El capitalismo se reinventa con cada crisis, pero esta vez las fallas de mercado y de la democracia han provocado un tsunami político y social en los países más desarrollados del mundo… y en América Latina el capitalismo ni siquiera ha salido del rentismo.
César Ferrari *
Europa y algo más El mundo capitalista desarrollado, en donde se combinan economía de mercado y democracia representativa con niveles elevados de bienestar para la mayor parte de su población, vive actualmente una profunda crisis.
Es particularmente virulenta en la Europa de los 17 países de la Zona Euro, que incluye entre otros a Alemania, Francia, Italia, España, Portugal, Irlanda, Grecia y a Chipre, cuya minúscula economía amenaza seriamente la estabilidad del continente. Se da en menor grado en los otros 10 países de la Unión Europea; en Estados Unidos no se observa aún una recuperación plena de la economía. Durante todos los trimestres de 2012, las tasas de crecimiento del PIB respecto del trimestre anterior fueron negativas en la Zona Euro: la tasa del cuarto trimestre fue de –0,6 por ciento. Un comportamiento similar tuvo la variable que refleja las expectativas de los inversionistas sobre la rentabilidad de la producción y las perspectivas de la expansión económica: la inversión arrojó tasas negativas durante todos los trimestres de 2012 y en el último se registró una tasa de –1,1 por ciento. Por su parte, entre diciembre de 2012 y diciembre de 2011 la producción industrial decreció 1,7 por ciento y la construcción 4,6 por ciento. A su vez, durante algunos trimestres de 2012, la inflación tuvo tasas negativas; en el último trimestre terminó en 0,4 por ciento. Respecto del desempleo, lo que más afecta a la población, a diciembre de 2012 fue de 11,8 por ciento para toda la población laboral y de 24 por ciento para los jóvenes entre 15 y 24 años[1]. Un tsunami político y social Semejante situación económica tiene su correlato social y político: tarde o temprano las crisis económicas de envergadura desembocan en crisis políticas y de gobernabilidad. La secuencia es casi siempre la misma: La crisis económica da pie a severos ajustes fiscales que se postulan como la solución; estos reducen el ingreso de la población, lo cual conduce inevitablemente a protestas y a una crisis social. La pérdida de apoyo popular al gobierno acaba con su mayoría en el parlamento o se traduce electoralmente en una crisis política.
La crisis europea no ha distinguido entre gobiernos de izquierda democrática — como el de Papandreu en Grecia y el de Rodríguez Zapatero en España — o de derecha, como el de Berlusconi en Italia. En abril de 2012, le costó la presidencia al presidente francés, quien perdió su reelección ante el entonces candidato socialista. Las elecciones en Grecia, también en abril de 2012, no permitieron a ninguno de los cuatro candidatos con mayor votación formar una coalición de gobierno: fue necesario llamar a nuevas elecciones un mes después, que resolvieron el impasse. En España, el gobierno conservador elegido en diciembre de 2011, aunque es cada vez más impopular, se sostiene apenas gracias a una amplia mayoría parlamentaria, pero lo que está a punto de colapsar es España misma: en las elecciones vascas de octubre de 2012 y en las catalanas de noviembre siguiente ganaron los partidos pro–independencia. Más recientemente, en febrero de 2013, las elecciones italianas dieron una mayoría precaria al centro–izquierda y una sorpresiva votación a los indignados en cabeza del Movimento 5 Estelle. Ambos proclaman la necesidad de reformas políticas y la revisión de la política de ajuste, pero el segundo no quiere pactar con ningún partido político. El trasfondo económico La recesión europea es en gran medida consecuencia de que en Estados Unidos el sector financiero hiciera implosión y de que se contagiara el mal al resto de la economía norteamericana y al resto del mundo por vía financiera y comercial, dando lugar a la Gran Recesión de 2008–2009. La ola llegó a Europa con la caída del ingreso externo y afectó en particular a los países mediterráneos: España, Grecia, Italia, Portugal. En España, por ejemplo, la notoria caída del turismo, una de sus principales actividades económicas, agudizó la explosión de la burbuja de la construcción y arrastró consigo al sector bancario y a las finanzas del Estado. Para contrarrestar la caída de la demanda privada y del desempleo creciente, los gobiernos europeos recurrieron a la expansión fiscal, pero con poco apoyo del Banco Central Europeo. En medio de la ya declarada Gran Recesión, apenas en octubre de 2008, el Banco inició la reducción progresiva de su tasa de interés de 4,25 por ciento hasta 1 por ciento en mayo de 2009. Pero aunque parezca increíble, volvió a elevarla hasta 1,5 por ciento en julio de 2011. En noviembre de 2011, revirtió su decisión: su tasa volvió a 1 por ciento en diciembre y actualmente es de 0,75 por ciento.[2] Pero la expansión fiscal produjo un aumento del déficit y de la deuda:
La crisis se agudizó cuando los gobiernos europeos, liderados por Alemania — a diferencia del gobierno federal estadounidense y del nuevo gobierno japonés inaugurado en diciembre de 2012 — trataron de solucionar el desequilibrio fiscal y la crisis apelando al ajuste fiscal. Su objetivo era generar recursos suficientes para cubrir las obligaciones de la deuda y blindar al sector financiero, contradiciendo el concepto generalmente aceptado de que en épocas de recesión la política monetaria debe ser expansiva. La calve está en el sector financiero La novedad respecto de episodios anteriores consiste en que es la primera crisis en el mundo desarrollado que tiene lugar cuando el motor de la economía ya no es la producción de bienes sino el sector financiero: toda una paradoja, considerando que el segundo debería existir solo para prestar servicios al primero. En efecto, los activos financieros han llegado a superar el tamaño de la economía real o a representar una parte sustancial de la misma. Por eso los problemas bancarios en el mundo desarrollado ocasionan una crisis económica tan profunda.
Según información del Banco Mundial, a fines de 2010 la relación entre los activos bancarios y el PIB era la siguiente: en Chipre de 296 por ciento, en Irlanda 245 por ciento, en España 230 por ciento, en Dinamarca 220 por ciento, en Holanda 218 por ciento, en el Reino Unido 203 por ciento, en Portugal 201 por ciento. Era algo menor en Italia (145 por ciento), en Francia y en Alemania (130 por ciento), en Grecia (129 por ciento) y en Estados Unidos (65 por ciento).[4] Esa expansión bancaria se dio junto con la reducción del número de organizaciones y la concentración de los activos:
La mayor rentabilidad inducida por una auto–regulación bancaria ineficiente e ineficaz hizo crecer sus activos exponencialmente, por encima de la expansión del sector productivo. Pero la actividad financiera predominante en el mundo desarrollado ya no es la tradicional que toma depósitos y ofrece créditos, que opera con regulaciones mínimas en competencia plena y, así, realiza la intermediación entre al ahorro y la inversión. Otra es la actividad predominante: no es nada transparente, no está regulada, opera principalmente a partir de la especulación sobre papeles financieros derivados y valores accionarios y hace de las ganancias de capital su principal ocupación. Con semejante preeminencia, otro capitalismo ha emergido en el mundo desarrollado. Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, lo ha asemejado a un casino de juego: “No llamen a nuestro sistema capitalismo de verdad, es solo banqueros jugando a nuestra costa”[7]. En esta nueva etapa — que alcanzó su mayor desarrollo a partir de la última década del siglo XX — se pusieron en evidencia fallas protuberantes de las dos instituciones fundamentales del capitalismo: mercado y democracia. Fallas del mercado, fallas de la democracia Siempre se critican las fallas del mercado: la economía desarrollada actual entró en crisis y no puede proporcionar y menos garantizar bienestar a una gran parte de sus ciudadanos. La producción se encuentra en recesión o estancada, la deuda pública y la privada son abultadas, el déficit público es elevado, el desempleo abrumador y la desigualdad en el ingreso ha aumentado.
Pero también existen las fallas de la democracia: el sistema político de representación no puede procesar las frustraciones de los ciudadanos, que teniendo seguramente origen económico, rápidamente se convierten en convulsión social y malestar político. La protesta social es masiva, el conflicto es creciente y el impasse político parecería no encontrar mecanismos de solución. ¿Hacia una nueva etapa del capitalismo? Cuando ocurren crisis de la envergadura de la actual, tarde o temprano ocurren cambios sistémicos importantes en la organización económica y en el ordenamiento político: por ejemplo, Italia podría estar adelantando el camino. No sería la primera vez y no siempre bajo un paradigma encomiable: el fascismo nació en Italia con Mussolini y duró entre noviembre de 1922 y abril de 1945, e inspiró al nazismo de Hitler en Alemania y al régimen corporativista de Franco en España. Italia pareciera estar transitando hacia otra forma de democracia, mucho más participativa. Con el rechazo a las formas tradicionales de hacer política, la organización política italiana devendría en una democracia de mayor participación directa de los ciudadanos, viable por la existencia del Internet y la comunicación electrónica directa y en tiempo real, con un menor rol a la representación. A su vez, la crisis económica europea implicará una reorganización de la estructura económica con la recuperación del sector productivo. Para ello, será inevitable un cambio en los precios relativos y en la rentabilidad relativa de los distintos sectores. Más allá de la revisión de la política industrial, este cambio estructural debería ocurrir en gran medida como consecuencia de las nuevas normas que limitarán la actividad financiera — que se están imponiendo lentamente a partir y como consecuencia de la crisis misma — a la disminución del tamaño de los bancos y a su mayor especialización, derivada de la nueva regulación. El capitalismo incompleto de América Latina Mientras tanto, América Latina no acaba de consolidar un capitalismo moderno, que combine un sistema de mercados en competencia, por lo menos para sus mercados más importantes, con una democracia representativa efectiva. Si bien algunos de sus elementos están presentes, tampoco ha logrado una distribución equitativa de la riqueza ni un nivel del ingreso per cápita que garantice niveles adecuados de consumo de bienes y servicios a su población. Latinoamericana tiene la peor distribución del ingreso en el mundo y su ingreso per cápita promedio, del orden de ocho mil dólares al año, es muy inferior a los cuarenta mil del mundo desarrollado. Latinoamérica tiene por delante un enorme desafío: pasar de un capitalismo precario, con mercados rentísticos aún, particularmente en el sector financiero y en el sector de comunicaciones, a un capitalismo moderno, sin incurrir en la modalidad del “capitalismo de casino”. Para ello conviene notar que aunque en América Latina el sector financiero sigue siendo tradicional y gracias a su conservatismo no incursionó mayormente en la modalidad del “casino”, sigue siendo muy reducido, en gran parte porque al operar en competencia imperfecta determina tasas de interés elevadas que limitan la demanda de crédito y, por lo tanto, su propia expansión. En efecto, muy diferente a la situación del mundo desarrollado ya descrita, en 2010 la relación de los activos bancarios como porcentaje del PIB era de apenas 38 por ciento en Colombia, 34 por ciento en México, 24 por ciento en Perú, 21 por ciento en Argentina; las excepciones eran Brasil con 83 por ciento y Chile con 71 por ciento. El desarrollo del capitalismo moderno en América Latina afronta la tarea fundamental de transformar sus mercados principales para que operen en competencia plena y la construcción de una democracia con mejor representación y mayor participación. Lo primero tiene que ver con mejores políticas monetarias, fiscales y de regulación. Lo segundo, entre otras cosas, con mejor información y más control ciudadano sobre sus representantes. Ojalá esto ocurra pronto… * Ph.D., profesor de la Universidad Javeriana
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