Colombia asistirá a Ucrania para desmantelar las minas instaladas por el ejército ruso. Por qué Rusia utiliza estas armas, en qué consiste la ayuda de los colombianos y por qué sería bueno aprender de Mozambique.
César Niño*
Las minas antipersonales en Ucrania
Tras la invasión rusa a Ucrania del 24 de febrero, volvieron viejas y peligrosas prácticas de la guerra con nuevas tecnologías.
Rusia ha instalado una nueva arma inteligente en territorio ucraniano. Se trata de las minas POM-3, cuyo costo de producción es de dos euros —8.500 pesos colombianos—, y que se caracterizan por detonarse remotamente sin necesidad de pisarse.
Varias organizaciones internacionales como Human Right Watch y Handicap International han advertido sobre su funcionamiento: son armas diseñadas para explotar a la altura de la entrepierna, el cuello y los ojos. Además, la mina es capaz de distinguir un animal de un ser humano y detecta su morfología, calor corporal y altura. Con esto lanza un pequeño artefacto explosivo que se detona en el aire, produciendo esquirlas letales en un rango de dieciséis metros.
Estas minas han sido sembradas tanto manualmente por soldados rusos como por lanzacohetes. y se estima que se encuentran en un rango de 80 mil kilómetros cuadrados.
El propósito de estas armas es dañar al ejército ucraniano tanto física como moralmente, así como evitar avanzadas rápidas de tropas por tierra y producir temor sobre la inteligencia de las armas. Una estrategia para evitar las incursiones ucranianas en las retomas de Donbás y Lugansk. Por eso, aunque la guerra termine, las minas perdurarán y la narrativa del conflicto se mantendrá por mucho tiempo.
Producir una mina inteligente cuesta dos euros, desminarla cuesta mil euros, y un día de combate implica 30 día de desminado. Por eso Meri Akopyan, viceministra del interior de Ucrania, estimada que desminar el territorio va a tomar entre cinco y siete años.
Colombia y el desminado humanitario
La larga historia de conflicto armado ha curtido de herramientas y conocimiento a las Fuerzas Militares colombianas para tareas de desminado humanitario.
Un conflicto que permitió los crímenes más atroces, entre ellos el uso de artefactos explosivos capaces de degradar la vida de combatientes y de no combatientes.
Colombia es el segundo país con mayor número de minas antipersonales del mundo después de Afganistán, Etiopía, Irak y Ucrania. En América Latina están El Salvador y la zona fronteriza entre Chile y Perú. En Europa, Chipre, Bosnia y Herzegovina. En Asia se encuentran Siria, Yemen, Líbano y Camboya y en África están Angola, Ruanda, Somalia, Uganda, Costa de Marfil, Sudán del Sur y República Democrática del Congo. En otras palabras, existe un mundo minado de enclaves de la guerra y los conflictos armados.
Con la Convención de Ottawa de 1997 y su entrada en vigor en 1999, se configura un régimen internacional que permite, entre otras, que un Estado firmante del tratado solicite o provea asistencia para desminar el territorio.
Colombia adquirió además un compromiso en virtud del cual a partir de 2004 comenzaron las operaciones de desminado humanitario en 35 bases militares cercanas a Bogotá y en otras 19 de distintas regiones. Aquel proceso en medio de la violencia ha arrojado resultados importantes que sin embargo ataren poca atención de los medios.
Para empezar, se diseñó el Plan Estratégico 2020-2025, “Hacia una Colombia libre de sospecha de minas antipersonal para todos los colombianos”, con un propósito preciso: dejar el territorio libre de minas antipersonales, independientemente del sujeto armado, legal o ilegal.
Uno de los resultados más importantes consiste en que hoy tengamos 470 municipios declarados libres y sin sospecha de minas. Hay además 116 municipios en proceso de intervención, aproximadamente once millones de metros cuadrados liberados y alrededor de ocho mil artefactos destruidos.
Por otro lado y durante los últimos 15 años, Colombia ha exportado conocimiento y personal logístico u operativo para desminar ciertas áreas complejas en diferentes países.
Uno de esos países es Somalia que, por invitación de la Unión Europea dentro del marco de la Operación Atalanta, utilizó a Bogotá como referente técnico y humanitario para encontrar y desactivar minas que han sido sembradas a lo largo de su largo y complejo conflicto.
De hecho, Colombia pudo aprender de otras experiencias y acomodar sus estrategias a las de países como Mozambique que, usando ratas certificadas como instrumento de detección, se declaró libre de minas antipersonales en 2015.

Asistencia de Colombia a Ucrania
Mientras Colombia prosigue su tarea compleja y peligrosa pero necesaria dentro de su territorio, la experiencia se ha convertido en una referencia para otros países.
Este 23 de mayo el ministro de defensa, Diego Molano, declaró que el ejército capacitará a soldados ucranianos en desminado humanitario. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de la cual Colombia es socio global desde 2018, ha solicitado la asistencia de Bogotá a Kiev.
La capacitación de Colombia se ofrecerá en el territorio de un país europeo miembro de la OTAN con un personal de alrededor de once oficiales colombianos. Si bien lo que Bogotá podría ofrecer a Ucrania es técnica, rastreo, doctrina y tácticas de desminado, Colombia no tiene experiencia en minas antipersonales inteligentes.
Esto podría poner en aprietos el desmantelamiento de los explosivos y causar demoras mientras se conoce la naturaleza de las POM-3 para encontrar sus puntos débiles.
Para cumplir con el cometido, y teniendo en cuenta que la tecnología rusa pone en aprietos a la misión de asistencia técnica colombiana, el empleo de ratas certificadas puede acortar el tiempo en la detección de las POM-3. De hecho, según la experiencia de Mozambique, un roedor entrenado puede recorrer y explorar en veinte minutos un área de 200 metros cuadrados y pisar una mina sin activarla por su peso ligero.
Finalmente, la experiencia colombiana es un activo estratégico importante para asistir a otras naciones en el desminado humanitario, pero habrá que tener en el centro de la discusión las complejidades de la actual guerra en Ucrania que llevarán a mayores tragedias humanitarias incluso con el fin de las hostilidades.