


Sobrevivir se roba el privilegio de vivir, vidas sin vida y trazadas por la precarización, por la lucha constante de tener los mínimos vitales de dignidad.
Carolina Hernández Álvarez* y Nicolás Londoño Osorio**
Ser joven en Colombia
¿Qué significa eso de ser joven en Colombia?, nos preguntamos mientras veíamos la película Sorry We Missed You (2019), del director Ken Loach. Es una conmovedora exposición de existencias sumidas en la miseria. Sobrevivir se roba el privilegio de vivir; se narran vidas sin vida y trazadas por la precarización, por la lucha constante de tener los mínimos vitales de dignidad.
Este escenario se parece al de muchos jóvenes colombianos, expuestos a la precariedad vital y multidimensional.
Diferentes dimensiones de la precariedad
La precarización es social y económica; restringe la capacidad de elección. A las exigencias económicas se suma la violencia estructural, la interiorización del Gran Hermano vigilante y castigador.
Este susurra los mensajes imperantes del neoliberalismo: “consumir para ser” y “sálvese quien pueda”. Gesta sujetos que se culpan por no alcanzar los niveles de vida esperados, que viven en permanente zozobra, desencanto, frustración e inadecuación biográfica.
Este mensaje neoliberal instaura las “dictaduras de la felicidad”, que culpan al sujeto por no tener una vida exitosa y próspera, pero eximen a los Estados de su responsabilidad.
El colectivo Remendando la Dignidad —del municipio de Bello, Antioquia— cuenta que “a los jóvenes nos llaman ninis: ni trabajamos ni estudiamos. La realidad es que no hay con qué estudiar ni dónde trabajar; se está constantemente en el rebusque: si se estudia, no se come”.
Estos sentires los refuerzan los datos de la última encuesta del DANE, según El Nuevo Siglo:
“En la franja de edad entre 14 años y 28 años, el 33 % de los jóvenes no están trabajando en la actualidad, pero tampoco estudian. Así lo señala la última encuesta del DANE respecto a la situación social de la juventud en el país.
Indica la entidad de estadística, según la consulta, que este año el país llegará a 12 672 168 personas con edad entre los 14 y 28 años. Esto significa que al menos 4 150 000 jóvenes, además de estar inactivos laboralmente no pueden o no tienen interés en estudiar”.

Sobrevivir se roba el privilegio de vivir; se narran vidas sin vida y trazadas por la precarización, por la lucha constante de tener los mínimos vitales de dignidad.
Por esta razón, los jóvenes en el estallido social colombiano se caracterizan por la precarización; pero también por la resistencia y por su papel en la sociedad insurrecta de estos días.
Es una sociedad insurrecta frente a los códigos de lenguaje y a las etiquetas que el Estado ha puesto sobre los jóvenes de la primera línea —vándalos, delincuentes, etc.— para demeritar e invisibilizar las realidades de este país, sus injusticias y corrupciones.
Ni niños ni adultos
Los participantes del estallido social cubren un espectro muy amplio, porque no convoca solo a las universidades; convergen los jóvenes de las periferias, sin posibilidades y rodeados por políticas de carencia y muerte.
La Universidad del Rosario publicó la tercera medición de la Gran Encuesta Nacional sobre Jóvenes: el 84 % de las juventudes colombianas apoya el paro. Esto incluye a colectivos juveniles, a jóvenes en la ruralidad e, incluso, a quienes, desde sus hogares y a través de las redes sociales, manifiestan también su descontento y su necesidad de transitar estos umbrales de desolación y desesperanza.
Llamaremos liminalidad a estos umbrales en los que se encuentran los jóvenes.
Los espacios liminales se distinguen de los espacios definidos por las leyes, las costumbres y las convenciones sociales; los deconstruyen. Hablamos de umbral porque intentan pasar del statu quo a otras alternativas de reconocimiento y participación, en las que puedan ver y pensar de otra manera.
Veamos un ejemplo más claro sobre la liminalidad como característica de los jóvenes en los movimientos sociales: no son niños, pero tampoco adultos; se encuentran entre lo uno y lo otro. Hay otro rasgo liminal muy importante: son invisibles.
A los jóvenes se les restringen cada vez más los espacios de acción reconocidos por la ley y la sociedad: las pocas ofertas educativas y sanitarias, la enorme carencia de empleo los va volviendo invisibles ante la institucionalidad. Pero se hacen visibles en las calles, a través de su resistencia y de las acciones colectivas; así buscan salir de esa condición liminal.
El fantasma de lo liminal
Teóricamente, Víctor Turner propuso el concepto de lo liminal. Anota que los sujetos en esa condición suelen ser pasivos o sumisos; tienen una fuerte tendencia a la obediencia y al silencio. Pero, hoy, en el caso de las juventudes contemporáneas, estos rasgos son complejos y tienden a desaparecer: las juventudes resisten y se hacen visibles a través de colectivos, las redes sociales, del arte y la cultura.
Por eso, en las calles se escuchan gritos, silbidos, estruendos e, incluso, disparos. Se trata de dos protagonistas:
- El Estado: desde la fuerza y el ejercicio de la ley, despliega la violencia física y estructural. La precarización que esto causa, además, es un instrumento de defensa de la gobernanza del mismo Estado.
- Millares de jóvenes: precarizados, hambrientos de derechos, dignidad y condiciones mínimas para vivir bien, resisten con arengas, múltiples expresiones de arte y —¿por qué no?— con algunas vías de hecho.
Esta es la normalidad de la primera línea: los jóvenes colombianos, desde la desesperanza y ese no tener nada que perder, buscan un cambio o, al menos, abrir una válvula de escape que ventile las tensiones de más de cinco décadas.
La juventud, una abstracción
En palabras de Bourdieu, la juventud no es más que una palabra o un discurso acuñado recientemente; agregamos que los jóvenes no se pueden entender como una abstracción. El joven está atravesado por características que lo hacen único: el género, la mirada diferencial, su origen poblacional, su condición laboral; incluso, si es estudiante o no.
Germán Muñoz —un académico que ha dedicado parte de su trabajo a los estudios de juventudes— añade la posibilidad de caracterizar a los jóvenes a partir de su estrato socioeconómico; si es vecino de la guerrilla, de los paramilitares o las pandillas; si pertenece a una u otra tribu social, etc.
A los jóvenes se les restringen cada vez más los espacios de acción reconocidos por la ley y la sociedad: las pocas ofertas educativas y sanitarias, la enorme carencia de empleo los va volviendo invisibles ante las instituciones
En este sentido, existen muchas formas de ser joven (Muñoz, 2006). En ellas, hallamos una característica que ronda por lo etéreo y lo liminal, como se mencionó anteriormente: jóvenes pensados entre fronteras difusas y móviles.
Los jóvenes son la población más vulnerada en Colombia y América Latina: viven en medio de brechas educativas, sanitarias y laborales. Según el Centro Latinoamericano de Estudios Poblacionales, en estas latitudes, componen aproximadamente un tercio de la población; además, viven en medio de la pobreza y la violencia.
Podemos constatarlo cotidianamente, con más cercanía, en los actuales contextos de movilización social: algunos jóvenes tienen las tres comidas del día gracias a las ayudas que llegan a la primera línea.
Estos apuntes nos llevan a pensar en lo que párrafos atrás mencionamos: los jóvenes intentan superar el umbral de la liminalidad y las acciones colectivas juveniles son un camino para lograrlo. Por lo tanto, la acción colectiva juvenil no es apenas un acto contestatario; es un proceso constituyente: construye nuevos significados de ser joven y de hacer resistencia para tener re-existencias.