De la misma forma como se fue consolidando una cultura del odio, ahora resulta urgente utilizar el poder de los medios masivos para desmontarla y en su lugar construir una cultura de paz. ¿Cómo convencerlos?
Nicolás Pernett*
Cultura de odio, cultura de paz
Para que haya paz en Colombia no bastará con que se llegue a buen término en los actuales diálogos entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, ni con que todos los actores armados abandonen sus acciones guerreristas.
Si todos estos factores se dieran, todavía quedaría un pueblo educado en una cultura del odio y de la venganza, una cultura de la guerra, de la que todos los agentes culturales son responsables en mayor o menor medida, y que constituye un componente estructural de la violencia de las últimas décadas en Colombia.
Si dejaran de disparar las armas, ¿lo harían también los programas de televisión, las ululantes voces de la radio y los promotores de violencia que incendian todos los días las conciencias de Colombia con constantes llamados a destruir al otro, al enemigo? ¿Será que los mismos que critican las posibilidades de diálogos de paz — dando a entender que son una forma de debilidad y de claudicación — están dispuestos a trabajar desde sus columnas de prensa o sus productoras de televisión por una cultura de paz?
Embrujados con la violencia
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En Colombia la violencia no tiene origen solamente en condiciones políticas y económicas objetivas, estructurales y profundas, que es necesario cambiar, sino en una serie de agentes culturales del odio, que también deben desmovilizarse para que podamos siquiera considerar la posibilidad de vivir mejor como sociedad.
Es patente que nuestra televisión, especialmente la producida por los canales privados, se ha convertido en una maquinaria incitadora de violencia, que a diario deja una impronta difícil de borrar en las mentes en formación.
Desde las telenovelas y seriados que enseñan a ser “machos” a los televidentes — cargando armas y portándose como rufianes, máxima expresión de la “verraquera” colombiana — hasta los noticieros que nos han convencido de que en cada esquina nos espera la muerte o algo peor, y que cada colombiano es un ejército enemigo, son reproductores culturales de la violencia, y es necesario exigirles otra manera de abordar su negocio del entretenimiento, pues su labor ha sido también una arma de sugestión masiva en nuestro conflicto.
Cómo se puede esperar que surja una cultura del diálogo entre los colombianos si muchos de sus periodistas muestran precisamente lo contrario en las producciones diarias de noticias: un diálogo de sordos en donde el ataque al otro está por encima de la comprensión racional de sus ideas y la creación de estereotipos de las minorías que solo enseñan a temerlas, excluirlas o despreciarlas, reemplaza a la construcción de una idea de Nación que incluya a todos los que vivimos en este país.
En nuestra televisión prácticamente han desaparecido los programas de entrevistas, donde nuestros ídolos televisivos se sentaban a conversar sosegadamente sobre temas profundos o mundanos, pero con el tiempo y la tranquilidad que de alguna manera influían en las prácticas de diálogo que se reproducían al interior de los hogares.
Ahora lo que se encuentra en la diversión para las masas es el típico locutor deportivo que en medio de su ataque al contrario o a los integrantes del equipo que dice defender destila veneno, rencor y muerte, y los hace pasar como “pasión por la camiseta”.
La primera década del siglo XXI vio en Colombia la entronización de un modelo televisivo basado las enseñanzas de las producciones norteamericanas, en el que lo escandaloso, lo morboso, lo sangriento, estimulaba las reacciones más primitivas en los espectadores y aseguraba el rating volviendo adictas a las personas a las emociones más básicas de miedo y odio.
Este modelo de entretenimiento acompañó y legitimó los años del uribiato, en los que se volvieron la norma la descalificación grosera, el insulto estentóreo y el ensalzamiento de la violencia armada en nombre de la exaltación de “los héroes de la patria”.
Los resultados de estos años de cultura de guerra son evidentes en el presente: neonazismo, matoneo infantil, violencia de género, aumentos desproporcionados en las cifras de riñas callejeras, etc.
Medios para la paz
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Si la sociedad colombiana espera alguna vez salir de la violencia cotidiana que hoy nos aqueja tiene que desembrujarse de este estado mental que lleva a pronunciar balazos en cada contexto de nuestra vida cultural: desde los cantantes vallenatos que promocionan su música haciéndole el juego a la “cultura paraca” que se tomó buen parte del territorio, hasta los intelectuales que han asumido como modo de posicionamiento la destrucción simbólica total de cuanta producción artística que no sea de su agrado.
Por supuesto, mucho se ha hecho por azuzar la violencia en Colombia desde los estrados políticos y los púlpitos religiosos, hoy como ayer; pero no me refiero a estos actores del conflicto en este momento, porque, después de todo, la mayoría de ellos han vivido en Colombia precisamente de la perpetuación de la guerra.
Pero sí hay mucho que hacer por construir una cultura de paz desde los medios de la cultura donde la ciudadanía y la inteligencia del país pueden tener incidencia. Nuestros comunicadores e intelectuales pueden dejar de incentivar el odio irracional por el contrario y mostrar que hay otras posibilidades en el ser humano para interactuar en sociedad.
Todos podemos ser asesinos o solidarios de acuerdo al contexto en el que nos eduquen, y la verdad patente es que en Colombia el culto a la violencia se ha tomado buena parte de las prácticas y producciones cotidianas.
Todos dicen querer la paz, muchos trabajan por ella, pero ¿cuántos están dispuestos a ayudar a construir una cultura que la promueva? Este trabajo es urgente y arduo, y solo verá sus resultados reales en el largo plazo. ¿Alguien está interesado?
*Historiador