interés nacional de Colombia
La visión fantasmagórica excluye cualquier análisis objetivo del proceso venezolano. No fue una revolución socialista sino una serie de reformas profundas que comenzó con la discusión y adopción de una nueva Constitución.
En noviembre de 2001 la Asamblea Nacional aprobó un paquete de reformas entre las cuales se destacaron las establecidas por las leyes de Tierras, de Hidrocarburos Líquidos, de Acuacultura y Pesca. La de mayor impacto fue la de petróleos, que reversó la política de “apertura petrolera” que había sido adoptada en 1992 y que había retornado la explotación a manos de compañías norteamericanas y europeas. La alta gerencia de PDVSA había reducido drásticamente la contribución de la empresa a financiar el Estado, con el pretexto de “sustraer el petróleo a la política”.
Por esta y otras decisiones similares, el chavismo tuvo que enfrentar la más feroz oposición de la derecha, que desencadenó el golpe de Estado del 11 de abril de 2001.
¿La crisis venezolana resultaba inexorable?
Derrotado el golpe militar los enemigos del proceso bolivariano ensayaron el golpe económico con la huelga insurreccional de PDVSA. Durante más de dos meses se detuvo la producción al paso que se destruía la infraestructura técnica e informática de la empresa y permanecía bloqueado el transporte de los hidrocarburos y se averiaban los barcos.
Esas pruebas extremas fueron superadas, y el gobierno de Chávez encontró soluciones eficaces e imaginativas como fueron las “misiones”. Gracias a ellas y a otras reformas se produjo una incorporación de millones de venezolanos a la vida económica, social y política del país – que fue la tarea más importante del chavismo-.
Tras la depresión ocasionada por las turbulencias políticas de 2001, 2002 y 2003, la economía venezolana experimentó una sorprendente recuperación, con aumentos en el PIB de 17,9 por ciento en 2004, de 9,3 en 2005 y de 9,6 en 2006.
Hoy Venezuela atraviesa una crisis muy severa, pero esta crisis no es consecuencia de las reformas aprobadas a finales de 2001.
Desde 2007 maduraron las condiciones para el esfuerzo, por supuesto exigente, de disminuir la dependencia del país de la renta petrolera. Había decisiones que tomar: el sinceramiento de los precios internos de los combustibles, el paulatino desmonte del control cambiario, la reforma tributaria, el control económico y político de la vieja y la nueva burguesía importadora como camino para poner en cintura la corrupción y evitar el desabastecimiento. Pero esos cambios no se efectuaron y crearon condiciones muy adversas.
La guerra económica interna y el bloqueo económico externo – con participación del gobierno colombiano- han tenido consecuencias severas.
El gobierno venezolano ha tratado de manejar la crisis con medidas como los Comités de abastecimiento y producción (CLAP) -que no se limitan a distribuir víveres sino que estimulan formas comunitarias de producción-o como la nueva moneda (el Petro) para reducir la manipulación financiera desde el extranjero.
Hoy Colombia necesita prescindir de visiones fantasmales Es urgente el examen objetivo de las relaciones con Venezuela que parta del principio de que la no injerencia en los asuntos internos de los países es el único camino que evita las aventuras que resultarían muy costosas para toda la región. El estudio objetivo de la crisis venezolana es una necesidad dictada por el interés nacional de Colombia: pero allí no se llega de la mano de fantasmas instalados por la propaganda electoral.
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El fantasma de la polarización
![]() Candidato presidencial, Gustavo Petro. Foto: Alcaldía Mayor de Bogotá |
La polarización se presenta como un fenómeno político muy peligroso pero también paradójico.
En el pasado inmediato Santos y Uribe representaron las referencias de esa polarización en relación con el proceso de paz.
Pero tras la desmovilización de las FARC el fantasma debió adecuarse al proceso electoral. La amenaza de “hacer trizas” los acuerdos no parece ser consigna que algún candidato quiera adoptar de modo expreso; al fin y al cabo José Obdulio Gaviria tiene su propia plataforma para acabar de derribar lo que aún queda en pie del Acuerdo del Colón.
Al trastear el fantasma de la polarización al proceso electoral el peligro se atribuye mañosamente a un candidato: Gustavo Petro.
Pero incluso más allá de las atribuciones caprichosas del fenómeno a un candidato cabe formular preguntas en torno a la polarización. ¿Es ese el problema central de la política en Colombia?
Seguramente no hay dificultades para admitir que el plebiscito del 2 de octubre de 2016 fue un evento con notables posibilidades de polarizar al país. El examen de las cifras más básicas de aquella jornada ayuda a comprender la naturaleza y alcances de la polarización:
Votos por el No: 6.431.376 18,42 por ciento del censo electoral
Votos por el Sí: 6.377.482 18,27 por ciento del censo electoral
Diferencia: 53.894 0,01 por ciento del censo electoral
Abstención: 21.833.898 62, 5 del potencial electoral
Si bien los que votaron se partieron en dos mitades y en tal sentido la polarización es un hecho, el fenómeno que debería suscitar mayor preocupación consiste en que ante la decisión más importante en muchísimos años, el 62, 5 por ciento de los colombianos se abstuvieron de opinar. ¿Cómo insistir entonces en que el país “está polarizado”? La mayoría de la gente es indiferente y se sitúa en los márgenes del sistema político. Además de una forma torcida y antidemocrática de vincular la ciudadanía al sistema político, el clientelismo ni siquiera les llega a las mayorías.
Cabe una pregunta final: ¿Es la polarización en sí misma una propiedad negativa de la política? El perenne “consenso” suele ser una aspiración de los regímenes totalitarios y para la democracia no luce un objetivo deseable. La polarización estimula el debate público, y se convierte en peligro solo cuando las partes acuden a las armas o cuando es acompañada por las amenazas o las calumnias. Recuérdense el conjuro al espectro de Carlos Castaño con respecto al caricaturista Matador, o la plataforma de Juan Carlos Vélez, el gerente de la campaña del No. En condiciones normales la polarización es legítima, y puede ser fácilmente metabolizada como decía Alberto Lleras por “el ritmo marítimo” de la democracia. ¿Por qué temerle?
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El populismo: una historia respetable
En la historia política mundial el populismo presenta una hoja de servicios respetable.
El fantasma mismo del populismo tendrá cabal conciencia de que su cometido es el de asustar al público.
Las primeras variantes, las únicas que se auto-reconocieron en esa denominación, fueron el Naródnichetsvo ruso y el populismo de Estados Unidos:
- El primero fue impulsado por intelectuales urbanos que entre 1860 y 1870 buscaron expresar los intereses del campesinado pobre. Desarrollaron una teoría política y una estrategia revolucionaria y tuvieron dificultades para encontrar acogida entre las bases que se proponía representar. Si Stalin hubiera recogido algunos de los elementos de la teoría agraria de los naródniki en la versión de Chayanov, hubiera estado en condiciones de encontrar soluciones para la revolución agraria en la Unión Soviética sin pasar por la aplicación del terror criminal contra los campesinos.
- El populismo norteamericano del decenio de 1880 creó una plataforma de defensa de los pequeños propietarios rurales arruinados por los préstamos hipotecarios, por los costos del transporte en los ferrocarriles y en general por la influencia de los grandes capitales. En 1892 se formalizó el Partido del Pueblo, cuyo candidato presidencial James B. Weaver obtuvo un millón de votos, además de elegir 5 senadores y 10 representantes por los Estados de Colorado, Kansas y Dakota del Norte. El Populist Party tiene entre sus méritos el haber sido el único desafío al bipartidismo en Estados Unidos.
El populismo ha sido al mismo tiempo una ideología, un repertorio de formas de movilización popular, una tipo de carisma de los dirigentes, una tipología de partidos y una inspiración de regímenes políticos. Por eso para definir el populismo es preciso incorporar las características básicas que se reiteran en sus diversas variantes:
- apelación al pueblo como categoría constitutiva,
- representación de sectores sometidos a la explotación capitalista -campesinos, pequeños productores, obreros-;
- promoción cultural de los factores vernáculos nacionales,
- propuestas de desarrollo económico compatible con la redistribución del ingreso, y
- lugar destacado del liderazgo carismático.
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El populismo ha tenido presencia significativa en los diversos continentes y en numerosos países. En América Latina ha florecido como régimen político en Argentina, Brasil y Perú (sin incluir las formas controversiales, como los casos de Rómulo Betancourt en Venezuela y Lázaro Cárdenas en México). El peronismo en Argentina al menos hasta 1952 y los gobiernos de Getulio Vargas en Brasil realizaron tareas del Estado Bienestar absolutamente necesarias. Luego tuvieron derivas autoritarias y se debilitaron como alternativa.
El populismo como fantasma
Pero después de esa historia que ha sido estudiada de manera muy seria por diversas escuelas y autores ¿cuándo el populismo se transformó en pesadilla, en guijarro lanzado con intención ofensiva en la controversia política?
Eso sucedió no hace mucho tiempo en un proceso que corre parejo con el triunfo del neoliberalismo introducido por Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos. La caída del socialismo en Europa Oriental y el debilitamiento de los esquemas de la Guerra Fría volvieron apremiante la necesidad de un sucedáneo al poderoso instrumento de estigmatización y de uso del temor que era el comunismo. Así entre el Consenso de Washington en 1989 y la caída de la URSS la historia del populismo se transformó en pesadilla. Su fantasma ronda y rondará por tiempo en la controversia pública y será huésped aparatoso en los debates electorales como ahora lo vemos en la campaña que está transcurriendo en Colombia.
Seguramente el fantasma mismo del populismo tendrá cabal conciencia de que su cometido es el de asustar al público y llevarlo a la estigmatización de cualquier alternativa contra el neoliberalismo. Al fin y al cabo para eso fue creado.
* Cofundador de Razón Pública; para ver el perfil del autor, haga clic aquí.