Semblanza de un colombiano generoso y amable que enriqueció nuestras letras y enriqueció nuestro espíritu.
José María Baldoví*
Un hombre y una tradición
Moby Dick. Así lo llamaban en secreto y con el mayor de los afectos unos pocos y buenos amigos a Juan Gustavo Cobo Borda.
Su robusta e imponente figura era la materialización generosa de su alma: la misma que fundó y acogió a uno de los movimientos literarios y culturales más renovadores de la segunda mitad del siglo XX en Colombia: la Generación sin nombre —a falta de mejor nombre—.
Lejos del boom y muy cerca de los rincones de la existencia minúscula, compuesta por los entonces desconocidos e inconsolables Giovanny Quessep, Federico Díaz-Granados, Augusto Pinilla, Henry Luque Muñoz, Martha Canfield, María Mercedes Carranza, Jaime García Mafla y tantos otros que todavía recorren las calles de piedra del pasado.
Fue la misma alma que no pudo evitar —cuando trabaja como subdirector del Instituto Colombiano de Cultura— llevar a la imprenta la novelita de un jovencito caleño a punto de cumplir 25 años: Que viva la música. Del autor suicida, el propio Cobo Borda escribió que “era el más valioso escritor joven colombiano”.
Hijo de republicano español y de una prima hermana de Jorge y Eduardo Zalamea Borda, amante de la buena mesa y de carácter afable y descorbatado, Cobo Borda concibió Poética, brevísima y autocrítica pieza que abatidos estudiantes de universidad recitaban de memoria:
¿Cómo escribir ahora poesía, /por qué no callarnos definitivamente/ y dedicarnos a cosas mucho más útiles? /¿Para qué aumentar las dudas,/revivir antiguos conflictos,/imprevistas ternuras;/ese poco de ruido/añadido a un mundo/que lo sobrepasa y anula?/¿Se aclara algo con semejante ovillo?/Nadie la necesita./Residuo de viejas glorias,/¿a quién acompaña, qué herida cura?
Hombre de pocos énfasis retóricos, de ningún grito patético y fabricador de ofrendas para el altar del bolero, mataba las horas leyendo a los viejos poetas de su país —el nuestro— y aguardando el eterno retorno de los pasos de su Paloma.
Dadivoso en la amistad y en el ejercicio del intelecto, Juan Gustavo Cobo Borda no se calló la verdad: que la colombiana era La tradición de la pobreza, como tituló uno de sus volúmenes de ensayos desde hace tiempos fuera de circulación y cada día más necesario. Fue su revisión crítica a nuestra tradición, ciertamente pobre, pero nuestra.