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Italia: sin luz al fondo del abismo

Escrito por Massimo Di Ricco
Italia: sin luz al fondo del abismo

La llegada al poder de la extrema derecha en Italia es producto de una política estancada, anclada al pasado y con escasas pretensiones internacionales.

Massimo Di Ricco*

Mirando al pasado

Quizás los italianos siempre buscan un salvador, alguien que los vuelva a poner en el mapa, que encienda otra vez el esplendor nacional tan reconocido en el mundo. Quizás hayan también perdido toda esperanza o anhelo de resurrección debido a una forma de hacer política que ha perdido todo su encanto.

Después de concederse a la merced de Silvio Berlusconi durante casi dos décadas, los italianos   intentaron dar créditos a los grandes proyectos constitucionales de Matteo Renzi. Desde la derecha y la izquierda acudieron al gran reformador, que cayó en poco tiempo sobre su mismo castillo de naipes.

Durante los últimos años probaron la novedad Giuseppe Conte, líder del anti-establishment Movimiento 5 Estrellas, pero el noviazgo duró muy poco.

Después del paso por las fases más duras de la pandemia, desde las entrañas de las instituciones europeas, llegó el economista Mario Draghi, junto con un buen paquete de ayudas económicas. Fue una figura de prestigio internacional que hubiera podido arreglar las cuentas del país, pero tenía aire de imposición y usaba muchos tecnicismos, algo que a los italianos nunca les gustó.

En esta ronda lectoral Italia se inclinó hacia el trio Meloni-Berlusconi-Salvini, que no tiene nada de nuevo y es, al contrario, símbolo de una total falta de horizontes.

La apática política interna

No de otro modo se podrían explicar los votos por Berlusconi, que a sus 86 años sigue encontrando casi un 10% de italianos que lo quieren al mando de su país. Tampoco es una nueva fuerza política la Liga de Matteo Salvini, un partido que, desde que nació al principio de los años noventa, ha pasado por varios gobiernos, sin hacer mucho para cambiar el país.

Lo nuevo se podría decir que es la que será la próxima primera ministra, Giorgia Meloni, porque va a ser su primera experiencia de gobierno, porque su partido tiene menos de diez años y porque será probablemente la primera mujer italiana en liderar un gobierno en la historia de la república.

¿Pero que puede haber de nuevo en un partido neo o post-fascista en un país que al fascismo lo ha inventado desde hace más de cien años y lo ha exportado a todo el mundo? Una ideología, y una forma de ver y vivir, que además nunca ha desaparecido en Italia. Un anhelo por un poder supuestamente intenso y que la futura primera ministra y sus compañeros de partido han expresado en esta campaña electoral, que se ha caracterizado por ataques a refugiados, migrantes y gitanos, en nombre de valores tradicionales y patrióticos.

Por otro lado, no puede negarse que a los italianos les falta alternativas de espesor, con una izquierda desde hace años sin liderazgo y sin ideas, estancada también en un protocolo políticamente correcto que la pone a kilómetros de distancia de las verdaderas necesidades de los ciudadanos.

La falta de alternativas se hizo también evidente por el más bajo porcentaje de personas que acudieron a votar desde que se fundó la república, en 1946. Muestra de una falta de ilusión por la política y una falta de vitalidad en uno de los pocos países que en los últimos diez años casi nunca ha protestado para reclamar un mejor trato de parte de su clase política.

Una apatía generalizada que se refleja también en la decisión obligada de volver a postular como presidente al octogenario Sergio Mattarella. No obstante, él mismo hubiera querido desconectarse de la política.

Unas elecciones que son la representación de lo que es Italia: un país que al día de hoy vive de lo bien que lo hicieron sus antepasados en los siglos de los siglos y que vive de una renta que se va acabando poco a poco; un país que cada vez más se encierra en sí mismo.

No hay duda de que el breve periodo del gobierno Draghi volvió a darle un papel y un lugar de cierto prestigio en el ajedrez internacional a Italia. Pero los partidos prefirieron volver a sus batallas de güelfos y gibelinos, a retomar cuestiones de defensa patria, reconsiderar algunos logros progresistas, como la legalización del aborto, y enterrar los avances en las cuestiones de género. En estos temas sí sigue una moda internacional del mundo occidental, de involución y crítica de los logros progresistas de las últimas décadas.

Italia: sin luz al fondo del abismo
Foto: Facebook: Giorgia Meloni La deriva europea hacia una extrema derecha popular es evidente.

Italia, Europa y la guerra en Ucrania

Si el nuevo gobierno Meloni augura recortes a los derechos internos, pocos cambios se esperan a nivel internacional. No obstante, según las declaraciones de campaña, con respecto de la guerra en Ucrania, Italia pasará de ser uno de los principales promotores del esquema de sanciones a Rusia, que es lo que fue con Draghi, a un gobierno más cercano a Putin, aunque no de una manera tan radical como para poner en duda su papel en la Unión Europea o en la OTAN.

Aunque en las horas anteriores a las votaciones Berlusconi haya dejado ver su cercanía a Putin, difícilmente habrá una revolución en la postura italiana. La misma Giorgia Meloni, que en el pasado reciente ha dado palabras de estima por el dictador sirio Bashar al Asad, fascinación por el gurú de Trump, Steve Bannon, atacado al presidente turco Erdogan o dado carta blanca a Putin para la anexión de Crimea, tendrá probablemente que recambiar sus posiciones.

El futuro gobierno se mantendrá probablemente en una posición fuertemente europeista, intentando más bien moldear Europa. Porqué sin Europa las cuentas italianas parecen condenadas.

Italia tampoco va a convertirse en Hungría y no será aislada por los técnicos de Bruselas. Tampoco va a salir de la Unión Europea, como se puso varias veces en la mesa en los últimos años como programa de gobierno. Más bien al contrario, es probable que sea Europa la que se acomode a Italia.

La deriva europea hacia una extrema derecha popular es evidente. En Suecia ya consiguieron formar gobierno, en Francia han llegado a la segunda vuelta, en España poco falta para que Vox llegue a ser parte de un futuro gobierno de derecha. Mirando más al horizonte, quizás lo más importante para el nuevo gobierno italiano, es posible que se dé una vuelta al poder de Donald Trump en Estados Unidos.

El único interés de política internacional del futuro gobierno, irá probablemente en la dirección de limitar las políticas de inmigración, poner el foco en las fronteras y negociar con Europa una política aún más dura en este ámbito.

Esto es en realidad un tema estrictamente local, útil para satisfacer un pueblo italiano que aún cree que la criminalidad, la falta de trabajo, la mala racha económica, la infinita burocracia, la ausencia de meritocracia y la decadencia en general, se debe a los que vienen de afuera y no a una involución de su sociedad.

Todos los cambios que se darán gracias a la ganadora de las elecciones italianas son síntomas de una apatía y decadencia italiana, lo que es el reflejo de la vieja Europa y de occidente en general. Lo que es cierto es que Italia, a diferencia de lo intentado por Draghi, no tendrá un papel importante en Europa y en el mundo.

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