Israel y Palestina, deshagamos lugares comunes y mitos
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Israel y Palestina, deshagamos lugares comunes y mitos

Escrito por Mauricio Jaramillo-Jassir

Colombia se ha acostumbrado a las reacciones en caliente y a los lugares comunes cuando se trata de debates de temas internacionales. Por cuenta de la tragedia que viven israelíes y palestinos asistimos a una catarata de prejuicios que alientan odios, estereotipos y que, en nada contribuyen a la comprensión. Lo más riesgoso es que muchos tienen la aparente propiedad de hacer sentir a quien los lee fácil comprensión de algunas de las aristas fundamentales del conflicto. Propongo un alto en el camino, un cese de hostilidades entre quienes se enfrentan a diario en medios y redes por el llamado Medio Oriente, por imprecisiones que han hecho carrera y se han convertido en nocivas “verdades reveladas”. Esta columna no es de ninguna manera una corrección desde un podio, sino una invitación a poner en tela de juicio simplismos que a la larga favorecen el antisemitismo, la islamofobia y la arabofobia, con tendencia al alza estas semanas y las venideras.

La primera advertencia tiene que ver con la inclusión y mención constante de los judíos en el centro del conflicto, y en menor medida de los musulmanes, a pesar de que se ha repetido hasta la saciedad que no hay enfrentamiento religioso. El reconocido periodista Diego Santos ha trinado con insistencia un lugar común infundado, pero de niveles de popularidad que lo hacen caer en tentación: “a los árabes les enseñan desde muy pequeños a odiar a los judíos”. Infundada, simplista y riesgosa afirmación que desconoce la cohabitación de árabes y judíos en la historia y en varias latitudes no solo en el denominado Medio Oriente o en el Norte de África. Se trata de dos culturas que están históricamente imbricadas por el vínculo lingüístico semítico, pero cuyo enfrentamiento debe entenderse a los ojos del proyecto de colonización liderado por los británicos, y en general, por las metrópolis en Europa que hicieron de la divisa “divide y reinarás” dogma para el control de Asia Central, Medio Oriente y Norte del África. Me pregunto si quien lanza semejante acusación siquiera ha visitado una madraza. Las tensiones históricas y violencia actual son geopolíticas, es decir, por territorios, recursos, reconocimiento y más recientemente por algunos símbolos. Claro está, la religión ha sido un factor de exacerbación y de radicalización, pero jamás fuente original de la tragedia.

También se suele insistir en que Hamas no es Palestina, e incluso se retoma la reciente declaración del presidente de la Autoridad Nacional, Mahmmoud Abbas, en la que toma distancia frente al grupo considerado como terrorista para aclarar que no goza de ninguna legitimidad. Aquello debe acomodarse a una dimensión justa y aunque el ataque salvaje contra la población israelí del pasado 7 de octubre, merezca reprobación sin ningún condicionante, también se debe recordar que negando la existencia de personas que ven en ese extremismo una opción válida, no se vence el radicalismo. Se suele afirmar que “no todos los palestinos apoyan a Hamas, por tanto, no deben ser castigados”. Tal afirmación es engañosa pues supone que quienes le demuestran simpatía ¿merecen morir? Y del otro lado sucede algo similar. Miles o incluso millones de israelíes ven con simpatía una derecha guerrerista de partidos como Hogar Judío, Partido Sionista Religioso o Likud, hoy en el gobierno. ¿Merecen por tanto ser víctimas de la violencia? En vez de repetir con insistencia que los extremos no representan al conjunto de ambas naciones, debería haber un esmero por hallar formas de incorporarlos a una negociación que haga viable la paz y convierta en menos atractivos los discursos radicales tan en boga, no solo en Israel y Palestina, sino en Europa y EEUU. Estos dos últimos con la arrogancia que los caracteriza envían una vez más una confusa señal al mundo: cuando ellos escogen líderes como Johnson, Trump, Orban o Le Pen lo hacen en nombre de su soberanía popular. Sin embargo, cuando aquello ocurre en otras sociedades, merece un castigo que se concreta con el aislamiento. Solamente se reprime el radicalismo en el Sur Global.

La escritora Carolina Sanín ha proyectado el anacrónico concepto de que los israelíes en la zona son una minoría en medio de un aplastante bloque árabe y que, por ello, corren el peligro de la desaparición. Aquello no solo desconoce que hoy la mayoría de Estados de la región tienen relaciones diplomáticas con Tel Aviv, casi todas las naciones del África subsahariana ha manifestado su apoyo por los hechos recientes, y algo similar ha ocurrido con el norte del África con la excepción de Túnez. Más al norte solamente Siria, Irán y Hezbolah están abiertamente en contra de su existencia. Esa anacrónica visión es cómplice de los argumentos delirantes de la extrema derecha israelí para quien es rentable la idea de un vecindario compuesto por árabes o musulmanes hostiles a los judíos. Paradójicamente, es similar a la retórica nacionalista iraní frente a su vecindario árabe y sunnita (Irán es persa y mayoritariamente chií) que durante décadas le ha sido expresamente hostil. También se desconoce que el concepto minoría no pasa por la aritmética, sino por patrones de exclusión Hay grupos mayoritarios en la estadística, pero minoritarios por la discriminación institucional, basta ver los indígenas en Guatemala.

De igual forma, se suele abusar de los términos sionismo (incluido Gustavo Petro) y extremismo islámico. Se trata de nociones gaseosas que no vienen al caso y deberían desestimularse pues suelen excitar la islamofobia y el antisemitismo. El primero nació hace más de un siglo con Teodoro Herzl en alusión al monte Sion en la Ciudad de David, según las escrituras. El sionismo, que es una forma de nacionalismo judío, fue una respuesta al antisemitismo preponderante en Europa a lo largo del siglo XX, cuyo antecedente tal vez más significativo podría ser el célebre caso Dreyfus (para muchos el origen de la figura del intelectual del silgo XX) antesala de la tragedia que viviría ese pueble en la Segunda Guerra Mundial. Tal vez la noción de sionismo sirva para entender el origen ideológico de Israel y la aspiración de muchos en que fuese un Estado judío (como se declaró en 2018), pero aporta poco a la comprensión actual del conflicto. Alimenta todo tipo de teorías conspirativas que derivan en un fuerte sentimiento antijudío. Algo similar sucede con la desgastada etiqueta que seduce a los medios de “extremismo islámico”, y que tiene dos grandes defectos. Deja la sensación de que la única religión que produce integrismo es el islam y proyecta la imagen de los musulmanes como uniformes, violentos y predispuestos negativamente a Occidente.

El momento crítico que vive el mundo requiere de serenidad ante la polarización en aumento en la que se observa el conflicto con morbo y con el sentimiento simplista de que hay buenos y malos y que el origen de todo es la malignidad. La tarea diaria consiste en contemplar otras versiones, ampliar las fuentes y exigirles a los medios y a quienes se expresan con algún tipo de autoridad que lo hagan con apego a la rigurosidad. La escalada verbal que ha contagiado a algunos periodistas y políticos requiere que, como ciudadanos, seamos nosotros quienes demos el ejemplo. Hace rato dejamos de ser simples consumidores de información.

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1 Comentario

Anónimo octubre 21, 2023 - 12:29 pm

Excelente, centrado, aporta luces a la comprensión del conflicto. Toma distancia para reflexionar sobre los prejuicios que nos acompañan, basados en la ignorancia y en ideologías dominantes desde todos los extremos. El problema es que no existe, no existirá juicio ni voluntad política para la paz en este orden mundial posterior a la segunda guerra orbital.

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