Desde la ciencia de la ética, la conciencia ciudadana y la fe religiosa, esta defensa conmovedora de la vida y del derecho a vivirla.
Carlos Novoa, S.J.*
La vida humana: el bien moral más valioso que tenemos y por lo cual debe ser especialmente protegido.
Foto: diocesisdesantander.com
Colombiano, científico y sacerdote
En el Congreso Nacional se está debatiendo un proyecto de ley sobre la aprobación de la eutanasia. Asunto de la más alta complejidad, por decir lo menos, ya que toca de manera muy directa la dignidad de la persona, absoluto moral por excelencia para toda religión, cultura o corriente de pensamiento. También afecta muy en lo hondo el hecho de la vida humana, el bien moral más valioso que tenemos y por lo cual debe ser especialmente protegido.
Ante tanta gravedad nos corresponde por derecho a los ciudadanos de esta República, dar nuestros aportes al respecto. A continuación propongo el mío como hombre de ciencia, experto en el saber de la Ética. Hablo como científico y como sacerdote, sin buscar de ninguna manera imponer mi punto de vista, sino contribuir de la mejor manera a construir un consenso social en torno al delicado tópico de la eutanasia.
El vocablo “eutanasia” viene de dos raíces griegas: Eu y Thanatos, que etimológicamente significan Buena Muerte.
Algunos se molestan porque una perspectiva religiosa se ponga a consideración en la arena pública. Con toda pena de los molestos, pero cuando no pretendo imponer ninguna postura a nadie, estoy en mi derecho de plantear tal perspectiva de forma abierta a toda la sociedad. Para eso me basta con remitirme a la Declaración Universal de los Derechos humanos de 1948, artículo 18 www.un.org.
Y es nada menos que Jürgen Habermas -el más connotado y reconocido filósofo vivo en occidente, que siendo agnóstico y muy crítico de toda religión- quien sin embargo argumenta con lucidez, la importancia del aporte religioso en el devenir de la sociedad: “La neutralidad ideológica del Poder Supremo del Estado Democrático, la cual garantiza a cada ciudadano libertades éticas iguales, es incompatible con la generalización política de una cosmovisión secular. Los ciudadanos secularizados, en cuanto se presentan en el papel de ciudadanos, no pueden negar ni a los conceptos religiosos del mundo un potencial verdadero, ni negarles a los conciudadanos creyentes el derecho de convertir aportes con idioma religioso en discusiones públicas. Una cultura política liberal puede esperar hasta de los ciudadanos secularizados que participen en los esfuerzos por traducir aportes relevantes del idioma religioso a un idioma públicamente accesible”[1].
Que es la eutanasia
Sobre la eutanasia existen muchas formulaciones, término que por ello se vuelve con frecuencia equívoco. El vocablo “eutanasia” viene de dos raíces griegas: Eu y Thanatos, que etimológicamente significan Buena Muerte. Según una definición aceptada por algunas corrientes éticas y médicas, y que es la asumida para este artículo, cuando se habla de Eutanasia en sentido estricto hay que tener en cuenta dos factores:
- La intención: "Hay eutanasia cuando se tiene la intención de poner fin a la vida de una persona o de acelerar su muerte. No se considera eutanasia aliviar los sufrimientos de una persona que ha llegado a la última etapa de la enfermedad, suministrándole fármacos que pueden, como efecto secundario, acelerar el proceso de la muerte" [2].
- Los métodos: "Se considera eutanasia tanto el usar un fármaco o una sustancia que provoca la muerte, como privar al enfermo de aquello que es necesario para tenerlo vivo… o que es de beneficio para él. … Por el contrario, no es eutanasia omitir tratamientos que no son beneficiosos para la persona enferma o que, más aún, pueden ser perjudiciales. … No es eutanasia interrumpir el tratamiento de reanimación del paciente, mediante la cesación de los procedimientos… cuando se ha constatado… muerte cerebral irreversible"[3].
La tradición católica y la vivencia cristiana coinciden con esta perspectiva filosófica de la vida, captando además que ésta es un don de Dios y el más valioso que poseemos.
Las preguntas
Cuando el médico -cuya vocación es cuidar la salud, velar por la vida corporal de las personas y luchar contra el dolor- se encuentra frente a un enfermo terminal o física y psicológicamente destrozado en un accidente, con una parálisis que implica un sufrimiento y una frustración, en una crisis médica o cerebral aguda o en una condición muy fuerte de dolor, es decir, frente a un gran drama humano, se pregunta cómo aliviar a la persona. Es apenas comprensible que después de ayudarla de muchas maneras y cuando el médico o el paciente mismo ven que no hay más solución para el dolor y la tragedia que la muerte, el profesional de la medicina y el personal paramédico se enfrentan a la tentación de propinarla.
![]() ¿Qué autoridad tiene un médico frente a la vida? ¿Qué autoridad tiene cualquier persona frente a su propia vida? ¿Nos pertenece la vida? Foto: bioeticahoy.com.es |
Las preguntas son: ¿Es eso ético, es eso legítimo? ¿Qué autoridad tiene un médico frente a la vida? ¿Qué autoridad tiene cualquier persona frente a su propia vida? ¿Nos pertenece la vida? Pero también: ¿Es eso vida? ¿Es vida estar arruinado física y psicológicamente? ¿Es vida estar descerebrado, tener serias limitaciones físicas, no tener miembros corporales o tener algunos seriamente comprometidos?
Estas preguntas conducen a una reflexión mayor: ¿Qué es la vida y qué es la calidad de vida? ¿Cuándo la vida tiene las condiciones para ser vivida dignamente? Estrictamente hablando la calidad de vida está dada por el equilibrio emocional, por el sentido que la vida tenga, por la integridad física, corporal y orgánica. Esta calidad se puede ver disminuida por trastornos psíquicos o afecciones médicas de órganos o sistemas somáticos.
Son preguntas médicas que implican un planteamiento ético, teológico o filosófico, el cual un médico serio y responsable debe hacerse dentro de una disciplina conocida como la ética médica.
El valor de la vida
Desde una perspectiva filosófica, no teísta, en nuestra cotidianidad experimentamos la existencia como algo tan maravilloso, que se convierte en un misterio, es decir, en una realidad tan fascinante que no podemos abarcar con nuestros conceptos y formulaciones, algo que nos desborda e imposible encajonar en un laboratorio o en un discurso conceptual. Aprehendemos que la vida es un regalo inmensamente grande, que por lo tanto merece verdadera veneración, que se nos ha dado y no nos pertenece de manera arbitraria. La tradición católica y la vivencia cristiana coinciden con esta perspectiva filosófica de la vida, captando además que ésta es un don de Dios y el más valioso que poseemos.
Por todo ello también percibimos que estamos llamados a proteger la vida, que no podemos darle un manejo arbitrario, hacer con ella "lo que nos venga en gana", ni decidir cuándo terminarla.
El sentido del dolor
¿Cuál es el sentido del dolor y de la enfermedad? El Beato Juan Pablo II, en su bella y profunda Encíclica de 1995, El Evangelio de la Vida www.vatican.va, acerca de las situaciones límite de la existencia humana, señala con acierto como paradójicamente la enfermedad nos está hablando de la vida. Cuando uno se encuentra enfermo tiene una de dos actitudes: o se desespera o le encuentra sentido a la enfermedad. En este último caso sentimos la pequeñez, la limitación, la necesidad de otros, compartimos el dolor humano sintiéndolo en carne propia, con lo cual nos sentimos lanzados a unirnos a la fuerza que lucha por la superación del dolor y de la enfermedad, es decir, nos unimos a la conciencia de la humanidad.
![]() -y este es un dato de la ONU- en la pesquisa militar, es decir, en investigar la muerte y cómo eliminar al ser humano. Foto: pewenvironment.org |
La sociedad contemporánea -sociedad que tiene la tendencia de hacer absoluto lo eficaz, lo rentable, lo cómodo- tiene el peligro de prescindir de la realidad del dolor y la enfermedad y no está empeñada realmente en superarlos, en hallar solución a las dolencias incurables, como el cáncer. Hay una gran insensibilidad: no se dedican los esfuerzos ni los recursos que la humanidad podría emplear en ello. El 60 por ciento de los científicos trabajan -y este es un dato de la ONU- en la pesquisa militar, es decir, en investigar la muerte y cómo eliminar al ser humano. La absurda carrera armamentista y las pujas por el poder están impidiendo la solución de tantos dolores y enfermedades incurables.
El dolor de la otra persona no puede convertírsenos en una incomodidad. En ocasiones, a través de la eutanasia no se trata sólo de aliviar la dolencia del enfermo sino de superar la molestia de sus seres cercanos. Nuestra sociedad tiene el peligro de prescindir de la solidaridad, del esfuerzo de acompañar al enfermo, de las renuncias que supone cambiar estilos de vida superfluos y opulentos para garantizar la superación de la enfermedad y del dolor de los que tienen otro estilo de vida, que no pueden superarlos sencilla y llanamente porque no poseen los recursos necesarios para hacerlo.
Necesitamos un acto de profundo respeto hacia la vida, acompañando a los seres queridos con solidaridad y amor, y no deseando su eliminación, como lo piden los defensores de la eutanasia. He ahí el sentido del dolor y de la enfermedad: es un acto de solidaridad y se trata de asumirlo no para quedarnos en él sino para que se convierta en un motor que nos impulse a ser realmente fraternos y a ubicar lo central de la existencia que es la vida misma.
La eutanasia un tema que toca de manera muy directa la dignidad de la persona, absoluto moral por excelencia para toda religión, cultura o corriente de pensamiento.
Dejar morir
Sin embargo, la Iglesia Católica no está abogando por mantener el dolor a todo trance. La Iglesia habla, a propósito de la continuación de la vida de los enfermos terminales, del uso de dos tipos de medios: proporcionados y desproporcionados. No es justo que se tenga que luchar a ultranza para que la vida corporal continúe, a costa de intervenciones dolorosas de escasa posibilidad de éxito. La ética católica y otras corrientes médicas contemporáneas disponen que la persona tiene la licitud de renunciar a los medios extraordinarios -los desproporcionados- más no a los medios ordinarios [4].
![]() Foto: maninfoerick.wordpress.com |
La muerte permite que la vida continúe eternamente en Dios. Dicho de otra manera, nos sumamos a la corriente de la sobrevivencia que constituye la historia de la humanidad y de la existencia misma. Por eso es que, aunque la vida humana corporal es un don preciado, no podemos aferrarnos a ella como un absoluto ni utilizar medios extraordinarios que conlleven costos físicos, psicológicos o económicos sin sentido. La realidad económica también se plantea como un límite legítimo para las decisiones del enfermo con uso de razón o de sus allegados.
En lo referente al dolor, afortunadamente la medicina moderna emplea terapias y calmantes muy eficientes: hay, por ejemplo, intervenciones quirúrgicas que eliminan de raíz el padecimiento mediante la desconexión de ciertas terminales nerviosas. Hay que entender también que la aplicación excesiva o prolongada de analgésicos fuertes puede acelerar la muerte. Eso podría entenderse como una forma ambigua de eutanasia. Sin embargo, la ética católica admite el uso de calmantes en forma prolongada aunque ello signifique una disminución del tiempo de vida, siempre y cuando lo que se busque no sea eliminar la persona sino mitigar el sufrimiento. El efecto colateral indeseable está legitimado por la búsqueda de un fin bueno. En la ética católica este principio se aplica, entre otros casos, a la legítima defensa personal y la guerra justa.
Las siguientes palabras de Juan Pablo II y Benedicto XVI en referencia a la eutanasia nos invitan a hondas reflexiones:
- “Hay muchos que creyéndose dioses piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto, decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias (énfasis)”[5].
- La vida del cuerpo en su condición terrena no es un valor absoluto para el creyente, sino que se le puede pedir que la ofrezca por un bien superior. … Sin embargo, ningún hombre puede decidir arbitrariamente entre vivir o morir” (énfasis)[6].
* Sacerdote jesuita. Profesor Titular, filósofo, Doctor en ética teológica, Universidad Javeriana