
Frente a la cantidad y gravedad crecientes de casos de justicia por mano propia, es urgente preguntarnos: ¿por qué la ciudadanía responde a la violencia y la injusticia con más violencia e injusticia?
Iván Mojica*
¿Qué entendemos por “justicia”?
Dado que cualquier ciudadano puede verse involucrado en un caso de justicia por mano propia importa preguntarnos qué entendemos por la palabra “justicia”.
Para este propósito podríamos comenzar por la definición que hace 25 siglos propuso Platón en la República: “lo natural es amar a los que se consideran buenos, y odiar a los que se consideran malos”.
La definición anterior excluiría algunas de las justificaciones comunes que podríamos encontrar para hacer justicia por mano propia, como decir:
- dar una lección al criminal o a otros criminales potenciales,
- hacer lo que no hacen las instituciones (jueces/policía),
- proteger a la comunidad,
- actuar en defensa propia.
Sin embargo, si analizamos algunos casos recientes, podemos notar que la definición de República se ajusta mucho mejor que las justificaciones mencionadas.
Dos de los últimos casos han causado especial estupor e, incluso, repudio entre los colombianos:
- Primero, el del joven que presuntamente entró a un billar a robar y fue golpeado por siete personas,una de las cuales le disparó en repetidas ocasiones;
- Segundo, el de dos jóvenes que fueron capturados por la comunidad en Tibú, Norte de Santander, después fueron entregados a hombres armados, y el episodio culminó con la aparición de los dos jóvenes muertos.
Ninguna de las justificaciones antes mencionadas parece ajustarse a estos dos casos.
- En primer lugar, las instituciones de justicia y de seguridad no tienen entre sus funciones las de golpear y mucho menos asesinar a los presuntos criminales. De modo que la comunidad no está supliendo una falla o negligencia de dichas instituciones, sino que se está abusando del uso de la violencia en vez de aspirar a la justicia.
- En segundo lugar, es verdad que la protección personal y de la comunidad pueden conllevar al uso de la fuerza —incluso el uso de las armas—. Sin embargo, una persona desarmada y sometida no representa un peligro inminente, de manera que no se justifica golpearla hasta matarla o entregarla a hombres armados para ser ejecutada.
- Finalmente, la justificación de dar una lección al criminal apenas tendría sentido si las tasas de criminalidad descendieran en la medida en que aumentan los casos de justicia por mano propia. Pero todo parece indicar que, en lugar de disminuir, este indicador sigue aumentando.
Si pensamos en el concepto de “justicia” —de República— dentro de la justicia por mano propia, podemos ver que encaja mejor con estos dos casos el odio hacia el que consideramos “enemigo” y no la búsqueda de “justicia”.
Si la justicia por mano propia es desproporcionada, inequitativa en el tipo de condena que impone y atravesada por sentimientos de ira y odio que nublan su aplicación, no es el tipo de justicia a la que debe aspirar una sociedad democrática.
No golpeamos hasta la muerte a una persona que amamos y que queremos que recapacite y aprenda una lección, sino a alguien que odiamos y que consideramos que no es nuestro igual. Tampoco amamos a alguien que creemos que solo puede entender a los golpes, menos aun cuando esos golpes ocasionan su muerte.
Podría sostenerse que los dos casos escogidos son extremos y no representan las verdaderas intenciones de la comunidad al aplicar la justicia por mano propia. Pero estos hechos casi siempre se caracterizan por golpizas y humillaciones cometidas en grandes grupos, algunas de las cuales resultan en la muerte de la persona linchada.
Así que, aunque los casos mencionados son especialmente graves, también comparten características con la mayoría de los hechos de justicia por mano propia que no llegan a desenlaces tan severos.
Las consecuencias de la justicia por mano propia
La justicia por mano propia que acabamos de definir dista mucho de esa imagen simbólica de la justicia que todos conocemos: equilibrada como una balanza y ciega a cualquier tipo de influencia.
Si la justicia por mano propia es desproporcionada, inequitativa en el tipo de condena que impone y atravesada por sentimientos de ira y odio que nublan su aplicación, no es el tipo de justicia a la que debe aspirar una sociedad democrática.
Para apreciar mejor la última afirmación, podemos profundizar en tres aspectos cruciales que muestran cómo la justicia por mano propia es una pésima alternativa, y que además debilita a la sociedad en su conjunto.
- Destruye las instituciones.
Para nadie es un secreto que una sociedad que ha llegado al punto de impartir justicia por mano propia adolece de graves problemas institucionales. La confianza en la policía, el ejército, las leyes y los jueces está gravemente afectada, mientras que los índices de inseguridad —tanto reales como percibidos— están por las nubes.
No obstante, la respuesta a estas crisis debería enfocarse en recuperar esa confianza institucional, no en volcarnos hacia la justicia por mano propia. Si aceptamos que una sociedad democrática no puede funcionar con instituciones deficientes, podemos aceptar que tampoco funcionará si no tiene instituciones en lo absoluto.
Separar a víctima, juez y verdugo nos garantiza un grado mínimo de imparcialidad que permita que la justicia se aplique de la mejor manera posible. Esto no ocurre en los casos de justicia por mano propia, donde muchas veces víctima, juez y verdugo son la misma persona.
2.Destruye el tejido social.
Si la justicia por mano propia está atravesada por la ira y el odio, entregarnos a esta agravará las fracturas sociales y convertirá a toda persona que veamos como un “otro” en un potencial enemigo.
Esta perspectiva introduce en la sociedad una lógica de “nosotros” contra “ellos”, que intensifica males como el clasismo, el racismo, la aporofobia o la xenofobia.
El castigo por mano propia a los delincuentes no tiene el efecto educativo o persuasivo que dicen sus defensores.
La fragmentación del tejido social que acompaña a este tipo de prácticas evita el surgimiento de entornos comunitarios sanos donde se propicien la solidaridad y la confianza. Por el contrario, convierte a la comunidad en un campo de batalla donde la sospecha y el miedo son las constantes.
- Impide la búsqueda de soluciones integrales.
El castigo por mano propia a los delincuentes no tiene el efecto educativo o persuasivo que dicen sus defensores, pero las personas que apoyan o participan activamente en estos actos pueden pensar que es una estrategia efectiva y rápida para combatir la criminalidad.
Esta falsa efectividad reducida a la violencia nos impide pensar en soluciones integrales y de fondo. Aunque estas son mucho más difíciles de ejecutar, no nos exponen a las consecuencias de los dos puntos anteriores. Además, pueden repercutir en transformaciones sociales de las que también nos podemos beneficiar, como mejoras educativas y laborales.

La alternativa a una falsa solución
Para concluir, es importante que salgamos de la falsa oposición que suele plantearse al criticar los actos violentos de la justicia por mano propia.
Estar en desacuerdo con estos hechos no implica que la ciudadanía no pueda defenderse, ni que deba quedarse de brazos cruzados ante el aumento de la criminalidad, ni que deba dejar de sentir ira o indignación ante los hechos violentos de los criminales.
El que grupos de extraños se unan para reclamar justicia ante un acto criminal no es en sí mismo algo condenable. Lo que debemos revisar, como sociedad, es el tipo de justicia que estamos reclamando y la manera en la que la estamos reclamando:
- Podemos enfrascarnos en falsas soluciones que aumentan el miedo y la desconfianza —y que se pueden volver contra nosotros—,
- podemos unirnos para construir una comunidad más sana y solidaria.