

La cuarentena no mejoró la calidad del aire en las ciudades colombianas. Cómo se explica el fenómeno y cuáles son sus implicaciones prácticas.
Juliana Chaparro Hernández* y Danys Ortiz Olarte**
Necesitamos otro enfoque
Se esperaba que la cuarentena mejorara la calidad del aire en las ciudades; pero no fue así.
Los parámetros de contaminación y la persistencia de señales de alarma —incluso durante la cuarentena— plantean la necesidad de un nuevo enfoque político sobre la contaminación, un enfoque según el contexto de las ciudades.
Durante décadas—e incluso en las orientaciones del Conpes 3943 del 2018—los instrumentos para prevenir, reducir y controlar la contaminación han partido de un mismo supuesto: se intenta reducir la contaminación con acciones dirigidas a fuentes móviles (vehículos) y fijas (industrias). Por otro lado, hay asuntos externos que se ignoran —particularmente la deforestación por incendios— y que empeoran la calidad del aire y aceleran el cambio climático.
Un experimento
La cuarentena —decretada en Bogotá desde el 20 de marzo y a escala nacional el 24 de marzo— desaceleró las actividades productivas y la movilidad. Según estimaciones realizadas por el Observatorio de Desarrollo Económico de la Alcaldía Mayor, tan solo el primer mes de aislamiento obligatorio contrajo en un 41,3 % la producción industrial de Bogotá. La tendencia nacional fue similar, pues la producción industrial cayó en 35,8 %.
Por otra parte, en abril y mayo, ciudades como Bogotá y Medellín redujeron su movilidad hasta en un 90 %. Según información de Waze for Cities, Colombia registró una disminución del 82 % en los kilómetros conducidos; fue el segundo país de la región con mayores consecuencias sobre la movilidad.
Parecía un escenario excepcional para mejorar la calidad de aire. Y sin embargo esta tendió a empeorar. Lo mismo ocurrió en ciudades como Medellín y Cúcuta.
Es necesario un enfoque que también considere factores externos.
Según registros de las estaciones de monitoreo de calidad de aire de la Secretaría Distrital de Ambiente (SDA), a comienzos de la cuarentena se registraron acumulaciones de material particulado superiores a las de días previos a su inicio.
El material particulado es polvo, humo, niebla y ceniza; puede ser sólido o líquido. Estos contaminantes se clasifican según el tamaño de sus partículas suspendidas totales. El PM2,5 es material particulado de menos de 2,5 µm (micra); el PM10, material particulado menor de 10 µm. Ambos se han identificado como perjudiciales para la salud.
El Departamento Nacional de Planeación estima que la exposición al aire contaminado tiene altos costos sociales y económicos: en Colombia, ascendían a 12,3 billones de pesos, equivalentes al 1,5 % del PIB del 2015.
En pleno aislamiento se detectaron concentraciones de PM2,5 de entre 30 y 50 µg/m3 por día, valores por encima del límite establecido por la OMS: 25 µg/m3 por día. Apenas a comienzos de abril se alcanzaron valores aceptables para la OMS. A mediados del mismo mes se registró un pico por encima de 40 g/m3. Otros parámetros de contaminación relacionados por las estaciones de monitoreo exhiben aumentos similares, pese al descenso en las emisiones de la ciudad.
Comportamiento del material PM2,5 en marzo y abril de 2020

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Ideam y Conpes: medidas contradictorias
El comportamiento de los parámetros de contaminación del aire en Bogotá durante la cuarentena plantea dudas sobre el Conpes 3943. Según este documento, en Bogotá, el 78 % de las emisiones de PM2,5 provienen de fuentes móviles; el 22 %, de fuentes fijas. También pone en tela de juicio las valoraciones del Ideam, que asegura que el 61 % de emisiones asociadas a PM10 proviene de fuentes móviles; el 39 %, de fuentes fijas.
Es preocupante que estos diagnósticos y valoraciones —las bases para orientar políticas sobre calidad de aire y planes de descontaminación— ignoren el efecto de movimientos externos a la ciudad.
La cuarentena fue una oportunidad para aislar fenómenos locales y tratarlos separadamente. De ese modo se diferenciaría el peso de las distintas causas del empeoramiento de la calidad del aire en la ciudad. Esta especie de experimento natural mostró que la contaminación del aire de Bogotá no está asociada exclusivamente ni en mayor medida con el ritmo de la ciudad.
El patrón de vientos o la circulación atmosférica pueden traer contaminación lejana, como efectivamente sucede en ciudades como Medellín y Bogotá, donde inexplicablemente descendían las emisiones locales, pero no la contaminación.
Incendios y deforestación
En el caso de Bogotá, estos aportes de contaminación generalmente provienen de diversas regiones; en mayor medida, del oriente del Colombia, donde en marzo y abril se registró un aumento sustancial en incendios de biomasa (bosques), específicamente en la Amazonía y Orinoquía.
Si se superponen los datos de contaminación en la ciudad y los incendios en el país, se observa cómo los picos de contaminación coinciden con picos de puntos de calor:
- A mediados de marzo, algunas estaciones de monitoreo en Bogotá registraban picos de contaminación de entre 55 y 65 g/m3 día; simultáneamente, se registraba el pico más alto de incendios del mes: 6147 eventos.
- De igual manera ocurrió con el pico de contaminación registrado a finales de marzo, que coincidió con el segundo pico de incendios más alto del mes: más de 3000 eventos.
La posterior disminución de la contaminación que se vio hasta los primeros días de abril se explica porque los incendios descendieron en un 750 %, pasando de 3092 a 408 eventos. Bajo esta misma lógica, el ascenso de la contaminación registrado a mediados de abril coincide con un alza en los incendios.
Cálculos realizados sobre la correlación entre contaminación e incendios indican una fuerte correspondencia en el coeficiente de correlación de Pearson: 0,65 a 0,75. Esta medida abarca desde -1 a +1; +1 indica una relación directa.
Comparación datos calidad de aire Bogotá (SDA) versus incendios nacional (Ideam).
Bosques, frontera agrícola y pobreza
Tradicionalmente, se ha atribuido el comportamiento de estos incendios a los patrones climáticos del país; pero su comportamiento espacial indica que, además del clima, hay un factor antrópico que incide fuertemente en el problema.
Los diagnósticos centrados en caracterizar los incendios como un problema natural o climático, no como parte de propósitos de control y apropiación de tierras de frontera, contribuyen a invisibilizar un fenómeno creciente: la deforestación por incendios está aumentando, ya que favorece el avance de actividades agrícolas y ganaderas y la consolidación de algunos renglones económicos a expensas de los bosques.
Un análisis de los incendios registrados durante el 2020 en la Amazonía colombiana —que representan el 23,5 % de los incendios a nivel nacional— indica que la mayor parte de estos se concentran en zonas de expansión de frontera agrícola. 26.927 de los 40.430 incendios registrados se localizaron en áreas que en el 2018 presentaban cobertura boscosa; 13.274 —menos de la mitad— correspondían a áreas intervenidas. El problema tiende a agravarse si se suman los incendios en la Orinoquía colombiana, que representa el 37,6 % del total nacional.
Distribución de los incendios en el piedemonte amazónico, año 2020.

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Las políticas
Así como las políticas de calidad de aire necesitan un nuevo enfoque, las políticas y estrategias para enfrentar la deforestación requieren ajustes en al menos dos sentidos:
- Artemisa —la actual estrategia del gobierno nacional contra la deforestación— privilegia respuestas penales y militares, castigando fuertemente a los eslabones más débiles del problema, generalmente colonos y campesinos sin tierra, que actúan como mano de obra disponible para que grandes intereses económicos y mafias consoliden negocios legales e ilegales a costa del bosque.
Aunque estas acciones tengan que someterse a evaluaciones sobre su eficacia, las lecciones aprendidas en el caso de los cultivos ilícitos plantean la necesidad de que el Estado aborde el problema de forma más integral. El foco debería estar, entonces, en proveer alternativas de sostenimiento económico a quienes se involucren en estas actividades, para desincentivar sus prácticas de tala, roza y quema del bosque. - En segundo lugar, es necesario corregir los incentivos destinados a renglones económicos como la ganadería y la agroindustria. Estos sectores se han identificado como los principales causantes de la deforestación en diversas regiones del país. Es necesario redirigirlos a la creación de incentivos que garanticen la reconversión de usos del suelo en las zonas de expansión de la frontera agrícola.
Cuidar el aire de todos
La interdependencia campo-ciudad —constatada por la calidad del aire— justifica que las ciudades se involucren en la búsqueda de soluciones. En ausencia de una renta básica nacional, una posibilidad sería crear un sistema de transferencias hacia los municipios más afectados por la deforestación. De esta manera, se contribuiría a su estabilización económica y, por ende, los disuadiría de seguir con prácticas predatorias de los bosques.
La gravedad del problema de contaminación del aire y el peso de los aportes de partículas por quema de biomasa exigen adoptar a corto plazo estas medidas, mientras se ponen en marcha otras más organizadas para contener la expansión de la frontera agrícola.
Las principales ciudades tienen un rol clave en la búsqueda de soluciones: por un lado cuentan con el potencial financiero, del que carecen los municipios más apartados; pero además cuentan con capacidad institucional para vigilar la inversión de los recursos.