Tuvieron que pasar siete años y medio para que Estados Unidos entendiera su incapacidad de controlar la violencia en Irak.
César González Muñoz *
La de hoy es una fecha de registro para la historia de las atrocidades y los actos fallidos. Se dirá que hoy salieron de Irak las últimas tropas de combate gringas. Vaya usted a saber si el aparato militar de Estados Unidos volverá pronto a instalarse en esas coordenadas buscando algún enemigo de la civilización, algún virus mortal, o armas de destrucción masiva como las que nunca aparecieron en Irak durante la invasión que comenzó hace siete años y medio.
Lo de “tropas de combate” es un decir: Alrededor de cincuenta mil soldados permanecerán en plan de apoyar, aconsejar, asistir a las fuerzas militares iraquíes que, se supone, tendrán a su cargo la seguridad de ese territorio maldecido por la insaciable codicia del petróleo. Lo dijo el Pentágono: No serán tropas de combate, pero “estarán muy bien armadas y posiblemente entrarán en la línea de fuego cuando participen en la cacería de figuras de Al Qaeda y de otros extremistas”.
Hay que precisar también lo de “soldados”: A sueldo, sí, pero civiles. Gatilleros privados. La Operación de Combate Libertad Iraquí termina hoy. El Departamento de Estado de Estados Unidos, es decir, su diplomacia, se hará cargo de manejar el enredo a partir de mañana. Puesto que no tiene fuerzas armadas propias, éste tendrá que pagar “contratistas”, quienes operarán los fierros y las naves y los vehículos blindados bajo el comando de Hillary Clinton y de sus sucesores.
Hoy terminó la misión de combate. ¿Misión cumplida? Nada de eso; lo de Irak ha sido un siniestro continuo. Después de haberse llevado de calle principios legales y éticos que se suponía comenzaban a enraizarse en la conciencia de la comunidad internacional, Estados Unidos ha sido un desastre como poder ocupante. Un desastre en lo logístico, en lo político, y hasta en la administración de los recursos públicos destinados a la construcción civil y a los servicios básicos. Así lo dicen muchos informes de las propias agencias gringas de control.
Después de 150 mil iraquíes y cinco mil militares muertos, después del éxodo de más de dos millones de personas, después de Abu Ghraib, Guantánamo y otros ultrajes por el estilo, después de la destrucción y el pillaje de más de diez mil sitios arqueológicos que relataban las más antiguas culturas con historia escrita, después del robo de un enorme patrimonio cultural depositado en museos y sitios históricos, después de un gasto público de más de 700 mil millones de dólares, la “coalición” liderada por Estados Unidos, de la que el Estado colombiano fue miembro obsequioso, bien puede reclamar que eliminó el régimen suní de Saddam Hussein, una dictadura asesina que había sido generosamente armada por corporaciones industriales, ejércitos y gobiernos de Europa y Estados Unidos.
Pero no se puede reclamar que la ocupación ha dejado tras de sí ni siquiera la caricatura de una democracia “a la occidental”, cuya consolidación era el objetivo central de la estrategia post Saddam de los invasores. Hubo elecciones en marzo, y todavía las fuerzas políticas con representación electoral no han podido organizar un gobierno. La corrupción, y las históricas disputas religiosas, étnicas y territoriales dejan serias dudas sobre la posibilidad de una transición apacible hacia un régimen político estable. De hecho, grandes sectores de la población iraquí, muy a su pesar, preferirían hoy que los “americanos” siguieran a cargo.
Fue un acto fallido cuyas consecuencias son imprevisibles. Podría haber escenarios catastróficos, y en todo caso la geopolítica del medio oriente arranca de nuevo. El superpoder ha quedado como un bobo grande, y los demás miembros de la tal “coalición”, como grandísimos tontos. Pero no los pueblos: los gobernantes.
*Cofundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.